—Quiero que algún día vengas conmigo a la ópera, hace tiempo que no voy.
Talía recorría con la mirada la ropa de su vestidor, mientras Carlos leía en uno de los sillones de la sala. Había tomado entre sus manos un vestido negro de gala.
—¿Yo?
—¿No te gusta la ópera?
—Sí, claro, es solo que no esperaba que me quisieras como acompañante.
—Soy tu maestra y yo decido, nos hará bien salir de aquí y no me gusta ir sola.
—Me encantaría ir a la ópera contigo.
Talía sonrió, desde que Carlos estaba a su cargo se sentía extrañamente tranquila e incluso regresaron sus ganas de salir al exterior. Desde que creó el Jardín de las Delicias se había encerrado en su mundo de mujer de negocios y había pospuesto su vida. Si bien era cierto que alguno de los clientes más exclusivos aun pasó por su lecho, fueron los menos, y todo por la apertura y la fama del lugar, cuando este la alcanzó dejó de hacerlo, suficientes años había vendido su cuerpo; y se había recluido allí, pero no solo su cuerpo, sino también su alma y sus ganas de vivir. Ahora en cambio la situación con Carlos la había devuelto a la realidad, la había conseguido divertir y hacer que sus prioridades variasen por unas semanas. Por unos días dejaría de ser la dominadora de su destino, de controlarlo todo, de decidirlo todo, de no dejar que nadie le ordenase nada y se dejaría llevar, iba a intentarlo y ver hasta dónde era capaz de llegar.
—Por cierto, ya está solucionado lo del intento de estafa, mi abogado se ha encargado de todo y ese tío pronto estará en prisión.
—Me alegra saberlo, así ya no timará a nadie más.
Justo en ese preciso instante sonó el móvil de Carlos, este miró la pantalla y frunció el ceño. Talía se asomó y lo observó.
—¿Pasa algo grave?
—No, es mi jefe. Debo contestar.
Salió al pasillo del ático y contestó mientras ella continuaba con su selección, en una semana tenía pensado salir a disfrutar de la puesta en escena de su ópera favorita.
—¿Y bien?
Unos minutos después Carlos entró de nuevo.
—Tengo que ir a Suiza a una reunión de trabajo urgente por una fusión empresarial.
—¿Cuándo?
—Mañana, serán solo un par de días.
—No estás encerrado aquí, puedes ir y venir si lo necesitas.
—Pero es que no me apetece hacerlo, mis planes eran desconectar de todo durante un tiempo, no estar de acá para allá.
—¿No puede ir ningún compañero?
—Es una fusión complicada y es de mi línea de trabajo, será más rápido si lo hago yo. ¿Por qué no vienes conmigo?
Talía dejó que los vestidos que colocaba se le escurrieran de las manos ante la sorpresa por su petición. ¿En calidad de qué iba a irse con él? ¿De novia, de amante, de acompañante? Un malestar se le ancló al estómago.
—No creo que sea buena idea y no voy a abandonar mi negocio.
—Serán dos días.
—Ni dos días, lo siento.
—Como quieras, pero volveré en cuanto acabe allí.
Talía sonrió, al parecer Carlos no había visto su negación como una ofensa, sino como una decisión personal, al fin y al cabo, cada uno era libre de hacer lo que quisiera, sin malos rollos ni obligaciones.
Carlos pidió algo de comer al servicio de habitaciones. La reunión había sido larga, pero por suerte todo quedó firmado y decidido, en una sola toma de contacto ambas partes quedaron satisfechas por los convenios y seguramente trabajarían bien juntas.
Con solo un albornoz se tumbó sobre la cama o más bien se estiró hasta que oyó un golpe en la puerta de su hotel de Zúrich, ya llevaban su comida. Dejó entrar el carrito y dio una propina al encargado.
—No cierres. —La voz de una mujer avanzó por el pasillo hasta su habitación.
La joven abogada de una de las partes con las que había negociado estaba ante su puerta.
—Hola, Alison.
—¿Vas a cenar? —le dijo en un castellano con marcado acento inglés.
—El día ha sido intenso y no hemos tenido mucho tiempo de comer antes.
—¿Cuándo regresas a España?
—Mañana a las dos del mediodía.
—Entonces tenemos tiempo —dijo ella de forma sensual y levantó la tapa de la comida para descubrir unas bandejas de salsa de pollo y pasta—, ¿me invitas a cenar?
Carlos se percató rápidamente de las intenciones de su colega, había estado todo el día charlando animadamente con él e intentando una cordialidad que buscaba un final así. De pronto se vio con ganas de hacerlo, con ganas de probar sus avances.
—Claro, sírvete.
Pero ella no parecía tener ganas de comer. Alargó la mano y aferró la suya haciéndole cosquillas y mirando sus dedos.
—No veo ningún anillo, ¿eso significa que estás completamente libre?
—Eso parece.
Alison le estiró del cinturón de su albornoz, abriéndolo con su gesto y acariciando su pecho. Carlos la empujó ligeramente y acercándose a ella le dio un intenso beso en la boca, buscando, saboreando, explorando y haciendo que la joven lanzara un gemido de placer. Sin más premura lanzó el albornoz al suelo y empezó a acariciarla por debajo de la blusa mientras con la otra mano le quitaba los pantalones del traje que llevaba, podía ir haciendo las dos cosas a la vez y sonrió. Alison subió sus manos hasta su cuello y enroscó sus dedos entre sus rizos todavía mojados, alzando el suyo para recibir sus besos. Ella llevaba todo el día mirándolo, atraída por ese joven abogado que según decían era un triunfador nato, un tigre en los negocios y la velocidad con la que cerró el trato se lo confirmó y quería disfrutar de esa fuerza en el sexo. Ahora él la recorría con unos intensos besos y utilizaba su lengua en lugares mucho más íntimos, pero pronto sintió su necesidad y abriendo las piernas alrededor de su cintura dejó que él entrara en ella. La ropa se convirtió en un amasijo de blanco y negro en el suelo de la habitación, y los gemidos de Alison llenaron completamente el lugar.
Sin embargo, unos minutos después algo cambió, el ritmo que Carlos estaba imponiendo se ralentizó y la joven intentó con todos los medios a su alcance acompasarse a él sin conseguirlo. De repente el cuerpo del hombre empezó a incomodarla y sus caricias se volvieron poco delicadas, pero lo peor fue la mirada que vio en los ojos grises de Carlos y entendió que algo había cambiado y que por eso el halo sexual se estaba desvaneciendo. El joven abogado salió de ella con una buena expresión de inseguridad y Alison frunció el ceño, algo molesta.
—¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué te detienes?
—Es mejor que te vayas.
—¿He hecho algo mal?
—No, la culpa es mía, no debí...
—No me fastidies, menuda excusa de mierda.
—Quizás no fue buena idea que entraras, realmente no quería que esto pasase. Pensé que...
—Deja de decir idioteces, ¿quieres follar o no?
—No.
—¿Me tomas el pelo? ¿Quieres que me vaya así?
—Sí, lo siento...
—Pues no lo entiendo, pero bueno, es tu habitación y tú te lo pierdes.
Alison se puso la ropa y se dirigió a la puerta no sin antes mirar al hombre desnudo que estaba sentado en la cama sin rastro ya de cualquier muestra de deseo... ¡menuda decepción!
Carlos sí entendía lo que había pasado y como un jarro de agua fría la certeza lo recorrió: en un simple momento de duda había buscado a Talía, sus consejos, sus ánimos y sus instrucciones y al no tenerla se había bloqueado. Fue bastante patético por su parte no ser valiente y avanzar y se sentía culpable por la pobre Alison, pero no creía poder darle lo que ella necesitaba. ¿Qué pasaría ahora? ¿Sería capaz de funcionar sin Talía o se estaba engañando? ¿Iba a ser así, una constante dependencia de La Dama?
Esa noche durmió mal, solo quería regresar al Jardín de las Delicias y olvidarse del mal rato, entender qué le pasaba.
Carlos no perdió el tiempo y en cuanto aterrizó en su ciudad se dirigió al hotel. Accedió a él sin apenas hablar con nadie y subió a su habitación con la misma velocidad y, sin preocuparse de su maleta, se lanzó boca abajo sobre la cama utilizando la cabecera para meter la cabeza debajo. A los pocos minutos oyó cómo la puerta se abría y un peso distinto al suyo se sentaba a su lado.
—Ben me ha dicho que subiste como una exhalación y que parecías enfadado.
Talía se dio cuenta de que algo raro le pasaba, normalmente era de lo más cordial con todos.
—Es imposible, nunca lo voy a conseguir.
—¿Te has acostado con alguien? —Era fácil saber que el problema vendría por ahí.
—Una colega, pero decir que me acosté es decir mucho. Nada fluyó, nada funcionó, en un momento todo mi deseo desapareció.
—¿Nervios? ¿Miedo?
Carlos salió de su patético escondite.
—¿Y si solo soy capaz de hacerlo bien contigo guiándome o mirándome?
—No digas bobadas, es la primera vez que lo intentas desde que estás aquí. Lo que pasa es que no estás todavía preparado y no solo físicamente, sino y, sobre todo, mentalmente. Aún te ves débil e inseguro. Debí avisarte de que no lo intentaras, pero no pensé que en un solo día de negocios intensos tendrías una oportunidad de sexo.
—¿Entonces me dices que no le dé importancia?
—La mujer, tu colega... ¿te importa mucho? —Talía rezó para que no fuera así.
—No, y no creo que vuelva a verla.
—Pues deja de pensar, no ha sido para tanto. Conseguiremos que seas capaz de hacerlo solo, de tranquilizarte y de llegar a unos orgasmos fabulosos, pero todo a su tiempo.
—¿Estás segura?
Talía sonrió y le acarició el pelo, parecía tan desesperado y entendía su malestar y su frustración.
—Descansa, mañana nos vemos. Iré a decirle a Ben que estás bien y no le des más vueltas.
Cuando Talía abandonó la habitación, se colocó boca arriba y suspiró, igual tenía razón y no debía darle tanta importancia al asunto. Cerró los ojos, pero no tardó ni unos minutos en oír un toque en su puerta.
—Soy Ben, ¿puedo pasar?
—Entra.
Ben accedió al interior con unos frascos de lo que a Carlos le pareció aceite y unas toallas.
—Quítate la ropa y túmbate sobre estas toallas.
—¿Qué vas a hacer?
—Está claro, voy a darte un buen masaje relajante, anda, haz lo que te digo.
Carlos obedeció, el olor de los aceites ya llegaba a su nariz y realmente le apetecía relajarse.
—¿Sabes lo que haces?
—Te sorprendería lo que algunos llegan a pagar por mis masajes.
Carlos dejó que colocara sobre la cama las toallas mientras se desvestía y se tumbaba como él le dijo, esperando y escuchando cómo Ben restregaba el aceite en sus manos para darles calor.
—Huelen muy bien, ¿de qué son?
—De azahar y sándalo, te aliviara de las tensiones y tienen un toque afrodisíaco.
Ben se situó a su lado e inició su faena sobre los hombros de Carlos que enseguida soltó un gemido de placer, desde luego sabía lo que hacía, volvió a cerrar los ojos y comenzó a relajarse de verdad.
—¿Qué te ha contado Talía?
—¿Por qué crees que me ha contado algo?
—Por lo del afrodisíaco y porque confía en ti.
—Pues para tu información, abogadete, no me ha dicho nada, solo que estabas algo nervioso por un error que cometiste.
Carlos sonrió ante su ligera reprimenda y dejó de hablar un rato mientras Ben seguía con su masaje. Pero no aguantó mucho tiempo así, poco a poco él también había aprendido a confiar en ese joven de rizos dorados con una madurez y empatía fuera de lo normal.
—Intenté acostarme con una colega en Zúrich y fue todo un fiasco. Llegué aquí con el rabo entre las piernas.
—Nunca mejor dicho —le contestó Ben para quitarle leña al asunto.
—¡Qué gracioso!
—Venga ya, estás aquí con algún propósito y decidiste examinarte antes de estar preparado, en esos casos lo más normal es conseguir un suspenso por imprudencia.
—Visto así.
—No seas ansioso y tómate tu tiempo, todo llegará y entonces no habrá fiascos ni arrepentimientos. ¿Puedo preguntarte el motivo real por el que estás aquí? Aunque no lo creas, La Dama nunca me lo ha dicho y Mara tampoco habla, nadie más que ellas lo saben, me gustaría saberlo y guardarte también el secreto.
Carlos no dudó, le caía bien y siempre había estado dispuesto a ayudarlo.
—Me está enseñando a follar.
Ben detuvo el masaje y lo miró con los ojos como platos y la boca abierta, no creía que fuera verdad lo que acababa de oír, pensó que era algún tipo de juego sexual entre ellos, pero no era eso lo que esperaba. Carlos asintió de nuevo y Ben no pudo más que soltar una carcajada que no podía detener y que hizo que se le saltaran las lágrimas de la risa.
—¿Eso es cierto?
—Ya ves. —Carlos también sonrió—. Pero parece que progreso adecuadamente, hace unos días conseguí que Mara se corriera. Aunque tuve ese descomunal fracaso anoche en Suiza.
—¿Por eso estás tan enfadado? —Carlos asintió.
Ben empezó de nuevo a reír, desde luego que el joven era divertido a la vez que ingenuo y eso solo hizo que le gustara todavía más.
—De acuerdo, perdona, no quería reírme de ti.
—No pasa nada, es de risa.
—Bueno, ahora que lo sé, he de decirte que si puedo ayudarte en algo me lo pidas, igual necesitas la visión de un hombre también. Vaya tela, siempre me pregunté qué le habrías dicho a La Dama para que aceptara tu compañía. ¿Cómo se lo dijiste?
—Igual que a ti, le dije: “Quiero que me enseñes a follar”.
—Ciertamente eres único. ¿Qué te pasó para venir aquí?
—Mi novia me dejó por eso.
—¿Tu ex? ¿La que te llamó por teléfono? ¿La que ahora es tu amiga?
—Esa misma, ahora entenderás por qué Mara se molestó el día que me llamó.
—Por eso te decía que pasases de ella y tenía razón. ¿Y por eso te dejó? ¿Por problemas en la cama? —Carlos asintió—. Menuda gilipollez.
—Ya ves...
Los dos volvieron a romper en carcajadas, la situación los había superado; muy pocas cosas sorprendían ya a Ben y le agradó que esa conversación hubiera sido una, y Carlos, por su parte, había recuperado su buen humor y volvió a cerrar los ojos dejándose envolver por las manos expertas de Ben, por el aroma del sándalo y el azahar y por la tranquilidad de estar de nuevo donde le correspondía.
Carlos respiró hondo, muy cómodo, cerró los ojos.
—Ben, ¿puede ser que una humillación te condicione el comportamiento del resto de tu vida? ¿Y si no se puede superar realmente un trauma así?
Ben sonrió con desgana, no era bueno que él conociera lo que llegaba a su mente, sus propias e íntimas impresiones. Y, desde luego, que una humillación sí podía condicionar tu vida, tu futuro, tus ansias de vivir. Ben aún recordaba a ese niño que una vez fue, inocente, confiado, luego un muchacho hundido por la persona a la que admiraba, como la mayoría de los integrantes del hotel. Recordaba a la perfección a aquel muchacho que parecía tener todo por vivir, delante de su final, de la dosis letal de cocaína y heroína que acabaría, por fin, con su sufrimiento, con el dolor, con la humillación.
—Creo que sí, que todo está condicionado a eso.
Pero también recordó la mano y la sonrisa cálida de Talía arrojando esa droga lejos de él, alzándolo del fango, del abismo y enseñándole a vivir, a ser fuerte y a confiar en alguien de nuevo. Ella era mágica, especial y no tenía ninguna duda de que también lo era para Carlos y que había hecho muy bien en ir al hotel, en abrir su mente y en entender otras formas de ver y vivir la vida.