El nuevo puesto

de trabajo de Manduca

La reconstrucción de Elfhelm se había prolongado durante un año entero, pero es que los elfos eran muy trabajadores y el pueblecito lucía ya mejor que nunca.

El único edificio que no había necesitado reparaciones era el de las oficinas de El Diario de la Nieve, situado al final de la calle Vodol, justo en el cruce con el Gran Sendero, cuyo suelo había sido pavimentado de nuevo. En los alrededores, habían brotado muchos edificios. Y tanto las tiendas como las casas se habían construido con elementos a prueba de troles, como ladrillos fabricados con jabón y envolturas ocultas que funcionaban con un efecto rebote similar al de las camas elásticas. Todo estaba nuevo y resplandeciente, y muy en especial el edificio dorado del Banco de Chocolate, aunque la sede de El Diario de la Nieve seguía siendo la construcción más impresionante, erigida con los materiales más caros que podían adquirirse con monedas de chocolate: galleta de jengibre reforzado, madera de duende, mazapán endurecido, hielo puro y transparente del Polo Norte para las ventanas, etc.

Manduca había sido convocada al impresionante despacho de Papá Vodol, en la planta superior del edificio. Papá Vodol había dejado de ser el líder del Consejo Élfico, y el puesto, claro está, lo ocupaba ahora Papá Noel. Pero Papá Vodol era el elfo más rico de Elfhelm y ganaba setecientas monedas de chocolate por minuto. Aunque ni siquiera le gustaba el chocolate. Por eso era el único elfo de todo Elfhelm que no gastaba su dinero comprando chocolate.

—Manduca —dijo Papá Vodol, sentado en una silla que hacia el doble de su tamaño mientras Mamá Miro, la artista más famosa de Elfhelm, le estaba pintando un retrato. El retrato estaba destinado a ser un regalo de Navidad para sí mismo y pasaría a acompañar los diecisiete retratos de Papá Vodol que ya cubrían las paredes de su despacho—. Gracias por venir a verme.

—Siempre a tu disposición.

—Dime, Manduca, ¿estás feliz hablando todo el día con los renos?

Manduca reflexionó antes de responder. La verdad es que no estaba muy feliz con su trabajo como Corresponsal de la Sección de Renos, y Papá Vodol lo sabía.

—Sí. Tiene sus momentos —respondió—. A veces. Supongo. La verdad es que no mucho. No.

Lo odio.

Miró con nerviosismo a su alrededor y vio el mueble de cajones donde archivaba sus larguísimas palabras.

—Entonces, si te dijera que podrías ser la Corresponsal de la Sección de Troles, ¿qué me dirías?

Manduca intentó pensar la respuesta adecuada. Y entonces dijo:

—¡Ay que me caigo de cu…!

Se puso colorada.

—Me refiero a qué pasará entonces con Papá Culete.

—El caso es que Papá Culete ha ido a visitar al doctor Curalotodo y resulta que tiene trolofobia. Cierra los ojos y ve troles. No puede ni acercarse a ellos, ni siquiera puede salir de casa en estos momentos, ni escribir nada relacionado con ellos. Ser Corresponsal de la Sección de Troles acarrea a veces este tipo de consecuencias. No sé si entiendes lo que quiero decir.

Manduca lo había entendido a la perfección.

—Y ya sabes qué día es, imagino.

Manduca asintió.

—Es Nochebuena.

Papá Vodol puso cara de fastidio. Manduca sabía que tenía un problema con la Navidad.

—Esa no es la parte importante. La parte importante es que es el primer aniversario del Día del Ataque de los Troles, hoy hace un año de aquella horrible calamidad. Y Papá Culete ha tenido un año, ¡un año entero!, para averiguar la verdad… y aún no ha conseguido averiguarla. Se trata del artículo más importante desde que se inventaron los artículos, de algo enorme, pantagruélico, monumental, colosal. —Sonrió mientras hablaba, porque le encantaba utilizar palabras muy largas—. Y el puesto podría ser tuyo.

Manduca no sabía qué decir. Pero entonces vio algo al otro lado de la ventana, una cosita que volaba, una criatura de cuatro alas pequeñísima, bellísima, vestida de plata. ¡Un Duende Volador Cuentacuentos! Pensó en todos los que había visto desde el Día del Ataque de los Troles. Últimamente, y sin ninguna explicación, estaban por todas partes. El duende dio unos golpecitos al cristal para llamar la atención.

El elfo barbudo y gruñón se percató entonces de su presencia, entrecerró los ojos para mirarlo y le dijo que no con un gesto. El duende, confuso y triste, se marchó volando enseguida.

—Qué criaturas más raras.

—Tienen poderes especiales —dijo Manduca—. Son capaces de hipnotizar a cualquiera solo con sus palabras.

—Pues eso no lo sabía —replicó rápidamente Papá Vodol—. Y bien, Manduca, ¿qué me dices?

—No sé —respondió Manduca—. Hay muchas cosas que tener en cuenta.

Papa Vodol sonrió.

—No será peligroso. Piensa que, a pesar de todo lo que ocurrió el año pasado, los troles procuraron que ningún elfo perdiera la vida. Tendrás que llevar siempre contigo unas cuantas pastillas de jabón, por seguridad, pero estate tranquila, no te pasará nada.

Y entonces le pidió a Mamá Miro que le mostrara el retrato que le estaba haciendo. Era una copia perfecta.

—No se me parece en nada —dijo Papá Vodol—. ¿Verdad que no se me parece en nada, Manduca?

—Bueno…

—Exactamente. No se me parece en nada.

Despidió a Mamá Miro con un gesto desdeñoso y se concentró de nuevo en los troles.

—Ha habido ruidos —dijo.

Eso sí que era una novedad para Manduca.

—¿Que ha habido ruidos?

—Sí, en el subsuelo, anoche. Y también la noche anterior. Es posible que estén preparando otro ataque. Necesitamos que alguien averigüe qué está pasando. Tendrías que ir a entrevistar a la Líder Suprema de los Troles.

A Manduca le dieron palpitaciones de puro miedo.

—¿A Urgula?

—Sí. No hay por qué tenerle miedo. Y, sí, efectivamente, es grande, es la criatura más grande que existe, pero no sería la primera vez que concede una entrevista para El Diario de la Nieve.

—Ya, pero de la última entrevista debe de hacer muchos años.

—El tiempo no cambia tanto las cosas, la verdad. ¿Qué me dices, Manduca? Es la oportunidad de tu vida,

Manduca estaba nerviosa. Pensó en Modosito y pensó en Sosainas. Era como tener un petardo en la cabeza a punto de estallar.

—Pero… pero es Navidad

Papá Vodol soltó una carcajada. Casi nunca reía, pero cuando lo hacía le duraba mucho rato. Manduca miró el reloj: eran las Ya No Tan Temprano y diez.

—Y mi familia querrá que mañana esté en casa con ellos…

—Mañana por la mañana ya estarás de vuelta. Y si consigues una exclusiva sobre los troles, tu familia y tú nadaréis en abundancia de monedas de chocolate durante toda la vida. Es el puesto que siempre habías deseado, ¿no? Y además, piensa que con esa entrevista estarás colaborando en la salvación de Elfhem. Lo último que queremos es que se repita lo del año pasado.

De modo que Manduca volvió a su nueva casa, que estaba exactamente en el mismo lugar que ocupaba su antigua casa y era exactamente igual que aquella, con sus siete retratos de Papá Noel adornando las paredes. Modosito saltaba en la cama elástica, como era habitual, y Sosainas engullía a toda prisa unos terrones de azúcar porque era el día más importante del año y estaba seguro de que acabaría llegando con retraso al taller. Como siempre, se preocupaba por prácticamente cualquier cosa por la que se pudiera estar preocupado.

—No puedo llegar tarde… Hay mucho trabajo que hacer…, muchas pelotas que botar y muchas peonzas que girar…, muchas cosas que verificar… ¿Te imaginas que vuelven los troles?

Manduca se quedó blanca. Sabía que necesitaba comentarle a su marido que iba a emprender un viaje al Valle de los Troles, pero ¿cómo hacerlo? A Sosainas le daría un patatús cuando se enterase, de manera que decidió no decirle nada y despedirse rápidamente de él.

Modosito se impulsó con fuerza en la cama elástica, saltó por los aires y aterrizó en brazos de su madre.

—¡Ya es casi Navidad! —exclamó, estampándole un beso en la oreja a Manduca.

Manduca recordaba muy bien la emoción de Modosito el año pasado, justo antes de que se produjera el ataque de los troles. Y sabía que un suceso como aquel no tenía que repetirse nunca más.

—Sí, es Nochebuena, lo que significa que esta tarde irás con los demás niños del pueblo al Taller de Juguetes y podrás elegir algunos.

—¡Hurra! —gritó Modosito.

—Pero antes tienes que prepararte. Primero irás a la fiesta de Navidad de la Escuela de Trineo. Ya sabes que estáis invitados todos los alumnos del parvulario. Y que tocan los Cascabeles del Trineo…

Tanto Modosito como su madre eran grandes admiradores de los Cascabeles del Trineo. Eran su banda musical favorita y su número uno en la lista de éxitos, Los renos vuelan por encima de la montaña, su canción preferida. Por eso, Manduca se preguntó por qué su hijo había cambiado de repente la cara.

—Este año no van a venir los troles, ¿verdad?

—No, no van a venir, tranquilo —respondió Manduca. Pero entonces se lo pensó mejor. Miró los ojos muy grandes y muy abiertos de su hijo y comprendió que no podía mentirle—. En el trabajo me han pedido que vaya al Valle de los Troles, Modosito. Para un artículo.

Modosito abrió aún más los ojos.

—¡Vas a vivir una aventura de mucho miedo!

—No, qué va. Es solo un viaje corto, de un día. Una miniaventura. Voy a buscar información. Es justo al otro lado de las Colinas Boscosas. Estaré de vuelta muy pronto, te lo prometo. Pero de momento, será nuestro secreto, ¿de acuerdo? ¿Te parece bien, mi pequeño arándano?

Abrazó a su hijo y aspiró el aroma dulce que desprendía su pelo. Era lo que más quería en el mundo.

—Todo irá bien —dijo—. Piensa que es algo que mamá llevaba mucho tiempo deseando hacer.

Modosito miró a su mamá y pensó que a él también le gustaría correr aventuras, aunque mejor que no tuvieran nada que ver con aquellos troles feos que habían estropeado la última Navidad y que hacían que su papá sufriera tantísimas pesadillas.

Pero no le gustaba nada la idea de que su mamá viajara sola al Valle de los Troles, de manera que decidió elaborar un plan y guardarlo también en secreto.