Emocionado, Papá Noel dobló la carta de Amelia y se la guardó en el bolsillo.
Cruzó el Campo de los Renos, cubierto de nieve, y dejó atrás el lago congelado. Mientras andaba, iba contemplando los tranquilos rincones de Elfhelm. El edificio de madera del ayuntamiento, la tienda de zuecos, el Banco de Chocolate y la cafetería del Pudin de Higos en el Gran Sendero, que no abrían hasta de aquí a una hora. La Escuela de Trineo y la Universidad Avanzada de Artesanía, las altísimas oficinas (desde el punto de vista de los elfos) de El Diario de la Nieve, en la calle Vodol. Sus paredes, construidas con galleta de jengibre reforzado, resplandecían con tonalidades anaranjadas bajo la clara luz de la mañana.
Entonces, mientras avanzaba trabajosamente por la nieve, y después de girar hacia el oeste para poner rumbo al Taller de Juguetes y las Colinas Boscosas, vio un elfo vestido con túnica marrón y zuecos del mismo color que caminaba hacia él. El elfo llevaba gafas y era un poco corto de vista, y por eso no vio a Papá Noel.
—¡Hola, Sosainas! —dijo Papá Noel.
El elfo dio un brinco, sorprendido.
—Oh, ho-hola, Papá Noel. Lo siento. No te había visto. Acabo de salir del turno de noche.
Sosainas era uno de los elfos más trabajadores del Taller de Juguetes. Era un poco rarillo y muy nervioso, pero a Papá Noel le caía de fábula. Tenía el cargo de Jefe Artesano Adjunto de Juguetes que Giran y Saltan, y en el taller siempre andaba muy ocupado y nunca se quejaba cuando tocaba trabajar toda la noche.
—¿Todo bien por el taller? —preguntó Papá Noel.
—Sí, por supuesto. Todos los juguetes que giran están girando y todos los juguetes que saltan están saltando. Tuvimos un pequeño problema con unas pelotas de tenis, pero ya está todo solucionado. Saltan más que nunca. A los niños humanos les encantarán.
—Me alegro —dijo Papá Noel—. Y ahora, vete a casa y duerme un poco. Y deséales feliz Navidad de mi parte a Manduca y Modosito.
—Así lo haré, Papá Noel. Estarán encantados de que los felicites. Sobre todo Modosito. Con lo que más le gusta jugar últimamente es con un rompecabezas que lleva tu cara. Zangoloteo, el fabricante de rompecabezas, lo hizo especialmente para él.
Papá Noel se ruborizó.
—Jo, jo… ¡Feliz Navidad, Sosainas!
—¡Feliz Navidad, Papá Noel!
Y justo cuando estaban despidiéndose, los dos notaron una cosa rara. Un leve bamboleo en las piernas, como si la tierra temblase un poco. Sosainas imaginó que sería consecuencia del cansancio. Papá Noel imaginó que sería consecuencia de la emoción de pensar en el gran día y la gran noche que tenía por delante. Y por eso ninguno de los dos dijo nada.