Ambos estaban derrotados sobre el lecho de la cabaña, sus pechos subían y bajaban después de una sesión tan acalorada. Seguían abrazados, desnudos y sudorosos.
—Tengo que irme —musitó Grace con el poco aliento que le quedaba.
—No, quédate a dormir.
—Sabes que no puedo.
—Al menos acompáñame un rato más, aún la tarde es joven.
—Solo un poco.
—¿Continuarás insistiendo en que no eras virgen? Un hombre se da cuenta de esas cosas.
—Por favor, no arruines el momento, ha sido perfecto.
—Creo que debemos empezar por ser más sinceros él uno con el otro. Daré el primer paso. Ya conoces la situación de mi familia, ha empeorado. Dependemos de que John se asocie con su futuro suegro, pero mi hermano ama a la dulce Eloise demasiado y no quiere romperle el corazón. Si ella creyera que John la pretende por el dinero de su padre, mi hermano quedaría devastado.
—John podría hablar con su prometida y exponerle la incertidumbre de su corazón.
—No conoces a mi hermano. Jamás lo hará. Mi padre tiene serios problemas, tal vez venda los bienes de nuestra propiedad que no están unidos al ducado para poder mantenerlo.
—Es terrible.
—Jamás habría salido de mi boca, pero no puedo hacerte mi esposa sin que conozcas lo mejor y lo peor de mi persona. Ya sabes que me enamoré perdidamente de una joven. Bueno, tras su abandono me sentí miserable, me dediqué a formarme y a olvidar. Cuando culminé mi formación volvimos a encontrarnos y, por la atracción que aún quedaba entre ambos, sucumbimos. Fue mi primera mujer. Ella no encontró en el matrimonio lo que imaginó en un principio. Los celos contra su marido, aunado a no verle futuro a nuestra relación, me hicieron tener aspiraciones por otras damas. Mi corazón se había endurecido, ya no me interesaba el amor, ni el cortejo, menos comprometerme. Las mujeres no terminaban de llenarme y siempre volvía a ella, la única que había logrado tocarme el corazón. Creí que jamás me curaría de ese mal. Nos lastimábamos, y hacía mucho que había dejado de ser amor. Después de esa vez que nos sorprendiste en la terraza, entendió que había llegado el final.
—¿Nunca me dirás su nombre?
—No puedo, ante todo tengo principios. La conoces y es una mujer casada. Como caballero, no puedo abrir la boca y perjudicar su honor.
—No quiero que faltes a tu palabra, solo que me siento en desventaja.
—Jamás permitiría que te hiciera daño.
—¿Sabe acerca de lo nuestro?
—Supo que te pretendía antes de tu boda con Emerald.
Grace reflexionó, su secreto, en realidad, ya había sido descubierto. Aunque quería a William y confiaba en él, también temía.
—Nunca volveré a admitirlo, menos ante otra persona, pero sí, era virgen, eres el primer hombre con quien he consumado el acto carnal.
—Lo sé. No necesitas confirmarlo. Y me preocupa. Mi amor, estamos en graves problemas. Tú por mentir, y yo porque no te abandonaré en esta travesía. Dime, ¿de dónde sacaste al pequeño Evan?
—Es el hijo de Emerald. Me casé despechada, siempre he tenido un defecto de carácter y es que a veces no mido mis impulsos. Mi madre me lo reprochó muchas veces, pero no pude corregirme. Te quería, no me importaba que Emerald fuera marqués, y aunque lady Huntington presionaba para que aceptara su cortejo, estaba decidida a elegirte a ti en cuanto me pidieras matrimonio. Incluso con los rumores nefastos que la condesa me trasmitió sobre tu proceder en el pasado. Encontrarte besándola me hizo girar en torno a Emerald, y él fue tan magnánimo y me ofreció recibirme sin pedir nada a cambio que no pude resistirme. Solo quería huir lo más lejos posible de ti.
—¡Oh, por Dios, Grace! Hasta el último momento te rogué perdón.
—Mi orgullo es mi siguiente defecto.
—¿Cómo reprocharte si también lo poseo? —Escuchó receptivo y sin el peso de ningún reclamo en la mirada.
—La noche de bodas intenté entregarme a mi esposo, pero no pude, y él decidió que teníamos todo el tiempo del mundo para esperar. Los meses transcurrieron y nuestra quietud se transformó en cólera de su parte. La espera lo estaba devorando como una hiedra venenosa. Me sentía culpable, pero no podía entregarme a otro hombre, mi corazón era tuyo. Emerald era un caballero, incapaz de forzarme u obligarme a cumplir con mis deberes de esposa. Terminó por entregar sus afectos a otra dama antes de que perdiera los estribos y eso suavizó su carácter.
—¿Cómo falleció Emerald? Jamás me creí que practicando el salto de obstáculos en su propiedad se cayera y tuviera un desenlace fatal. Era un excelente jinete.
—¿Por qué insistes en escarbar en el pasado?
—Porque, seamos amantes o esposos, por encima de todo nos amamos. Hemos desafiado al tiempo y no será la única barrera que tendremos que enfrentar. Debemos conocer nuestros peores pecados para estar preparados en el momento en que salten a la cara.
—El esposo de esa mujer los descubrió, lo retó a duelo, Emerald resultó herido de gravedad y todo se complicó. Sobrevivió muy pocos días después de recibir el disparo. Organizó todo, dejó por escrito su última voluntad y aseguró el futuro de sus hijos. Yo desconocía de su solución, hasta que próximo a su fallecimiento me hizo saber su última voluntad y esta incluía a ese niño, producto de esa relación. Me suplicó que lo tomara como mío, me dio tantas razones y estaba en el lecho de muerte, no pude negarle nada.
—Evan es un bastardo, no debiste aceptar. Ahora has quedado implicada.
—¿Qué fácil es decirlo? ¿Cómo le niegas el último deseo a un moribundo?
—Fue un marido infiel.
—¿Tú dando lecciones de moral? Henry fue una bella persona, yo estaba aterrada cuando tras mi obcecación me di cuenta de que había quedado supeditada a un hombre que no amaba. No me tomó por la fuerza y yo era suya a toda ley, eso supone una integridad que va más allá de la falsa moralidad con la que se dan golpes en el pecho muchos de los aristócratas ingleses. ¿Crees que es el único ilegítimo que pasa como legítimo?
—No me consta.
—Nadie va ventilando sus asuntos a los cuatro vientos, no es la primera vez que se da esta situación y hasta en esferas más altas. Incluso en la realeza. ¿Cuántas mujeres engañan a sus maridos con sus amantes y viceversa? Tú has sido partícipe de dichas peripecias. Los nobles ingleses suelen parecer recatados y en extremo conservadores de las buenas costumbres, pero en las sombras tienen una doble vida que es digna de escandalizar. ¿Cuántos niños pasan como hijo de uno cuando en realidad lo son del amante en turno?
—Por lo general, las mujeres casadas que se lanzan a sus andadas lo hacen después de engendrar al presunto heredero y uno más.
—Es detestable. Evan es hijo de Henry y él decidió dejarle el título.
—Pero es que Emerald no tenía la potestad para decidir, solo le corresponde a la realeza.
—Lo sé. Soy culpable y no me arrepiento.
—¡Grace! ¡Grace!
—¿Vas a echarnos de cabeza?
—¡No, no, por supuesto que no! Es un asunto muy delicado, temo que terminen perjudicados. Grace, ¿cómo te dejaste convencer? Incluso tu matrimonio pudo verse anulado por falta de consumación. ¿Sabes qué significaría?
—Que no sería la marquesa y Evan y yo tendríamos problemas más graves que irnos de Emerald Haven.
—Están usurpando los derechos de los Black sobre el marquesado.
—Es terrible, lo sé y me siento miserable por ello; pero cuando veo a Evan, me lleno de valor y termino supeditada a los deseos de Henry.
—¿Por qué amarrarte a sus designios? Tienes tu propia fortuna, eres rica y joven. Podías haberte vuelto a casar, demostrado incluso que no habías sido mancillada.
—Las reglas de los hombres, las disposiciones y las costumbres, también me dejaron en desventaja frente a mi primo Hugo Buenaventura. Por ser mujer tuve que ver cómo el testamento de mi bisabuelo beneficiaba por encima de mi linaje al heredero, creí que si ayudaba a Evan reivindicaría un orden establecido lleno de incongruencias y atropellos.
—No te corresponde juzgar, menos en otro país tan distinto del tuyo. Pensarán que lo defendiste por motivos personales.
—Y lo hice, Evan es mi hijo desde que lo recibí en mi seno y le negué la humillación de crecer como bastardo, repudiado solo por el origen del acto por el cual fue procreado, porque sus padres son de ascendencia noble de la más alta cuna.
—¡Pero no están casados! ¿Quién es su madre?
—Eso jamás saldrá de mis labios, lo siento. No importa cuánto te ame, pero no me corresponde revelarlo.
La madera de la puerta crujió ante unos golpes acuciados. Grace se asustó por la ferocidad de estos. William la cubrió con una manta y le pidió que hiciera silencio. Se puso de pie y se colocó una bata, se acercó a una ventana y, abriendo solo un resquicio, indagó la procedencia del ruido.
—¿Quién llama?
—Soy yo, milord, Dorita.
—¿Vienes sola?
—Sí.
—Dame un par de minutos. No tardo.
Grace se puso de pie con prisas y comenzó a colocarse sus vestiduras. William se acercó para ayudarla y, cuando ella estuvo lista, tomó sus prendas e hizo lo propio. Aunque no engañaban a nadie, abrieron la puerta e hicieron pasar a la muchacha.
—¿Qué sucede? ¿Por qué la urgencia? ¿Está bien Evan?
—Sí, milady. No es el niño. Tenemos un visitante.
Grace palideció, sabía que el tiempo era escaso para que su cuñado hubiese arribado a la propiedad. En cambio, el conde de Huntington sí podía haber llegado impulsado por su abuela. Palideció.
—¿De quién se trata?
—Lord Arthur Johnson.
—Hubieras empezado por ahí —dijo aliviado William exhalando su inquietud en un suspiro. Volviéndose a Grace, añadió—: Es el único que sabía de mi paradero.
—Creo que debemos ir cuanto antes.
—Adelántate, ve en Luna. Yo iré caminando, no es conveniente que lleguemos a la par. Indica que nos preparen una sala para hablar a solas —pidió él.
Grace salió de la cabaña precedida de Dorita, William las ayudó a ambas a trepar sobre la yegua. Le dio una palmada a su montura para impulsarla a marchar y se las quedó viendo con el semblante muy serio.
William cerró la cabaña y tomó el camino más corto. Aunque había sentido alivio inicial al escuchar nombrarlo, su siguiente reacción fue la zozobra, sabía que su amigo no lo molestaría de no ser algo importante. Rogó porque no fuera lo que se temía, que los problemas de la fortuna Lovelace habían alcanzado límites insostenibles.
Cuando apareció por la puerta principal de la residencia de los Haddon, el mayordomo lo condujo con solemnidad hasta el estudio de Grace, se sorprendió porque fuera ese el sitio elegido, pero más lo hizo al notar que su amada formaba parte de la reunión. Pensó que antes de recibir al visitante iría a cambiarse, la cena estaba próxima y era lo más apropiado. Por la palidez de su rostro y el surco de gravedad que atravesaba su frente, supuso que por una extraña razón sabía, al menos, más que él. No se equivocaba, Dorita la había puesto al tanto por el camino del asunto que atañía al recién llegado.
William lo saludó con afecto, pero sin perder la seriedad.
—Amigo, te eché de menos todo este tiempo —saludó lord Arthur Johnson—. Imagino los motivos que has tenido para abandonarme, tras tu ausencia prolongada comprendí que me quedé sin compañero de juergas.
—¿A qué has venido? —Fue directo al grano, como prefería a diferencia de Arthur que le costaba ser directo y solía andarse por las ramas.
—Tu familia está pasando por terribles momentos.
—¿Qué sucede?
—Tu hermano sufrió un accidente.
William sintió que el cielo y la tierra se juntaban ante sus ojos. El pecho se le apretó, pero aclarándose la voz, preguntó:
—¿Cómo está John? —Arthur negó con la cabeza, no podía pronunciarlo, se le cerró la garganta—. Habla.
—No sobrevivió.
¿Cómo no lo vio antes? Arthur vestía de luto, John había sido como un hermano para él. Grace estaba más pálida que de costumbre. Sintió un dolor profundo y agudo. Odió escucharlo, era algo tan irreversible que lo destrozaba por dentro. No había esperanzas, ni posibilidades de recuperarlo. Su mirada azul se volvió más taciturna, tanto que parecía un abismo inmenso. Recordó su accidente en el pasadizo, pensó cómo se sentiría su familia si él también hubiera muerto. Entendió la seriedad de los riesgos que había tomado de golpe. No quería que nadie sufriera así por él, con esa agonía que terminaba por embotar los sentidos.
—John —murmuró quedamente—. No, no puede ser. El médico que lo ha certificado debe estar equivocado. Debe poder hacerse algo, es muy joven.
—Amigo, debes aceptarlo.
—¿Qué sucedió? ¿Qué tipo de accidente sufrió?
—No abrumemos a la marquesa con detalles tristes. Ya habrá tiempo para ello. Debemos partir de inmediato. Tus padres te esperan.
Ni una lágrima resbaló por su rostro, sus ojos permanecieran húmedos, pero no desbordaron en llanto.
—Puedes tomar uno de nuestros carruajes —sugirió Grace recordando el dolor de su espalda, aunque no se había quejado tras su último acalorado encuentro.
—Iremos a caballo, será más rápido.
—Viajaré a Londres a presentar mis respetos a los duques.
—Te lo agradeceré mucho, será bueno entre tantos rostros encontrarte.
—Iré mañana a primera hora. No puedo antes, debo preparar las condiciones para llevar a mi hijo, en estos momentos no puedo dejarlo.
—Marcha sin prisas, no queremos más calamidades.
Una mirada tuvo que ser suficiente como despedida.