Luke giró en Regent’s Park y miró a la mujer que iba sentada a su lado, en silencio, mirando por la ventanilla. Solo un pómulo era visible bajo la cortina de pelo dorado, como un halo alrededor de su cabeza. Apenas había dicho dos palabras desde que salieron de la clínica.
Y empezaba a preocuparlo.
Por su corta relación con Louisa di Marco, sabía que no era una persona silenciosa. En su única cita se había sentido cautivado por su personalidad, su sentido del humor y su incesante charla.
Por supuesto, también había visto otra faceta de su personalidad… su lengua afilada cuando le dijo quién era, por ejemplo. Pero prefería esa lengua afilada a aquel opresivo silencio.
Mientras atravesaban la majestuosa avenida flanqueada por robles y arces, Luke pensó que tal vez el silencio era una bendición. Necesitaba ordenar sus pensamientos, analizar la situación, pensar bien en lo que iba a hacer.
No se le había ocurrido que Louisa no supiera que estaba esperando un hijo. ¿No se suponía que las mujeres tenían un sexto sentido para esas cosas?
Pero era evidente que ella no tenía ni idea. Tumbada en la camilla de la clínica, tan vulnerable bajo la bata, la sorpresa en su rostro había sido genuina.
–¿Adónde vamos? –preguntó Louisa entonces, interrumpiendo sus pensamientos.
–A tu casa.
Ella se volvió, con gesto de sorpresa.
–¿Recuerdas dónde está?
Luke asintió con la cabeza, incapaz de hablar mientras miraba ese rostro que había estado grabado en su cerebro doce semanas: los ojos de color caramelo, los labios gruesos y sensuales, los altos pómulos, la piel de color miel.
Recordaba cada detalle de esa noche, no solo su dirección. El fresco aire de la noche mientras paseaban por Regent’s Park, el calor de su cuerpo, el aroma de las flores, su cautivadora sonrisa, el rico sabor del capuchino que habían tomado en Camden High Street, las caricias robadas.
Y después, los brazos de Louisa alrededor de su cuello mientras la llevaba por el pequeño apartamento, el sabor de sus labios, su sensual inocencia mientras la desnudaba en el pasillo, sus sollozos cuando la llevó al primer orgasmo y lo que había sentido él cuando los dos llegaron a un devastador final.
Sí, recordaba mucho más que su dirección. Ella volvió a mirar por la ventanilla.
–Tengo que volver a la oficina. Te agradecería que me llevaras allí.
–Voy a llevarte a Havensmere –dijo Luke. Tal vez tenía que pensar un par de cosas, pero su plan seguía siendo el mismo–. Solo vamos a pasar por tu casa para que hagas la maleta.
Ella giró la cabeza bruscamente, sus ojos tan oscuros que parecían negros, y Luke se preparó.
–¿Sabes una cosa, Devereaux? No tengo que hacer lo que tú ordenes. Será mejor que dejes de hacerte ilusiones.
–Yo creo que, en estas circunstancias, deberías llamarme Luke.
–Te llamaré como quiera, Devereaux –replicó ella, indignada.
Luke no se molestó en replicar hasta que aparcó a unos metros de su casa.
–Estás cansada y asustada –empezó a decir, con un tono paternalista que la sacó de sus casillas–. Te has llevado una sorpresa, lo entiendo.
Tenía mucho que aprender sobre ella, pensó Louisa, si pensaba que acusarla de estar histérica iba a servir para calmarla.
Irritada, cruzó los brazos sobre el pecho y permaneció en silencio.
–Mira, no quiero que nos enfademos –siguió él–. Tenemos muchas cosas que discutir y vamos a hacerlo en Havensmere.
–¿Pero es que no lo entiendes? No quiero ir a ningún sitio contigo.
Luke exhaló un suspiro mientras quitaba la llave del contacto.
–Lo sé.
Por primera vez, Louisa notó las líneas de fatiga alrededor de sus ojos. Y también algo más, algo que la sorprendió. ¿Era preocupación? ¿Estaba tan profundamente afectado por la noticia como ella?
–Te guste o no –siguió Luke– vamos a tener un hijo y tendremos que lidiar con las consecuencias. Deja de mostrarte tan hostil, no sirve de nada.
Louisa puso los ojos en blanco. Había vuelto a hacerlo. Cuando empezaba a sentir cierta simpatía por él, la exasperaba de nuevo. Tenía un talento innato para sacarla de quicio.
¿Y qué había querido decir con «lidiar con las consecuencias»? Él era un hombre rico e influyente que había tomado la iniciativa con el tratamiento médico y ella estaba como en trance desde que supo que esperaba un hijo, pero lo había oído concertar otra cita con la recepcionista…
¿Pensaba presionarla para que abortase?
Que pudiese no querer a su hijo debería haberla enfurecido, pero en lugar de eso la entristeció profundamente.
Aunque odiaba admitirlo, Devereaux tenía razón sobre algunas cosas: estaba cansada, emocionada y francamente sorprendida. Necesitaba reunir fuerzas y en su mansión de Wiltshire podría hacerlo, pero antes de nada debía aclarar un asunto.
–Francamente, te encuentro paternalista, mandón e insoportable. Tal vez si dejases de tratarme como si fuera de tu propiedad, yo dejaría de mostrarme hostil.
Un poco, al menos.
Cuando lo vio apretar la mandíbula pensó que tenía el mismo aspecto que cuando estaba enterrado en ella, llenándola, conteniéndose mientras su cuerpo estallaba en llamas…
La reacción física que siguió a ese recuerdo dejó a Louisa en silencio. Nerviosa, apretó las piernas, pero aquel río de lava solo podía significar una cosa: estaba excitada.
¿Qué le pasaba? Devereaux la había utilizado, se había aprovechado de ella y estaba a punto de pedirle que abortase. Y, sin embargo, seguía excitándola.
–¿Qué ocurre? ¿Te encuentras mal?
–No, no pasa nada –murmuró ella, sin mirarlo.
Luke rozó su mejilla con un dedo.
–Estás pálida. ¿Sigues teniendo náuseas matinales?
Louisa se apartó.
–No.
No se encontraba enferma, al contrario. Entonces notó el aroma de su colonia… por supuesto, eso era. La repentina punzada de deseo era debida a las hormonas, mezcladas con la libido. ¿No había leído en alguna parte que las mujeres embarazadas respondían de manera instintiva al olor del padre de su hijo? Tenía algo que ver con las feromonas.
Nerviosa, tragó saliva. No se sentía atraída por él, solo era una reacción química.
–Hay gente en la casa –dijo él, mirándola intensamente–. Es una mansión con sesenta habitaciones y más de cien acres de terreno. Tendremos tiempo, espacio y privacidad para hablar tranquilamente y hacer lo que tengamos que hacer.
–Esta noche no estoy de humor para hablar –dijo Louisa.
Luke esbozó una sonrisa y ella se dio cuenta de lo que acababa de decir.
–No importa, tampoco yo. Pero quiero ir esta noche y me gustaría que fueras conmigo… por favor.
Después de su ridícula reacción, Louisa no estaba segura de que pasar el fin de semana con él fuese la mejor idea, pero su expresión cuando dijo «por favor» inclinó la balanza a su favor. Tenía la impresión de que no era una frase con la que estuviese muy familiarizado.
Además, empezaba a estar cansada de verdad y no tenía fuerzas para seguir discutiendo.
–Muy bien, de acuerdo, pero solo una noche.
Él asintió con la cabeza antes de salir del coche y le abrió la puerta en un gesto de galantería. Pero Louisa se había dejado engañar por sus buenas maneras una vez y no pensaba volver a hacerlo.
Luke caminaba a su lado mientras iban hacia el portal, pero una vez allí, Louisa se aclaró la garganta.
–Deberías esperar aquí –le dijo. Lo último que quería era que subiese con ella al apartamento porque los recuerdos de esa noche aún estaban frescos en su memoria–. Si no tienes permiso para aparcar aquí te pondrán una multa, por cierto.
–Me arriesgaré.
–Prefiero subir sola, si no te importa.
–Muy bien, te esperaré aquí –Luke le levantó la barbilla con un dedo– pero no tardes mucho.
Ella apartó la cara, turbada.
–Tardaré el tiempo que tarde, Devereaux.
Como despedida no era genial, pero tendría que valer.
Intentó concentrarse en la irritación que Luke Devereaux le provocaba, pero mientras guardaba algunas cosas de aseo y un conjunto de ropa interior en la bolsa de viaje descubrió que no podía controlar la excitación.
Y eso tenía que terminar.
Cuando bajó a la calle, Devereaux estaba apoyado en el coche, de perfil, hablando por el móvil. Desde allí no podía oír lo que estaba diciendo, pero con las mangas de la camisa remangadas y las gafas de sol tenía un aspecto relajado, tranquilo…
Y eso la molestó. Allí estaba ella, enfrentándose con el momento más aterrador y milagroso de su vida y el responsable se portaba como si no pasara nada. Su mundo se había puesto patas arriba en una hora y él parecía no tener una sola preocupación en el mundo.
Furiosa, se dirigió hacia él, los tacones de sus botas repiqueteando en el pavimento.
–Seguramente llegaremos alrededor de las ocho –estaba diciendo Luke–. Prepare la suite, señora Roberts. Nos veremos en un par de horas.
Luke cortó la comunicación, alertado por el taconeo. Con la cabeza bien alta, los ojos clavados en él y moviendo las caderas, Louisa parecía una amazona furiosa.
Pero eso era mejor que verla frágil y agotada, y se apartó del coche, dispuesto a lidiar con lo que fuera.
–¿Lista? –le preguntó.
–Toma –Louisa le entregó la bolsa de viaje–. Vamos a terminar con esto de una vez.
Después de dejar la bolsa en el asiento trasero, Luke se colocó tras el volante.
–Pensé que habíamos acordado firmar una tregua –murmuró, mientras arrancaba.
–¿Ah, sí, cuándo? Perdona, no debí escuchar esa orden –replicó Louisa.
El mal humor le sentaba bien, pensó. Hacía que sus ojos de color caramelo brillasen como nunca y que sus pechos subieran y bajasen de una manera…
Sin poder evitarlo, soltó una risotada.
–¿Te parece gracioso? –exclamó ella, indignada.
Luke intentó contener la risa. Tenía razón, no era apropiado reírse en aquellas circunstancias.
–Estás muy guapa cuando te enfadas.
–Por favor, qué vulgaridad.
–Ya, pero pensé eso la primera noche y sigo pensándolo.
–Si esa es tu idea de un cumplido, me compadezco de cualquier mujer que tenga la desgracia de relacionarse contigo.
–¿Como tú, quieres decir?
–Un revolcón a toda prisa no es una relación –replicó Louisa.
–Si no me falla la memoria, no fue a toda prisa.
Ella apartó la mirada.
–No quiero hablar de esa noche. Llevo tres meses intentando olvidarla.
–Entonces, parece que has tenido la misma suerte que yo –dijo Luke.
Cuando giró la cabeza, vio un brillo de pánico y confusión en su mirada.
–¿Qué?
–Parece que no vamos a poder olvidarla. Ninguno de los dos.
Louisa dejó escapar un suspiro.
–Supongo que no, pero eso no significa que vayamos a repetir el error.
Hasta que escuchó esas palabras, a Luke no se le ocurrió cuánto desearía repetir el supuesto error.
La encontraba increíblemente atractiva, lo excitaba tanto como lo enfurecía y no había sido capaz de olvidarla, pero él no era masoquista.
Sin embargo, al ver cómo le temblaban los labios, al ver el brillo de sus ojos, supo que estaba engañándose a sí mismo. No había sido solo el comentario de Jack lo que lo impulsó a dejarlo todo esa tarde para ir a buscarla.
Seguía deseándola. De hecho, no había dejado de hacerlo y era hora de admitirlo.
Y cuando vio la imagen del bebé en la pantalla había experimentado una oleada de satisfacción masculina que no podía explicar.
El bebé iba a complicarle la vida, sin duda. Él no era un romántico y tampoco un hombre familiar. Ni siquiera sabía lo que significaba eso. Entonces, ¿por qué estaba tan contento con el embarazo?
La respuesta era dolorosamente obvia: su reacción al bebé era instintiva y puramente masculina. Louisa estaba atada a él como no lo había estado antes.
Pero, por su combativa actitud, convencerla de que había algo que los unía no iba a ser fácil.
–Lo que pasó esa noche no fue un error –dijo, mientras arrancaba–. Ni para mí ni para ti. ¿O querías pasar el resto de tu vida fingiendo orgasmos?
Louisa tuvo que apretar los dientes. Le había contado eso en confianza… ¿cómo podía sacarlo en ese momento?
El deseo de darle un puñetazo era tan fuerte que empezó a temblar.
Quería olvidar el comentario y los recuerdos que despertaba, pero mientras intentaba tragarse la humillación, los recuerdos volvieron en cascada.