Salvaron muy poca cosa del Taller de Juguetes. Cinco peonzas, siete pelotas saltarinas, veintiuna muñecas y una mandarina aplastada.
El cielo estaba oscuro, pero Papá Noel siguió cantando para intentar subir los ánimos a todo el mundo.
—Navidad, Navidad, dulce Navidad…
Modosito era el único que lo acompañaba.
Rosquete se acercó a hablar con Papá Noel. Rosquete era el experto en trineos de Elfhelm y el director del Centro de Trineos, que tenía sus instalaciones en el Gran Sendero, y que también había quedado destruido por los troles.
Rosquete era un elfo discreto. Alto y delgado, pero con una pequeña joroba, parecía un punto de interrogación andante. Cuando hablaba, tenías que acercarte mucho a él para poder oírlo. De pequeño había sufrido un secuestro y lo había rescatado Papá Noel. Y desde aquel momento, habían quedado unidos por una estrecha amistad.
—Hola, Rosquete —dijo Papá Noel, que llevaba en la mano una caja cubierta de polvo que acababa de encontrar y que contenía el único dominó que había conseguido salvarse del desastre—. ¿Podrás arreglarme el trineo?
Rosquete movió la cabeza en un gesto negativo.
—No. Es imposible.
Papá Noel lo miró con mala cara.
—Pero ¿qué pasa hoy que todo el mundo anda diciendo palabrotas?
Pero entonces Rosquete le explicó por qué era imposible.
—La brújula está rota, la estructura está partida por la mitad, el asiento ha desaparecido, el arnés de los ciervos está hecho jirones, el convertidor de esperanza y la unidad de propulsión se han chamuscado, el velocímetro no funciona, el altímetro ha explotado, el chasis es irreparable, toda la tapicería ha quedado destruida, el tren de despegue y aterrizaje se ha desprendido y la función manual de marcha atrás tampoco va. Ah, y el reloj se ha esfumado.
Papá Noel asintió.
—Pero, aparte de todo eso, ¿está bien?
—Si ni siquiera puede elevarse, ¿cómo quieres que vuele por todo el mundo?
Papá Noel se quedó mirando el maltrecho dominó que tenía en la mano.
—Entendido, Rosquete. Muchas gracias.
Instantes después, Papá Noel se sentó en la nieve para reflexionar sobre qué podía hacer. Se le acercó Papá Topo con una taza de chocolate caliente y un ejemplar de El Diario de la Nieve bajo el brazo.
—Déjame verlo —dijo Papá Noel.
A regañadientes, el viejo elfo le pasó el periódico.
EL TERROR DE LOS TROLES ANULA LA NAVIDAD.
—Veo que Papá Vodol es un experto en mantener alta la moral de la gente, ¿no te parece?
Papá Topo sonrió.
—Las desgracias siempre ayudan a vender más periódicos. Aunque me temo que en este caso tiene razón. Habrá que olvidarse de la Navidad.
—¿Y qué pasará con los niños?
—La verdad es que la mayoría debe de recordar a la perfección cómo era antiguamente la Navidad, antes del año pasado. Así que, de momento, volverá a ser igual que siempre. Solo este año. El año que viene estará todo solucionado.
—¿Y si no logramos solucionarlo? —dijo Papá Noel.
Papá Topo no supo qué responder. Y eso que normalmente tenía respuestas para todo.