La Dama observaba a Carlos mientras, en tiempo récord, había conseguido que Mara se corriera dos veces y todavía no había penetrado en su cuerpo. La tenía sudando y agitada, a su merced, y sonrió, poco más podía enseñarle, aunque era cierto que Mara era una presa fácil por su debilidad por él. Sin hacer ruido se levantó del diván y salió de la habitación justo en el momento que él penetraba en Mara; su salida no pasó desapercibida a Carlos, pero se mantuvo en su sitio, ya no era necesario que Talía lo vigilara constantemente, ese miedo había desaparecido.
Talía recordó los días en los que tuvo que acostumbrarse, poco a poco, a dejarlo solo. Las veladas en las que, como en esa, ella lo dejaba sigilosamente; recordó las primeras veces en las que paraba lo que estaba haciendo y la llamaba, su sonrisa y presencia desde el umbral y que iba dejando de ser necesaria. Ya no tenía dudas, él estaba curado y era cuestión de días que su aprendizaje se diera por terminado. Desde aquella noche con Ben todo fue mucho más relajado y él perdió el miedo que lo había marcado en su pasado y en esa fatídica velada en Suiza; todos los problemas se diluían como el azúcar en el agua, hasta desaparecer.
Talía escuchó el grito de Mara desde su habitación y le indicó que ya habían terminado y unos minutos después apareció Carlos y se sentó con ella en el sillón.
—Esto cada vez se me da mejor, Mara está descansando —dijo él casi lanzándose en el hueco que había a su lado con una sonrisa de autosuficiencia.
—Ya no puedo enseñarte nada más, vas a ser un rompe corazones.
Carlos rio ante su comentario, pero ella tenía razón, poco más le quedaba por aprender.
—Supongo que entonces nuestro trato ha terminado.
—Queda una sola cosa más, ratoncillo, un último ejercicio.
Carlos extrañaría que alguien lo llamara así, al final se había acostumbrado.
—¿Cuál?
—Uno en el que yo no estaré en ningún momento.
—¿Cuándo?
—Mañana, en la sala negra, la reservaré para ti.
—¿Y si lo supero?
—Será tiempo de que regreses a tu mundo.
Carlos asintió, las despedidas serían para después.
—¿Debo preparar algo especial?
—Solo descansa, del resto me ocupo yo.
Él obedeció y se marchó a su habitación, pero antes la obsequió con un suave beso en la mejilla que la hizo estremecerse; eran sensaciones que ya no podía controlar. Hacía mucho que ella sentía que su relación era distinta, hacía días que tenía que apretar los dientes cuando lo dejaba con otra, pero entendía cuál era su función y ante todo era su maestra, por su parte nada iría más allá. Sin embargo, esos malditos besos inocentes que él le daba en la mejilla eran tan potentes para ella que acababa deseando cambiar las cosas. Talía sonrió, con la cantidad de cosas que le había enseñado para volver loca a una mujer, y a ella lo que más la atontaban eran esos castos besos. En el fondo lo mejor era acabar cuanto antes y alejarlo de su vida de manera que solo su grato recuerdo apaciguara sus noches en soledad. ¿Soledad? Eso era lo que siempre había deseado y ahora era lo que más temía, pero hacía años que había aprendido a convivir con ella, a que esa soledad fuera su mejor amiga, su compañera y desde que ese hombre llegó a su hotel esa soledad solo era perfecta cuando su silencio se mezclaba con el sonido de su cándida risa y con sus dulces gemidos. No obstante, su decisión estaba tomada y en su futuro no estaba él. Aun así, no podía evitar soñar despierta e imaginarse en una casita cerca del mar con su amado, con unos hijos... Agitó la cabeza para que esa imagen abandonara su mente: ese mundo no era para ella.
Cuando Carlos regresó a su habitación a descansar junto a Mara, Talía se dirigió al gran salón, era el momento de prepararlo todo para el definitivo final.
Carlos accedió a la sala negra y se sorprendió por lo que encontró. Había imaginado lo que vería allí dentro, nunca había entrado, había rincones del grandioso hotel que no conocía. En esa sala, las paredes estaban cubiertas de espejos, incluso la puerta por la que accedió era uno por dentro, fue como traspasar a otra dimensión y en el centro una gigantesca cama redonda con sábanas de seda negra; la única luz que llegaba procedía de unos fluorescentes disimulados en la parte alta de las paredes que envolvían toda la habitación y que dejaban ver un techo negro con diminutos puntos de luz semejando un cielo estrellado. Y allí sobre la cama estaban dos de las chicas: Micaela y Andrea completamente desnudas. Carlos nunca había estado con ellas, no sabía cómo complacerlas. Hasta ese día se había vuelto cómodo yacer con Talía, con Mara o incluso con Ben, pero el reto final era complacer a dos mujeres a las que no conocía íntimamente y lo consideró la prueba de fuego.
Se despojó de su ropa y se acercó con decisión a ellas que lo esperaban con una sonrisa e inició su prueba colocándose entre las dos. Lo primero que hizo fue tantearlas. Micaela recibió sus besos en el cuello y dejó que él jugara con los lóbulos de su oreja haciéndola gemir, entenderla fue sencillo, a ella parecían gustarle las caricias suaves y los contactos tiernos. Cuando dejó de jugar con su cuello se giró hacia Andy para hacer lo mismo, pero ella en cambio lo tomó de la cara con las dos manos y le dio un profundo beso jugueteando con su lengua, el ansia de Andy le hizo decidirse por ella primero. Enseguida la tumbó y mordisqueó sus pechos sin piedad haciendo que ella lo aferrara del cabello y empezara a empujarlo hasta posicionarlo entre sus piernas como si tuviera prisa por sentirlo y no se equivocó, un minuto después de estar lamiendo su clítoris ella se incorporó y se colocó de espaldas, exigiendo su penetración y colocándole un condón extra lubricado.
—¿Por detrás? —Se extrañó Carlos, eso no lo esperaba. La única penetración anal que había llevado a acabo fue con Ben y el joven hizo todo el trabajo, pero al parecer era lo que Andy deseaba.
Micaela se sumó al baile y empezó a besar a Carlos mientras él se situaba a la espalda de Andy y empujaba en su interior, entrando de forma suave y bastante sencilla e iniciando un movimiento cada vez más intenso mientras la propia Andy le pedía más fuerza entre gritos de placer. Carlos empezó a controlar la situación a la perfección y decidió no dejar a Micaela al margen, la acercó a él para besarla y la tumbó con las piernas abiertas para utilizar sus dedos y penetrarla con ímpetu, si tenía dos mujeres las complacería a las dos.
Carlos se dejó llevar, las sensaciones del apretado culo de Andy a su alrededor y la humedad que sentía en los dedos con los que hacía gozar a Micaela lo estaban llevando al límite, pero consiguió aguantar y con la mano que le quedaba libre introdujo dos largos dedos en la vagina de Andy, iba a llevarla al orgasmo de forma inmediata y eso fue lo que ocurrió porque unos minutos después notó las convulsiones musculares de la joven y el grito de sumo placer que lanzó hasta quedar relajada y boca abajo sobre la cama. En ese preciso instante Micaela reclamó toda su atención y quitándole el condón lo rodeó con las piernas facilitando su penetración y se abrazó a él arañando su espalda y sus nalgas mientras él le hacía sentir toda su plenitud.
Carlos se sentó con las piernas cruzadas sobre la cama esperando que las chicas recobraran el aliento y observando sus expresiones de satisfacción mientras lo miraban casi languidecidas. Andy fue la primera en alargar la mano y agarrar su miembro que seguía erecto, era el único de la habitación que todavía no se había relajado y deseaba hacerlo, ya había aguantado a la perfección. La joven se situó frente a él e introdujo su pene en la boca sorbiendo con devoción, dándole su merecido premio, utilizando la profundidad de su boca para acariciarlo totalmente. Pero no contenta con eso se aproximó mucho más y la tomó entre sus pechos para masturbarlo con ellos toqueteando su glande con la lengua a la vez y ejerciendo tal presión que en pocos minutos Carlos dejó escapar su esencia sobre esos mismos senos que lo habían llevado al éxtasis. Justo después los tres se tumbaron sobre la negra cama y observaron el techo estrellado antes de que un ligero sueño de placer los envolviera. Estaba hecho, la prueba final había resultado un éxito, todo había terminado.
Talía vigiló la tórrida escena desde una estancia al lado de la habitación negra, mirando sin ser vista a través de uno de los espejos. Carlos había resuelto a la perfección el acto sexual, había sabido diferenciar lo que cada una de ellas necesitaba, se había dado cuenta inmediatamente de que Micaela era una romántica y de que a Andy le iba más el sexo duro y, durante más de una hora, había sido capaz de satisfacerlas a las dos con maestría, ya no tenía nada que enseñarle. Salió de la habitación y se dirigió a la suya a descansar, el día y la noche siguiente sería la última que él pasaría allí, que disfrutaría del hotel y de su compañía, ya lo tenía decidido. Aun así, quería quedarse con un buen recuerdo, sentirlo plenamente y gozar por última vez con él antes de sacarlo de su vida para siempre, antes de que ambos regresaran a sus respectivas vidas, antes de su despedida final y de su separación definitiva.