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William se dejó guiar por su amigo hasta una terraza apartada que permanecía en penumbras, mientras iban discutiendo por el camino.

—¿Entonces se ha dignado a aparecer? No entiendo. ¿Es que pretende hacerme la vida miserable? ¡Estoy verdaderamente harto de sus desplantes, sus arrepentimientos y sus persecuciones! Si ya tomó una decisión que la mantenga, no daré marcha atrás. Se supone que ya todo había concluido y que quería guardarle las formas a su marido.

—Me temo que le han llegado los rumores de tu acercamiento a la señorita Morell y los celos han provocado este desastre. ¡Y nada más y nada menos que la noche del baile en Primrose Hall!

—Convéncela para que se retracte. La señorita me espera para invitarla a bailar, no puedo hacerle ese desaire.

—¿Pretendes que me haga cargo de tus asuntos? Ni siquiera me ocupo de los míos. No tengo el don para hacer entrar en razón a una dama ofuscada. Solo te he avisado para evitar el escándalo, salvarte el pellejo y evitar la ruina moral de tu familia.

—¿Para qué quiero amigos como tú? No estás cuando te necesito y además le informas de mis asuntos privados a lord Godwine como si su fidelidad estuviera comprometida contigo. Olvidas que nos abandonó.

—Tu hermano es mi amigo, hasta donde sé también el tuyo. No sabía que tenías secretos con él.

—Desde que intenta convertirse en una versión de mi padre, prefiero mantener ciertos temas lejos de su alcance.

—Ahí está ella —dijo mostrándole a la dama—. Dice que solo desea conversar. Lo siento, nos vemos más tarde.

—¿Nos dejas a solas? —preguntó y el otro se alzó de hombros—. Si alguien nos encuentra nos veremos comprometidos.

—Mi presencia no ayudará. Debes resolverlo.

Se le acercó sigiloso luego de mirar a su alrededor para percatarse de que estaban solos. Cuando estuvo frente a ella, le susurró quedamente:

—¿Qué haces aquí?

—Recibí la invitación de tus padres como todo el mundo.

—Me habías asegurado que zanjabas lo nuestro. Estuve desesperado, me costó entenderlo, pero tienes razón, debemos parar.

—¿Justo ahora?

—No quiero darles más dolores de cabeza a mis padres. Quieren arreglar un matrimonio para mí.

—¿Cómo te atreves a decirlo mirándome a los ojos? Entonces son ciertos los rumores. ¿Es por su dinero?

—Por supuesto que no, sabes que no me importan ni el matrimonio ni el dinero; pero la chica en verdad es encantadora, ni siquiera he pensado en el día de mañana, por lo pronto me siento a gusto cada vez que tenemos la fortuna de compartir el espacio.

—¿Quién mantendrá tus lujos cuando tu hermano sea el nuevo duque? Por eso lo haces.

—Siempre he salido adelante, no necesito la dote de una mujer para...

—No puedo renunciar a ti.

—Tienes a tu esposo y tus hijos. Yo estoy solo.

—Como siempre has querido estar, pudiste desposarme de haberlo querido.

—No era lo suficientemente poderoso, ¿lo olvidas? Tú estuviste de acuerdo con renunciar a mi cariño por un título.

—Eras joven e inconstante, no me ofrecías estabilidad.

—En ese instante no me importaba. Ya ha sido suficiente ir y venir. Jamás creí que podría decirte esto mirándote a los ojos, esa señorita es mi oportunidad de encontrarle razón a la vida que todos quieren. Nunca había visto a mi madre tan feliz desde que supo que me había agradado, está incluso dispuesta a pasar por alto que es extranjera. Lo siento, pero en verdad me gusta. Déjame libre, por favor, ya nos hemos atormentado demasiado. Creo que ha llegado el momento.

Ella lo vio tan resignado que no pudo rehusarse, lo abrazó largamente con un abrazo de adiós y él sucumbió a la despedida. La dama le robó un beso fogoso y apasionado, él solo se dejó hacer procurando que aquello aplacara sus ansias y le permitiera irse en calma; antes de que los impulsos de su corazón la llevaran a intentar retenerlo sin importar las consecuencias.

Al separarse, se quedaron atónitos al descubrir un par de ojos almendrados mirándolos con total decepción.

—¡Oh, por Dios! —murmuró él al saberse descubierto en una situación comprometedora precisamente por Altagracia Morell.

Altagracia no supo si acercarse para ver la cara de aquella mujer que permanecía oculta tras las sombras de la oscuridad de la noche. La amante salió huyendo en la dirección contraria protegiendo su rostro con un abanico, temerosa de que su identidad fuera develada.

—Lo siento, no sé cómo mis pasos me trajeron al sitio equivocado —mencionó con la voz temblorosa intentando asimilar.

—¡Oh, Grace! —imploró sabiéndose perdido—. Yo soy quien me disculpo, no tiene por qué hacerlo. Por favor, no malinterprete los hechos, déjeme explicarle.

—Mis labios están sellados, si teme que diga una palabra que lo perjudique a usted o a la dama, no me conoce en absoluto. Jamás lastimaría a alguien, incluso aunque sus motivos no me parezcan honestos.

—No me juzgue sin darme la oportunidad de hablar.

—No pretendo juzgarlo, voy de retirada.

—Deténgase un minuto, por favor.

—Ni un segundo, no deseo que nos sorprendan en una situación que comprometa mi honor, usted no lo merece.

—Tiene razón, lamento que este imperdonable hecho destruya cualquier oportunidad de que usted me vea con otros ojos.

—¿Con otros ojos? Agradezco a Dios por abrírmelos a tiempo para conocerlo en realidad. ¿Cómo pretende que lo vea después de dejarme plantada para venir a besarse con su amante? Me arrepiento tanto de haberlo seguido, jamás me imaginé que al llegar a la terraza lo descubriría en los brazos de una mujer.

—Reconozco mi falta, pero son asuntos privados que habían terminado incluso antes de conocerla. Toda mi energía está ahora enfocada en usted, si aún me lo permite.

—¡No, no se lo permito! ¿También negará que perdió la fortuna que le legó su abuelo?

—¿Cómo está al tanto de...? No es un tema digno de mencionarse.

—¿O que tiene un hijo bastardo? —inquirió tomando aire para que el valor no le faltara.

—Veo que alguien ha conspirado en mi contra envenenándola contra mí.

—¿Envenenándome? Lo he visto y ha sido decepcionante. Aléjese para siempre, se lo ruego.

—Lo haré, no tiene que implorar. Soy un idiota redomado. —Ni siquiera tomó en cuenta que las acusaciones de Altagracia habían tocado temas muy delicados, que en su círculo no acostumbraban a tratarse mirándose a los ojos; era preferible morderse la lengua que escupirlos por más que la ponzoña de la información les quemara la garganta. Pero era lo que más admiraba de ella—. ¿Cómo pensé que podría...?

—¿Prostituto de la nobleza? Es un título muy llamativo. No quiero saber por qué se lo ha ganado, pero es escandaloso y mezquino. ¿Cómo se atrevió a acercarse e intentar aprovecharse de mi desconocimiento de su alma corrupta? Jamás vuelva a pronunciar ninguna frase de elogio hacia mi persona, no ose mirarme a los ojos como si tuviera el derecho de hacerlo, no me procure y jamás se atreva a volverme a pedir que sea su pareja de baile, ni en esta ni en ninguna otra temporada. Usted y su falsa moral me enferman —irrumpió en una ráfaga de prohibiciones, ni siquiera lo dejó terminar de hablar.

William la vio correr con el corazón en sus manos en una estampida de encajes producto de su decepción. Quiso seguirla, pero se detuvo al notar que el cuerpo tembloroso de Altagracia se estrelló contra el firme torso de un caballero que había presenciado la escena. Por su expresión compasiva imaginó que estuvo presente desde que la señorita había sorprendido a los amantes.

—¡Tranquila! La tengo —le dijo con dulzura el marqués de Emerald y William tuvo que tragar su propia hiel.

—No es lo que imagina —intentó defenderse Altagracia.

—La seguí y observé el incidente. ¿El caballero la ha corrompido de alguna manera?

—No, fue muy correcto conmigo, tan solo me hizo creer que... Soy una ilusa, ¿cómo y por qué me creería?

—Me basta con su palabra. Perdóneme, la estoy agobiando con mis interrogantes. ¿Qué puedo hacer para que recupere su sonrisa?

Lord William Lovelace intercambió una mirada desafiante con el marqués, quien sin proponérselo ganó la partida.

Cuando meses después, tras sus intentos frustrados por volver a toparse de frente para ofrecer sus disculpas y una explicación, William supo de su compromiso, no la culpó por rendirse a las atenciones de otro caballero, ni por acceder a ser su esposa dominada por la decepción y el orgullo. Comprendió que, como estaban las cosas, sería lo mejor para Altagracia Morell, el marqués de Emerald podría cuidarla con mayor esmero.