Capítulo 4

Talía revisaba unos documentos que Ben, su mano derecha en el hotel, le había traído de un posible nuevo negocio de inversión. La situación resultaba extraña para los ocupantes del Jardín, pero el joven no se atrevía a preguntarle directamente por el hombre que ahora dormía con ella. La noche en que llegó fue él mismo quien lo condujo hasta su habitación y después escuchó con sorpresa lo que les relató discretamente Mara y así empezó a rumorearse que, después de mucho tiempo, La Dama tenía un nuevo amante.

—Suéltalo, Ben —le dijo ella sin levantar la vista del papeleo.

—¿Se va a quedar?

—Por un tiempo.

—¿Por qué?

—Porque me apetece.

—No sé si es buena idea que alguien ajeno al grupo deambule por aquí.

—No deambulará por ningún sitio, estará conmigo y yo decidiré dónde puede ir o dónde no. —Talía vio cómo Ben bajaba la cabeza—. Cariño, sabes que no haría nada que os incomodara y te doy mi palabra de que se mantendrá alejado si es lo que queréis.

—Es que no entiendo por qué lo haces, nunca te has involucrado con ningún hombre, nunca les has hecho un favor tan personal, para ti los hombres son... bueno, no son dignos de confianza, de tu confianza, ni siquiera les prestas la más mínima atención.

—Carlos parece distinto y me ha despertado interés, además solo es un juego para mí, necesito divertirme.

—Pero es extraño. ¿Qué es lo que realmente quiere de ti? ¿Qué busca?

—Eso es privado, algo entre él y yo.

—Llamaste a Mara.

—Y ella tampoco sabe la razón real por la cual Carlos está aquí.

—Lo sé, pero...

—Confía en mí, cariño. Nunca he hecho nada que os ponga en peligro.

—Siempre he confiado en ti. Pero en él...

—No sé, hay algo en él que me inspira calma, sin embargo, te prometo que a la más mínima muestra de cambio yo me encargaré de todo.

—Supongo que el hotel es suficientemente grande para todos. ¿Cuánto tiempo estará aquí?

—Depende de él, pero espero que poco.

Ben resopló y puso los ojos en blanco, había veces que los asuntos de La Dama eran asuntos de La Dama y sabía parar cuando no encontraba respuesta de ella o solo monosílabos. A pesar de su aparente juventud, Ben era de los más maduros e inteligentes en todos los aspectos y era la voz de sus compañeros en aquel lugar, un sitio de respeto mutuo que estaba a punto de verse profanado por un intruso. No obstante, llevaba varios días allí y apenas lo habían visto, eso era buena señal, todo estaba bajo control y el extraño respetaba su mundo.

Ella entendía el desconcierto de su gente, estaban acostumbrados a que fuera fría y calculadora en situaciones especiales y eso era lo que los protegía, pero tenía derecho a variar de vez en cuando y no creía que Carlos y su problema fueran una amenaza. De todas formas, esos días con él le habían hecho decidir que tendrían algo más que una simple relación sexual de maestra y aprendiz, quería salir con él por la ciudad porque hacía mucho tiempo que se había encerrado en su hotel, una ópera o una cena en un restaurante exclusivo no harían mal a nadie y siempre era mejor ir bien acompañada. Tenía pensado cambiar su rutinaria vida por un tiempo y no quería que su gente se entrometiera demasiado, eran mundos muy diferentes y era mejor no mezclarlos por el momento, que todo surgiera de forma natural.

—Ben, por favor, ¿puedes encargarte de que nos suban algo para comer?

El joven asintió y se marchó algo más tranquilo, si ella había decidido que así fuera, seguramente era porque todo iría bien. Siempre habían confiado sin dudar.

Carlos se paseaba descalzo y con solo unos vaqueros por la habitación contigua a la de Talía. Los días anteriores habían sido de tanteo, de adaptación y de nuevo se sentía como en la residencia de estudiantes, procuró tomárselo como unas largas vacaciones; eso había pedido en su trabajo. Por suerte no cambió sus rutinas, seguía yendo al gimnasio a correr una hora, gimnasio, eso sí, que estaba en esa misma planta del hotel y que por suerte él podía utilizar libremente, así como la piscina y la sauna, todo un lujo. Allí tenía de todo a su servicio, incluso le subían la comida al más puro estilo servicio de habitaciones, pero, aparte de Mara, no conocía a nadie más, su entorno se limitaba a La Dama, aunque le había asegurado que pronto se relacionaría con algunos de sus residentes. Desde esa primera noche no habían vuelto a tener sexo, supuso que eso cambiaría pronto porque, al fin y al cabo, era a lo que había llegado allí, esos días se había dedicado a conocer el hotel y a adaptarse, pero empezaba a estar cansado de su reclusión. En ese preciso instante, unos golpes sonaron en la puerta de su habitación, Carlos abrió la puerta que comunicaba ambas dependencias y se apoyó en el marco. Talía lo observó, su pecho musculoso y definido, sus piernas largas adornadas por unos vaqueros desgastados y sus hermosos ojos grises; era prácticamente perfecto y ella se encargaría de que lo fuera del todo, de que ninguna mujer pudiera apartarse de él, era lo que él deseaba.

—He mandado que nos suban algo para comer —le informó ella mostrándole las bandejas sobre la mesa del salón de su habitación.

Carlos asintió, la siguió al interior tomando asiento en unos mullidos sillones y se sirvió algo de ensalada de pasta.

—¿Esto es lo que voy tener que hacer? ¿Esperar que toques mi puerta?

—Por ahora sí, a mis trabajadores les extraña tu presencia aquí, pero en cuanto se acostumbren y os conozcáis, podrás hacer lo que quieras y quedar con ellos.

—Estupendo.

—Estos días han resultado de acomodo y ya es momento de avanzar. Pero antes háblame un poco de ti —le dijo ella mientras comían.

—¿Qué quieres que te cuente?

—Sé que Román es tu cliente porque me llamó a concretar la cita contigo, sé que te ha dejado tu novia por causas sexuales y que por el traje que llevabas debe irte bien, poco más.

—Soy abogado en un bufete de asuntos internacionales, me dedico a los convenios, compras, traspasos y cosas así entre grandes empresas mundiales, viajo de vez en cuando y me gusta la naturaleza. Nada del otro mundo, ¿y tú?

Talía frunció el ceño, no estaba dispuesta a hablar sobre su vida.

—Dirijo este negocio.

Carlos arqueó una ceja, ¿eso era todo? Vio su expresión y se dio cuenta de que no iba a sonsacarle nada más, que ese tipo de confianza aún no se la había ganado y quizás nunca lo haría, no insistió.

—¿Nunca sales de aquí? —le preguntó para cambiar de tema.

—Muy poco.

—¿No hay ningún sitio en el que te gustaría estar?

—¿Como un lugar idílico?

—Sí —dijo Carlos.

Talía se quedó unos segundos pensativa, buscando en su memoria, no recordaba la última vez que alguien le preguntó algo así, lo miró a los ojos y sonrió.

—La verdad es que sí. Me gustan las playas de arenas finas y aguas cristalinas, me gustaría tener una de esas casas de madera que están sobre el mar como esos hoteles de ensueño de El Caribe.

—¿Te gusta el mar?

—Desde niña siempre me ha calmado el sonido de las olas, el caminar por la arena, sentir el agua en mis pies, ver la vida que contiene ajena a mi realidad.

—Un buen paraíso —dijo Carlos dando el último trago al vino—. Sé que no es lo mismo, pero si te apetece un baño, la piscina está genial.

Talía entrecerró los ojos analizando el cambio de planes, observando el guiño cariñoso que le dirigió Carlos y no le pareció tan mala idea.

—Ve a por tu bañador, te espero aquí.

—¿Por qué no vamos desnudos? —dijo Carlos de forma sensual iniciando un acercamiento.

—A mí no me importa, pero posiblemente a estas horas haya más gente allí.

Carlos se sonrojó y Talía rio ante su azoramiento, de repente había regresado esa inocencia que le gustaba de él. Seguramente ninguno de los que estuvieran presentes se preocuparían por verlos desnudos, pero él aún no estaba familiarizado con su nuevo ambiente y era mejor que fueran paso a paso, sin embargo, así empezaría a conocer al resto. Y era lo que él buscaba, un acercamiento, no solo por curiosidad o morbo, sino porque realmente le apetecía conocer a los que allí vivían, tratar con ellos y aprender. Pero sobre todo quería saber más de la mujer que comía junto a él, de su vida, aunque veía que eso sería casi imposible, no era una simple coraza la que la envolvía, era el muro de Jericó el que la protegía, inexpugnable e infranqueable, a no ser que una fuerza divina echara abajo sus defensas, milagro que no serían tan sencillo de conseguir. Por esos instantes se conformaba con estar con ella, con aprender de ella, quizás después no se volvieran a ver y sus pesquisas acabarían para siempre. Por ese día se conformaba con salir de su habitación y darse un buen baño.

Carlos se dio cuenta de que Talía tenía razón en cuanto accedieron al solárium; varias personas más disfrutaban de un apacible baño. La piscina climatizada se situaba en lo alto del edificio y era lo suficientemente espaciosa como para nadar con ganas, los rayos de sol se filtraban por el techo traslúcido y le daban un toque aún más cálido y permitían que se pudiera tomar el sol en algunos lugares abiertos. Allí, sobre unas tumbonas estaba Mara con dos jóvenes más que se enderezaron al verlos aparecer, Talía se aproximó a ellas, al fin y al cabo, Carlos la conocía y sería más fácil empezar las presentaciones por ella, la joven siempre había sido alegre y muy abierta, capaz de lidiar con cualquier situación complicada.

—Sentaos por aquí —les ofreció Mara dando unos golpecitos a la tumbona vacía que tenía a su lado.

—Yo voy a refrescarme un poco —dijo Talía—, quédate con ellas si quieres.

—Claro —aceptó Carlos.

Talía se lanzó a la piscina dejándolo al lado de Mara para que entablara conversación, era momento de dejarlo arreglárselas solo entre su gente, era mejor si ella no interfería. Él miró a las tres chicas, a cada cual más guapa, que se colocaron a su alrededor en posición de interrogatorio y que llevaban unos bikinis que les sentaban a la perfección, en ese lugar solo había belleza.

—Estas son Andrea y Micaela —le informó Mara—, la verdad es que todos estamos con la mosca detrás de la oreja desde lo de la otra noche, no pude contenerme, ¿qué haces aquí realmente?

Carlos dudó ante su pregunta. Miró a Talía que daba brazadas en el agua, la única que llevaba un discreto bañador negro, y se preguntó qué era lo correcto contar.

—Ella me hace un favor personal.

—No suele hacer favores personales —afirmó Micaela—, eso es lo que nos extraña.

—Supongo que me ha adoptado.

Las chicas rieron ante su broma.

—Entonces ahora eres como una mascota —dijo Andrea—, ¿y podemos jugar contigo?

—Oh, venga, Andy, lo estás poniendo nervioso, pobrecito —le dijo Mara salvando la situación, mejor empezar por ella a solas—, ¿por qué no vais a nadar un rato? Creo que ya habéis tomado demasiado el sol.

Ellas le guiñaron un ojo entendiendo la indirecta y los dejaron solos, a Mara le apetecía volver a verlo desde su primer contacto.

—Supongo que aquí soy el extraño —dijo Carlos mientras las dos chicas se zambullían entre risas; el ambiente era bastante calmado y feliz, siempre había pensado que los que se dedicaban a ese trabajo serían más infelices, qué equivocado estaba.

—No tardarás mucho en congeniar con todos, eres la novedad, nada más, en el fondo nos gustará tenerte por aquí.

—Eso espero, no sé el tiempo que voy a estar entre vosotros, puede que no mucho.

Mara tenía ganas de hablar con él y de conocer sus motivos para estar con ellos.

—¿Puedo preguntarte por lo de la otra noche?

—Supongo que sí, fue Talía quien te buscó.

—¿Talía? ¿Es así como te ha dicho que la llames? —él asintió—. Talía entonces. Ella suele confiar en mí para casos delicados, ¿es el tuyo?

—No sé si quiero contarte mi problema.

—¿Y si te prometo que no diré nada...?

Mara lo miró poniendo morritos de pena y él sonrió, la chica le caía bien.

—De acuerdo. Tengo problemas en mis relaciones con las mujeres.

—¿Tú? ¡Venga ya! ¿En serio? —él asintió y ella calmó su sorpresa—, ¿qué tipo de problemas?

—Al parecer no soy bueno en la cama y no sé bien por qué.

—Entonces solo necesitarás algo de práctica.

—Me temo que es más complicado. Tuve una relación de seis años que acabó por eso, no creo que la práctica me ayudará.

—Pues que sepas que estás en las mejores manos, ella es especial.

—Empiezo a entenderlo.

Carlos lo veía en el respeto con que la miraban, con que la trataban e incluso en el sentimiento que desarrollaban hacia ella; todos mostraban lo mismo y era digno de admirar, estaba ante una gran mujer y eso era algo que iba entendiendo poco a poco.

—Fue nuestra salvación en un mundo duro y cruel, en un mundo en el que no valíamos nada para nadie, ella nos ayudó a volver a confiar en alguien. Para nosotros es una heroína. —Mara se dio cuenta de que se estaba poniendo demasiado seria y le hizo un guiño—. Pero no le digas que yo he dicho eso, debo mantener mi reputación.

Ambos rieron, estaban cómodos juntos. Talía lo apreció desde la piscina, aunque no lo demostrara estaba pendiente de las reacciones de la pareja. Mara podría ser una buena compañera de cama en el aprendizaje y, que tuvieran complicidad, era lo más conveniente.

—Parece que se llevan bien. —Ben se situó a su lado en el agua, también había estado pendiente del nuevo huésped. No podía negar que era guapo, hasta atrayente, con un carisma que te obligaba a no quitarle los ojos de encima, pero debía haber algo más, si no, no estaría allí. Lo notó enseguida; su sonrisa y su mirada eran sinceras.

—Como te dije, ya se conocen. —Talía siguió la mirada de Ben y supo que sentía mucho interés—. Venga, acércate y conócelo, también puede que tú le intereses.

Ben resopló con una media sonrisa, y la vio dar una vuelta más en el agua, para, después de dos largos más, salir del agua y sentarse en una de las tumbonas que habían dejado libre las otras dos chicas. El gesto que le dedicó era inequívoco, quería que participara.

Talía cogió una de las toallas y se secó, ya con la parejita.

—¿Le has contado lo que ocurre? —le preguntó a Carlos mientras escurría su largo pelo castaño.

—Sí —contestó él.

—Posiblemente requiera alguna vez más de tus servicios, Mara.

—Cuenta conmigo, estaré encantada de ayudar.

—Y te pido discreción, no debes contar nada de esto a nadie, eso es asunto de Carlos, de lo que él quiera revelar.

—Por supuesto, contad conmigo.

Carlos sonrió. Talía había conseguido una aliada en su problema y no le parecía mal si con eso conseguía su propósito y Mara le gustaba, ese primer contacto que tuvieron los dejó con ganas de más.

Ya no tenía caso estar más tiempo alejado, él era el segundo al mando allí, la mano derecha de La Dama y debía intervenir. Al verlos charlar tranquilamente, Ben y con él el resto de los allí presentes, se fueron acercando a hablar y a conocer a Carlos, dejando sus recelos de lado, dándole una oportunidad, y pronto empezaron a intercambiar batallitas y a divertirse. Esa mañana y parte de las siguientes ya no comieron solos en la habitación, sino entre los demás en el restaurante del hotel.

Por la noche, la música de la planta baja llegaba hasta el ático, colándose por los recovecos de las escaleras y el hueco del ascensor y amenizando su velada íntima. Durante unos días habían hablado, habían dejado que la relación entre ellos se volviera más cercana y se habían relacionado con los demás. En esos momentos, Carlos consiguió sentirse como en casa salvo por el hecho de que, ante él, una magnífica mujer de curvas explosivas y un largo pelo castaño se contoneaba con una lencería y unas medias que estaban empezando a calar en sus defensas. A su mente regresaron sus últimos años de relación con Emma, las rutinas sexuales que tenía entonces y que él asociaba a la convivencia en pareja y entendió que habían perdido la magia, la chispa de ese deseo que surgía de la seducción pura y dura, el descubrirse de nuevo en cada encuentro íntimo. No tenían nada que ver con los deseos que en ese instante recorrían su cuerpo y que lo dejaban en un estado ansioso mientras Talía, de forma juguetona, se paseaba a su alrededor rozando su espalda desnuda de vez en cuando y notando su excitación.

—Quiero que te toques para mí —le indicó ella mordiéndose el labio inferior.

Talía sabía que era necesario acabar con su vergüenza, que cuando se enfrentara a una nueva mujer debía abandonar el pudor que podría frenarlo, debía ser capaz de ir a por todas y de olvidar sus miedos desde el primer momento.

—¿Yo mismo?

—Aún no te has ganado mis caricias.

—¿Ni un poco?

Ella negó con un gesto teatral de cabeza, y Carlos sonrió, le gustaba que se pusiera digna, que se comportase como su maestra porque a veces, al mirarla, olvidaba para lo que estaba allí, olvidaba que llevaba ya varios días de aprendizaje y eso no podía dejar que pasara, no podía involucrarse con esa mujer hasta el punto de ver más allá de su trato, de ver que las veladas íntimas se convertían en algo solo para ellos dos. Mientras Talía lo observaba con intensidad, Carlos enderezó la espalda e inició un suave toqueteo sobre su masculinidad. Cerró los ojos y dejó que las sensaciones lo envolvieran para respirar el aroma de la mujer que se movía a su alrededor, expectante, imaginando lo que le gustaría hacerle. Cuando Talía entendió que sus gemidos aumentaban se sentó a horcajadas sobre él.

—No abras los ojos y mantente así.

Carlos obedeció y dejó que ella impusiera un ritmo lento sobre su miembro, apoyando las manos en sus hombros e introduciéndose profundamente. Él aprovechó para saciarse de ella y lamió su cuello, sus pechos, sin perder el contacto que tanto le estaba gustando, sintiéndola completamente mientras lo cabalgaba sin piedad y él se aferraba a sus caderas. Talía observó que Carlos se dejó llevar, que consiguió acompasarse a ella y se mantenía adecuadamente, que no cambiaba de ritmo y no echaba a perder el momento, la seguía sabiendo a quién tenía encima y eso era un muy buen avance. Unos cuantos movimientos después ella notó cómo él se corría y un último y largo gemido se lo confirmó. Dándole un ligero beso en la frente lo sacó de su interior y sin decir nada más se adentró en el baño dejando a Carlos recuperándose y con las sensaciones a flor de piel mientras oía el agua de la ducha.

Unos minutos después ella regresó y se tumbó a su lado.

—¿Mejor? —le preguntó él algo temeroso de su respuesta.

—Sí, has estado mucho más centrado, pero no debemos olvidar que esa parte ya empezabas a controlarla.

—¿Qué parte?

—Cuando dejas que la mujer tome las riendas, ahí ya eres capaz de mantenerte y esperar a que ella culmine sola.

—Entiendo, la complicación sigue estando en el momento en que yo sea el que dirija la escena.

—Pues entonces hazlo.

—¿Cómo?

—Pruébalo o ¿ya no tienes ganas?

—Por supuesto que sí, tú me inspiras.

Talía sonrió y se tumbó sobre la cama, esperando a que Carlos se inclinase sobre su cuerpo. Una suave brisa se colaba por los resquicios abiertos de la ventana del balcón del ático, removiendo el tul de las cortinas y saciando levemente el calor que envolvía la habitación y a sus ocupantes, el cuerpo del hombre lo agradeció, debía ser capaz de concentrarse, de mantener la mente fría.

Empezó despacio con unos besos sobre su cuello y, con sumo cuidado, le desabrochó el sujetador de encaje negro que trajo del baño para afanarse sobre sus hermosos y turgentes pechos. Ella esperó unos instantes para analizar sus acciones y acto seguido tomó algo de un cajón de la mesita sin que él se diese cuenta y lo golpeó ligeramente sobre la espalda haciendo que soltara un grito de asombro.

—¿Una fusta? ¿En serio? —le preguntó Carlos viendo el objeto de cuero que tenía en la mano.

Talía sonrió de forma maliciosa y sensual.

—Es una buena forma de llamar tu atención y hacerte parar.

—¿No puedes moverte o darme un toque en el hombro?

—Esto es muchísimo más divertido, ¿no quieres aprender? —Carlos arrugó la nariz—. Pues tendré que mostrarte cómo.

—Ni de coña voy a dejar que me castigues —afirmó él rotundo.

—No voy a fustigarte, solo es un ligero toquecito para que me atiendas. Cuanto antes aprendas antes dejaré de utilizarla. Es un estímulo: si lo haces bien habrá premio y si no...

—Oye, ¿esto de la fusta no debería ser cosa mía? —Carlos se incorporó y se la quitó de las manos observando el acabado de cuero y comprobando su flexibilidad. Talía soltó una carcajada.

—¿No eres capaz de terminar bien lo básico en el sexo y quieres avanzar hasta el BDSM? Primero tendrás que dominar el orgasmo normal.

Carlos se la devolvió con un gesto de desagrado.

—De todas formas, no creo que me vaya ese rollo, no lo entiendo, me parece de lo más extraño.

—Hay gustos para todo, ratoncillo, es una práctica tan respetable como cualquiera siempre que haya consentimiento de ambas partes. —Talía desvió la mirada y cambió de tema, se estaban yendo por las ramas—. Veamos, el golpe de fusta fue para darte unos consejos.

—Tú dirás.

—No has empezado bien, no sobes los senos como si fueran bollos rellenos. Hazlo de forma suave, si te gusta presionar utiliza la palma completa y ejerce una presión constante pero ligera, recréate en el tanteo de las aureolas y de los pezones, incluso un tirón algo más intenso puede ser necesario, pero dependerá de la sensibilidad de la mujer. Luego utiliza también tu lengua e incluso tus dientes.

Carlos asintió y probó sus consejos haciendo cercos y rodeando las aureolas de Talía, notando cómo sus pezones se endurecían bajo su tacto. Haciendo círculos, fue acariciando las puntas sensibles; primero una, luego la otra y posteriormente las dos juntas.

—Lo tengo.

Carlos se decidió entonces a utilizar sus labios y su lengua, repitiendo lo que antes habían hecho sus dedos y le dio un suave tirón con sus dientes. Talía dio un respingo y lo aferró del pelo para animarlo.

Pasó unos minutos sobre sus pechos, probando, aprendiendo, saboreando y, cuando quiso más, Carlos se colocó entre sus piernas a tocar otros puntos de placer de la mujer. El tacto de las zonas íntimas femeninas siempre le había gustado y se detuvo en él hasta que Talía volvió a darle con la fusta.

—¡Venga ya! ¿Otra vez? —protestó él.

Talía sonrió de nuevo ante el gesto de desilusión de Carlos, a veces era como un niño al que le robas su piruleta.

—El clítoris no es un botón que pulsar como si fuera el mando de la televisión o el arranque de un coche, no se conecta y se desconecta, te lo he dicho muchas veces.

Carlos se incorporó levemente y la miró a los ojos.

—He leído que tiene ocho mil terminaciones nerviosas.

Talía arqueó una ceja ante el estúpido dato científico que se le ocurrió a Carlos.

—¿Y las vas a tocar todas?

Carlos arrugó la nariz ante su comentario, pero tenía razón, la teoría no servía de nada y al final sonrió él también.

—¿Puedo hacerlo?

—No digas tonterías, debes acariciarlo de la misma manera en la que te gustaría que te acariciaran a ti, despacio, con una fricción suave y observando lo que la mujer necesita en cada momento.

—Lo sé: cada mujer tiene una sensibilidad distinta —contestó él.

—Exacto, hay veces que deberás ser más brusco y otras más tierno. Es un punto clave en el placer y si lo haces bien uno de los orgasmos puedes conseguirlo en el exterior y eso suavizaría la situación, ya no tendrías tanta presión.

—Está claro.

—¿Quieres seguir intentándolo?

Carlos asintió y puso en práctica sus consejos de nuevo. Se dio cuenta de que era más fácil en ese momento y dejó que sus dedos y después su lengua jugaran entre sus labios íntimos haciendo que de vez en cuando Talía suspirase y arquease las caderas. Transcurridos unos minutos se dio cuenta de que ella no se corría, pero no volvió a utilizar la fusta por lo que imaginó que estaba haciéndolo bien, sin embargo, no conseguía acabar por mucho que él se esforzara. Cansado y dudando se incorporó.

—¿Qué es lo que no hago bien?

—¿Por qué lo preguntas? Estás haciéndolo genial.

—¿Y por qué no te corres?

Talía soltó otra carcajada y le acarició suavemente la mejilla para calmarlo.

—Eso es algo que hace mucho tiempo que no hago, pero no pongas esa cara, no es culpa tuya, hay muy pocos hombres que han conseguido llevarme al placer total y a día de hoy creo que ninguno.

Evitó decirle que era por decisión personal, porque no quería que nadie la controlara de nuevo, que nadie tuviera ese poder sobre ella porque no iba a volver a sufrir y a ser la débil. Aun así, lo poco que dijo bastó para que Carlos se tranquilizara, al parecer sus progresos sexuales eran satisfactorios y mientras se tumbaba un momento a su lado, una nueva meta apareció en su mente: si conseguía un orgasmo de La Dama sería indicación de que estaba preparado.