—Mire, lleva los cordones desatados —dijo Papá Noel señalando los zapatos del señor Terror.
El señor Terror bajó la vista y frunció el entrecejo.
—Eso es imposible. Siempre ato los cordones con un lazo doble. Jamás se me desatan. Pero sí, tiene usted razón. Llevo un cordón desatado… ¡Amelia, átame este cordón!
Amelia dudó un segundo, pero decidió agacharse para atarle el cordón. Y mientras Papá Noel seguía cavilando qué hacer, la niña se levantó de repente y dio un empujón al señor Terror con todas sus fuerzas, con todo el sentimiento que quedaba aún en su interior. El señor Terror se tambaleó hasta caer de espaldas, y Amelia aprovechó para salir corriendo de la celda.
—¡¡¡DETÉNGALA!!! —gritó el señor Terror. Y volvió a gritar, añadiendo aún más puntos de exclamación a su grito—. ¡¡¡¡¡¡DETÉNGALA!!!!!!
Pero Amelia ya había dejado atrás el pasillo y estaba subiendo por la escalera. El señor Terror se incorporó e intentó correr tras ella, pero la niña le había atado los cordones de ambos zapatos y volvió a caer de bruces, está vez hacia delante, estampándose de cara contra el suelo y cayendo cerca de los zapatos de Papá Noel, que le iban pequeños.
—¡Esa niña! —gritó—. ¡Ya le he dicho que era una salvaje! ¡DETÉNGALA!
—Quédese aquí, señor Terror. Voy a por ella.
Papá Noel se agachó y le cogió las llaves.
—¿Qué hace? —gimoteó el señor Terror.
Pero ya era demasiado tarde. Papá Noel estaba cerrando la puerta y girando la llave en la cerradura.
—¡Señor Beljuro, señor Beljuro, le exijo que abra esta puerta enseguida! ¿Me ha oído? ¡Señor Beljuro! —gritó el señor Terror a través de los barrotes de la ventana detrás de la cual se había quedado encerrado.
—No soy el señor Beljuro. Me llamo Papá Noel. Encantado de conocerle.
Y el señor Terror lanzó un chillido de odio.
—¡Aaaaaah! ¡Hobble! ¡Señor Hobble! ¡Estoy abajo en el sótano! ¡Sáqueme de aquí!