Epílogo

Carlos observó el patio de la casa que tenía delante y comprobó el papel con la dirección que le habían entregado en la oficina de correos. En él había una mujer mayor sentada en una mecedora, leyendo y recibiendo la brisa fresca que procedía del mar. Se acercó despacio y con un saludo llamó la atención de la mujer que alzó la vista del libro, no esperaba visitas.

—Discúlpeme, busco a Rosaura Solís Walter.

—Soy yo. —La mujer lo miró con curiosidad—. Creo que no lo conozco.

—Me llamo Carlos y quería pedirle cierta información.

Rosaura sonrió al escuchar su nombre y Carlos pudo ver el reconocimiento en sus ojos, ¿qué significaba eso? La mujer le pareció inteligente y agradable, una mujer independiente y libre que había vivido su vida según sus propias convicciones.

—Verónica está en la playa, salió hace un rato a dar un paseo —le dijo ella.

¿Verónica? ¿Quién era Verónica? ¿Quizás...? No preguntó más, dejó su bolsa de viaje sobre los adoquines del patio y salió corriendo en la dirección que la mujer le indicó.

Verónica respiraba profundamente el aire húmedo del mar. Tuvo que huir, era lo correcto, y no solo por la aparición aquella noche de Alfredo en su hotel, sino por ella misma, por ser capaz de empezar de nuevo por segunda vez, de olvidarlo todo, de alejarse de esa vida definitivamente, allí era imposible que nadie la encontrase, esperaba que ni siquiera su pasado. Desde que había regresado allí estaba en paz y se preguntó por qué no lo había hecho antes. Pero conocía la respuesta. Fue un joven abogado que apareció en su vida de repente el que le mostró que su vida no estaba completa y que a pesar de lo que había luchado por su hotel no era eso lo que la hacía feliz; sonrió al recordarlo, fue lo único incontrolable en su vida, lo único que se había escapado a su control, que no había programado de antemano. Sabía que nunca lo volvería a ver, que él estaría rehaciendo su vida y esperaba que fuera con una mujer que lo amara de verdad. Aún recordaba su expresión la última noche que pasaron juntos cuando ella prácticamente lo echó. Después se decidió a dejarlo todo, a alejarse de ese mundo para siempre porque a ella le bastaba con recordarlo, con hablar de él con Rosaura, con mantenerlo en su mente y en su corazón. Por suerte Rosaura no la juzgó, solo sonrió al entender que por fin se había enamorado, que el hombre que le estaba reservado había aparecido, ella soltó una carcajada negándolo todo, negando sus sentimientos, pero no se podía engañar ni engañar a Rosaura: estaba enamorada y lo había estado desde que él se sentó delante de ella aquella primera noche y le había dicho que le enseñara a follar. Y vaya si lo había hecho, todavía le temblaba el cuerpo al recordarlo dentro de ella, al rememorar las sensaciones de aquel primer orgasmo real que ella tuvo.

—La verdad es que Verónica no es un nombre que te pegue mucho.

La voz del hombre se coló en lo más hondo de su alma y le provocó un escalofrío a lo largo del cuerpo, pero no dudó de que Carlos estaba tras ella, que la había encontrado en el último lugar del mundo y sonrió pensando en todo lo que le habría costado.

—Me pusieron el nombre de mi abuela, ella me crio.

—Entonces es un nombre precioso.

Carlos apoyó su mano sobre el hombro de ella y sintió su ligero estremecimiento.

—¿Qué haces aquí?

—He venido por ti. Me ha costado mucho encontrarte, sabes guardar tus huellas a la perfección.

—Rosaura diría que el amor todo lo puede.

—¿Y tú no crees eso?

—Soy más realista.

—Entonces no crees que estoy aquí porque te amo.

—¿Y cuándo te diste cuenta de eso?

—No voy a negarte que mis intenciones eran otras, pero supongo que me hiciste dependiente de ti desde los primeros días.

—No quiero que dependas de mí.

—Y ya no lo hago, me gusta estar contigo, me gusta quien soy cuando estoy contigo, me gusta lo que siento cuando estoy contigo, me gusta ser feliz y sé que solo lo conseguiré a tu lado. Te amo y ahora sé qué es el amor.

Verónica sonrió, era lo mismo que sentía ella. Él estaba allí, a su lado y de repente su fantasía de un amado y de unos hijos no le pareció tan lejana. Las cosas habían cambiado, ella había abandonado el hotel por él y que Carlos hubiera removido cielo y tierra para buscarla solo aumentó el amor que ella le profesaba. Se acercó a él y le dio un suave beso en los labios y tomándolo de las manos lo condujo hacia el agua. Ya nunca lo soltaría.

—Vamos.

Se desprendió de su ropa y le indicó que hiciera lo mismo y se adentraron en el mar para dejar que sus cuerpos sintieran de nuevo lo que era estar juntos; ninguno de los dos dudó del amor del otro. No hacían falta las palabras.

Un baño después, estaban tumbados en la arena, abrazados y respirando la humedad, esa vez del cuerpo del otro.

—¿No fue bien tu regreso? —le preguntó ella acariciando su pecho.

—Pasé unos días bastante malos, estaba furioso contigo por haberme echado de tu vida. Pero lo comprendí.

—Mi mundo no era para ti, hubiera acabado corrompiéndote y no es eso lo que yo quería, debía salvaguardar tu inocencia. —Carlos rio y la besó—. Cuando te fuiste me di cuenta de que todo lo conseguido ya no me compensaba, una noche me sentí fuera de lugar y me marché.

—Fue una gran idea dejarles el hotel a Ben y a los demás, una decisión digna de La Dama.

—Es lo que se merecían. ¿Cómo me encontraste?

—Hablé con Ben, hablé con tu abogado, pero fueron unos giros postales que encontré debajo de tu cama.

—No puede ser, los olvidé...

—Pues gracias por hacerlo.

Verónica sonrió y le acarició la barbilla recreándose en sus preciosos ojos peltre.

—¿Cómo fue con tu ex?

—Me acosté con Silvia.

—¡Vaya! ¿Y?

—Me sentí superior, un triunfador. Luego Emma me besó, al parecer me echaba de menos y fue cuando empecé a ver las mentiras y las falsedades que me rodeaban y ser un as del sexo, vengarme de Silvia o volver con Emma no me compensaba, supongo que también me sentí fuera de lugar. Y aquí estoy, contigo, la única que me completa... y ahora puedes reírte de mis memeces.

—Aunque no lo creas me gustan tus memeces.

—Por cierto, Rosaura me conocía.

—Le hablé de ti.

—¿Qué es ella para ti? ¿Por qué le mandabas dinero? ¿Por qué te refugiaste aquí?

—Ella me cuidó después de que...

Verónica se detuvo, no quería hablarle de su pasado, de lo que vivió, de lo que sufrió, de las vejaciones que aquellos hombres le hicieron durante años, de que la violaran y la golpearan tantas veces hasta que una vez la dieron por muerta. De que la única que la recogió y la ayudó fue Rosaura, de lo que ella le enseñó después para que nadie más la hiriera, de la fortaleza y el muro que entre las dos edificaron alrededor de su alma, de que fue ella la que le prestó el dinero para su negocio y de que fue ella la que la vio ocultarse bajo el pseudónimo de La Dama y triunfar sobre los hombres que tanto odiaba y la que la vio negar el amor para siempre.

Carlos se dio cuenta de que esa mujer fue su refugio y que posiblemente fue ella la que la apoyó, la que le presentó a ese viejo abogado y la que la enseñó a sobrevivir. Tampoco le importaba lo que le pasara en su anterior vida, no le apetecía conocer sus penas en ese aspecto, no quería imaginarla en esas atroces circunstancias que habrían ocurrido en su vida hasta convertirla en La Dama. Prefería conocerla y verla así para siempre, sin manchas pasadas, tan deslumbrante y magnífica como era desde que la conoció.

—No me importa tu pasado, solo nuestro futuro.

—Te lo contaré todo.

—¿Tiene que ver con la noche de las pesadillas?

—Tiene que ver con eso y con más.

Había llegado el momento de volver a confiar. Verónica se situó sobre él y lo besó con intensidad, tenía razón, un futuro incierto se vislumbraba, pero extrañamente sentía que sería feliz. Aun así, él tenía derecho a conocerlo todo, empezar juntos una vida sin mentiras. Se recostó en su pecho y suspiró, allí, al lado del mar era donde quería dárselo todo.

—Nunca conocí a mis padres, me crio mi abuela hasta que murió, luego estuve en un orfanato hasta que una familia me acogió, un hombre... Mucho tiempo después supe que más bien fue una venta. Desde niña me acostumbré a los malos tratos, pero fue a partir de los trece años cuando empezó el verdadero infierno para mí...

Carlos la dejó hablar sin decir nada, sin interrumpirla, ella necesitaba hacerlo y él solo debía estar con ella, abrazarla, escucharla y entenderla. Pronto su respiración se entrecortó y las emociones pasaron del rencor a la ira y a la lástima de forma rápida, ¿cómo pudieron torturar así a una niña? Sus ojos se humedecieron imaginándose a aquella niña, a aquella joven a la que encadenaban y violaban a su antojo, a aquella mujer que mostraba una fuerte voluntad y entereza mientras le relataba su cruel vida. Él lo vio, para ella se había convertido en una historia que contar, un cuento ajeno a sí misma, era su forma de superarlo, de sobreponerse, de sobrevivir en el infierno. Pero todo iba a cambiar y, allí, se decidió a estar a su lado siempre, a no fallarle y a que ese amor que parecía empezar a brillar se convirtiera poco a poco en una fuerte luz que traspasara su muro y lo derribara por fin, que le permitiera salir al mar de su futuro.

Rosaura los observaba desde lo alto de su patio con lágrimas en los ojos. Desde que había recogido a Verónica casi muerta al lado del mar se había convertido en su prioridad, en su fuerza; no entendía cómo alguien era capaz de hacerle tal cantidad de daño a una jovencita y los meses que pasaron juntas se dio cuenta de que no solo el cuerpo, sino también la mente de la criatura estaba dañada y fue su labor hacerla vencer sus miedos y ser capaz de revivir como un ave fénix de sus cenizas, si era necesario le enseñaría a pisar a los indeseables y a alzarse sobre ellos. Y así fue, la convirtió en una mujer a la que todos admiraban y temían a partes iguales, que supo aprovecharse de la debilidad del deseo y del poder del sexo y supo hacerlo porque ella misma había vivido en ese mundo, aunque en otras condiciones muy distintas hasta que decidió dejarlo y jubilarse al lado del mar, un mar que se la había traído de vuelta.

Las lágrimas que amenazaban con salir se escurrieron por sus mejillas mientras contemplaba a la pareja tumbada sobre la arena porque había oído lo que nunca había pensado que escucharía de nuevo: la risa clara y cantarina de la niña a la que había cuidado y salvado.

La felicidad de Verónica, la que desde hacía años era y ya no sería más... LA DAMA.