El cerrajero llegó temprano guiado por el ama de llaves y abrió el compartimento secreto, ante los ojos asombrados de Grace y la señora Hoffman. Ares, que ocupaba su sitio en el diván, levantó las orejas y emitió un ladrido corto y poco escandaloso, percibiendo la tensión en el ambiente. Tras despachar al artesano que cambió la cerradura, Grace y el ama de llaves se quedaron mirando cómo la pequeña puerta cedió ante sus ojos. Un envoltorio de seda verde apareció. Grace lo tomó decidida. Ares quiso acercarse, pero con una orden tajante su dueña le exigió quedarse en su lugar.
—Parece que develaremos el misterio —emitió la marquesa.
—La dejaré a solas —dijo la señora Hoffman que se caracterizaba por su discreción y su prudencia, acto seguido le entregó la nueva llave para que la custodiara en adelante.
—Quédese, usted ha sufrido tanto como yo por la curiosidad. Veamos si aparece el anillo —le comentó recibiendo la llavecita.
Grace apartó la tela del contenido y dejó a la vista un libro marrón de tapa de piel con ribetes dorados. Era lo único en el interior del compartimento y del envoltorio. Abrió la primera página y pudo leer:
Diario de la marquesa de Emerald
Mi vida ha quedado destinada a transcurrir en la más absoluta quietud dentro de los muros de Emerald Haven. Espero que no sea aburrida y que la aventura me sorprenda.
—Solo es algo inocente. Es tan solo un diario, al parecer unas memorias de la antigua marquesa.
—¿Quiere que haga algo con él?
—Tal vez lo lea, puede que arroje alguna señal del paradero del anillo de esmeralda.
—Creo que es sensato, espero que no se aburra demasiado.
—¿Tenía conocimiento de la afición por la escritura por parte de la antigua marquesa?
—La antigua marquesa jamás expresó nada al respecto. Por la cantidad de libros en los estantes podríamos asumir que adoraba leer. El marqués no solía hablar mucho de su madre y no deseaba que nadie lo hiciera. Así que en ese tema dudo que pueda servirle de ayuda. Ahora regreso a mis ocupaciones.
—Vaya, si aparece algo, llamaré a mi cómplice en estos menesteres. Todo sea por cuidar la historia y patrimonio de mi hijo.
La señora salió y cerró la puerta tras de sí. Grace tomó asiento y reposó los brazos sobre el secreter, lo que permitió que Ares se relajara y desmadejara su cuerpecito sobre el diván, con los párpados pesados en señal de sueño. Grace se dispuso a husmear dentro del diario de su difunta suegra para esperar a lord William Lovelace y, mientras tanto, por inercia, dio la vuelta a la siguiente página.
Porque nadie puede arrebatarme el sentimiento del alma, por más cadenas que intenten atarme, yo sé quién soy y a quién deseo entregarle mis afectos. Un matrimonio no dicta a quién le perteneces.
Diario de un Amor.
Altagracia dio un brinco sobresaltada, y Ares, que lo notó, levantó la cabeza sin dejar de mirarla, quedó en guardia vigilando las reacciones de su dueña. Volvió a releer la segunda página y se dio cuenta de que no había entendido mal. Dio vuelta con urgencia a la siguiente y se quedó estupefacta. Tal vez acababa de descubrir uno de los secretos mejor guardados de Emerald Haven, uno que justificaba que Henry, difunto lord Emerald, hubiera quemado todos los escritos de su madre a su muerte, uno que justificara que la marquesa hubiera fijado su estudio en esa habitación que tenía un pasadizo escondido que guiaba a un jardín secreto y de ahí por otro pasaje oculto al bosque, uno que explicara que la llave de ese compartimento estuviera extraviada al momento de su deceso: ¡la marquesa había tenido un amante!
La identidad del hombre quedó resguardada bajo el seudónimo de Zorro. Comenzó a leer cómo se conocieron y el candente cortejo que vivieron antes de dar paso al primer encuentro. Todos los subterfugios para evitar que alguien descubriera sus faltas. Grace se sirvió de inmediato una copa de vino y la bebió como si de agua se tratara. No quería juzgarla, podía entender su frustración por quedar atrapada en un matrimonio por conveniencia siendo muy joven, pero no aprobaba su conducta. Necesitó el abanico para echarse aire profusamente ante las letras que bailaban delante de sus ojos. Si aquello salía a la luz, podían poner en evidencias la legitimidad de su esposo y por ende la de su hijo. Trató de sacar cuentas, pero las fechas eran borrosas.
Se tranquilizó hasta más adelante que pudo leer que la marquesa no había comenzado sus andanzas hasta darle un primogénito al marqués, con lo cual consideraba que había cumplido con el cometido de su matrimonio y de su título. Después había seguido los designios de su corazón. Pensó en lady Black, respiró hondo y siguió leyendo. La duda la carcomió de inmediato y se lanzó a buscar evidencias. La calmó recordar que tanto la bruja como Arlene habían mencionado en repetidas ocasiones que poseían los ojos de los Haddon, tal como Henry y su hijo. Un rasgo característico que alejaba la posibilidad de que Zorro fuera el padre de la vizcondesa. Suspiró.
Al año cumplido de la niña de la familia Haddon, murió el marqués de Emerald dejando a su esposa viuda muy joven, con dos hijos pequeños y toda la responsabilidad del marquesado. Los encuentros con el amante se intensificaron. Grace volvió a servirse otra copa de vino ante los detalles y la tomó a sorbos, era muy temprano en la mañana y no quería marearse. El pasadizo al bosque y la cabaña como nido de amor quedaron evidenciados. Los ardientes instantes que compartían, seguidos de su soledad en Emerald Haven. Las palabras cargadas de amor de Zorro, podría decirse que la amaba.
No entendía por qué la lectura de las travesuras de la anterior lady Emerald le aceleraba el pulso. Una cosa era leer las novelas en las que se había sumergido desde varios años atrás, con escenas que podían hacerla ruborizar, pero esto iba más allá de lo que su mente ágil pudiera procesar. Resultó que por momentos se sintió muy identificada. Ambas eran marquesas que enviudaron muy jóvenes y enamoradas de alguien prohibido. «¿Por qué Zorro era prohibido?», se preguntó de pronto. Si la dama era viuda, ¿qué inconveniente impedía el matrimonio? No había datos al respecto, solo detalles extensos de su acalorado romance. Su lectura era más gratificante que cualquier libro que jamás hubiere llegado a sus manos y aportaba datos casi palpables de lo que podía ocurrir entre dos amantes experimentados y llenos de pasión. Grace atesoró aquel diario, se volvió su más atractiva fuente de documentación sobre las relaciones carnales y el placer.
Un sirviente la interrumpió cuando más interesada estaba leyendo para anunciar la llegada de lord William Lovelace. Ella carraspeó, como si la hubieran descubierto haciendo algo impropio, y lo hizo pasar. Escondió el diario en uno de los compartimentos con llave. En cuanto Ares percibió al visitante apretó los dientes y comenzó a gruñir haciendo caso omiso a las indicaciones de su dueña de tener una actitud más amable. William decidió ignorarlo por completo, pero no podía ocultar su vieja rencilla con el posesivo can.
—Estoy listo para trabajar, milady —comentó con tono sarcástico.
—Tendrá que usar la mesa, yo ocupo el secreter.
—Prefiero el diván —dijo, y se acercó a Ares que no dejaba de gruñir, lo alzó por el tórax y el perrito dejó de emitir su feroz sonido y metió la cola entre las patas—. Es seguro que perro que ladra no muerde, señor Ares. Hora de buscarse otro sitio para acomodar sus pomposas pulgas.
Grace ni siquiera reparó cuando William dejó al perro en el suelo y lo animó a buscar otro lugar. Ella aún estaba sobresaltada con una imagen mental, la de la figura varonil de William recostada frente a sus ojos. Por un segundo la obnubilaron las descripciones de los encuentros amorosos de la anterior marquesa y Zorro en el mismo diván. Carraspeó de nuevo, pero la incomodidad de su garganta no la abandonó. Terminó por toser y ruborizarse.
—¿Está bien, milady?
—Perfectamente.
El perrito fue buscando el apoyo moral de su ama, ella le ofreció un cojín ante su mirada ofendida y llena de resentimiento contra William, quien lo había bajado del trono. Una vez instalado en el cojín sobre una poltrona, no dejó de mirar al intruso y gruñirle enseñándole sus blancos dientes.
—Compartiría el diván con Ares si no me tuviera en tan mala estima.
—Discúlpelo, suele seguir su instinto.
—Me pregunto si con Emerald también era tan belicoso.
—En verdad, a pesar de su genio, suele ser comedido con otros, pero ante usted no puede contenerse.
—¡Menuda rata de alcantarilla!
—Tal vez si dejara de ofenderlo le caería mejor.
—Quizá si deja de mirarme con esos pequeños ojos insolentes y amenazarme con clavarme sus filosos colmillitos, podríamos hacer las paces.
—Es un animal, usted es el ser pensante.
—Es un demonio disfrazado de oveja. Lo miras y parece tierno, con su pelaje sedoso y su diminuto cuerpo, hasta que empiezan a salirle rayos y centellas por los ojos y espuma por la boca. ¿Está segura de que no tiene un pacto con el diablo?
—Así usted jamás será santo de su devoción. Puede ocupar la mesa o el diván, lo que sea de su preferencia. A no ser que desee un salón privado para usted.
—Dije juntos, usted puede seguir escribiendo, Grace, mientras doy una primera leída recostado en el confortable diván. Siempre leo antes de comenzar a traducir. Cuando tenga que escribir, usaré la mesa redonda.
—Como desee.
—¿No rebatirá? La veo algo distante, consternada; como si tuviera la cabeza en otra parte. —Por supuesto, la lectura de las peripecias de la marquesa fallecida aún no la dejaba pensar con claridad.
—Asuntos familiares. Tenga los primeros tres capítulos.
—Espero que no le incomode que lea un contenido tan íntimo cerquita de usted.
—Adelante. Yo seguiré trabajando.
Mientras simulaba escribir lo vio tumbarse cuan largo era en el diván. Por suerte su abuela se había resistido a acompañarlos, se habría escandalizado. Se notaba que era lo que pretendía el libidinoso, sobresaltarla, pero los textos de la marquesa lo dejaban muy por debajo de las turbaciones que había experimentado esa mañana.
William era muy varonil, exudaba masculinidad por los cuatro costados. Grace tuvo que poner todo su empeño para concentrarse y poder adelantar el siguiente capítulo. Los gruñidos, las interjecciones y las explosiones de risa de William mientras leía acaparaban toda su atención. Era como si desde que entró en el pequeño estudio hubiera decidido dejar fuera su fachada de inglés frío y estirado. Esa nueva faceta desinhibida y descarada le gustó todavía más. Sintió celos de imaginar que así se comportara con sus amantes.
—Estas novelas para señoritas son divertidas. ¿Cómo no se me ocurrió antes echarles un vistazo?
—¿Las que llamó cursis?
—Lo sigo creyendo, son tontamente cursis, románticas rayando en lo inverosímil y llenas de florituras que un varón que se respete jamás pronunciaría. Pero tienen una virtud, en manos del hombre adecuado pueden ser una herramienta de seducción. Retratan a los caballeros como ustedes quieren que sean, por ejemplo: en la escena en que se conocen, un hombre no reaccionaría así.
—¿Y cómo reaccionaría? —indagó enarcando las cejas.
William se puso de pie y Ares irguió su cuerpo listo para la batalla. El estupendo varón caminó con su glorioso porte hacia ella, justo en la mitad del salón le clavó sus dos luceros azules y le susurró:
—¿Recuerda el día en que nos conocimos y las primeras palabras que cruzamos? Sería lindo que escribiera nuestra desafortunada historia. —El tono de su voz era grave, seductor.
—¿Una en que un canalla intentó aprovecharse de una dulce señorita? —Se puso en guardia, no estaba dispuesta a dejarse seducir.
—Rectifico, el canalla creyó que nunca vería comprometidos sus sentimientos con tanta fuerza, hasta que conoció a una señorita temeraria llena de resoluciones que le hizo añicos el corazón.
—Es un final feliz, el canalla no midió el potencial de su adversario y recibió su merecido. Espero que haya aprendido su lección.
Él detuvo su elegante andar a medio camino, decidido a regresar a su lugar. Antes de girar sobre sus pasos, para dirigirse nuevamente a su diván, un sirviente anunció la llegada de doña Prudencia. Tras saludarla con una reverencia, escuchó a Grace ofrecerle asiento. La señora se negó.
—Solo he venido un minuto, quería ver que todo estuviera en orden y avisarle a lord William Lovelace que todos los platos del almuerzo de hoy son de mi tierra natal, está cordialmente invitado. Espero que podamos complacer su paladar acostumbrado a sazones diferentes.
—Señora mía, es usted muy amable. ¿Cómo puedo agradecer ese gesto?
—Respetando esta casa y a sus moradores. Así como la memoria del difunto marqués. No toleraré escándalos, ni rumores. Bastante indecente es ya que trabajen juntos en el proyecto.
—Abuela, por favor, me avergüenza. Esté tranquila, lord William Lovelace es un caballero —admitió ruborizada ante el otro que las miraba de reojo.
—Doña Prude —arremetió con dulzura William, con su adorable acento al decir la palabra doña; estaba decidido a volverla su aliada.
—¡Corríjase! ¡Doña Prudencia o señora de García de Lisón para usted! —De haber tenido más confianza lo hubiera reprendido dándole un coscorrón con el abanico, estuvo tentada de hacerlo, pero se contuvo.
—No me increpe, que soy incapaz de mirar a su nieta con otros ojos, a mi trabajo me remito —se defendió el varón.
—Conozco a los de su calaña, que la niña no está sola —lanzó con una mirada amenazante.
Él adoraba como la señora mezclaba el inglés y el español y como la llamaba «niña», cuando Grace era una damisela bien formada, con redondas y desquiciantes curvas que no podían ser disimuladas por el más severo corsé.
—¿Me cree capaz de un acto poco decoroso? —indagó William.
—Mi nieta tiene un honor que mantener a salvo, el único hombre que tiene mi permiso de entrar a la residencia es usted y conozco su secreto. Si la perjudica, lo obligaré a casarse con ella. —William quedó perplejo ante la amenaza—. Lo que no dudo será satisfactorio porque saldría ganando.
—Por supuesto que saldría ganando —recalcó.
—Pero usted no es el partido que quiero para mi niña, de volver a casarse.
—Abuela, usted sabe que no me volveré a casar. Me dedicaré a Evan —intervino Grace apenada.
—Si le toca una hebra de cabello, haré venir al duque de San Sebastián y marqués de Morell de Santa Ana a retarlo a duelo, y le advierto que se enfrentó en uno y fue el único sobreviviente.
—Señora mía, quede en paz. Puede venir a supervisar cuantas veces lo considere y verá cómo trabajamos en armonía. Sería incapaz de irrespetarla. Además, con tan feroz guardián no me atrevería acercarme a un metro de distancia —dijo para referirse al perro que lo seguía con la mirada como a un jurado rival.
—Me ha dado su palabra, espero que sepa honrarla. Habrá condiciones para este arreglo al que nos hemos visto obligados: la puerta del estudio no se cerrará jamás con cerrojo por dentro. ¿Entendido?
La señora salió sin siquiera esperar la respuesta. Grace se lo quedó viendo a William. Él aún asimilaba la avanzada de doña Prudencia. La muchacha lo miraba inusitada, su rostro se veía aún más seductor con la sombra de la duda.
—¿Pensó que sería diferente? —lo interrogó.
—Su abuela me aterra. Se comporta como si usted no fuera una mujer que ya pasó por el matrimonio y ahora está en la viudez. Digo, es usted la marquesa de Emerald y la trata como a una jovencita que requiere una carabina.
—Aún puede retirarse, si tanto le asusta la ferocidad de una abuela española.
—Me ha costado mucho encontrar una forma para que tenga que soportarme y está ese libro que requiere urgentemente ser traducido. Las lectoras de W. Lovelace esperan por otras de sus historias. No deseo decepcionarlas.
—Entonces continúe con su labor, yo seguiré con la mía. Debemos adelantar, tenemos un almuerzo al que asistir.