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Grace aún se acariciaba los labios cuando abandonó la habitación para huéspedes donde intentaba descansar el fervoroso enamorado. La presencia de doña Prudencia con cara recriminatoria le hizo dar un brinco del susto.

—¿A quién crees engañar, niña ingenua?

—A nadie, abuela. Usted sabe que soy consciente de cada paso que doy.

—Debes frenar las pretensiones de lord William Lovelace, pensé que era lo que querías. Sabes que no puedes unirte a él de ninguna forma, prometiste proteger a mi bisnieto y dejar tu vida personal a un lado. Un hombre entre nosotros cambia las cosas, podría perjudicar el futuro del pequeño. Hay tantos peligros al acecho.

—Lo amo, ya no puedo acallar el sentimiento que me desborda.

—¿Entonces es lo que quieres? ¿Te ha pedido matrimonio?

—De cierta forma.

—¿De cierta forma?

—Lo hará cuando su fortuna mejore, ahora no se siente en condiciones de proponérmelo. Es orgulloso y pretende forjarse un destino mejor.

—No lo repruebo, es propio de un caballero. Eres demasiado joven para quedarte sola el resto de tus días y sé que sienten una inclinación el uno por el otro que no pasa desapercibida. Si no pueden luchar contra sus sentimientos, concuerdo en que deben estar juntos, pero hay un detalle que estás pasando por alto. ¿Confías lo suficientemente en él para garantizar que pase lo que pase estará de nuestro lado? —Abrió los ojos desmesuradamente para darle a entender en qué basaba sus temores—. Sabes que nuestras circunstancias son especiales.

—Confío y usted también lo hace o de lo contrario hubiese sido la primera en no permitirle la entrada a Emerald Haven.

—Él me agrada. Tengo cierta afinidad por los caballeros de alma turbia, terminan por robarme el corazón. Pero es peligroso después de las decisiones que hemos tomado.

—Lo amo. —Volvió a sincerarse para que entendiera el motivo que la arrojaba a sus brazos.

—¡Jesús Misericordioso! ¡Ampáranos!

—Me quiere.

—Lo más sensato es que regreses a Londres, puedes ir con Dorita y Evan. Lord William Lovelace puede quedarse a restablecerse. Si en verdad desea mejorar su estatus para ofrecerte matrimonio, será el más interesado en mantener tu honor a salvo. De lo contrario, corres el riesgo de tropezar y la caída no será dulce. Dorita dice que solo lo mueve la lujuria.

—¿Y ahora por qué les da crédito a sus conjeturas?

—Porque las mías han quedado por tierra en vistas de que asegura que prefiere esperar para pedirte matrimonio.

—¿No le cree?

—En verdad quiero hacerlo.

—No viajaré a Londres. Soy viuda, puedo tomarme ciertas libertades que una señorita no podría.

—Te equivocas, eres mujer, y para nosotras la vida es complicada.

—William y yo tenemos mucho de qué hablar, la distancia volverá a erigir barreras entre los dos.

—No existen barreras para el amor.

—¿Ahora es defensora del amor? Si bien recuerdo para usted, el amor no es la base del matrimonio.

—Lo creía hasta que tu madre y María Teresa me demostraron lo contrario. Nieta querida, aún eres muy joven, toma las cosas con calma.

—Usted sabe que cuando llegamos a Londres, con la fortuna sonriéndome, estuve tentada a no casarme jamás. Luego conocí a William y me llené de esperanzas. Después me rompió el corazón.

—¿Por qué ahora sería diferente?

—Hay algo que nunca le dije. Él fue a verme antes de casarme, me suplicó que me retractara, me imploró, me reveló que me amaba. Y aunque sonaba sincero, estaba tan herida por mi descubrimiento y por los rumores que lady Huntington se encargó de compartirme que dudé. No quería ser desdichada si decidía darle una oportunidad. Me casé con Emerald huyendo de William, pero nunca fui tan infeliz en mi vida como al descubrir que con mi elección lo había perdido para siempre. La vida se encargó de ponernos de nuevo en el mismo lugar, frente a frente, y hoy vuelve a asegurarme que me quiere. Ha sido honesto conmigo y yo ya no puedo seguir escapando.

—Tampoco te lo exijo. Espera a que esté listo para comprometerse.

—Su familia está pasando por una situación delicada, pasará tiempo para que William pueda salir a flote, meses, años. No deseo esperar. Ultimadamente, tal vez estamos mejor así, nuestro acuerdo nos permite amarnos y ser libres.

—¿De qué hablas?

—Evan es pequeño, mi prioridad es velar por sus intereses y hay personas que están pendientes de que cumpla mi cometido. Si conocen de mi acercamiento a un hombre no estarán contentos, buscarán la forma de perjudicarnos.

—¿Qué dices?

—Mientras nuestro amor sea solo nuestro, estaremos a salvo.

—Nieta, ¿has pedido la decencia?

—Lo que he perdido es el miedo a explorar la inmensa gama de posibilidades que tengo frente a mí.

—¿Sí sabes que debes respeto a tus mayores? ¿A tu madre, a mí, incluso a Hugo?

—Sé que usted secretamente lo aprueba.

—¿Cómo te atreves?

—¿Ser libre, plena y feliz?

—Si lo quieres podemos buscar un acercamiento con su familia, si él también te pretende podrían casarse.

—¿No me ha escuchado? William es terco, orgulloso y con un contradictorio sentido del honor. No me ofrecerá matrimonio de manera sólida hasta que su fortuna personal supere la mía.

—Es absurdo, en este momento lo que menos me importa es la riqueza del caballero ante la amenaza de ver tu honorabilidad corrompida. Se casarán, así tenga que traer a Hugo a arrastrarlos al altar.

—Eso nunca, prefiero aferrarme a la promesa de matrimonio en el tiempo, cuando él se sienta lo suficientemente preparado. Antes no, se rompería la magia.

—Entonces pondrán distancia de por medio hasta que las circunstancias que el caballero desea sean una realidad.

—Me niego. Viviré mi vida bajo mis propias convicciones.

—¡Altagracia! ¡Debes mantener una conducta decorosa, eres la hija del difunto marqués de Morell de Santa Ana!

—Altagracia ya no existe, abuela, usted sabe que ahora me llamo Grace.