Talía esperaba a Carlos sentada en su diván de cuero preferido mientras él terminaba de acomodarse la túnica color crema de esa noche. La idea era pasar la velada abajo, en el salón principal y entre los propios clientes del hotel, vivir la experiencia desde dentro, aunque Carlos parecía algo reticente.
—¿En serio crees que es una buena idea? —le decía él ajustándose la corona de laurel que llevaba.
—Estás más que preparado para descubrir ese mundo.
—No sé si quiero hacerlo, además, ¿cuánto llevas tú sin ejercer?
—Mucho tiempo, pero hoy haré una excepción contigo. —Ella lo vio fruncir el ceño, al parecer aún tenía ciertos prejuicios—. No te debes preocupar, será algo íntimo, solo nosotros dos si es lo que quieres. Nos limitaremos a ocupar un lugar en el salón y a evadirnos de lo que nos rodea, es más fácil de lo que te imaginas.
—Sí, tan fácil que otros nos podrán ver.
—La discreción es la base de mi negocio, todos lo saben y podemos correr las cortinas.
—¿Hay cortinas? Nunca las he visto.
—Porque normalmente no se utilizan, pero dado el caso hay posibilidad de soltarlas y dar mayor intimidad, sobre todo en casos en los que los clientes no quieren hacer uso de las habitaciones.
—Pues entonces con cortinas.
Talía sonrió y le hizo un gesto de afirmación, aunque sabía que cuando él estuviera bajo su control no se daría cuenta de lo pasaba en su entorno. Los allí congregados se centraban en sus propios deseos y en eso fijaban su atención, sin embargo, Carlos era más curioso que el resto y eso daba pie a que pensara que la mayoría serían como él, sin contar con que las veces que había bajado con ella al salón era solo para observar, no para disfrutarlo.
La Dama avanzó por el pasillo como una reina en su reino, despertando la admiración de los que gozaban en sus dominios; muy pocos eran los que habían tenido el honor de ver en persona a la mujer y se sintieron afortunados de poder contar con su presencia. Ella condujo a Carlos hasta la parte más alejada de la sala y lo hizo entrar a través de unas cortinas de un tul más grueso de lo normal, pero no completamente opaco, aunque con eso bastaría; el hueco que había elegido estaba cubierto por alfombras de pieles y coloridos almohadones que los recibieron encantados. Carlos se tumbó y dejó que Talía se echara sobre él y despacio introdujera la mano por debajo de su túnica acariciando su muslo hasta su entrepierna y activando su deseo. El joven buscó su boca, saboreó su lengua con sumo placer y la atrapó entre sus brazos desnudándola con ahínco y dejando solo su precioso y sensual cuerpo cubierto por un delgadísimo tanga y una cinta dorada que recorría su cintura y se anudaba a sus muslos; era su diosa, su musa en el sexo y ya no recordaba a ninguna otra mujer que hubiera pasado por su lecho antes de ella, ¿realmente había disfrutado del sexo antes?
—Esta noche es para que te relajes y disfrutes tú.
Talía recorrió con la lengua su cuello y su pecho despertando suaves escalofríos a lo largo de su cuerpo.
—Soy tu esclavo —le dijo él guiñándole un ojo y animándola a seguir.
Justo en ese instante, la cortina dejó pasar a un hombre que iba acompañado por una mujer.
—¿Podemos unirnos? —les preguntó el hombre sin dejar de mirar a Carlos.
Talía sonrió y observó a Carlos que mantenía la mirada del hombre vestido de romano.
—¿Qué os interesa de lo que habéis visto? —les preguntó Talía, debía dejar claras sus intenciones, aunque no era difícil entender quién era el objeto de deseo del hombre.
—Él —contestó el recién llegado sin tapujos.
Carlos dio un respingo, no se esperaba que alguien tuviera ganas de liarse con él y menos otro hombre, miró a Talía y negó.
—Lo lamento, pero esto es una fiesta privada.
—Más lo sentimos nosotros.
—Seguro que encontrareis por ahí alguien que os guste.
La pareja sonrió y con un movimiento de cabeza se despidieron y se marcharon a buscar otros entretenimientos.
—¿En serio ibas a dejarlos participar? —le preguntó Carlos con el ceño fruncido—. Me considero bastante liberal, pero por esto no paso.
—No te pongas digno, fue una broma. Además, la decisión era tuya. Aunque el romano era atractivo y parecía muy interesado. ¿No te gustaba?
Talía sonrió ante la cara de enfado y desgana de Carlos, por supuesto que no los hubiera invitado a entrar, solo quiso tomarle el pelo y parece que lo consiguió, pero Carlos debía relajarse y mezclarse con todo lo de allí.
Ben había estado vigilando los movimientos alrededor de la estancia privada de La Dama y estaba preparado para interferir si se diera el caso y si esa pareja que había invadido su privacidad tardaba más de dos minutos en salir. Pero no hizo falta, los vio abandonarla rápidamente. Sin dudarlo entró a ver qué había sucedido y al atravesar la cortina vio a Talía besando a Carlos. Carraspeó para hacerse notar. La Dama abandonó su presa.
—Ya veo que estáis bien, he visto a esa pareja entrar y pensé que necesitaríais algo.
—Todo está perfecto, el hombre quería acostarse con Carlos —le informó ella sonriendo.
—Menudo plan sexual —afirmó Carlos.
—¿Nunca has estado con un hombre? ¿Ni siquiera por curiosidad? —le preguntó Ben.
Carlos negó, su mundo sexual se había limitado a Emma desde que recordaba, algún rollo antes de ella, pero nada más y menos con otro tío.
—¿Por qué no te quedas? —le ofreció Talía; era momento de abrir otros horizontes, de que conociera otro tipo de placer. Con la otra pareja no quiso, pero con Ben había confianza.
Ben abrió mucho los ojos, sorprendido, y miró a Carlos, esperaba que se molestara y que pusiera el grito en el cielo, pero extrañamente se mantuvo callado, observándolo, y por un momento Ben se perdió en su profundo iris peltre deseando que aceptara y así fue. Carlos no sintió el rechazo visceral que lo había agitado al oír la sugerencia del hombre anterior, Ben era distinto, Ben era Ben y en cierto modo su cuerpo reaccionó con una ligera excitación ante la escena que acudió a su mente, ante lo que el joven querubín pudiera hacerle. Talía notó el cambio en él y le indicó a Ben que se aproximara. Carlos sonrió, las cosas habían cambiado y mucho, ¿por qué no le molestaba que Ben empezara a tocar su cuerpo y sí el intrusismo de la pareja anterior? ¿Talía tendría algo que ver? ¿Realmente llegaba a tal extremo su dependencia de ella que aceptaba cualquier cosa que le propusiera? Pero hasta esa noche siempre había disfrutado con todo lo que ella le enseñaba y le descubría, así que decidió relajarse y confiar en ella de nuevo y en Ben.
El joven se entregó por completo, no había entrado con esas intenciones, pero la situación lo excitó como nunca antes le había pasado, no recordaba la última vez que había deseado de verdad tocar así a otro hombre, incluso creía que nunca le había pasado, que su trato en ese sentido con otros había sido siempre repulsivo y allí estaba, buscando sentirlo. Carlos se dejó hacer, estaba llegando a un nivel de excitación hasta preocupante, esa noche era para su deleite o eso le había dicho La Dama que se situó detrás de él dejando que su espalda descansara sobre sus turgentes pechos y su cabeza en el hueco de su cuello mientras ella le susurraba al oído y acariciaba su mentón.
—Ben hace maravillas con las manos y la boca, es el mejor del hotel.
—No le digas eso. —Ben fingió enfadarse—. ¿Qué va a pensar de mí, verdad, Carlos?
—Eh, qué... ¿En serio creéis que en estos momentos me importan las buenas o malas felaciones de Ben?
El joven abandonó su cuerpo y empezó a reír, cada día entendía mejor por qué Talía se había prestado a ayudarlo, era tan inocente en ciertos aspectos.
—Entonces supongo que voy a tener que mostrártelo.
Dicho esto, Ben se colocó en su entrepierna y empezó a torturarlo con las manos, abarcando la totalidad de su miembro sin ninguna piedad. La sabia fricción y el continuo y acompasado movimiento hicieron que los gemidos de Carlos subieran de intensidad y que empezara a agitar sus caderas intentando no perder ni un segundo de placer, ya no le preocupaba la gente que pudiera haber a su alrededor, él estaba sumergido en su mundo de sensaciones.
Talía continuaba a su espalda buscando dejar su marca sobre su pecho, deleitándose con el tacto de sus músculos y dando pequeños tirones de vez en cuando a sus pezones.
—Eres como un joven griego despertando al placer, me encanta tenerte así, a mi merced. Siente, aprende, goza.
Carlos se estremecía con cada palabra que Talía le decía y se sumergía en esas sensaciones. Pero fue Ben el que lo hizo gritar cuando cambió sus manos por su boca y empezó a succionar con ímpetu, podía notar cómo entraba completamente en su cálida y húmeda boca, cómo jugueteaba con su lengua y sus dientes con su glande, torturándolo y cómo sus pocas defensas caían mientras aferraba del pelo al joven querubín y se corría. Sin embargo, Ben no se retiró de él y lo sorprendió degustando su espeso líquido con una sonrisa.
—Esto no ha acabado aún —le dijo limpiando la comisura de sus labios lo que hizo que Carlos echara la cabeza hacia atrás buscando descansar.
Enseguida volvió a estimularlo esperando que no estuviera extremadamente cansado y al poco notó cómo el miembro de Carlos respondía a sus atenciones de maravilla y sin preguntar ni dudar se colocó sobre él dejando que su pene se introdujera despacio en su interior. Justo en el momento en que Ben caía sobre él, Talía lo aferró de la cara y le dio un intenso beso que lo desarmó y su aroma a mujer, el olor a fluidos íntimos y los movimientos sexuales de Ben lo destruyeron por completo y sus gritos de placer se mezclaron con los del joven que se mecía sobre él como si fueran uno solo.
Esa noche la pasaron los tres entre almohadones de colores, ajenos al mundo, gozando de su trío recién descubierto e ignorantes a las idas de los clientes que poco a poco se habían marchado de su templo. Su despertar siguió la tónica general de la noche anterior y una muy experta mamada de Ben lo despertó, el día prometía ser interesante y sus preocupaciones sexuales cada vez estaban más lejanas y no dudaba de que pronto desaparecieran para siempre.
Poco a poco se fueron aficionando a bajar al gran salón, a mezclarse con su ambiente y a dejarse hacer, a disfrutar. Cada vez había más confianza entre los dos y cada vez ella se divertía más, esa noche tenía planes.
Desde la barandilla floreada del piso de arriba se veía el salón, Carlos llevaba un tiempo dándose cuenta de que a Talía le gustaba echar un vistazo desde ese nivel a lo que ocurría en su hotel. Normalmente, después de eso, decidía si bajar o no y normalmente, desde que él estaba allí, había recuperado las ganas de involucrarse que antes ya no tenía. Habían descendido dos o tres veces y, esa noche, el ambiente era tan relajado que ella quería tumbarse entre los mullidos cojines y alfombras de colores junto a él.
Carlos llegó a su lado y terminó de ajustarse el hombro de la túnica dorada.
—¿Vamos?
Pero algo en el semblante de la mujer había variado. Mantenía el ceño fruncido y los labios parecían temblarle. Inconscientemente dio un paso atrás, refugiándose en el amplio pasillo y dio media vuelta sin ninguna explicación.
—No, esta noche no me apetece.
—Pero...
—No me encuentro bien, estoy algo mareada.
Carlos frunció el ceño y la miró con más calma, sí parecía que se sentía mal, su cara estaba casi blanca. La sujetó del brazo dispuesto a ayudarla, pero ella lo rechazó, emprendiendo el camino hacia su habitación.
—¿Quieres que vaya contigo?
—No, descanso mejor sola.
Carlos la vio cerrar su puerta con rapidez e incluso, cuando él entró a la suya, la escuchó cerrar el pestillo de la puerta que unía ambas habitaciones. No quiso insistir más, no era tan raro que de vez en cuando se sintiera indispuesta, ya hablarían al día siguiente. No pensó más en el asunto, se metió en la cama y empezó a entrarle el sueño con la música de debajo de fondo, por variar, esa noche dormiría más.
Talía hizo lo mismo, la cama la recibió gustosa, pero ella no podía conciliar el sueño. Un temblor la recorría, un temblor que incluso parecía azotar la habitación, algo que amenazaba su vida de nuevo. ¿Cómo era posible?, ¿cuántos años habían pasado ya? Él la creía muerta, pero entonces, ¿qué hacía en su hotel? Debía calmarse, posiblemente ni siquiera sabía que era suyo. Sin embargo, había llegado en el peor momento, cuando la vida empezaba a ser interesante con Carlos allí. No podía esperar más y cogió el móvil, para marcar un número que hacía años que no marcaba. Al cabo de dos intentos, una voz ronca y somnolienta le contestó.
—Víctor, soy yo.
—¿Estás bien? ¿Ocurre algo?
—He visto a Alfredo.
—¿Ha ido a por ti? No puede ser. No sabe...
—Entonces es verdad, no ha sido un mal sueño. Ya ha salido de la cárcel.
—Han pasado doce años, no podemos hacer nada más.
—¿Debo tener miedo?
—No, cree que estás muerta. Habrá sido una casualidad, ¿te ha visto? ¿Hace falta que te cambiemos de identidad otra vez?
—Me parece que no, no me ha visto, esperaré. Si veo algo extraño te vuelvo a llamar.
—Por supuesto, te protegimos una vez y podemos volver a hacerlo.
—Gracias, Víctor.
Colgó el teléfono algo más tranquila. Alfredo era peligroso, si hubiera sabido que ese era su hotel, ya estaría muerta. Confiaría en que solo buscaba lo que todos sus clientes: sexo, lujuria y diversión.
El sistema de Protección de Testigos le había servido para sobrevivir y para convertirse en lo que era, pero el trauma que supuso su infancia y juventud era algo que no iba a olvidar. La humillación, la tortura tanto mental como física a la que la había sometido ese hombre era algo que llevaba a fuego en su cuerpo y en su alma, la última paliza fue definitiva, para él estaba muerta y ella ya no tenía nada que perder: o moría o la mataban, no había más opciones. Cuando ese inspector llegó al hospital y le ofreció incluirla en la protección si testificaba en contra de Alfredo, no lo dudó, ya estaba muerta, pero él caería con ella. Y ya habían pasado doce años. Y la sombra volvía a aparecer en su vida. Y no iba a dejar que la consumiera de nuevo. Esa niña ingenua e inocente murió después de aquella paliza.
Sin embargo, las imágenes volvieron en sus sueños, en sus pesadillas. La mirada fría de Alfredo y su rictus de prepotencia mientras observaba cómo dos de sus hombres la violaban con brutalidad, cómo se turnaban para hundirla en un abismo. ¿Dónde estaba aquel hombre en el que había confiado? ¿Cuándo se había convertido en un traficante de mujeres y ella era su mayor trofeo? ¿Cuándo decidió que ya no era solo suya y la entregó para satisfacer los instintos más bajos de hombres crueles que pagaban grandes cantidades para torturarla y poseerla hasta la extenuación? Aquella última vez, después de los golpes y las brutales embestidas, dejó de sentir, supo que se acercaba la muerte e incluso la abrazó con alegría, ya terminaba el dolor. Y sus palabras, que acabaron con todo: “Dejadla aquí y borrar huellas, no vamos a cargar con un cadáver”. Eso era lo que quedaba de ella, un fardo inerte que ya no se podía aprovechar. ¿En qué momento aquella niña que fue se dejó envolver por ese hombre, por su carisma y por su fingido amor? Las cadenas con las que la ataba durante el día en aquella pequeña y oscura habitación empezaron a pesarle, a ahogarla, a hundirla y gritó, gritó como nunca había gritado, intentando huir de esa pesadilla, de esos recuerdos y sin poder conseguirlo.
Carlos oyó el grito, un sonido desgarrador que lo despertó de su sueño y que lo puso en alerta. Talía gritaba, posiblemente en sueños y no lo dudó, corrió hacia su habitación, ni siquiera lo detuvo el pequeño pestillo que los separaba, lo tiró abajo en dos empujones. Talía se removía en sueños, sudando, temblando y él solo pudo acercarse y abrazarla, despertándola con suaves caricias y palabras. Ella abrió los ojos despacio, asustada, sin saber a quién tenía a su lado y a la defensiva. Estiró la mano y lo arañó en la mejilla, pero Carlos no se separó de ella. Talía empezó a calmarse al enfocar sus ojos grises y sentir su aroma: estaba en su cama y con Carlos rodeándola con sus fuertes brazos. Se aferró a él, hundiéndose en su cuello, refugiándose, y dejó salir las lágrimas.
—Has tenido una pesadilla —le dijo mientras le acariciaba el pelo.
—Gracias.
Talía respiró hondo y se dejó tranquilizar, hacía mucho tiempo que no confiaba así en un hombre, pero no quiso darle más vueltas. Él la consolaba por lo que creía un mal sueño, no sospechaba siquiera que había sido una realidad y nunca lo sabría, su mundo no iba a enturbiarse con los negros fondos del de ella.
Al día siguiente todo estaba como si no hubiera pasado nada, ella se encontraba mejor y desayunaron con los demás. Las explicaciones de La Dama eran adecuadas, pronto convenció a Ben de que la noche anterior no bajaron porque estaba indispuesta y él no preguntó más, nadie lo hizo y Carlos tampoco, pero no olvidaba el grito desgarrador que había salido de sus pesadillas. Le gustó estar allí para ella y que supiera que podía contar con él, pero ella volvía constantemente a su rol de maestra, sin involucrase más. Y era lo mejor, nada de apegos, ese no era el mundo de Carlos, él pertenecía a la luz y todos ellos a la oscuridad. Y debía volver a su mundo cuanto antes.