El saloncito del té de la condesa de Huntington se vistió de gala para recibir a lady Emerald y a su abuela. Incluso Agnes, lady Wilson, que estaba visitando a sus padres, se unió a ellas.
—Pensé que habías traído al pequeño lord a Londres —mencionó Agnes.
—Así es, pero se quedó en Haddon House con Dorita, estaba dormido y me dio pesar despertarlo —refirió Grace.
—También muero por ver a mi hermanito —agregó Arlene—. ¿Se quedarán mucho tiempo? De ser así me gustaría estar con ustedes.
—No sé cuánto nos tardaremos esta vez, creo que no será demasiado y no haremos mucha vida social. Mi deseo es regresar cuanto antes a Emerald Haven, pero puedes estar con nosotras en Haddon House mientras estemos en Londres, nada me haría más feliz —admitió Grace.
—Lo más adecuado es que nos visites para que pases tiempo con tu hermano, pero que sigas disfrutando de la hospitalidad de lady Huntington, así podrás continuar participando en las actividades de la temporada que está por terminar —sugirió doña Prudencia temiendo que el hijo del duque visitara a su sobrina y que la tensión que se produjera en el ambiente cuando los dos estuvieran cerca fuera percibida por la señorita.
—Concuerdo con mi prima —intervino lady Huntington.
—¿Cómo la has pasado en Londres? Cuéntame acerca de tu participación en los últimos bailes —pidió Grace a su hijastra.
—Increíble, lady Huntington es una excelente madrina.
—De seguro mejor que yo —añadió Grace con modestia—. Me alegra que te haya recibido y te encamine como lo hizo conmigo.
—Después de todo conseguí un buen matrimonio para lady Emerald —se jactó lady Huntington.
—No existía un mejor partido en Londres que mi padre, ¿verdad?
—Por supuesto —la complació Grace.
—Quien me entristece en demasía es la señorita Foster —musitó Arlene y todas ensombrecieron el rostro al recordar la tragedia que embargaba a los duques de Whitestone—. Ni siquiera llegó a casarse y tener un hijo, debe estar desolada.
—Es una pena. ¿Qué tipo de accidente habrá tenido el joven difunto? ¿Alguna ha escuchado algo al respecto? —indagó la condesa.
—Madre, si los duques no desean ventilarlo, debemos respetarlo —la aplacó Agnes.
—Definitivamente —carraspeó la condesa y no se mencionó más el tema.
Grace se puso de pie y caminó hasta la ventana, se perdió en la imagen de un fresno que estaba plantado cerca, le recordó la vista desde su estudio y los momentos que vivió con William. Aquellos días maravillosos se escurrieron entre sus dedos. Inspiró fuerte, dio gracias porque los momentos que compartieron fueron tan intensos que la llenaron por dentro y esa fuerza no le permitió decaer.
Agnes, que la vio pensativa, se le acercó disimuladamente y le susurró:
—¿Estás afligida por él?
—¡Agnes!
—Es fuerte, saldrá adelante, aunque le costará. Era muy apegado a su hermano mayor, era su referente. Lo admiraba demasiado. Apuesto lo que sea a que mi ilustre madre moverá cielo y tierra para procurar un acercamiento entre ustedes, ahora le parecerá un pretendiente a tu altura.
—¿De qué hablas?
—Mi madre adora los títulos y él es el nuevo heredero.
—Espero que no lo haga, menos en este momento.
—Si hay algo en lo que mi madre es maestra es en conocer la etiqueta, aunque a veces se la salta cuando le conviene, pero en este caso de seguro pondrá el ojo donde pone la bala. Tal vez con un hombre tan fuerte a tu lado, lady Black deje de ser un estorbo en tu vida.
—No necesito desposarme nuevamente para hacer frente a esa arpía.
—Me alegra que pienses así, lo que crea mi madre dista de lo que comparto. Pienso que un secreto compartido es más riesgoso, estarás mejor sola.
El corazón inquieto de Grace no pudo soportar más la impaciencia, necesitaba regresar al lado de Evan y continuar esperando por noticias de William. Se despidieron concluyendo con éxito el compromiso con sus parientes y se regresaron al hogar.
Al introducirse por la entrada principal de Haddon House respiró hondo, solo quería relajarse y disfrutar de observar a su hijo mientras jugaba. Su risa, su olor y sus pocas palabras eran su mayor aliciente. Ni una hora había pasado cuando su sosiego se vio interrumpido por una visita que llegó sin anunciarse.
—¿Qué haces aquí? ¿Sucedió algo? —preguntó asustada al ver arribar a lady Wilson con la hija del difunto marqués de Emerald.
—¿Por qué te sorprende nuestra visita? —indagó Agnes—. Lady Arlene Haddon se quedó con el rostro alargado y con ganas de ver a su hermano, no pude negarme. La he acompañado.
—Sean bienvenidas. Arlene, Dorita te llevará con tu hermano, mi prima y yo tenemos un asunto que resolver.
—No hasta que le dé un beso al pequeño.
—Agnes, por favor, sígueme. No te quitaré mucho tiempo.
Mientras la muchacha caminó sonriente para ver al niño, las señoras se quedaron a solas en el salón de recibir. Tras cerrar la puerta y cerciorarse de que los sirvientes no estuvieran al acecho tomó asiento frente a la recién llegada.
—¡Por Dios, Agnes, debes ser más cauta! ¿Piensas que lady Arlene Haddon no notará tu afán?
—Necesitaba verlo, sé que extremas en precauciones y que lo considerarías poco apropiado. No me quedó más remedio que tomarme el atrevimiento de venir sin ser invitada.
—Las puertas de mi hogar siempre estarán abiertas para ti, pero no es apropiado.
—Aunque lo niegues, noto que estás entusiasmada con lord William Lovelace, ahora lord Godwine, y temo que afecte la seguridad de Evan. La situación ha cambiado y ustedes podrían tener más posibilidades de concretar un compromiso.
—Jamás vería un evento desafortunado como la muerte de su hermano como algo que me acerque a él. ¿Qué te hace pensar que el hecho de convertirse en heredero al ducado exacerbe mi interés?
—Si no lo digo por la primogenitura, eso tal vez le brinde otro panorama a mi madre, no a ti, ni a mí. Lo digo porque eres viuda y has cumplido tu luto y él sigue soltero y, por lo que tu abuela le ha compartido a mi madre, imagino que continúa enamorado de ti.
—¿De qué han hablado?
—De su visita a Emerald Haven.
—¡Jesús! Pensé que se lo había reservado.
—Son amigas, de esas que necesitan buscar apoyo la una en la otra. Mi madre se inclina por el matrimonio, solo le preocupaba su fortuna. Tu abuela, piensa como yo, que estarías mejor sola.
—Al menos no lo sabe el conde, ¿verdad?
—¿Mi padre?, no, se escandalizaría y metería las manos al fuego con tal de mantener a flote el honor de la familia. Si hubieras sabido que amar a Evan traería tantos problemas a tu vida, ¿habrías tomado una decisión diferente?
—Cuando lo dejaste en mis brazos supe que jamás podría traicionarlo, tiene la mirada más honesta que jamás conocí; pero algún día, cuando pueda comprenderlo sin odiarme, tal vez le diga la verdad.
—¡No! No quiero que me desprecie.
—Es el riesgo que tendremos que correr por desafiar las leyes de los hombres.
—Para finalmente dejar a un hombre en posesión del título de su padre.
—No habríamos podido orquestar algo semejante para ayudar a Arlene. Me siento, a veces, culpable por despojar al regordete honorable de los Black. Cuando veo los ojos esmeraldas de nuestro Evan me doy cuenta de que no había otra solución, se lo debo a Henry, fue maravilloso conmigo. Si yo no hubiera aceptado su propuesta de matrimonio tal vez hubiera encontrado otra buena mujer, una que lo habría amarlo y lo hubiera llenado de hijos.
—Tú no tienes la culpa de nada. Yo lo seduje, él era un hombre decente —admitió una vez más con lágrimas en los ojos, culpándose de la desgracia.
—Y tú una buena mujer que se merecía su corazón —le dijo con afecto—. Estaban demasiado cerca y ambos carecían de afecto, el destino se atrevió a juntarlos. ¿Quién soy yo para juzgarlos? Fueron circunstancias penosas, pero al menos conociste el amor que tanto anhelabas.
—Fue un pecado muy grande, ahora sufro las consecuencias.
—Nunca te arrepientas de haberlo amado.
—¿Eso quiere decir que me perdonas? Pensé que jamás lo harías.
—Aunque nadie pueda entenderlo, le diste bellos momentos a Henry, los que hubiese querido darle yo de no haber tenido mi alma comprometida.
—Abducida por el diablo...
—Tenías derecho a enamorarte, como también lo tengo yo.
—Y no soy quién para negártelo, pero Evan...
—Tranquila, Evan es mi hijo, tanto como tuyo. No haría nada que comprometa su posición y, aunque odie mentir, por ese pequeño estoy dispuesta a cometer todos los pecados.
—Siento que Henry y yo estaremos por siempre en deuda contigo, terminamos por corromper tu alma. Entiende mi temor. Si esto saliera a la luz, Evan, mis padres, tú y mi familia sufriríamos las consecuencias.
Un sirviente llamó a la puerta para indicar la presencia de otra persona. Alguien que también llegaba sin avisar. Grace se esperanzó en que fuera William, él debía saber que lo aguardaba desesperada; pero cuando el hombre mencionó a lady Black, Grace creyó que no podía ser más inoportuna.
—Es mejor que no te vea aquí, esa mujer es demasiado astuta y suele atar cabos.
—¿Qué tiene de malo que te visite? Somos primas. Además, he acompañado a lady Arlene Haddon.
—Ve con Arlene y disfruta del pequeño. Mientras, me encargo de la visita.
Lady Black aguardaba con cara de pocos amigos, así que cuando la hicieron pasar, se quejó de los modales de su cuñada. Grace creyó que ya se había tardado en hacer acto de presencia. La invitó a tomar asiento.
—¿En qué puedo ayudarla, querida cuñada?
—Mis conjeturas eran las siguientes: que viéndose viuda y sin heredero, usted se había entregado a un hombre con la intención de embarazarse a toda prisa para robar los derechos de mi primogénito.
—Sería muy sórdida, jamás me quedaría con lo que no me pertenece.
—Palabras vacías. Ya sé que Evan es un bastardo, como siempre lo temí.
—No sucumbiré ante sus calumnias.
—¿Creyó que jamás me enteraría de que había cobijado al ilegítimo de mi hermano?
—No sé de qué habla.
—Me cercioraré de que se haga justicia y que el marquesado vaya a las manos de a quien en realidad pertenece, el heredero varón legítimo de mi padre.
—Lo que afirma no es cierto, ¿acaso es consciente de que al enlodar el título y el apellido, ustedes también saldrán perjudicados?
—No me enredará con sus palabrerías. Usted quedará expuesta cuando se devele el funesto hecho que ha perpetrado. Tendrá que recibir un escarmiento.
—¿En verdad cree que, si levanta una polvareda contra nosotros, usted y sus hijos quedarán indemnes?
—¿Aún no me cree capaz?
—No es que no la crea capaz de usar la maldad para salirse con la suya, simplemente es que no hay evidencia en nuestra contra.
—Tengo una confesión, creo que con eso bastará.
Grace palideció, su único desliz había sido entregarse a William y que por ende descubriera que era virgen. ¿Habría abierto él la boca? Lo había visto bastante turbado ante el hallazgo y, si en un golpe de moral había considerado lo acontecido demasiado sórdido para pasarlo por alto, ¿habría decidido alertar a quien consideraba perjudicado en su derecho? Si él la había traicionado solo podría significar que no la amaba lo suficiente. Si esa era la carta que la vizcondesa tenía bajo la manga, sería su palabra contra la suya. Pensó en los sirvientes; aunque a ninguno le constaba que había cedido a sus pretensiones, podrían testificar de la permanencia del caballero en la propiedad y de sus largos encierros en el estudio. Respiró hondo y le devolvió una mirada decidida y desafiante a lady Black. No permitiría que la duda la hiciera flaquear, lo negaría por siempre, se lo había prometido a Emerald.
—Usted debe irse de inmediato de esta casa, antes de que su osadía me haga sacarla de una forma poco elegante. Jamás regrese con sus insinuaciones —la desafió.
—Usted es quien se irá.
—¿Perdón?
—Le daré un plazo corto para que haga su equipaje tanto de Haddon House como de Emerald Haven, desgraciadamente no soy tan malvada como siempre ha creído. Tendré que tragarme mi rabia y dejar que este acto reprobable quede impune. No puedo enlodar el buen nombre de mi padre, y aunque mi hermano tampoco me favoreció ni a mis hijos ni a mí con su última voluntad, todavía lo quiero.
Lady Black sacó de su bolso de mano un documento que Grace no reconoció. No sabía cómo había llegado a sus manos, jamás lo había visto. Leyó algunas frases de lejos, lady Black ni siquiera se lo dejó tocar, era un salvoconducto que Emerald había elaborado con su último aliento para eximirla de toda culpa si algún día salía a la luz el verdadero origen de Evan. Por lo que pudo alcanzar a leer, no hacía alusión al hecho de que su matrimonio jamás se había consumado. Dolorosamente, la marquesa vio cómo un papel que buscaba el objeto de protegerla la condenaba para siempre.
—¿Y pretende que salga de sus vidas como si nada? ¿Qué explicación dará por mi ausencia?
—Usted no es nada de Evan ni de Arlene, no tiene por qué responsabilizarse de ellos, así que quedarán bajo mi cuidado. Como ante la sociedad es su madre y la viuda de mi hermano, diremos que su salud está debilitada y necesitó marchar con su familia.
—No puede exiliarme.
—Su dote y su fortuna personal es cuantiosa, podrá arreglárselas.
—Y es lo que menos me preocupa, soy la madre de Evan.
—Dejará un documento firmado donde me autoriza para velar por sus responsabilidades con el marquesado y con mi sobrino.
—Nunca, cada vez que requiera mi firma tendrá que hacerme buscar.
—¿Y pretende que la haga llamar a ese confín del mundo de donde procede?
—Usted podrá sacarme bajo amenaza de las propiedades de mi difunto esposo, pero no me marcharé de Inglaterra, jamás abandonaré a Evan. Él se va conmigo.
—¡No! Se hará la voluntad de Henry, ese niño es su heredero.
—Entonces estaré lo suficientemente cerca para tenderle la mano cuando lo necesite, cuando requiera de mi autorización para algún trámite.
—Se marcha hoy de Haddon House y le doy el tiempo suficiente para que emprenda el viaje a Dorset, pernoctar una o dos noches, tomar sus pertenencias y dejar establecido que, de ahora en lo adelante, yo velaré por los intereses de mi sobrino. —Grace la miró indignada, pero sabía que no tenía otra salida—. Una cosa más, ¿quién es la madre del niño? ¿Acaso sabe con quién pecó mi hermano?
—Pregúntele a quien tan amablemente le entregó el documento que hoy utiliza para chantajearme.
—¿Por qué la protege? Se burló de su matrimonio.
—De usted protegería hasta a mi peor enemigo.
Una lágrima le resbaló por la mejilla, se sentía víctima de su propia telaraña.