Lady Black no imaginó la visita de quien llegó ante su puerta esa mañana. Él siempre era bien recibido por la vizcondesa.
—¡Oh, William, sabes que es osado que nos veamos en mi residencia! —le murmuró melosa, dejando su frialdad de lado; entornó los ojos como gacela enamorada—. Pudiste mandarme una nota y yo hubiera acudido. Imagino lo que te trae, tras el dolor de la pérdida de tu padre has venido a buscarme, solo yo puedo dar alivio a tu corazón.
—¿De qué está hablando? Acabo de regresar de viaje, ¿quiere decir que mi padre ha fallecido? —La mujer asintió, sintiéndose terrible de ser transmisora de tan triste noticia.
William se dejó caer en un asiento completamente afectado, su dolor se veía a través de sus azules ojos, los que se llenaron de melancolía.
—Lo siento, pensé que ya sabías.
—Creo que podemos dejar el asunto que me trajo para después, tengo que ir a apoyar a mi madre. Dispénseme, en otro momento volveré.
—Aguarda, ya estás aquí. ¿A qué has venido?
—No es el mejor momento, estoy algo ofuscado y la noticia de la irremediable pérdida de mi padre me toma desprevenido. Sé que estaba mal y que su fin era próximo, pero pensé que tendríamos más tiempo.
—Déjame apoyarte. —Intentó abrazarlo y él dio dos pasos hacia atrás. Ni siquiera el dolor le nubló la mente.
—No. Lo agradezco, pero no es necesario.
—Esa mujer se ha cruzado entre los dos. Siempre fui el regazo donde llorabas tus penas. ¿Por qué ahora me esquivas?
—Lo nuestro quedó concluido hace tres años. ¿Qué le hace pensar que tengo intenciones de retomarlo? —Él, era más frío que de costumbre, aunque ella se esforzara en brindarle un trato cálido. Ni siquiera la devastadora noticia hizo que la tratara con la familiaridad de antaño.
—Claro, ahora pretendes casarte y tienes de amante a mi arribista cuñada —soltó dolida al notar su lejanía—. ¿Por qué recordarías a tu primer amor?
La miró con una dureza que parecía que iba a atravesarle el alma.
—No hable de mi vida como si tuviera derechos.
—¿Pretendes borrar de un plumazo nuestra historia? ¿Después de todo el amor que te he dado?
—¿Qué amor? Usted me llamaba y me dejaba a su antojo. Claro que cuando la salud de su esposo se debilitó más se le hizo indispensable mi compañía, pero esa clase de afecto jamás será amor.
—Basta de injuriarme. Sabes que te quiero, te necesito.
—Lamento que sea una mujer joven con un esposo tan débil del corazón que no pueda montar o practicar actividades intensas; pero nuestro trato está terminado. Usted solo me utilizaba, en cambio yo si la adoraba; ya no.
—Te comportas distante y frío, como si no hubiera sacrificado tanto por ti. Por favor, reacciona, esa mujer solo quiere separarnos.
—No la mencione. Yo llegue a sus brazos, lady Black, lleno de ilusiones, era un buen muchacho, inocente y perdidamente enamorado, usted me enseñó a mentir.
—¿Cómo puedes tratarme con tanta indiferencia? Te enseñé a amar.
—¿A amar?
—¿Ahora te haces la víctima? Mientras solo te amaba a ti y aguardaba porque pudiéramos encontrarnos a solas, tú jugabas con cuanta falda se cruzaba en tu camino.
—Usted me quitó la fe en el amor y me hizo buscar la lujuria en cada cama que se interpuso ante mi deseo. No podía confiar, temía que si entregaba mi corazón me lo devolverían hecho añicos. Como usted hizo, soltándome las riendas y recogiéndolas a su antojo, hasta que la cuerda se reventó. ¿Pensó que me mantendría esclavizado para siempre?
—No entiendo qué haces aquí, si has venido a reclamarme es mejor que te marches.
—No vine a reclamarle, vine a exigirle que deje a lady Emerald en paz, que no se ensañe con ella porque nada me hará volver a sus brazos.
—Es una pecadora.
—¿Se atreve a juzgarla?
—Si supieras de lo que ha sido capaz, ya no la tendrías en un pedestal.
William sacó de su chaqueta el diario de la madre de los Haddon, lo sacudió en el aire y lady Black abrió los ojos verdes desmesuradamente.
—¿Sabe qué es? Por su reacción supongo que lo conoce.
—¿Qué pretende?
—Le devolverá a lady Emerald todos sus derechos o el contenido de este diario saldrá a la luz.
—No te creo, no te gustan los escándalos, menos lo rumores, y jamás me harías un ultraje semejante. Sé que en el fondo todavía queda un poco de tu amor por mí.
—Se equivoca, no puedo amar lo que nunca ha sido mío.
—Te quiero.
—No lo suficiente; cuando tuvo la oportunidad de elegir, lo hizo por su esposo. Se casó con su título, ahora disfrútelo. Viva con su decisión.
—Eras muy joven, pensé que dejarías de quererme con el paso de los años, solo vi por mi estabilidad a largo plazo.
—Entonces, ahora disfrútela y colabore para mantenerla. Desde que conocí la existencia de este diario y me sumergí entre sus páginas tuve un presentimiento. Aumentó cuando conocí que Emerald, bajo ningún concepto, quiso que el marquesado quedara en manos del mayor de los Black; se aferró al embarazo, como si supiera que la vida le mandaría un varón para evitar que el engaño mejor guardado de la aristocracia londinense volviera a robar la fortuna de los Haddon.
—¿Piensas que soy hija de ese caballero?
—Más que eso, sé que es hija de ese caballero —le dijo mirándola sin clemencia—. Y estoy seguro de que ya lo sabía, como también lo sabe la condesa de Bridgewater, su odio por usted fue otro elemento que me hizo sospechar.
—Tu suposición no es válida, ella odia a cada criatura humana que osa cruzarse en su camino.
—No tanto como a usted. Estoy seguro de la identidad de Zorro, y por qué su madre una vez viuda no pudo unir su vida a él para siempre. Era un hombre casado y prominente, conocido en su círculo como Zorro, porque era astuto y muy inteligente.
—Figuraciones, no es el único que puede ser llamado por ese apodo.
William abrió la palma de su mano y un anillo dorado con una esmeralda enorme y reluciente se mostró refulgente.
—La condesa de Bridgewater en verdad la odia y lo lamento, porque el lazo que las une es muy cercano, aunque para ella usted es solo una bastarda. No tardó en darme detalles sobre su origen, alguien que abre la boca con tanta desidia y ligereza en contra de usted es un verdadero peligro. Me dijo que se encontró esa joya entre las pertenencias de su padre cuando falleció. ¡Qué interesante! Que la marquesa entregara una joya a su amante como prueba de su amor y fuera nada más y nada menos que el emblema del título de su marido; pero como explica el diario al final, la esmeralda es del tono exacto de los ojos de la difunta y cumplía el fin de ser un recordatorio de su persona para su amado.
Lady Black bajó los ojos apenada, intentó estirar la mano para tomar la sortija y William la retiró.
—Es para su único dueño.
—Has venido como un lobo hambriento a hacerme trizas. ¿Ya estás contento?
—Tal vez ahora comprenda cómo me sentí cuando me rompió el corazón, y no feliz con eso me mantuvo a sus pies tirándome sus sobras.
—Entonces el lobo ya tiene su venganza.
—Se equivoca, jamás he buscado venganza, solo pretendo defender a la mujer que amo. Dígame de inmediato dónde está el pequeño y aléjese de nosotros para siempre.
—¿Te casarás con esa arribista?
—¿Por qué tendría que darle cuentas de mis actos? Si me amara, no estaría reteniéndome en este instante, donde lo único que deseo es correr con los míos a llorar a mi padre. Olvide que me ha conocido, como lo ha hecho, no volveré a ser William nunca más para usted. Respete mi luto y, por favor, no vuelva a buscarme jamás.