Quería estar al corriente de las últimas noticias sobre Manduca y Modosito, así que Papá Topo se alejó cinco minutos del teléfono y del Taller de Juguetes para ir corriendo al Ayuntamiento. Antes de abrir la puerta de madera, de escasa altura pero robusta, oyó un fondo de música y alegría. Y cuando entró, tuvo la impresión de que todo Elfhelm se había congregado allí para bailar la cachizumba al son de los ritmos festivos de los Cascabeles del Trineo y disfrutar del aroma exquisito de la canela y las galletas de jengibre.
La canción que estaban interpretando en aquel momento era una versión acelerada de Tu amor huele a galletas de jengibre (Sí, efectivamente) y todo el mundo bailaba, sonreía, aplaudía y giraba hacia un lado y otro. Bueno, casi todo el mundo. Sosainas, con aspecto apesadumbrado, estaba sentado en un pequeño taburete de color rojo,
—¿Has mirado bien en todos los rincones del Taller de Juguetes? —le preguntó Sosainas a Papá Topo cuando este tomó asiento en otro taburete a su lado.
Papá Topo echó un vistazo a la mesa larga que quedaba a sus espaldas y que estaba llena a rebosar de comida típica de Navidad: galletas de jengibre, sopa de higos, pastelitos de mermelada, monedas de chocolate, tarta de arándanos… Le sabía mal que Modosito no estuviera presente para poder disfrutar de todo aquello.
—Sí, los elfos han buscado por todas partes. Es evidente que se han ido a pasar el día fuera.
—Pues no lo entiendo, la verdad. Modosito estaba emocionadísimo con la idea de visitar la Tienda de Juguetes. Y Manduca adora la Navidad.
Papá Topo se fijó que a Sosainas le temblaban las manos de preocupación.
—No-no están en casa —dijo Sosainas, gimoteando—. Tampoco están en el Campo de los Renos. Ni han ido de compras. Ni a patinar sobre hielo. No están aquí… ¿No crees que deberíamos llamar por teléfono a Papá Noel? —preguntó, bajando la vista y jugando con nerviosismo con el puño de su túnica.
Papá Topo sabía que aquella pregunta acabaría saliendo a la luz. Al fin y al cabo, Papá Noel tenía su trineo y sus renos y desde arriba podía llevar a cabo una búsqueda aérea. Además, siendo las fechas que eran, Papá Noel tenía en su persona mucho más beljuro que toda la población de Elfhelm junta. Pero Papá Topo sabía también que en el instante en que comunicara la desaparición a Papá Noel, toda la Navidad correría peligro.
—Es que…
Papá Topo vislumbró la barba negra de Papá Vodol acercándose entre la muchedumbre como un nubarrón de tormenta. Iba directo hacia ellos. Su expresión no podía haber sido de más urgencia si hubiera llevado la palabra «URGENCIA» escrita en la frente.
—¿Qué sucede, Papá Vodol?
—Es Manduca —dijo, preocupado, lo cual ya de por sí resultaba preocupante, puesto que Papá Vodol llevaba cincuenta y un años sin mostrarse nunca preocupado—. Me ha dejado una nota en el despacho. Dice que ha ido al Valle de los Troles.
Sosainas se quedó boquiabierto.
—¿Q-q-q-ué? ¿Por q-q-qué?
Papá Vodol se encogió de hombros.
—Creo que quiere escribir un artículo sobre los troles para el especial de Navidad. Es muy ambiciosa. Desea el puesto de Papá Culete, ahora que el pobre tiene tanto miedo que no quiere ni salir de casa. Me da la sensación de que tu esposa está un poco harta de tener que escribir siempre sobre renos.
Sosainas rompió a llorar y a temblar aún más.
—Tranquilo, tranquilo —dijo Papá Vodol—. Si es verdad eso de que ha ido al Valle de los Troles, solo existe un ochenta y ocho por ciento de probabilidades de que muera de una forma realmente espantosa.
—Oh, no —gimoteó Sosainas. Y repitió estas mismas palabras otras veintisiete veces. Y después dijo—: ¿Crees que Modosito estará con ella? Ay de mí. ¡Esto es una pesadilla! ¿Qué podemos hacer?
—¿Modosito? —dijo Papá Vodol con expresión muy preocupada.
—Sí, no sabemos dónde está —respondió Sosainas.
Mientras Papá Topo intentaba pensar alguna cosa, tratando de obviar el sonido de los Cascabeles del Trineo que estaban interpretando en aquel momento su último éxito, una canción sobre el nuevo reno con la naricilla roja que estaba siendo entrenado en la Escuela de Trineo, a Papá Vodol se le ocurrió una idea.
—Papá Noel —dijo—. Él es el único que puede salvar a tu familia, Sosainas.
—¿Y qué pasará con la Navidad? —preguntó Papá Topo.
—¡La Navidad! —exclamó Papá Vodol—. ¿De verdad estás insinuando que la Navidad es más importante que la vida de tu tatara-tatara-tatara-taranieta y de su hijo?
—No. Por supuesto que no.
—Bien. Pues entonces, mejor que corras y llames urgentemente por teléfono al trineo.
Y entonces, Mamá Birra tiró de Papá Vodol para llevarlo a la pista de baile y Papá Topo se quedó allí plantado, con la mirada expectante de Sosainas clavada en él.