Grace no tenía un plan, dijo lo que fuera con tal de librarse de William. Su enojo con él era mayúsculo por su relación pasada con lady Black —algo que no podía cambiar—, y lo que era peor, por no haberle revelado antes su identidad. Le había permitido tener ventajas. Y aunque él manifestaba que la había protegido por honor, en el pecho de la marquesa comenzó a crecer la maldición de los celos como una planta enredadera que amenazaba con asfixiarla.
Dio instrucciones al cochero de que retornara a la propiedad londinense de los Black tras haber llegado a la mitad del camino, a lo que el hombre obedeció de inmediato. Volvió a recorrer la escalinata que la separaba de la puerta principal, y esta vez sí se hizo anunciar.
—¿Lady Emerald? ¿Acaso tuvo tiempo de llegar a Grey Terrace y volver?
La miró largamente, quiso detallarla, no como la pesadilla que había tenido que tolerar intentando inmiscuirse en su vida, primero como la esposa de Henry y después como su viuda, cuando sus aspiraciones al marquesado para su hijo primogénito la volvieron una verdadera arpía. La contempló, como a la mujer que también le había tocado el corazón al hombre que amaba. Entendió que su enorme belleza lo hubiera enamorado, esa que la comparaba con la reina de las nieves, con una tez blanquísima, ojos muy verdes y labios y mejillas pálidos, con un toque escandinavo que la alejaba del estilo clásico inglés.
—Olvidé algo muy valioso y he venido a recuperarlo.
—Me temo que sus deseos son un tanto presuntuosos. Lo ha perdido para siempre.
—Hace casi tres años, acudí a un baile a Primrose Hall, había sido pretendida por un caballero, uno que deseaba proponerme matrimonio, pero tuve el infortunio de encontrarlo en una terraza besándose con otra. —Lady Black abrió los ojos de forma desmesurada—. Una dama casada. ¡Tremendo escándalo! En ese instante no reaccioné, me quedé petrificada por el desengaño y por supuesto que corté las pretensiones del admirador; pero ahora me arrepiento de mi proceder. Debí desenmascarar a la adúltera para que tuviera la oportunidad de arrepentirse de su pecado. —Por supuesto que jamás habría sido su proceder, pero le divirtió ver la cara de su cuñada, aquella palideció más, si se podía, hasta que se recuperó de la conmoción y la miró desafiante.
—Pues debió tomar cartas en el asunto tres años atrás, ya es historia pasada.
—¿Qué diría el esposo de la dama si supiera que encontré a ese mismo caballero a solas con su esposa en su propio salón?
—Con semejantes pecados sobre sus espaldas, no debería atreverse a amenazar a esa dama, menos cuando usted y el bastardo que protege tienen más que perder.
—¡Son increíbles las lealtades! Usted reniega de su sangre, de la voluntad de su único hermano, y yo trato de protegerlo.
—Henry no tenía derecho alguno a imponer su voluntad, hay leyes que deben cumplirse.
—Es cierto, pero en este momento no estoy dispuesta a seguirlas. Solo me guío por mi corazón. Puede tomar el marquesado y hacer lo que estime conveniente. Ahora, exigirá que me traigan a mi hijo y a Arlene...
—¿O qué?
—Lord Godwine está dispuesto a respaldar mi acusación.
Lady Black estalló en carcajadas. La miró al centro de los ojos y externó:
—Estoy segura de que lord Godwine jamás moverá un dedo en mi dirección. Intente convencerlo si quiere perder el tiempo. Mi esposo tardará un par de meses en regresar, pero cuando vuelva no le creerá una palabra. Usted es solo una mujer despechada porque ha perdido, mis sobrinos se quedarán conmigo.
—Si no los trae de inmediato, entraré a sus pisos nobles y me los llevaré conmigo —coaccionó.
—¡Adelante! Pero pierde el tiempo. Me vi en la necesidad apremiante de mover a los chicos Haddon de residencia y están rumbo a un sitio que usted desconoce. Así Evan podrá crecer sin su sombra y Arlene podrá prepararse para el matrimonio. Noté su ánimo exacerbado y supe que no se quedaría de brazos cruzados.
Grace pensó que era una treta, sin darle crédito y convencida de que mentía se introdujo en la mansión y esculcó en cada rincón para luego convencerse de que se había quedado con las manos vacías. Fuera de la residencia tampoco los vio, llevaban minutos de ventaja. El coraje hizo que la sangre de su rostro le hirviera, mientras lady Black le devolvía una gélida mirada.
Maldijo para sus adentros y principalmente contra William que había aparecido en el momento menos oportuno. De no haberse entrometido para hacer las cosas a su modo, Arlene y Evan estarían junto a ella en el carruaje.
Al llegar a Terrace Grey, la condesa de Huntington la hizo pasar al saloncito del té, donde se encontraba con su abuela y la interrogó con la mirada.
—Discúlpeme, ¿necesita algo de mí?, estoy cansada de mi salida y deseo cambiarme de ropas.
—¿Qué sucede con usted, lady Emerald? En verdad me tiene preocupada —atacó lady Huntington.
—Acompañé a mi hijastra donde su tía, temía que la chica sufriera una reprimenda. Intenté suavizar la situación.
—¿Y lo logró? —La interpelada negó con la cabeza—. Pobre niña, pero por el bien del menor usted debe mantenerse alejada. ¡Por favor, se lo imploro! Lady Black ha decidido mantener la boca cerrada y no quitarle los derechos al infante. Es más de lo que podría aspirar por las circunstancias de su nacimiento. Ya no le mueva a ese asunto o terminará por perjudicar su futuro.
—¿Con tal de que mantenga título y posición es capaz de dejarlo en manos de esa arpía?
—Sí, porque sé que cuando sea un hombre agradecerá nuestro sacrificio, aunque jamás conozca cuántos trabajamos porque tuviera un porvenir.
—Lo siento, pero no pensamos igual.
—Por favor, prima, deje descansar a mi nieta. ¿No ve lo angustiada que se encuentra? Después hablaremos con más calma —intervino la abuela Prudencia al notar la angustia en el semblante de Grace.
—Usted es muy indulgente con sus nietas. Solo intentamos protegerla. Londres no es La Habana y es mi deber moral prevenirla antes que cometa un error irreversible —le explicó la condesa—. Agnes está de acuerdo conmigo. Ya no le corresponde decidir sobre el pequeño, déjelo en paz.
—Se equivoca, desde que lo depositaron en mis brazos, con tal de salvarse las dos del escándalo, perdieron todos sus derechos sobre él. Legalmente es mi hijo y le corresponde estar en mis brazos, ahora solo necesita amor.
—Es muy terca. ¿Cree que si le arrebata la posibilidad de convertirse en un caballero respetado se lo agradecerá cuando tenga edad para entender? —Grace se puso de pie, hizo una reverencia, se disculpó por sus ideas discordantes y se dispuso a retirarse—. Lord Godwine vino a buscarla hace pocos minutos. Debería enfocar todas sus energías en conquistarlo, un matrimonio con el futuro duque de Whitestone podría devolverle una posición que está a punto de perder.
—No le parecía tan buen partido cuando lo llamó «prostituto de la nobleza».
—Rumores a puertas muy cerradas que ya nadie recuerda.
«¿Continuaría considerándolo idóneo de saber el estado exacto de sus arcas?», pensó, pero no le dio el gusto de informarle. «Tal vez sí», concluyó para sus adentros, a lady Huntington lo único que le interesaba era el matrimonio, aunque a «puertas cerradas» hubiera que esforzarse para salvar la situación.
—¿Algo más que desee informarme acerca de la visita de lord Godwine?
—Le dejó razones con su doncella.
—¿Con mi doncella?
—Dorita. Lo permití porque en verdad deseo que busquen la forma de arreglar un matrimonio. Es su mejor opción.
Grace se despidió y marchó en busca de Dorita, a la que interrogó con respecto al intercambio de palabras que tuvo con William, pero solo le informó que el caballero le dejó un mensaje privado.
—Trasmítelo entonces.
—«Le devolveré a su pequeño lord».
—¿Algo más?
—Eso fue todo lo que dijo.
Mientras Grace reflexionaba acerca de sus palabras, un sirviente anunció una visita para ella. Ni siquiera había descansado de sus incursiones de la tarde. Inspiró profundo y decidió recibir al recién llegado. Lo encontró en compañía de la condesa y su abuela en el salón de recibir, quien la miró intrigada por la visita del caballero.
—Pues diga, lord Arthur Johnson. ¿A qué debemos su visita?
—Necesito conversar a solas con lady Emerald; con todo respeto, condesa, nos atañe un asunto de vida o muerte.
—¡Válgame Dios! Me deja usted angustiada.
Doña Prudencia se le acercó con discreción a su prima, y mientras utilizaba el abanico para cubrir parcialmente su rostro, le susurró:
—Sígueme, tengo algo urgente que decirte.
Las señoras les pidieron que las disculparan un minuto, todo lo que necesitaba doña Prudencia para poner de su lado a su prima.
—Altagracia es una mujer viuda, no puede limitarla como si fuera una señorita atolondrada.
—La mente de su nieta está muy atormentada, no piensa con claridad. Solo evito que cometa otro error. ¿Con qué intenciones la visita el caballero?
—Es el mejor amigo de lord Godwine.
—Un tarambana de costumbres disipadas.
—Tal vez le trae un mensaje que sea imprescindible para que esos dos testarudos terminen unidos en santo matrimonio.
—¿Lo cree? —Doña Prudencia asintió.
—Que todo sea en pos de esa unión. Sería un mérito loable para mí, primero la convertí en lady Emerald y ahora en lady Godwine, futura duquesa de Whitestone. Terminaré logrando mejor matrimonio para tu nieta que para las mías.
—Debe confiar en Grace, es muy sensata.
—Es lo que ha demostrado hasta la fecha, pero la ha turbado la pérdida del retoño de Emerald.
Lord Arthur Johnson y Grace pudieron refugiarse en la privacidad de la biblioteca. Su rostro era angustiado, lo interrogó con la mirada, con urgencia.
—No es correcto que traicione a mi amigo y venga ante la puerta de los Huntington a pedirle, lady Emerald, que me ayude a hacerlo entrar en razón. En su momento, con John, el difunto lord Godwine, no lo hice y aún mi alma no se recupera de esa pérdida. Necesito ayudar a William porque, si fracasa, sentiré que lo dejé de lado sin devolverle todo su afecto.
—También he querido ayudarlo, pero suele ser un orgulloso sin remedio.
—Como ha de saber, lord Godwine está al frente de la situación de su familia. La duquesa está compungida por la salud de su esposo y la pérdida de su primer hijo, así que sus consejos para mi amigo tampoco tienen mucha claridad. El duque está perdido, lucha por recuperarse, pero lo veo muy desgastado. Con la salud debilitada y tocando las puertas precisas, ha conseguido dispensas para el luto y solo quedan días para que en la totalidad intimidad de las dos familias se celebre una ceremonia que una a la menor Foster con mi hermano del alma. He venido a implorarle que le abra los ojos y lo rescate de su testarudez.
El corazón de Grace se deshizo en pequeños pedazos que comenzaron a desprenderse. Otro golpe. Las últimas promesas de William le dolieron en lo más hondo.
—Le rogué que no se casara, que ponía en sus manos todo mi patrimonio.
—William jamás aceptaría, no se atrevería a arriesgar su fortuna. Sabe lo que es quedarse sin nada en carne propia. ¿Cómo cree que sorteó el duque su primera debacle? Cuando comenzó a tener problemas de dinero, recurrió a la fortuna de William, quien supeditado a la autoridad parental le entregó hasta el último penique de la herencia de su abuelo materno, su padre hizo un uso nefasto y despilfarró todo. Las deudas continuaron acumulándose. Mi amigo, deshecho y preocupado por su futuro, al ver que ya no tenía nada y sin creer en las promesas del duque, imposibles de cumplir, de resarcirlo, huyó, viajó por el mundo empleándose aquí y allí en busca de respuestas para su desasosiego. Pensé que nunca regresaría, hasta que encontró el camino de vuelta.
—¡Por Dios! —musitó Grace ante su revelación, y todavía se atrevían a murmurar que William había gastado su fortuna en viajes y mala vida.
—La riqueza perdida le hubiera alcanzado para vivir toda su existencia y la de sus hijos con grandes lujos.
—Pobre William.
—Aprecio a su excelencia, pero sus decisiones no han sido las más acertadas. Veo venir la desgracia. Si William se casa con la pequeña Foster, los dos serán infelices para siempre. Él está irrevocablemente enamorado de usted. Lo mismo pasó con John, su padre le negó merecer el amor de quien adoraba dos veces, tanta agonía terminó por llevarlo a quitarse la vida. Por favor, no se dé por vencida.
—¿Qué puedo hacer para salvarlo?
—Pida a la duquesa de Whitestone que la reciba. William adora a su madre, y el no tenerla de su lado ha hecho que no tenga valor para desafiar al duque.
—¿Desafiarlo? Está moribundo.
—Quise decir que, si la duquesa lo libera de la culpa de no cumplir la última voluntad de su padre, con su apoyo, William no se casará.
—Lo que significaría su ruina. ¿Por qué la duquesa accedería?
—Porque va a perder al esposo, ya perdió un hijo de la peor manera y no querrá hacer infeliz al otro solo por mantener el ducado en su mayor apogeo.
—Mandaré una nota a Primrose Hall, espero que la duquesa me reciba.
—Estoy seguro de que lo hará, usted siempre le ha agradado.
—Pues espero que su estima hacia mi persona no cambie cuando escuche mi petición.
Un día después, a media mañana, lady Emerald, luciendo un magnífico vestido color malva y con un recogido que le confería más belleza y candidez a su rostro, arribó a Primrose Hall. El esplendor del palacio no había decaído, a pesar del luto.
La duquesa decidió recibirla en una terraza reservada de uno de los jardines interiores, vestía un traje negro impecable de seda a dos piezas, con blusa y falda, con bonete y velo de crepé hasta la cintura, de tonalidad opaca, y sin adornos ni joyas más que unos delicados pendientes de azabache. Aguardaba sentada en el centro de un enorme banco de piedra, con la cara demacrada a pesar de intentar parecer sobria. Aprovechó la visita para salir a tomar un poco de aire, el médico le había recomendado hacerlo porque el aire viciado, a puertas cerradas de la residencia, había terminado por enfermarla de tos.
—¿Lady Emerald? Me inquietó su misiva, ¿en qué puedo ayudarla?
—Perdóneme usted, excelencia, por solicitar esta entrevista en un momento en que no es correcto recibir visitas.
—Imagino que le atañe un asunto de gran importancia.
—Permítame antes presentarle mis respetos para su excelencia el duque y para usted. He venido a hablarle de su hijo.
—¿William?
—Sí —musitó buscando cómo ordenar sus ideas para lanzar su solicitud. Justo en ese instante, la petición de lord Arthur Johnson se le hizo descabellada. ¿Cómo iba a mirar de frente a la duquesa y venir a intentar entrometerse en asuntos privados? El demente no era lord Arthur Johnson, era ella por seguir sus recomendaciones.
—La escucho, me sorprende verla. Justo hoy partió William muy temprano a Emerald Haven, pensé que se verían.
—¿A Emerald Haven?
—Mi hijo está muy abatido, no me pasa desapercibido que su corazón está atormentado. Sé que la admira y que usted se le ha escapado de las manos una y otra vez. Primero con Emerald, y ahora que tienen el camino libre, es él quien desposará a otra persona. ¿Sobre eso viene a hablarme?
—Si me lo permite. —Era su mayor preocupación hasta saber que había partido.
—¿Sabía él que usted estaba en Londres?
—Sí.
—No entiendo nada.
—Su hijo está desesperado y yo también —admitió de golpe dejando a la duquesa pasmada por su sinceridad—. El cerco se está cerrando alrededor de nosotros y tememos que volveremos a perdernos para siempre.
—¿Lo ama?
—Con mi vida.
—Mis hijos son muy orgullosos. Le pregunté por qué no concertaba un matrimonio con usted. Me dio las mismas razones que John, no podría ensuciar su amor.
—Estoy dispuesta a ayudarlo.
—Ya le fallé a John, no quiero hacer lo mismo con William. Ya no tengo cómo ayudarlo, mi fortuna personal ya no existe y ya no puedo recurrir a mi familia. He agotado mis posibilidades. Mi esposo cree que lo mejor para Will es desposar a la señorita Foster.
—Entiendo, pero no debe darse por vencida —dijo sin poderse sacar de la cabeza qué hacía él de camino a Emerald Haven. Tuvo que dejar su duda de lado al notar las lágrimas de la duquesa resbalar por sus ojos.
—Mi pobre William. La primera vez que John se enamoró tenía dieciocho años y se ilusionó con una plebeya. Una linda muchacha, de una familia decente y con cierta holgura económica, pero sin ascendencia noble. Su padre se opuso tajantemente, incluso yo. John podía hacer el matrimonio que quisiera, podía escoger entre las más ricas y hermosas hijas de familia de nuestro círculo. ¿Pero quién manda en el corazón? Huyeron y, desafortunadamente, la chica quedó en estado de gravidez.
—Lo siento —balbuceó al recordar los rumores acerca del hijo fuera de matrimonio de un Lovelace, el que erróneamente lady Huntington, o los responsables de los rumores, habían adjudicado a William.
—Al descubrir el embarazo quiso hacerse responsable, pero su padre se negó, también yo. Habría sido un escándalo. De ese matrimonio nació una criatura bastarda, una niña. Mi esposo se ocupó de sus cuentas, pero la joven no pudo con el dolor, creyó que se casaría con John, y se quitó la vida.
—¡Dios mío! ¡Qué lamentable!
—La familia de la muchacha se hizo cargo de la criatura, aunque John jamás nos perdonó. Lo perdimos por completo e inició una etapa de rebeldía que duró años. Se entregó a los vicios y a las mujeres, y lo peor fue que arrastró con él a su hermano menor. Estábamos devastados. Dos hijos, dos preciosas gemas, y ambos por el mal camino. Gracias a Dios fue solo una etapa, hasta que terminó de madurar y volvió a centrarse en sus responsabilidades. Entonces, solo nos quedaba por encaminar a William y eso ocurrió cuando la conoció a usted. Cambió por completo, quería desposarla y decidimos apoyarlo.
—Pero yo elegí a Emerald.
—No se culpe, sabemos el motivo de su elección. Hay pecados que nos persiguen y se muestran en el momento menos oportuno. William me dijo por qué huyó del baile aquella vez, fue lamentable.
—Supe que faltan pocos días para la boda.
—¿Y ha venido para intentar impedirla?
—Más bien a rogarle que le diga que lo apoya. Su hijo se siente presionado, si usted está de su lado, él recapacitará y disolverá el compromiso antes de que sea tarde. Yo le prometo que lo ayudaré a sortear la situación con mi fortuna y pediré soporte al resto de mi familia.
—Es noble lo que intenta hacer, pero no estoy de acuerdo. ¿Me pide que interfiera entre un caballero y su honor? Jamás aceptará.
—Tan solo dígale que no importa lo que elija, que usted lo respalda moralmente.
—No puedo, eso sería sentenciar a mi esposo y al ducado. Lo siento, porque en verdad sé que se merecen el uno al otro, pero ambos tienen responsabilidades que deben poner por encima de los deseos de sus corazones.
La doncella de su excelencia llegó a interrumpirlas con el rostro compungido, pidió hablar a solas con la duquesa, pero se veía bastante afectada y temblorosa. La dama palideció, pensó lo peor.
—¿Mi esposo? —preguntó.
Grace pudo apreciar el vehemente amor que sentía. Su alma palideció a la par que el semblante de la madre de William. La muchacha bajó los párpados en señal de resignación y la duquesa se llevó las manos al rostro, totalmente afligida; sus ojos se llenaron de lágrimas reacias a caer, lo haría cuando estuviera en la intimidad. Con solemnidad, Grace profirió unas palabras de aliento y se despidieron. Su gracia, el duque de Whitestone acababa de morir.