33

Grace pidió que prepararan el equipaje de inmediato de su abuela, ella y Dorita. Y mientras las doncellas se afanaban, les comunicó a ambas, incluida Agnes, que todavía estaba en Haddon House, la difícil conversación sostenida con la fría lady Black. Lady Wilson se llevó las manos al corazón a punto del colapso. Su vida entera pendía de un hilo, amaba a Evan, pero el escarnio público podría dejar sin futuro a sus hijos y al resto de la familia. Grace intentó tranquilizarla.

—Tu secreto está a salvo, ninguna dirá una sola palabra.

La vieron llorar, amenazada por el afilado sable de la adversidad, entre amores de igual magnitud que no podía contraponer. Doña Prudencia intentó calmarla, le dolía su temor y hacía tiempo que había decidido no juzgarla, bastante tenía con su pena y con los reproches provenientes de su propia madre.

—Lo siento mucho. Me voy, pasaré a darle un abrazo al pequeño, de hoy en adelante será difícil que pueda volver a acercarme —murmuró lady Wilson, sonrojada por la vergüenza y el dolor.

—Anda —le dijo Grace.

—No podemos dejar a Evan con esa bruja —parloteó Dorita—. Mi niña, puedo quedarme como su nana.

—No lo permitiría. Nos quiere fuera y lo mejor es no desafiarla. Ha decidido mantener a Evan en su lugar, también teme al escándalo y no quiere manchar ni el título ni el apellido con semejante descubrimiento.

—¿Se dará por vencida?

—Ahora lo único que me importa es que Evan esté bien, que no sea perjudicado y que se cumpla la última voluntad de su padre.

—¿Qué le diremos a lady Arlene?

—Por favor, abuela, ¿podría usted decirle que no puede regresarse con lady Wilson? Su tía también la ha reclamado. Es parte de lo que me arrebata. Si le pide explicaciones, tendremos que apegarnos a lo estipulado por la vizcondesa, que, por problemas de salud de mi parte, ellos estarán una temporada con su tía.

—¿A dónde se supone que iremos?

—Por lo pronto, a Emerald Haven por lo que es nuestro, y a despedirnos de ese hermoso lugar al que no sé si podremos volver a llamar hogar. Después, le pediremos asilo a su prima por un breve tiempo.

—Regresemos a España o si lo prefieres a La Habana.

—No, no le daré ese gusto a lady Black. Buscaremos una casa digna de nuestro nombre y fortuna para las dos, de preferencia en las afueras de Londres. Mientras no vuelva a casarme seguiré siendo la marquesa viuda de Emerald, la vizcondesa no puede librarse de mí, soy la tutora legal del pequeño, el testamento de Henry me favorece para esos fines.

—Pero estarás supeditada a sus deseos, intentará manipularte a su antojo con amenazas, con chantajes.

—Y me defenderé, no me estoy dando por vencida. Debe existir una forma de recuperar a la luz de mis ojos.

—Tal vez deberías dejar ese pasaje de tu vida atrás, es lamentable por Evan, por Agnes, pero eres joven. Todavía puedes casarte, tener tus propios hijos.

—Evan es mi hijo, lo cuidé desde el primer día de nacido. Jamás renunciaré a él.

Cuando el equipaje estuvo en el carruaje, Grace aún abrazaba al niño que se le había dormido en los brazos. Permanecía aferrada a él, con los ojos secos y los sentidos embotados. Lo salpicó de silenciosos besos, inspiró su aroma para llevárselo consigo. El dolor de separarse de Evan la devastó por completo, como una tierra fértil que se ve arrasada primero por un huracán y después por un largo invierno. Quedó completamente vacía. Todo su mundo se deshizo entre sus manos al tener que dejarlo atrás.

Cuando llegó a Emerald Haven, las lágrimas que había vertido durante todo el camino ya se habían secado sobre su rostro. Recordó la paz que sintió el día que regresó y se instaló en el castillo. Lo sentía su hogar. No dio explicaciones a los sirvientes, solo dispuso que prepararan todas sus pertenencias para ser trasladadas. El mayordomo estuvo solicito, más que de costumbre, y con su habitual cuello estirado, sin ninguna expresión, cumplió lo solicitado. El ama de llaves se mostró intrigada por los movimientos y lo estuvo más aún cuando llegó una carta a sus manos con orden tajante de lady Black.

Grace tomó la hoja que la señora Hoffman le entregaba y la desdobló para revisar qué la tenía tan consternada. Era su despido y la notificación de que sería remunerada por los servicios prestados, pero que ya no la requerían en Emerald Haven.

—¿Tiene lady Black poder para quitarme el trabajo? —indagó preocupada la mujer.

—Lo siento, señora Hoffman, usted fue muy leal, pero la vizcondesa nos ha tendido una trampa. Ayudada por alguno aquí dentro, que de seguro también ha dado cuenta de su lealtad hacia mí.

—Pero solo la he servido con eficiencia, es mi función. No entiendo nada.

—Le ruego que me perdone por no poder hacer más por usted, pronto dispondré de otra vivienda, para ese entonces necesitaré de una buena ama de llaves. Si lo desea podría usted tomar el puesto.

—¿Entonces también se va para siempre? —Grace asintió—. Acepto.

—¿Tiene dónde quedarse hasta que logre resolver mi situación?

—Puedo permanecer en Dorset e instalarme con mi hermano y su familia. Trabajaré mientras tanto en lo que aparezca.

—Déjeme sus datos, enviaré por usted en cuanto me sea posible. Ahora tomaré un largo baño e intentaré descansar. Mañana temprano, ambas tendremos que salir de Emerald Haven.

Sentía el cuerpo pesado y lánguido a la vez. Solo pensaba en secarse, colocarse una bata y colarse debajo de unas cálidas mantas, pero sus músculos estaban tan tensos y el agua tibia le hacía tanto bien que no pudo salirse de la enorme bañera de madera. Cerró los ojos, no podría descansar, pero quería intentarlo. Su cuerpo lo imploraba, a pesar de que su mente seguía intranquila. En medio del estado de duermevela, la sobresaltaron dos toques en la puerta. Apareció Dorita.

—Las doncellas no tardarán en venir para sacar la bañera —dijo colocando una bandeja con fruta y vino sobre una mesa, así como una bata de algodón muy suave cerca de la bañera—. ¿La ayudo a secarse?

—Solo trae más agua caliente, me ayuda a relajarme.

La muchacha obedeció y Grace sintió que el calor de aquel líquido vital y el aroma de los aceites y los jabones la relajaban.

—¿Aguardo hasta que desee salir?

—No es necesario, puedes ir a descansar.

—¿Y la bañera?

—La pueden retirar mañana.

—Por favor, coma algo antes de dormir, hay fruta, pan.

—Descuida.

Volvió a recostarse y cerrar los párpados, mientras dos lágrimas volvían a escaparse de sus ojos. Dos toques más sobre la puerta, Dorita otra vez.

—¿Y ahora qué ocurre? En verdad estaré bien.

—El ama de llaves estaba cerrando la puerta de servicio cuando apareció esa alma turbia, pidió hablar con usted y ella, con suma discreción, lo ha hecho pasar a un saloncito y me lo ha comunicado. ¿Le parece si lo alojo en la cabaña y mañana temprano acude a verlo?

—No tenemos tanto tiempo —dijo sobresaltada y con el corazón disparándole sangre a borbotones—. Debo verlo ahora.

—¿Bajará?

—Hazlo subir de inmediato.

—Pero usted no está presentable.

—Me adecentaré mientras sube.

—Es un riesgo enorme.

—Tú sabes ser muy discreta.

La puerta se abrió como impulsada por el viento y Dorita se quedó espantada. William, lord Godwine, vestido de negro, con capa y sombrero, estaba de pie frente a esta. La mujer supo que estaba de más y se escurrió fuera de la habitación. El caballero entró, pasó el cerrojo y corrió hasta sus brazos, ella se puso de pie completamente empapada y lo abrazó largamente, suspiró y contuvo sus lágrimas, no quería agobiarlo con su pena.

—He partido en cuanto supe que te habías marchado. Perdóname, no pude propiciar un encuentro antes. Mi familia...

—Tranquilo, no me he marchado porque no hayas logrado un acercamiento, tuve asuntos urgentes, entiendo tu situación.

—Por un momento pensé que me reprochabas el distanciamiento. No dudes ni por un segundo mi amor —murmuró atormentado por sus propios conflictos y sintiendo su trémula carne como su personal remanso de paz.

Lo estrechó con más fuerza y se perdió en sus brazos.

—Ven —le susurró Grace—. Desnúdate, hay lugar para ti, el agua está caliente.

Presto se quitó el sombrero, la capa, la chaqueta, las botas y continuó con su demás indumentaria con el deseo flotando en el brillo del azul de su mirada, que se veía más oscuro durante la noche.

—Te extrañé demasiado —dijo quedando portentoso como Dios lo había traído al mundo. Coló un pie primero y luego el otro, se acomodó detrás de Grace y se sumergió hasta el pecho. Recostó su espalda contra el canto norte de la bañera y la atrajo contra su cuerpo, empapándose de la tibieza de su sensualidad.

—Te esperé cada minuto, aguardando el momento en que volvieras a mis brazos.

—Es maravilloso que nos encontremos en Emerald Haven, este sitio se ha vuelto un refugio también para mí. Aquí tengo verdadera paz. La necesitaba.

William le acarició los mechones cobrizos empapados, le parecía una ninfa, sublime y apasionada, se apoderó de sus labios sin dilatar más la espera. La tomó de las caderas y se la sentó encima, frente a su pecho. Ella era la luz que se abría paso en su atormentada existencia, un rayo de sol que avisaba que algún día acabaría la tormenta. La miró con una mezcla de amor, dolor y vida. Solo quería perderse en su voluptuosidad, su calor.

Grace no ofreció resistencia, no se sintió presa de sus temores, como otras veces, su cuerpo respondió ante la urgencia de la hombría de su amante. William la tomó casi al primer contacto de sus pieles, sin previo aviso. Su virilidad se abrió paso entre sus piernas hasta acabar aprisionada en lo más profundo de su ser; después se retiró lo suficiente para volver a introducirse desbocado en su vientre con un arremeter descontrolado y salvaje que convirtió sus cuerpos en uno solo. Ella lo afianzó por los cabellos y se apoderó de sus firmes labios, dejándose conquistar tramo a tramo, estremecida de tanto amor y placer. Mientras, él la poseía como si no fuera dueño de sus propios actos, como si el vínculo que los hacía converger hablara por los dos. Grace supo que si un día lo perdía jamás se recobraría de su ausencia; con ningún otro podría sentir así, la había marcado para siempre desde la primera vez que sus ojos habían hecho contacto: le pertenecía.

William aceleró la frecuencia de sus arremetidas, mientras le susurraba cuánto la necesitaba y la amaba. Eran devorados por idéntico sentimiento y por la misma intensidad. Ella se perdió en el mar de caricias y en las sensaciones que su ardor le provocaba. Él la aprisionó por las caderas y la obligó a danzar a su propio ritmo, uno contra el otro, enloquecidos, hasta que fueron desbordados por un poderoso temblor, a las puertas del clímax, que los hizo gritar, mirarse a los ojos y jurarse que estarían juntos hasta el fin de sus días.

—¿Eres mía, siempre serás mía? —demandó con la voz ronca. Requería escucharla para poder liberarse. Ella seguía sumida en el elixir previo al éxtasis, él presionó las yemas de sus dedos contra la piel de su torso. Gritó—: ¡Respóndeme!

—Tuya, tuya, solo tuya.

Y al fin William pudo derramar hasta la última gota de su simiente en su interior, mientras ella palpitaba al unísono, entregándole todo su placer. Él quiso creerle; aunque le hubiera arrancado las palabras durante ese instante en que estaba embriagada por el goce intenso de las convulsiones que sacudían su cuerpo dominado por el orgasmo, sabía que cuando su marquesa pensara con claridad defendería sus ideas acerca de su libertad, pero no le importaba, por eso la amaba hasta la locura. Altagracia había llegado a su vida para sacudirla, para hacer temblar su mundo, y ya no quería prescindir de la fuerza que irradiaba su espíritu.

Se elevó con ella encima, tomándola con fuerza en sus brazos mientras el agua caía desparramada. Caminó hasta la cama y la colocó sobre las mantas, ignorando que ambos estaban empapados. Se subió encima, negado a prescindir del contacto con su piel. La continuó besando, bebiendo los restos del agua que había quedado como rocío salpicando sus senos, hasta que ella lo convenció de apoyar la cabeza sobre su pecho para que descansara del largo viaje. Si no lo hubiera frenado, William no habría parado hasta tomarla de todas las formas posibles, y se veía extenuado por el viaje y por la pérdida.

Intentó establecer una conversación, le acarició los cabellos rebeldes e indagó por su salud.

—¿Estás mejor de tu espalda? —William se alzó de hombros y Grace intentó masajearlo. Él gimió aliviado. Ella esperó que su encuentro ardiente no fuera a lastimarlo más. Su amante apasionada parecía olvidar la prescripción médica de continuo, más cuando se trataba de poseerla. Indagó por la situación en Primrose Hall—. ¿Cómo sigue su excelencia?

—Muy delicado, ese es otro asunto que me tiene preocupado —afirmó jugando con sus dos blancas colinas—. El médico primero nos dijo a mi madre y a mí que nos preparáramos para lo peor. Después nos dio esperanzas y ahora nos ha dejado a la deriva. Mi padre está muy agobiado por la pérdida y lo entiendo, la culpa es devastadora.

—¿Culpa?

—Mi hermano no murió en un accidente de caza, como hicimos creer. —Abandonó su cuerpo y se arrodilló sobre el lecho llevándosela con él, haciéndola sentarse. La miró al centro de los ojos y abrió su alma—: John se quitó la vida.

Grace se quedó boquiabierta, recordó al difunto lord Godwine, su gallardía, su fortaleza y su juventud. Tragó en seco. Ni siquiera preguntó por qué, lo consideraba imprudente, más recordando la conversación que tiempo atrás había espiado entre su excelencia el duque de Whitestone y su primogénito.

—Lo lamento tanto. —Le besó los ojos adoloridos. Se le encogía el alma al notar su tristeza. Se veía débil, extenuado, como si requiriera dormir por años para recuperarse. Se puso de pie y le trajo fruta y vino, él negó el alimento y tomó la bebida.

—Me siento culpable. Sé que mi padre lo empujó a un callejón sin salida cuyo peso lo está matando, pero yo lo dejé solo.

Grace le sostuvo la cabeza entre sus manos, le besó los pómulos altivos. Quería quitar la sombra de su semblante, su pesar, su rabia.

—Tú no podías saber que atentaría contra su vida.

—Corrí tras de ti, dando rienda suelta a mis deseos, me quedé aquí en Emerald Haven, feliz a tu lado y abandoné a John. Sabía que la situación estaba peor que otras veces, pero creí ingenuamente que se las arreglarían para salir a flote, como de costumbre. ¡Qué equivocado estaba!

Grace vio lo que pensó que nunca presenciaría, dos lágrimas bajaron por las mejillas de William, mientras su mirada se perdía en el hubiera.

—Solemos culparnos por la pérdida de un familiar cercano, más en las circunstancias de tu hermano. Tal vez no era una persona feliz.

—No, John no estaba feliz con su vida y no hice nada. Mi padre nos educó y nos dio estudios, luego nos soltó las riendas. Sabía lo que hacía, nos permitió probar todos los placeres, perdernos en ellos. Cuando tuvimos la primera crisis de dinero, tiró de la cuerda, no de la mía. John era el primogénito, a él le tocó sacar el cuello por el ducado. Mi padre intentó arreglar un matrimonio ventajoso para él, pero mi hermano se negó rotundamente y su excelencia renegó de él.

—Toma. —Grace le sirvió otra copa de vino, era lo más fuerte que tenía en la habitación. Él bebió hasta la mitad de la copa y se secó las solitarias lágrimas de un manotazo.

—John quedó devastado y perdido, terminó por entregarse por completo a una dama con quien había compartido un affaire. Se volvió su amante, y ella comenzó a solventar sus gastos y ayudar al duque con sus problemas, se volvió indispensable a cambio de ciertos favores que mi padre hizo para ella gracias a sus conexiones.

—¿De ahí los rumores del joven Lovelace «prostituto de la nobleza» que recayeron sobre tu persona?

—Posiblemente, aún intento desentrañar de dónde surgieron. Ambos quedamos manchados, pero en un círculo muy reducido.

—No quiero que te sientas humillado.

—Ni lo menciones, es vergonzoso.

—¿Tuviste acuerdos similares a esos?

—¡No! Mi padre solo presionó a John. Yo era más difícil de convencer. Esa dama de cierta forma fue de ayuda, lo hizo centrarse y hubo afecto de por medio. Con su empuje y sus consejos, mi hermano comenzó a encaminarse, enderezó el rumbo, dejó las noches de juerga e intentó sacar los negocios de la familia a flote. Pero mi padre no estaba dispuesto a ceder el timón del barco, sus excesos en la construcción interminable de Whitestone Palace, unido a su mala administración de los ingresos, nos hizo caer una y otra vez.

—¿Es la condesa de Bridgewater?

—¿Cómo lo dedujiste?

—Sus actitudes: sus aires de posesión, su desprecio a la señorita Foster, su cercanía a tu familia. Creí que era la dama misteriosa, pero como me aseguraste que no era ella, até cabos.

—¡La pobre y dulce Eloise está devastada! Si supiera que indirectamente fue la gota que derramó el vaso. En medio de su batallar, John conoce a la señorita Foster, ya era más maduro y, aunque era plebeya, decidió que nadie se inmiscuiría en su relación. Mi padre se opuso al principio, pero al darse cuenta de que era una riquísima heredera terminó por aceptar.

—Y comenzó a presionar a John para sacar provecho económico de la situación, lo recuerdo.

—La encantadora Eloise de un lado, la vergüenza por las intenciones de mi padre de otro, las deudas y los compromisos financieros que no podría saldar, entre otros atolladeros sentimentales, llevaron a su atormentada cabeza a creer que la única salida era quitarse la vida.

—No te lastimes más, amor. Quizás es cierto y todo lo que refieres influyó en la decisión fatal que tomó tu hermano, pero desgraciadamente ya no podemos revertirlo.

—Y ahora me ha dejado en el sitio que él no quería, yo tendré que responder, que hacerme cargo. Soy el heredero, el heredero de deudas, conflictos y dolor. Mi padre está en una cama, los acreedores nos están presionando. No puedo exponer a mi madre a la vergüenza. Debo hacerle frente al conflicto familiar.

—Debe existir un modo de resolverlo.

—Mi padre se rehúsa a perder su tabla de salvación, ha arreglado mi matrimonio con Eloise con el padre de esta para cuando pasen los tiempos estipulados para el luto. Es desfachatado, lo sé, pero extrañamente el señor Foster, que no quiere renunciar a tener una hija duquesa, ha aceptado ayudarnos a mantener el ducado —le dijo mirándola a los ojos.

—Eso, la salida fácil, muy de tu estilo. No me sorprende. De cierta forma lo veía venir. —Sintió como un nudo cerrado se apretaba en su garganta, todo su cuerpo se debilitó.

—No he aceptado. —Grace sintió que el nudo comenzó a deshacerse, exhaló fuerte comenzando a sentir alivio—. Aprecio a Eloise y mi hermano realmente la amaba. Ella está devastada. No podría hacerle daño y casarme con ella sin amor, menos sabiendo los verdaderos motivos: el dinero de su progenitor. El señor Foster, aún más interesado que mi padre en conservar el lazo, si eso es posible, ofreció a su segunda hija, Josephine. Es aún más joven que Eloise y apenas fue presentada esta temporada en sociedad.

La imagen de la chica pasó de pronto por la mente de Grace, jamás le había dado importancia. Recordó que era tan bonita y dulce como su hermana, pero más joven. Se sintió amenazada.

—¿La otra señorita Foster?

—No te pediré que te cases conmigo, no para salvarme de la ruina. Sé que en el futuro me lo reprocharás y conozco tu aversión a quedar supeditada al poder de un caballero, incluso si ese hombre fuera yo.

—Es verdad —le dijo. Pero también era cierto que ya había reconocido para sus adentros que lo amaba, que no quería vivir sin él. Un dolor a la altura del estómago la alertó de su urgencia, tal vez sería capaz de renunciar a su libertad con tal de no perder a William. La agonía se escapaba por sus ojos, la de imaginar que otra mujer tuviera derechos sobre el hombre que amaba y lazos legales poderosos como los del matrimonio.

—Di algo —imploró notando su pesar.

¿Sería capaz de doblegar su orgullo y casarse con Grace si ella se lo pedía? ¿Podría Grace cambiar su modo de pensar y aceptarlo como esposo para que nada los separase?

—¿Estás pensando en aceptar? —preguntó apenas sin voz, el nudo se cerró en su garganta y tuvo que inspirar fuerte para que se le escuchara.

—Nuestra situación es delicada. De la fortuna que me legó mi abuelo materno no queda nada, de la dote de mi madre tampoco. —Negó—. Hay unas tierras que no están ligadas al ducado, que cedimos en prenda, si no pagamos lo que debemos a uno de los acreedores se quedará con ellas.

—Tienes que rescatarlas y venderlas. Debe haber algo más que puedan empeñar.

—Tengo que revisar los libros. Reconozco que mi padre, en su afán de poseer uno de los ducados más prominentes de Inglaterra, ha hecho pasar como parte de la fortuna bienes que en realidad no forman parte de la herencia Whitestone.

—Hazlo.

—No he hecho otra cosa desde que arribé a Londres que investigar, pero todo está enmarañado. Mi padre se niega a dar razones y en su estado no puedo atormentarlo más, mi madre también debe saber, pero está tan afligida que no quiero añadir otra preocupación a su pena. Ese era uno de los motivos de conflicto entre John y mi padre. La deuda cada vez se hace mayor porque su excelencia, el duque, no quiere deshacerse de nada.

—No puedes rendirte.

—Cada vez que abro un libro de cuentas lo que me encuentro es desalentador. Mi madre me ha rogado con lágrimas en los ojos que no la haga pasar por la humillación de enfrentar la mirada de Londres sobre su desgracia, tampoco quiere deshacerse de bienes que solo son como naipes en el castillo de la opulencia Whitestone.

—¿Te casarás? ¿Cómo quedamos nosotros?

—¡Oh, cariño! Te seguiré amando y continuaré viniendo a verte con la misma frecuencia.

—Ella será tu dueña, no sé si pueda soportarlo.

—Mi corazón es tuyo, ella solo figurará en un acta.

—¿Hablas en serio? Tendrás que yacer a su lado, darle hijos por el ducado.

La miró inexorablemente, comprendió que ante cada frase que brotara de sus labios para calmarla, ella arremetería. La abrazó con fuerzas mientras Grace se quedaba impávida, renuente a seguir sintiendo aquel tormento que amenazaba con despedazarla. William resbaló a lo largo de su cuerpo hasta quedar postrado de rodillas para implorarle que lo desposara, pero los sonidos no emergieron de su garganta por orgullo. La apretó más fuerte mientras suplicaba para sus adentros: «Pídemelo, Grace, dime que me case contigo y en contra de los designios de mi padre y de mi propio orgullo te desposaré a ti y estaremos unidos para siempre».

—Levántate y sal. Necesito organizar mis ideas y lo hago mejor cuando no estás presente saboteando mi cordura.

Su dureza lo hirió profundamente, como una daga envenenada.

—¿He venido con el alma rota y lo único que se te ocurre es echarme?

—¿Es que no sé qué pretendes, William? Vienes y me insultas en todas las formas posibles y pretendes que también caiga a tus pies.

William se elevó cuan largo era y sacudió la cabeza, no se sorprendió, era la Grace que conocía, altanera, soberbia.

—Dime, amor, ¿en qué forma te he ofendido?

—No respetaste nuestro trato. Íbamos a renunciar a los convencionalismos, a los matrimonios arreglados, íbamos a amarnos libremente.

—Entiende que tenemos una dificultad económica que será nuestra ruina, soy el último as bajo la manga de mi padre.

—Te usará como moneda de cambio, Dios le ha dado un hijo fuerte, saludable y con una cara de ángel, y la mejor forma de utilizarlo es vendiéndolo como ganado para salvarse de dejar sus arcas vacías.

—No solo lo hace por salvar su pellejo, también el mío, yo lo heredaré a su totalidad.

—Entonces ya no eres su moneda de cambio, eres su cómplice.

—¡Oh, Grace! ¡Logras exasperar mi paciencia! ¡Jamás me había abierto tanto con una mujer y no dudas en pisotear mi hombría! ¡No sigas presionando tu pie contra mi cabeza o terminaremos escupiendo veneno! ¡Sabes que te amo! Concéntrate en lo que siento por ti y aleja la ira que te está cegando.

—Hay muchas salidas para ti, solo tienes que dejar tu modo de vida y lanzarte. Mi padre recibió un marquesado en ruinas también, vendió sus tierras y se fue a América a conquistar su destino. Hizo tanto dinero que incluso le hizo favores a su majestad, se ganó la grandeza de España.

—Ya sé que tu progenitor era ávido para los negocios y sé de su arrojo, pero el mío no accederá a deshacerse de sus tierras, para él sería sinónimo de perder su honor.

—Mi madre estuvo a su lado en todo el proceso apoyándolo. No te abandonaré.

—Y no lo dudo, Grace, pero aún son sus tierras, su título, sus bienes; no puedo empeñarlos.

—Un hombre decente buscaría la forma de salir adelante sin vender su alma al diablo. Baja de las alturas y haz algo de provecho, pide un préstamo y has un negocio sustancioso. Recuerdo que Hugo, el duque de San Sebastián, en el peor momento de su vida, cuando mi padre le quitó todo, con un préstamo de su mejor amigo, don Carlos Enrique del Alba, hizo negocios que le permitieron salir a flote.

—No me compares con tu cuñado, ya sé que lo admiras, pero no somos iguales.

—Yo podría ayudarte y prestarte lo que necesites.

—¡No! Sería deshonroso aceptar tu dinero, las deudas son elevadas.

—Pero sí puedes aceptar el de tu futura esposa.

—¡A ella no la amo!

—Pero lo harás cuando convivan cada vez, en el desayuno, el almuerzo, la cena, cuando cohabiten en la alcoba, cuando robes su virginidad, cuando te dé hijos. —Sus lágrimas gruesas rodaron por sus mejillas hasta estrellarse sobre el piso de madera lustrada.

—¡Grace! ¡Basta!

—Es que no lo entiendes, será tu dueña.

—Mi dueña eres tú. Mi corazón es tuyo. ¿Acaso no escuchas todas las locuras que me haces decir? Vendré a verte cada una de las noches que me lo pidas —indicó con las mejillas coloreadas de rojo por el acaloramiento que sentía.

—¡Me convertirás en tu amante de manera oficial! —gritó furibunda.

—¡Eso nunca! Estamos en igualdad de condiciones, ¿recuerdas? Somos dos personas libres que se aman.

—Ya no seremos dos libertinos que eligen su destino, el día que te cases serás un marido infiel y yo tu querida. Esa no es la idea de amar con libertad que tenía en mi mente. Creo que es mejor que nos demos un tiempo. Necesito pensar si aún te quiero en mi vida.

—No lo hagas. No puedo vivir sin ti —murmuró apretando los dientes. Lamentaba haberse enamorado de una mujer tan complicada, habría sido más fácil someterla a sus designios de macho como solía hacer con su último amorío, con la que bastaba una orden de sus labios para que aquella accediera a sus demandas con mirada de cordero suplicante. «¡Maldición, pero si fuera diferente no se me habría metido tan adentro! Tengo que hacer algo para no perderla, algo más inteligente que someterla o imponerme. ¡Necesito que me escuche con el corazón!», pensó él.

—Déjame libre, William, por favor.

—¡No! —objetó mirándola a los ojos muy profundamente y se esforzó para no perderla—. Tú seguirás siendo una gran mujer, mi bella marquesa enamorada, libre, decidida. Tu único pecado será amarme, pero no sentencies a muerte lo que nos une. Jamás te ha importado lo que piense la gente. Lo nuestro seguirá siendo un secreto, solo tuyo y mío. Mantendré tu honor a salvo con mi propia vida, pero no rompas el trato.

—Lo sabré yo, me bastará para odiarte y detestarme. No es lo que tenía en mente. ¡Vete!

—¿Estás segura, Grace? Si me despides por tu arranque irracional no volveré. Hablemos como adultos civilizados, podemos llegar a un arreglo.

—Si no vuelves como un hombre decente a mi puerta, no lo hagas.

—¿Qué pretendes? Mi padre se está muriendo, no importa lo que haga va a morir, solo quiero que se vaya en paz. ¿Quieres que me niegue a sus deseos, que lo deje fallecer deshonrado y en la ruina para que, una vez que herede, venda las tierras e incluso el título para demostrarte que tu extraña manera de entender el honor es lo único válido?

—No te he pedido que hagas eso.

—¿Estás segura? Siento mucho no ser el hombre que deseas para ser tu compañero de vida. Eres valiente, tienes ideas valiosas que te ponen por encima de la forma de pensar de otras féminas, has salido adelante en los negocios, eres admirable, pero pasas por alto un detalle, tampoco empezaste de cero. Te respalda la herencia de tu abuela y la suma cuantiosa que te dio tu cuñado. Es más fácil tener ideas liberales cuando cuentas con un colchón para tomar impulso.

—Eres un cretino. Es verdad que he tenido la suerte de heredar, que no he empezado de cero, pero cuando tuve la oportunidad no la desaproveché y le saqué el mejor partido. Tú tuviste la herencia de tu abuelo. ¿Qué destino le diste? Dicen que la desperdiciaste en tus viajes por el mundo, en mujeres y en juergas. ¿Qué han hecho su excelencia y tú con la oportunidad que tuvieron de nacimiento? Ustedes también pudieron hacerlo diferente, pero prefirieron vivir como si fueran intocables, como si la providencia jamás tuviera intenciones de darles la espalda. Tú derrochaste tu suerte y, en vez de convencer a tu padre de llevar sus negocios de modo más eficiente, te dedicaste a ir de amante en amante, no me reclames por ser más centrada que tú, por tener los pies en la tierra.

—¿Eso piensas de mí? Tú tampoco has sido muy honorable, tu padre se retorcería en su tumba de saber a su primogénita en arreglos con un caballero para satisfacerla en la cama.

La mano de Grace se estampó sobre el rostro de William que ni siquiera se movió.

—¿Me estás diciendo mujerzuela?

—¡Maldición! ¡No! Está sucediendo justo lo que quería evitar, hemos terminado injuriándonos, sabes que no lo pienso. El odio habló por mí.

—Un hombre puede tener no una, varias amantes, y eso no es criticable. Una mujer solvente sucumbe ante las redes de la pasión y eso la convierte en un ser deplorable. Yo no te necesito, puedo seguir adelante y sustituirte por un amante menos problemático cuando me apetezca. ¡Lárgate con tu prometida virgen! ¡Sálvate como tú y tu padre han orquestado hacerlo y deja a esta mujerzuela en paz!

—¡Grace, te amo y te respeto más que a mí mismo! ¡No me condenes por lo que he dicho en un minuto de ira! ¡Perdóname!

—No te condeno, simplemente me he dado cuenta de que no sé qué diablos hacemos juntos. Tú y yo somos muy diferentes, vemos la vida desde dos puntos contradictorios. Tú eres todo lo que para mí está en decadencia y yo soy para ti...

—Tú eres mi vida, no sigas torturándote con tus propias palabras. Yo estoy perdidamente enamorado, Grace. Soy capaz de doblegar mi enorme orgullo por ti, solo dime qué hago para contentarte y lo haré, pero no me dejes.

—¡Vete!

—¡Grace!

—Nunca más para usted, lord Godwine. Lo quiero fuera de mi vida. Nada nos une, lo libero para que despose a esa señorita sin una pizca de remordimiento en su conciencia. Jamás debimos acceder a estas bajas pasiones, yo tenía un propósito en la vida y caer en sus garras dista mucho de mis convicciones.

—Si llamas bajas pasiones a nuestro amor entonces sí estoy en problemas, estoy perdido y solo me resta sacarte de mis entrañas, aunque sea a golpes. Estoy a punto de salir de tu vida; si piensas que nuestras bocas se han convertido en nuestros peores verdugos por miedo, por rabia, detenme. Solo tienes que decir «no te vayas» y yo morderé mi vanidad y me quedaré a buscar una solución juntos.

—Me has herido demasiado y no podré recuperarme de eso, por favor, déjame sola.

—¿Grace?

—Estoy segura de que algún posadero en el pueblo puede darte cobijo, de lo contrario la cabaña estará disponible para ti.

—Eres irremediable.

—Sal con cuidado. No quiero quedar comprometida ahora que vas a casarte con otra. Debo cuidar mi reputación.

Lo vio vestirse en silencio, tomar su capa y su sombrero y desaparecer con el rostro iracundo, lleno de orgullo y soberbia. Ella se arrepintió en cuanto la puerta se hubo cerrado, quiso correr tras él y decirle que también lo amaba, que solo esperaba que le pidiera acompañarlo como su esposa por el resto de sus días, aunque la fortuna de ambos se extinguiera. Solo deseaba amarlo.

Lloró desconsolada, hasta que, en un golpe de cordura, tomó la bata para cubrir su desnudez y salió corriendo rumbo el establo, solo alcanzó ver a Luna galopar a lo lejos, con el desconsolado Lovelace cubierto por su capa negra.