Lady Emerald aguardó llena de esperanzas por la carta de lord Arthur Johnson diciéndole que William estaba bien, solo quería volver, tomarlo de las solapas y exigirle que dejara de escapar. No podían negar el sentimiento que los dominaba. Le exigiría que buscaran una solución a sus problemas juntos, lo mismo que él le había pedido cuando ella intentó luchar contra lady Black por su cuenta.
Cinco días después la espera era agonizante. A punto de ordenar que prepararan sus cosas para emprender el viaje de regreso a Londres, las ruedas de un carruaje y los cascos de los caballos se escucharon sobre la entrada. Dejó su estado contemplativo y corrió con Dorita detrás, o era la carta que venía a aliviar su corazón atormentado o era lord Arthur Johnson que venía a acrecentar sus penas. Si alguien lo tenía apresado, ella pelearía con uñas y dientes para recuperarlo.
El mayordomo, que había renegado cada minuto de su presencia en Emerald Haven, también se esperanzó por los recién llegados.
—Ha de ser lady Black que viene a componer el desorden —bufó.
—No se atreva a seguir con sus petulancias, señor Thomas. Estoy esperando noticias, han venido por mí.
—No solo se ha quedado aquí impunemente, también se digna a recibir visita. Lady Black ordenó que...
—Aléjese. —Lo apartó dejándolo con cara de tonto arriba de la escalinata y bajó llena de emoción.
Cuando doña Prudencia descendió del carruaje con ayuda de un lacayo, el corazón de lady Emerald le dio un vuelco. ¿Por qué su abuela había realizado el viaje? No le quedaba más que acercarse a preguntarle, podría ser que venía a acompañarla en su agobiante espera o que traía noticias de lord Arthur Johnson, pero no entendía, ¿por qué venir en persona?
Lo entendió cuando seguida de su abuela descendió lady Arlene Haddon con el niño rubicundo de casi tres años de su mano, a quien tomó en brazos para que bajara el peldaño del carruaje. Lo depositó en el suelo, y mientras Evan corría en dirección de su madre, Grace veía en retrospectiva cada uno de los momentos dolorosos de su cruel ausencia. Lo alzó hasta su pecho y se estrecharon en un largo y apretado abrazo, mientras él le repetía la palabra más dulce de todas: «Madre». Las tres lloraron de emoción por el reencuentro.
—¿Cómo es posible? —preguntó Grace agitada.
—Su excelencia, el duque de Whitestone, llegó en su corcel blanco y nos rescató de las garras de la bruja malvada —dijo la jovencita aliviada porque al lado de la marquesa ya no tendría que desposar al pretendiente elegido por lady Black.
—¿William? ¿Y dónde está él? ¿Por qué no ha venido en persona?
—Por favor, lady Arlene Haddon, adelántese y lleve a su hermano. Tengo que hablar con mi nieta.
La señorita obedeció y doña Prudencia miró con ternura a Grace. Abrió la palma de su mano y le entregó el anillo de esmeralda.
—Es para Evan.
—¿Por qué lo tenía William?
—Parece que este diario guarda más secretos de los que alcanzaste a leer. Me pidió que lo guardes muy bien, dice que es tu arma más poderosa para defender a Evan de lady Black. Esa mujer ha jurado mantener la boca cerrada y no interferir en tus derechos, los de Arlene y los de Evan, a cambio de que guardemos silencio acerca de cada una de las revelaciones que hay escritas en estas páginas. Resultó que la dama —susurró apenas perceptible—, no era hija del difunto marqués padre de tu esposo.
—¡Jesús, María y José! ¿En serio? ¿William se atrevió a decirle a usted?
—No.
—¿Cómo obtuvo esa información? ¿Leyó el diario?
—¡Ave María Purísima sin pecado concebida! Pasaré años tratando de quitarme las imágenes que tengo en la mente por sumergirme en esas páginas pecaminosas.
—No debió leerlo, era privado.
—¡Lo sé! Necesitaba cerciorarme en primera persona de que los secretos son tan oscuros como para que lady Black mantenga la boca cerrada.
—¿La vizcondesa está dispuesta a vivir entre zozobras, sabiéndose en mis manos?
—Su excelencia no le ha dado otra salida, si Evan cae, ella también lo hará. Tendremos que esforzarnos por guardar el secreto: lady Black, Arlene, Agnes y mi prima. Nadie más lo puede saber.
—Ya me he sincerado con Arlene, entendió las razones de su padre. La muchacha asegura que de su boca jamás saldrá una palabra; está decidida a velar por los intereses de su hermano por amor a él, por mantener el nombre de la familia y por cumplir la voluntad de su padre.
—También me lo ha refrendado. Agnes y lady Huntington darían su vida por él, como nosotras. Y tu admirable defensor ha demostrado que merece ser guardián de nuestro pecado más oculto.
—¿Cómo no lo vi antes? —Pensó Grace en voz alta—. Creí que eran hijos del mismo padre porque tenían el sello Emerald, los ojos verdes. Error imperdonable. No presté atención a los detalles, los ojos verdes eran el distintivo de la madre y los hijos Haddon, no del esposo.
—Con semejantes escenas en el libro es lógico que otros detalles pasaran desapercibidos.
—¿Por qué no vino William con ustedes?
—Sabes que va a casarse en cuanto termine el luto por su padre, no tiene sentido que sigan alimentando una relación que no tiene futuro.
—No me importa, lo amo.
—¿Estás dispuesta a convertirte en su amante?
—¡Abuela, por Dios! —dijo bajando los ojos llena de vergüenza.
—Le he exigido que si no se va a morder su orgullo, desposarse contigo y aceptar nuestra ayuda en su situación penosa, que respete tu honorabilidad. Esposa o nada, perdóname por entrometerme, pero la vida no es como la quieres vivir. Hay reglas que cumplir y costumbres que salvaguardar, ya has sufrido demasiado por no apegarte a ellas.
—Abuela, no la culpo por mantener sus creencias, pero nada podrá apartarme de William, lo único que me hará dejarlo es que me deje de amar.
—Whitestone sería más apropiado. Lo tratas con demasiada intimidad y ahora es un duque.
—Lo es, pero antes era solo el hombre que amaba, que amo.
—¿Estás decidida? —Grace asintió—. Nos escoltó todo el camino, pero le exigí que se mantuviera distante. Está en la cabaña, pernoctará ahí y volverá mañana al alba a Londres. Ahora lo abruman las responsabilidades.
—Debió empezar por ahí.
Grace sintió su corazón henchido de emoción, y antes de que sus pies se movieran para ponerse en marcha, la tomó por el brazo.
—Lord Arthur Johnson me dio esta carta para ti, me dijo que era importante.
—Es la carta que estaba esperando, en la que me decía que William estaba bien, supongo que ya no importa, más teniéndolo aquí —murmuró apretando el sobre para hacerlo chiquito y poderlo meter en un recoveco de su vestido—. Voy a buscarlo, pero antes me quitaré a una alimaña de encima.
Subió oronda con su abuela de escolta hasta donde, con el ceño fruncido, la observaba el engreído mayordomo. Lo miró de frente.
—Le advertí que cada persona que nos sirviera en el castillo debía guardarnos absoluta fidelidad, empezando por usted. No solo traicionó la memoria de mi difunto esposo, faltó a la promesa que le hizo. Está despedido, señor Thomas.
—Usted no puede. Lady Black...
—¿Acaso ve a lady Black en estos dominios? ¿Ha venido a exigir algún derecho que no tiene?
—Mi fidelidad es con los Haddon.
—No quiero verlo más, márchese de inmediato. —El señor Thomas se retiró con el cuello estirado y el rostro pálido.
—Tuvo su merecido, casi te hace perder al niño. Bendito Dios ya está con nosotros.
—Por favor, abuela, mande un jinete al pueblo por la señora Hoffman, está en casa de su hermano. Fue retirada de su puesto injustamente. Voy a encontrarme con William antes de que se marchen.
—Whitestone, querida —sugirió doña Prudencia—. Es más propio que...
Dejó a su abuela con la palabra en la boca y corrió hasta el establo, tomó un potro y cabalgó a horcajadas con su vestido lleno de encajes batiéndose al viento, por entre los árboles, hasta llegar ante la cabaña de madera que permanecía oculta por el follaje, como salida de un cuento de hadas. Desmontó con una sonrisa en los labios al ver a Luna resollando en las afueras de la vivienda.
Irrumpió en la morada y solo encontró al ayuda de cámara. Carraspeó para disimular su ímpetu y moduló la voz para preguntar:
—¿Y su excelencia?
—Salió a cabalgar.
—¿Sin Luna?
—Tomó otro caballo, me pidió que preparara la yegua para obsequiársela, estaba por conducirla con usted.
—¿Regalármela?
—¿Se la llevo ahora, milady?
—Mejor este caballo, montaré en Luna.
—Como desee.
—¿Qué dirección tomó?
Él hombre se alzó de hombros. Grace dejó su montura y le pidió ayuda para subirse a Luna. Salió a trote ligero, explorando la zona cercana. Al no tener noticias, pensó si sería mejor regresar a la cabaña y aguardar por él. Tendría que regresar a dormir. Con miles de ideas atormentándola, cabalgó desenfrenada lo suficiente para acercarse a la costa, comenzó a invadirla el olor a sal que se colaba ufano por sus fosas nasales, no paró hasta el risco que tantas veces había visitado para pensar, cuando ni siquiera imaginaba, que existía una segunda oportunidad para ellos. El alma estaba a punto de abandonarla, el azul profundo del océano y la espuma blanca que se formaba en la superficie por las olas cerraron el cuadro de tormento. Unas pisadas de caballo sobre la hierba fresca alejaron sus ojos de la franja índigo y la devolvió a sus ojos color zafiro.
El duque de Whitestone desmontó de un salto y se aproximó hasta ella, tomó las riendas de Luna y la ayudó a bajarse. La abrazó fuertemente con el rugir de las olas despiadadas a sus espaldas.
—¿Cómo me encontraste? —preguntó con el aliento agitado por la cabalgata.
—Tu abuela me prohibió acercarme al castillo, pero necesitaba despedirme. Fui a buscarte y doña Prude me confirmó que habías ido a la cabaña. Mi ayuda de cámara me dijo de tu visita y que habías salido minutos antes, seguí tu rastro y te vi a lo lejos. Ibas tan a prisa que me costó seguirte el paso.
—Pensé que te buscaba y resultó que me alejaba de ti.
—Ya estamos juntos.
—Siento mucho la pérdida de tu padre y más no haberte brindado apoyo en un momento tan crucial.
—Me hiciste mucha falta.
—¿Cómo está su excelencia, la duquesa?
—Al principio, abatida, ahora la veo más resignada. Sabíamos que no habría mejora para él. Su salud no soportó la pérdida de mi hermano.
—Lo lamento —expresó con el rostro afligido.
—Te extrañé tanto.
—Gracias por traerme a mi pequeño marqués.
—Necesitaba resarcirte y devolverte a tu hijo.
—Temí tanto pensando que el pasadizo volviera a desplomarse sobre tu espalda...
—Lo volvería a hacer si con eso consigo que tengas a tu familia contigo y a resguardo.
—No puedes casarte con otra. Debes buscar otra salida.
—No me lo hagas más difícil. No me pongas a elegir entre el ducado y el amor de mi vida.
—Puedes tener los dos, te pertenecen los dos.
—Lo único que quiero eres tú, tú —murmuró estrechándola con ansias—. Y la vida se ha empeñado en alejarnos una y otra vez.
—Tu orgullo es quien ahora nos separa. Déjame ayudarte.
—Si ya he tomado una decisión, no entiendo qué hago aquí —pensó en voz alta. Entonces la miró y se perdió en sus rizos rebeldes, en sus ojos exuberantes y lo entendió todo. Le reveló aferrándose a su cuerpo, a sus vestiduras, a su piel—: Eres tú, me tienes hechizado. Te amo como sé que jamás podré amar a nadie, pero no puedo fallarle a mi padre.
—Siempre hay formas de lograr el mismo resultado sin sacrificar lo importante por el camino. No seas cobarde, Will. También te amo.
—Perdóname por no ser suficiente, por no merecerte.
—Puedes cambiar tu destino, podemos. Si renuncias a mí me matarás en vida.
—Sé que tu hijo te dará la fuerza para seguir.
—Rendirnos no es la salida.
—¡Lo siento!
William se subió de un salto a su corcel y galopó con todas sus fuerzas, mientras ella dejó pasar el momento de perseguirlo y sacarlo de su error. Se quedó con Luna y sus desgarradoras lágrimas. Las fuerzas la abandonaron y se abatió de rodillas contra el borde del precipicio. Sollozó sobre el pasto aún húmedo, con el rugido del mar ordenándole levantarse y seguir luchando.
La incomodidad de aquel envoltorio dentro de su vestido ya no le pasó desapercibida, por inercia lo sacó y comenzó a abrirlo. Se sorprendió al encontrar que la correspondencia no era de lord Arthur Johnson, a pesar de que sus datos venían en la parte exterior de la carta. La titular era la duquesa viuda de Whitestone. Interesada en qué tendría que decirle su excelencia, Grace pasó los ojos a lo largo del documento. La primera hoja era breve.
Mi estimada lady Emerald:
A pesar de mi negativa a colaborar en su causa, que también es la de mi hijo, sus palabras me calaron hondo. Me dejó pensando y concuerdo con usted, no estoy dispuesta a sacrificar a otro de mis hijos. Desafortunadamente, mi esposo ya no está con nosotros, lo que constituía el principal motivo para que William accediera al matrimonio arreglado con la señorita Foster. Ahora solo queda el peso de su mandato, su memoria y sus deseos de que se mantenga el ducado de Whitestone como él lo vislumbró. Es cuestión de tiempo para que William descubra lo que ha estado buscando con desespero, he decidido facilitarle la labor y estar a su lado en esta contienda contra la memoria de su padre. Estoy a tiempo de no permitir que su vida sea miserable, le daré la ayuda que le negué a John, el difunto lord Godwine. En hoja anexa está el listado de bienes que no forman parte de la herencia del ducado, totalmente desligados, pero que mi esposo se empeñó en hacer pasar como tales ante su deseo desmedido de darle gloria al título y poseer uno de los más poderosos.
Solo le pido una cosa: que interceda por mí para que mi amado hijo me perdone no haber tomado esta decisión antes, cuando me lo imploró con vehemente angustia.
Jane Lovelace, duquesa de Whitestone
Grace pasó la primera hoja al final y dio lectura en silencio a la segunda, descubrió que la mitad de las tierras del ducado estaban desligadas de este, así como los purasangre y diversas propiedades a lo largo del país. Suspiró de alivio y sintió el impulso de levantarse del pasto, subirse de un salto en la yegua y buscarlo para decirle que había una solución; pero su orgullo volvió a recorrerla, como un visitante no deseado que llega para instalarse. No sería feliz si William la aceptaba tras conocer el contenido de esa carta, quería que la eligiera libremente, a pesar de la adversidad, y no cuando el camino estuviera despejado. ¿Qué pasaría cuando a sus vidas juntos llegaran las dificultades?
Secó sus lágrimas y se puso de pie, con intenciones de no hacer nada. La duquesa lo había dicho, William terminaría por descubrirlo por sí solo, quería saber qué decisión tomaría, pero no volvería a presionarlo, cada quien era responsable de su destino.
Y mientras batallaba con Luna para subirse a la silla de montar, los cascos de otro caballo le avisaron de la llegada de alguien más al solitario paraje. Se le erizó la sangre al comprender que había quedado sola, inspiró hondo y se volvió al intruso, solía ser valiente y dar la cara, no acostumbraba a empequeñecerse ante el peligro.
Entonces lo vio aproximarse con su elegante postura al andar montado en el ágil caballo.
—Lo siento, pero no puedo casarme con otra. No soportaría mi vida. Trabajaré duro para saldar deudas o perderé lo que tenga que perder y comenzaré de cero.
—William, yo...
—No aceptaré tu dinero, ni el de tu familia. Lo haré por mí mismo, solo te pido que sigamos juntos en un compromiso largo hasta que estemos en igualdad de condiciones y pueda proponerte matrimonio.
—¿Ya no te casarás?
—Eso he venido a decirte.
—¿Por qué ahora?
—Porque tienes razón, rendirnos no es una salida —soltó bajando de un salto del corcel y corrió hasta a ella para fundirse con su cuerpo—. Te amo, Grace y solo puedo estar contigo. Acepto todas las condiciones.
—Sin condiciones.
—¿Ya no anhelas casarte conmigo? No es posesión, pero estoy harto de esconderme, mi amor por ti es bueno y quiero que nadie se atreva a señalarlo. Deseo amanecer todos los días a tu lado sin preocuparnos de escondernos de los sirvientes, que podamos tener hijos y que lleven mi apellido, que estemos juntos a la luz del sol sin temor a que alguien nos descubra y tu reputación quede comprometida.
—Tienes formas poco convencionales de pedir matrimonio.
—Tendremos que esperar el periodo del luto, más lo necesario para sacar adelante el ducado. Tal vez pasemos por momentos difíciles, pero me esforzaré porque nada te afecte. ¿Serías mi esposa?
—Nunca he tenido tantos deseos de cumplir con una formalidad. Por supuesto que acepto, William, te amo.
Grace suspiró, quiso sacar el listado que le había hecho llegar la duquesa, para hacerle más liviano el camino a William, pero eso demeritaría su esfuerzo y su sacrificio, al menos de momento. Como había mencionado la duquesa, era cuestión de días para que él lo descubriera, sin la presión ejercida por el difunto duque.
Al final la fuerza de la pasión los hizo converger.