Capítulo 3

Las lámparas de la estancia apenas iluminaban el entorno, pero ambos se mantuvieron la mirada, midiéndose. Las profundidades verdes de los ojos de ella no dejaban ver más allá, eran férreas murallas que cubrían sus pensamientos, en cambio, ella sí pudo navegar entre los ojos grises del hombre que tenía delante; vio su vergüenza, vio su miedo al fracaso, vio sus ansias de superación y algo que no esperaba encontrar allí: un atisbo de ¿venganza? No sabía qué era realmente lo que buscaba allí, su cliente común no la había informado y eso la hacía sentir curiosidad, habían jugado bien, no obstante, él le gustaba y algo en su interior la empujaba a seguir ese juego.

—Cuéntame qué buscas aquí, ratoncillo —dijo ella con toda la tranquilidad del mundo.

Si el juego no le gustaba siempre podría divertirse con él un rato; era muy atractivo, hacía tiempo que un ratoncillo no acudía a su morada.

—Me llamo Carlos y QUIERO QUE ME ENSEÑES A FOLLAR. —Carlos había decidido ir al grano, ya que los rodeos podían jugar en su contra.

Ella lo miró muy sorprendida y acto seguido soltó una sonora y sincera carcajada, hacía mucho tiempo que no se reía así. Cuando Ben le entregó la tarjeta de visita, había pensado seriamente en negarse, en que sería uno de esos absurdos favores que sus mejores clientes le habían pedido durante toda su vida, pero cuando su joven ayudante le describió al sujeto, sintió curiosidad, muy poca, sin embargo, aceptó verlo. Una vez delante de ella solo pudo creer ver a un joven snob con alguna que otra fantasía extraña, pero nada más lejos de la verdad. Un joven abogado, triunfador y guapo con problemas en la cama; la cosa se ponía interesante. Ella llevaba mucho tiempo sin involucrarse con nadie, sin descender las escaleras que la separaban de su mundo de placer, decaída, sin ganas de nada, sin sentir esa chispa que una mujer a su edad debía sentir por la vida, después de tantos años de sufrimiento, era entonces cuando la carga empezaba a pesarle, a hundirla, incluso las ganas de desaparecer habían crecido, nadie la echaría de menos, nadie notaría realmente su pérdida, nadie la había querido nunca. Y, como si de la nada hubiera salido, de nuevo empezó a reír, ese hombre la había hecho salir de su cascarón e interesarse de verdad. Desde luego que la cosa se ponía muy interesante y escuchar el sonido de su risa la animó. Tardó unos minutos en dejar de reír, justo cuando Carlos empezó a fruncir el ceño algo molesto. «Su cara es como un libro abierto», pensó La Dama. Mostraba demasiado sus sentimientos y era algo que debía corregirle, curiosamente ya se sentía su maestra. Curiosamente ya había aceptado el juego y para su sorpresa le apetecía mucho.

—De acuerdo. —La Dama decidió seguirle la corriente, al fin y al cabo, podría tratarse de una broma—. ¿Por qué crees que no sabes follar?

Carlos desvió la mirada, era algo que le dolía.

—Llevaba algo más de seis años con una chica y me abandonó por ser pésimo en la cama.

—¿Esas fueron sus palabras? —él asintió—. ¿Y eso es una causa de separación?

—Para ella parece que sí...

—Y has decidido que para arreglar ese problema de pareja debes venir aquí a aprender.

—No es por eso, mi relación con ella acabó hace tiempo.

—¿Entonces? —insistió ella.

—Es un error que quiero enmendar.

—Dame una buena razón para que no te eche de aquí, algo que me haga ver que el esfuerzo valdrá la pena.

Carlos dudó, suponía que la excusa de convertirse en un buen follador no lo era.

—No creo que nadie deba enfrentarse así a un problema de este tipo, su vida no debería destrozarse por algo como esto. —Los ojos del hombre se humedecieron al recordar el día que encontró la nota de Emma—. La sensación de abandono, de humillación, de impotencia... No es solo aprender como una demostración de hombría, sino como una forma de recuperar mi autoestima.

—¿No albergas ningún sentimiento de rencor?

—Algo queda, no voy a mentirte. —Ella sonrió, él era sincero y eso le agradó. Aunque aún no lo conocía bien, parecía un hombre bueno, no se merecía pasar por una decepción así.

Entonces fue La Dama la que miró por la ventana, a lo lejos, lo que hubiera dado ella por tener a su lado a un hombre que la amara sin importarle el sexo, que la hubiera tratado como a una igual, no como a un objeto del que solo extraer placer y castigar o romper cuando no funcionaba bien; algunas eran estúpidas por dejar que algo así pasara, por abandonar a un hombre así. Había decidido ayudarlo.

—¿Vuestros encuentros sexuales eran asiduos, satisfactorios o lo parecían? —A pesar de las preguntas, poco le importaba la vida sexual de la petarda que lo abandonó, pero debía conocer los hechos para saber a qué se enfrentaba.

—Sí, supongo que lo normal.

—¿Preliminares?

—Supongo que sí.

—Supones demasiado, todo son dudas.

Carlos se dio cuenta de que ella tenía razón, de que ya no estaba seguro de cuáles fueron realmente sus relaciones sexuales en pareja.

—Menuda frustración.

Ella sonrió y continuó su conversación.

—¿Cuándo te diste cuenta de que eras malo en la cama como dices?

—Cuando me dejó una nota y me abandonó.

—¿Y hasta entonces?

—No me di cuenta. —Carlos resopló, se sentía estúpido.

—¿Cómo es eso posible? ¿No sentías su placer?

—Nunca pensé que fuera a fingir, supongo que me confié.

—Eso solo puede significar que, o eres un egoísta en la cama, o eres un ingenuo. —Carlos volvió a fruncir el ceño ante sus duras palabras—. Y creo que me decanto por la segunda.

—¿Qué debo hacer?

—Aún no he dicho que vaya a ayudarte.

—Puedo pagar lo que me pidas.

La Dama se incorporó de golpe y se acercó a él, la túnica de gasa negra bailaba al ritmo de sus caderas, su bello cuerpo era sensualidad en estado puro, un reflejo de las esculturas griegas que había visto en el salón del hotel, pero su gesto no, su cara mostró un atisbo de enfado y sin decir nada le dio una bofetada.

—¿Tengo pinta de necesitar tu dinero, estúpido niñato? No sabes nada de mí, nada de mi forma de hacer las cosas, nada de mis intenciones, pero te digo desde ya que no son económicas. —Carlos la miró a los ojos evitando tocarse la mejilla dolorida por el golpe, era hora de suplicar, por suerte, no hizo falta, ya que la mirada de la mujer se calmó, ella pudo ver el arrepentimiento en sus ojos, su necesidad—. Aceptaré ayudarte, pero no vuelvas a ofenderme, llevo mucho tiempo sin aceptar dinero por... —No continuó, lo recuerdos no eran gratos, y él no era de confianza—. Si lo hago es porque me apetece y nada más. Yo decido la forma de hacer las cosas y tú solo me obedecerás, si lo haces saldrás de aquí y podrás volver loca a cualquier mujer.

Carlos asintió, haría cualquier cosa que le pidiera.

—Lo haré, Dama.

¿Dama? De repente no le gustó que él la llamara así y quiso diferenciar su reciente relación.

—A partir de ahora me llamarás... —Se quedó unos segundos pensativa, eligiendo un nombre adecuado—... Talía, seré tu musa de la comedia, te enseñaré a actuar, a fingir y a dominar.

Carlos se levantó de su asiento y la miró a los ojos situándose enfrente de ella, casi a su misma altura; un destello cruzó su mirada y Talía sonrió, el juego iba a comenzar y, cuando acabara, nadie más se reiría de su discípulo.

—Gracias, Talía. ¿Cuándo empezamos?

—Esta misma noche. Desnúdate y métete en mi cama, quiero ver de lo que eres capaz.

Talía lo vio obedecer y pasar a la habitación de al lado, debía pensar en lo que haría después de esa primera noche, en lo que iba a suponer enseñarle. Debía controlar sus enfados, él no tenía por qué saber de su vida pasada y sus traumas y no tenía la culpa de hablar demás, pero por suerte parecía arrepentido. Un escalofrío la recorrió, sí, demasiado tiempo sin sentir nada, quizás no pasaría de unas horas con él, ya lo decidiría, pero, en esos momentos, solo quería disfrutar y pensaba aprovecharlo al máximo.

Carlos entró en el anexo de la habitación que Talía le había indicado, retiró el tul que envolvía la gran cama y se sentó en la parte de atrás, aflojando la pajarita que se había arreglado antes de entrar en ese lugar que ahora sería su templo, lo había logrado. Miró a su alrededor y se sorprendió, esperaba encontrar cuadros sexuales o motivos claros sobre la temática recurrente del hotel, pero al parecer eso se quedaba en el exterior. La alcoba era su habitáculo privado y tenía extrañamente algo de romántico, el lecho de madera y tules, el cuadro de dos jóvenes amantes sobre un columpio y de caballeros medievales con sus damas, muy propios del arte romántico del siglo XIX, le daban un tono inocente que no creía poder encontrar allí y que le fascinó. ¿Cuántos hombres habrían tenido acceso a ese santuario personal? Se desabrochó la camisa analizando ese entorno, necesitaba ocupar su mente en algo trivial o la situación acabaría sobrepasándolo, analizar la habitación lo apaciguaba mientras seguía sentado sobre la cama, esperando. Ya estaba allí y tocaba seguir adelante, pero extrañamente no estaba preocupado por ir a meterse de lleno en una odisea sexual, era como si se hubiera quitado un gran peso de encima, como si, a partir de esa noche, todo fuera a renovarse en su vida.

Talía entró sin hacer ruido, acompañada del crepitar de su bata de seda, se había soltado el pelo y una cascada de rizos marrones la rodearon de forma sensual. Carlos soltó un intenso suspiro al verla, era la belleza hecha carne. Despacio se acercó a él y apoyó una rodilla en la cama, entre sus piernas, ayudándolo a terminar con la camisa; una vez abierta apoyó la mano sobre su pecho acariciando sus músculos y recreándose en su tacto firme, luego lo agarró del pelo haciéndole exponer el cuello y le plantó allí un húmedo beso, era un hombre muy atractivo, increíblemente le apetecía tocarlo y eso era algo que llevaba muchísimo tiempo sin sentir. Suavemente lo empujó sobre la cama, situándose sobre él e iniciando una exploración con su lengua. Carlos estaba bajo su control, se estremeció al sentirla, al notar cómo introducía una mano por sus pantalones y lo acariciaba para alentarlo, aunque no hacía falta, ya estaba preparado en el momento en que se acercó a tocarlo. Talía continuó con su tanteo, haciendo que él gimiera de placer, efectuando movimientos maestros que buscaban acabar con sus defensas, ver hasta dónde era capaz de aguantar. De repente se detuvo, se incorporó y sonrió, había creído que el problema de Carlos podría ser la rápida eyaculación, pero al parecer no lo era y eso la satisfizo, daría más juego.

—Tu turno, estás aquí para aprender, ¿no?

Carlos asintió y, saliendo de las intensas sensaciones que acababa de experimentar, se deshizo de sus pantalones y su ropa interior y se tumbó junto a ella, ansioso, pensando más con la entrepierna que con la cabeza. Utilizando sus mismas armas inició en recorrido por su esbelto cuello, sus perfectos pechos, incluso se atrevió con caricias más íntimas allí donde el aroma de la mujer amenazaba con hacerlo enloquecer de placer. Talía lo dejó hacer, sentía su necesidad y la de ella fue creciendo, pero cuando todo empezaba a fluir se dio cuenta de cuál era el problema: él paraba para reponerse un segundo, perdía el ritmo o cambiaba de posición y estropeaba la llegada al clímax de su pareja sexual, aunque lo hacía de forma inconsciente posiblemente perdido en sus propias sensaciones. Pero entendió, si eso continuaba así, acababa aburriendo a cualquiera. Carlos notó que ella se enderezaba, que lo detenía de manera sutil.

—Ya ves que... —Intentó excusarse él claramente desilusionado.

—¿No tienes claro cuál es el momento en que empiezas a fallar?

—No, yo intento seguir, pero al parecer sin mucho éxito. Siempre pensé que lo hacía bien, que mi novia completaba su placer conmigo.

—¿Cómo no te dabas cuenta de que ella no llegaba realmente al orgasmo?

—Ella gemía fuerte, yo creía que...

—¿Y los suaves espasmos y las contracciones musculares que son signos inequívocos?

Carlos elevó los hombros en señal de duda, llevaba tiempo sin entender mucho sus relaciones sexuales, dándose cuenta de que no sabía nada de nada y menos aún cómo solucionarlo. Talía se levantó de la cama y se dirigió al salón, cogió el teléfono y llamó a alguien más, había que empezar por el principio. Enseguida volvió y se sentó a su lado cruzando las piernas. Carlos todavía tenía el sabor de su humedad en la boca y el calor de su magnífico cuerpo en el suyo, tenerla tan cerca y tan desnuda no le ayudaba a concentrarse, a tener una conversación cordial y para colmo ella había apoyado una de sus manos en su muslo, pero era el momento de recuperar el control, aunque fuera levemente.

—¿Cuándo perdiste la virginidad? —le preguntó Talía para enfriar un poco la situación, para hacer que él se relajara y su prominente erección descansara. Aunque no era lo que tenía pensado, comprendió que Carlos era distinto y que necesitaba cierto grado de confianza.

—El primer año de universidad —le contestó él.

—¿Fue bien? —Parecían dos amigos hablando de sus cosas si no fuera porque ambos estaban prácticamente desnudos.

—Creo que sí. —Carlos apretó los dientes dándose cuenta de que su mundo sexual era un continuo creo que o supongo que.

—No voy a preguntarte entonces si conoces el cuerpo de una mujer, si sabes cuáles son sus puntos de placer.

—Sí, lo sé, pero parece que no lo utilizo bien.

—Tu problema es el control de la situación y de la mujer que tienes bajo tu cuerpo. Además de que con lo que me has contado dudo mucho que hayas sentido alguna vez lo que es un orgasmo femenino.

Carlos desvió de nuevo la mirada, unos minutos le habían bastado para darse cuenta, y tristemente pensó que ella podía tener razón, que todas sus relaciones amatorias hasta ese momento fueron espejismos. Unos golpes en la puerta le advirtieron que alguien llegaba e instintivamente se colocó los calzoncillos. Talía sonrió ante su pudor, ante su inocencia.

—¿Me buscabas? —Una joven rubia con una túnica griega corta asomó la cabeza por el hueco de la puerta.

—Sí, querida, necesito tu ayuda un momento, ¿estabas ocupada?

—Puede esperar.

—Pasa y siéntate en el sillón. —La joven se situó en el lugar que le indicó, al lado de la cama, y miró al hombre que tenía enfrente con curiosidad y una sonrisa—. Carlos, esta es Mara y trabaja para mí. Ella te mostrará lo que debes conseguir tú.

Él asintió; la primera lección parecía que iba a ser rápida e intensa, muy distinta a la intimidad que había iniciado con La Dama, pero era ella la que marcaba el ritmo y si había llamado a la chica sería por un buen motivo, decidió seguir adelante lo mejor que pudiera. Talía ignoró su expresión de sorpresa cuando llegó Mara, ella mandaba y quiso enfrentarlo ya con sus errores. Se acercó a la joven y le dijo algo al oído, ella asintió y sin decir nada entró en su papel allí, entendió a lo que iba y lo que se esperaba de ella. Inmediatamente la joven se levantó la túnica mostrando que no llevaba ropa interior, abrió las piernas y empezó a acariciarse, a masturbarse delante de él, al principio con suavidad, después acelerando sus propios movimientos y aumentando el vaivén de sus caderas. Carlos contemplaba a Mara con los ojos como platos, sintiendo su propio placer y excitándose cada vez más por los actos de la joven rubia, ¿cómo podía haber cambiado tanto su situación en unos pocos minutos? La frustración de hacía unos momentos desapareció y estaba deseando entrar en acción. Talía se aproximó a él, notó sus ganas e inició sus enseñanzas, estaba preparado.

—Ve hacia ella y ayúdala a correrse. Bastará con tus dedos.

Carlos asintió sin rechistar y se arrodilló delante de las piernas abiertas de la joven e introdujo sus dedos en su interior, ella se relajó ante su contacto, cerró los ojos y se acomodó al movimiento de sus dedos sin dejar de tocarse ella misma con el fin de llegar al clímax antes. Carlos siguió entrando y saliendo, notando cómo sus dedos se escurrían en su humedad cada vez más rápido hasta que dejó que el orgasmo la envolviera y sus espasmos apretaran los dedos del hombre.

Cuando Mara dejó de hiperventilar y se relajó, Talía colocó una mano sobre el hombro desnudo de Carlos y este sacó los dedos húmedos de su interior y volvió a sentarse en la cama sin dejar de observar a la joven que ya se levantaba del sillón con cara de satisfacción.

—¡Qué divertido! —dijo Mara recolocándose la túnica de nuevo.

—Gracias, querida, puedes regresar al salón —le indicó Talía.

—Si necesitas algo más no dudes en llamarme —le dijo Mara recalcando ese más, sonriendo y guiñándole un ojo.

Talía asintió, llamarla fue una decisión precipitada, pero resolvió la situación de forma favorable. La joven rubia se despidió lanzándole un beso, había dejado solo a un cliente y debía regresar a su trabajo. De nuevo solos, buscó calmar las cosas, el primer contacto estaba tomado y había sido bastante bueno.

—¿Conclusión? —le preguntó Talía a Carlos que seguía sentado en la cama.

—Mi vida sexual ha sido una mierda y yo voy a tirarme por un puente o mejor, ¿cuántos metros hay desde aquí?

Talía soltó otra carcajada, se estaba divirtiendo más de lo que había imaginado. Se había dado cuenta de que era un hombre especial desde el mismo momento que empezaron a hablar, sus ganas de mejorar se lo indicaron. Normalmente cualquier otro tío habría mantenido su orgullo y culpado a las mujeres, pero él tenía claro que era problema suyo y, a pesar de la vergüenza, quería solucionarlo, allí, con una extraña en la que debía confiar y, por lo pronto, lo había hecho sin ninguna duda ni arrepentimiento.

—No es tan grave, ratoncillo, solo has de aprender y para eso estoy yo aquí.

—Te agradezco que me ayudes, de verdad.

—Bueno, es un buen reto y estaba algo aburrida.

—He sentido sus contracciones en mis dedos, el temblor de su cuerpo. Ahora sé que todo lo hice mal.

Talía lo observó con compasión, estaba algo decaído por lo que acababa de descubrir, pero ya habría tiempo para florecer.

—Creo que por esta noche es suficiente.

Carlos se levantó y se vistió; el primer intento había sido bastante malo, pero ya sabía cuál sería el principio. Se dejó la pajarita deshecha, ya no tenía caso esmerarse tanto.

—¿Cómo vamos a organizarnos? —preguntó; tenían la misma preocupación—. ¿Vengo por la noche?

Talía llevaba un rato dándole vueltas, no decidía si abrirle o no las puertas de su mundo, aunque sería lo más cómodo para todos.

—Lo ideal sería que pasases un tiempo aquí conmigo, unos días intensivos si el trabajo te lo permite.

Carlos la miró algo sorprendido, ¿vivir allí? No era mala idea, así se centraría solo en su aprendizaje y desconectaría por completo, olvidar su rutinaria vida por un tiempo.

—Sí, no tengo nada urgente y me vendrá bien perderme y cambiar de aires.

—Entonces prepáralo todo y regresas, adecuaré la habitación contigua a la mía para ti. Y entonces te mostraré la verdadera fuerza de El Jardín de las Delicias.

El pacto estaba hecho, el acuerdo entre los dos parecía cerrado.

—¿Por qué elegiste ese nombre? —le preguntó Carlos mientras se ataba los cordones de los zapatos.

—¿Has visto el fresco sobre el cuadro de El Bosco en lo alto de las escaleras del gran salón? —él asintió, fue una de las cosas que más llamó su atención—. Es un tríptico que siempre me ha fascinado, la forma del pintor de representar a la humanidad sumida en sus desenfrenos lujuriosos, en sus pecados sexuales, sin inhibiciones, sin prejuicios, sin miedo a la entrega, sin límites... Te enseñaré lo que esas representaciones llegan a mezclarse con la realidad en este lugar y ¿quién sabe? Igual hasta te animas a participar y a experimentar.

Carlos sonrió, antes de esa noche no hubiera querido ni oír hablar de algo así, sumido en su vida feliz en pareja, pero desde que atravesó esas puertas era otro, incluso había mantenido contacto sexual con una joven y con Talía mirando... Se había producido un cambio y esperaba que fuera para mejor. Antes de salir de la habitación le dio un suave beso en la mejilla a Talía, un simple gesto de cariño sin importancia y se marchó sin ver cómo ella se acariciaba esa misma mejilla sumida en sus propios pensamientos.