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Dos toques sobre la puerta precedieron la entrada arremolinada de doña Prudencia, que tras introducirse pasó el cerrojo ante la mirada atónita de William, que recordaba con exactitud la anterior prohibición. Grace y William se quedaron sorprendidos al escuchar su aviso, más el segundo que aún tenía el manuscrito lujurioso en la mano; hizo un gesto de pesar al imaginar que la abuela sospechaba en las que estaban. Su desconfianza cambió cuando reveló lo que la tenía alarmada.

—Lady Black acaba de llegar a la propiedad. El mayordomo la está tratando de detener, pero se ve iracunda y aterrada.

—¿Qué hace aquí? ¿Alguien le habrá comentado la presencia de lord William Lovelace? —preguntó Grace reticente.

—Si es su motivo oculto será nuestra perdición. La vizcondesa no ve la hora de comprometernos y torcer la opinión de quienes nos han apoyado.

—¿Motivo oculto?

—Dice que supo por un descuido de lady Arlene Haddon que has tomado el estudio que antiguamente le perteneció a su madre.

—¿Y... no está de acuerdo? ¿Con qué derecho?

—Eso alega, que con qué derecho. No son temas para hablar delante de extraños, pero resulta que este «extraño» es el mayor problema. Tenemos que deshacernos de lord William Lovelace cuanto antes o tu cuñada terminará por enredarnos en su apreciación del asunto.

—Les agradecería que dejaran de hablar de mi persona como si no estuviera presente —indicó el caballero.

—¡Usted no es inocente! —lo regañó doña Prudencia a la par que lo señalaba con el dedo. Él solo consiguió apretar el manuscrito, si la señora descubría el giro que había tomado la narrativa de lady Emerald, entonces sí que lo pondría en el banquillo de los acusados—. Si la vizcondesa descubre la presencia de lord William Lovelace en Emerald Haven complicará tu reputación, Grace.

—¡Por todos los santos!

—Nieta, ando intercediendo por un milagro para mis adentros, ya sabes que la señora se cree dueña del castillo. ¿Y si cierta información ha llegado hasta ella?

Grace se preguntó si lady Black conocía de las aventuras de su madre, tal vez temía que al posesionarse del estudio iba obtener evidencias —lo que en realidad había sucedido—. Buscó una forma rápida de salir del atolladero. La llamada ante la puerta herméticamente cerrada por parte de un sirviente, anunciando a la señora que sin respetar las reglas de etiqueta se había colado sin intenciones de esperar, las puso sobre aviso.

—Lord William Lovelace, nuestro trato ha sido inmaduro e irresponsable. Esa señora está decidida a perjudicarme si encuentra motivo y su presencia lo complica todo —susurró Grace asustada.

—Lo siento —masculló el aludido con seriedad.

—Tendrá que escabullirse de la forma menos tradicional e incluso humillante.

—¿Pretende que salga por la terraza con el cuidado de no ser detectado por lady Black? —continuaba susurrando, pero su tono y sus gestos eran de reproche.

—La terraza es zona vulnerable. —Grace negó con la cabeza.

—¿Quiere que salte por la ventana hacia la arboleda y me escurra como un gato vagabundo? Si su cuñada me encuentra por error entonces sí tendrá evidencia de un comportamiento indecoroso. ¿Por qué huir si no hemos hecho nada impropio?

—¡No se dé golpes de moral! Su sola presencia en Emerald Haven corrompe a toda mujer decente en esta propiedad —replicó la abuela que se sumó a la mar de susurros.

—¡Doña Prude! —murmuró quedamente William tratando de suavizarla.

—¡No sea atrevido! Ya le he dicho cómo debe tratarme, señora de García de Lisón o doña Prudencia, y ya es mucha libertad. Conmigo no valen sus truquitos para ablandar y torcer el buen juicio.

—Hay un pasaje secreto —musitó Grace—. Aún no he podido explorarlo, pedí que comenzaran las labores de mantenimiento, pero no me han reportado los avances. Hemos estado en varios asuntos de remodelación.

—¡Válgame Dios! ¿No será peligroso? —indagó doña Prudencia bajando cada vez más la voz, si era posible—. Mira, hija, que si al heredero de repuesto del duque se le lesiona un cabello en nuestra propiedad sería un problema mayor.

—¿Le preocupa la opinión de mi padre más que mi bienestar? —reprochó William.

La llamada del sirviente los apremió aún más, daba a entender con palabras refinadas que, si no abrían, lady Black, quien poseía una copia de la llave, se saltaría por completo cualquier protocolo e irrumpiría. Todos abrieron los ojos alarmados. Grace se enfureció al conocer del atrevimiento de la vizcondesa.

—Si usted no hubiese venido a importunar a mi nieta no estaríamos ahora implorando por un milagro.

—¡De acuerdo! Me sacrificaré por el buen nombre de Emerald, espero que no me estén ofreciendo como cordero en sacrificio.

—El pasadizo da a un jardín secreto y de ahí hay otro pasaje al bosque. Por favor, intente llegar a la cabaña y enciérrese hasta nuevo aviso —indicó la marquesa—. ¿Está armado?

—¡Jesús! Ya me está preocupando. Claro que no, ¿por qué lo estaría para encerrarme con una encantadora marquesa en su estudio? —protestó de forma altanera el varón y la abuela carraspeó para corregirle el lenguaje—. ¿Tiene una espada o pistola que me pueda servir?

—No en el estudio y me temo que no hay tiempo, no podemos arriesgarnos a salir. Tenga. —Le extendió un filoso abrecartas.

—Es ridículo.

—No hay nada más.

Accionó el mecanismo para abrir el pasaje y lo empujó con urgencia al interior de este. En una mano el abrecartas, en la otra el manuscrito apretujado contra su pecho, la mirada perpleja; sería su escape más humillante de toda su historia de aventuras. Doña Prudencia, al notar el manuscrito, todavía tuvo el poco tino de preguntar:

—Nieta mía, no sabía que habías escrito nuevos capítulos.

La señora mayor trató de arrebatarle las hojas a William que se aferró a ellas como si en su esfuerzo su vida estuviera en juego.

—Esto se va conmigo.

—No sea majadero, milord.

—Soy precavido, si la vizcondesa se la tiene jurada créame que este material es una bomba en sus manos.

Y sin perder tiempo, ante los rostros azorados de las dos damas, se aproximó al secreter, se apoderó de todas las hojas y se coló con ellas en el interior oscuro. Doña Prudencia alcanzó a entregarle una palmatoria para que iluminara su camino.