Capítulo Seis

 

 

 

 

 

Luke atravesó la verja de hierro forjado y saludó a Joe, el guardés de la finca, antes de tomar la carretera que llevaba a la casa, las hojas de los árboles que flanqueaban el camino cubriendo el coche con acogedoras sombras.

Cinco minutos después, frente a él apareció la mansión en todo su esplendor, con dos escaleras gemelas y un par de leones de piedra flanqueando la impresionante puerta de roble.

Los jardineros habían colocado los setos de lobelia azul que él había sugerido y Luke sonrió, satisfecho. El trabajo final, reparar las cornisas, tendría lugar el mes siguiente… y ya era hora, pensó.

Su reacción ante la casa era tan desconcertante como siempre. Cuando la vio por primera vez veintitrés años antes se había quedado hipnotizado por su belleza y asustado por su grandiosidad. Para un niño que había pasado los primeros siete años de su vida en la peor zona de Las Vegas, Havensmere era magnífico y aterrador. Y cuando entró en el estudio de Berwick, la sensación de angustia había aumentado.

El hombre que estaba sentado tras el escritorio era tan aterrador como la casa.

Cuando lo llamaron un año antes para la lectura del testamento de Berwick, experimentó ese viejo resentimiento… hasta que volvió a Havensmere. Con las paredes cuarteadas, el jardín seco y los agujeros en el asfalto del camino, ya no era el centinela que recordaba sino más bien un lugar triste y abandonado, un triste recuerdo de pasadas glorias. Al final, fue compasión lo que lo persuadió a pagar la carísima restauración de su propio bolsillo, pero cuando el trabajo estuviese terminado pensaba volver a su casa de Chelsea.

Aún no sabía qué iba a hacer con Havensmere.

Suspirando, miró a su pasajera, dormida en el asiento. Una cosa era segura: tenía un problema mucho más grave que Havensmere y estaba durmiendo a su lado, con un aspecto tan inocente como el de una niña.

Louisa di Marco, madre de su hijo, seductora novata y, en general, un dolor de cabeza. Iba a tener que oírla al día siguiente, cuando despertase y se diera cuenta de dónde estaba.

Luke sonrió. A pesar de ello, no lamentaba haberla llevado allí. Era verdad que se tomaba muy en serio sus responsabilidades, y ella era su responsabilidad, le gustase o no.

Louisa emitió un gemido, pero siguió respirando rítmicamente un segundo después. Debía estar agotada para dormir en una posición tan incómoda.

Al ver cómo sus pechos subían y bajaban recordó lo excitante que había sido aquella noche, en su apartamento … y la oleada de deseo que experimentó lo obligó a admitir que el bebé no era la única razón por la que la había llevado allí.

Todo en ella lo excitaba: su voluptuosa figura de diosa italiana, sus largas piernas, su aroma y esos ojos almendrados que prometían placeres a los que ningún hombre podría resistirse.

Sabía que nunca sería su pareja ideal. Era demasiado impetuosa y demasiado independiente, pero como compañera temporal podría ser fantástica.

Después de diez años levantando un negocio multimillonario tenía la costumbre de decirle a la gente lo que debía hacer y esperar que lo hicieran sin protestar. Tal vez era una novedad que alguien hiciese justamente lo contrario. Además, le gustaban los retos, y ninguna mujer lo había desafiado nunca como ella.

Se cansaría de la novedad, pensó, pero hasta que eso ocurriera ¿por qué no disfrutar de los fuegos artificiales?

Como sospechaba, Louisa no despertó mientras la sacaba del coche. Su mayordomo, Albert, abrió la pesada puerta de roble y lo saludó con la cabeza, sin inmutarse mientras entraba con su carga en brazos.

Luke subió al primer piso pensando que Louisa no pesaba nada para ser una mujer alta. Se le ocurrió entonces que tal vez no comía bien, como tantas chicas jóvenes que querían conservar la línea. Bueno, pues eso tendría que cambiar.

Y cambiaría, por supuesto. Pensar que el embarazo la haría perder su esbelta figura lo hizo sentir… extraño. No quería pensar en ello, pero debía reconocer que lo llenaba de una extraña sensación de orgullo.

Ella suspiró entonces, su aliento acariciando el cuello de Luke…

Tuvo que hacer un esfuerzo para calmarse cuando llegó a la habitación rosa, la suite que el ama de llaves había preparado, y la depositó con cuidado sobre la cama con dosel.

Después de quitarle las botas, se las colocó bajo el brazo. Las guardaría, por si despertaba en medio de la noche y se le ocurría volver andando a Londres.

Mientras la cubría con el edredón notó cómo sus pechos asomaban por el escote del vestido. No debía ser muy cómodo dormir con el vestido puesto, pero no pensaba quitárselo. Había un límite para lo noble que podía ser.

Después de cerrar las cortinas se disponía a salir de la habitación, pero se acercó a la cama y, aprovechando la calma antes de la tormenta, pasó los dedos por sus suaves rizos…

Tal vez había perdido la cabeza, pero estaba deseando que amaneciese para volver a discutir con ella.

 

 

Louisa respiró un delicioso aroma a flores y sábanas limpias mientras abría los ojos. Una cortina de terciopelo colgaba a un metro de su nariz, el ceñidor rematado con hilo de oro brillando a la luz del sol. Parpadeó, convencida de estar soñando, pero la opulenta decoración seguía allí.

Se frotó los ojos antes de intentarlo de nuevo, pero entonces vio un dosel sobre su cabeza y unos postes de caoba…

¿Qué hacía una cama con dosel en su habitación?

Incorporándose un poco, miró alrededor… la habitación era enorme, al menos el doble de grande que su apartamento, y estaba llena de antigüedades: una mesa, un armario, un par de sillones. La ventana estaba tapada por unas cortinas de terciopelo que solo dejaban pasar unos cuantos rayos de sol.

Qué raro. Ella nunca había soñado que fuese Escarlata O’Hara.

Pero entonces vio que llevaba el vestido… y una serie de imágenes del día anterior pasaron por su cerebro a toda velocidad.

Los ojos grises de Luke Devereaux mientras se inclinaba sobre su escritorio en la oficina, la imagen de su bebé en la pantalla, los largos dedos de Luke sobre el volante…

Furiosa, saltó de la cama, sus pies enterrándose en una gruesa alfombra. Cuando apartó las cortinas tuvo que guiñar los ojos para evitar que el sol la cegase, pero un segundo después lanzó una exclamación al ver el paisaje que había ante ella: el jardín interminable, los acres y acres de terreno…

Aquello no era un sueño, era una pesadilla.

¡Luke había vuelto a secuestrarla!

Más furiosa que nunca, entró en el baño y se puso un albornoz que colgaba detrás de la puerta. Cuando se miró al espejo pensó que parecía increíblemente joven y vulnerable con aquel enorme albornoz. Y esa no era la imagen que quería dar.

Pero la ducha la refrescó y, al menos, había dormido bien. Lo único que tenía que hacer era vestirse, tomar su bolso y enfrentarse con la rata de Luke Devereaux.

Iba a decirle cuatro cosas a su secuestrador antes de marcharse. No sabía cómo iba a volver a Londres, no encontraba sus botas y no tenía coche, pero ya se le ocurriría algo. La cuestión era que no iba a permitir que la tratase de ese modo.

Pero cuando salió del baño y se vio cegada por el sol que entraba por el ventanal, descubrió que Devereaux, como siempre, tenía sus propias ideas.

–Hola, Louisa.

Que hubiese entrado en su habitación sin avisar la enfureció aún más. Parecía relajado, tranquilo, con un vaquero gastado y un polo de color azul pálido. El atuendo informal le recordaba su primera noche juntos, pero entonces vio sus botas en el suelo…

–¿Qué haces en mi habitación? –le espetó.

–Es la una de la tarde. El almuerzo está listo y he pensado que podríamos comer en la terraza.

Louisa hizo un esfuerzo para mantener la calma. Ella, que medía un metro setenta y dos y creía que un zapato con menos de diez centímetros de tacón era solo para ir al gimnasio, no solía tener que levantar la cabeza para mirar a nadie. Pero incluso en mocasines, Luke Devereaux le sacaba una cabeza.

–No tengo intención de comer contigo. En cuanto me haya vestido, me iré.

Luke esbozó una sonrisa irónica.

–Tienes que comer algo, especialmente en tu condición. Y no irás a ningún sitio antes de que lo hagas.

–No puedes impedírmelo –anunció Louisa, pasando a su lado para abrir la puerta–. Fuera de mi habitación.

Él cruzó los brazos sobre el pecho.

–Me encanta discutir contigo, pero tengo hambre. ¿Por qué no dejas de portarte como una niña y bajas conmigo a comer para que podamos discutir esto como adultos?

Ella lo miró, atónita. Aquel hombre no tenía vergüenza… ¿hombre? No, Luke Devereaux era una rata.

–Eres tú quien se porta como un niño malcriado que cree que siempre puede salirse con la suya.

Estaba en jarras, pero al notar la mirada de Luke clavada en su pecho vio que el albornoz se había abierto y, airada, lo cerró de golpe.

–¿Qué decías? –preguntó él, como si estuvieran hablando del tiempo.

Louisa se aclaró la garganta, cruzó los brazos e intentó contener la indignación.

–No pienso comer contigo. No como con secuestradores.

–¿No crees que estás exagerando?

–No, no lo creo. Dijiste que ibas a llevarme a una estación de tren y, como siempre, has mentido.

–Nunca dije que fuese a llevarte a una estación de tren –replicó él, con irritante seguridad.

–Da igual lo que dijeras, te pedí que me llevases a una estación de tren y dejé bien claro que quería estar sola. Tú sabías que no quería venir a Havensmere, es tan sencillo como eso.

–No lo creas.

–No te acerques –le advirtió Louisa cuando dio un paso adelante.

Pero Luke dio otro paso, obligándola a dar marcha atrás.

–Anoche estabas agotada emocional y físicamente, pero estás embarazada de mi hijo –le recordó, alargando una mano para tocarle la cara–. No pensarías que iba a meterte en un tren en esas condiciones.

Louisa apartó la cara, pero era demasiado tarde. El calor se extendía por su cuerpo como un incendio.

–¿Te importaría dejar de invadir mi espacio personal?

Luke esbozó una sonrisa.

–¿Sabes que tus ojos se oscurecen cuando te excitas? Eso te delata. Eso y tus pezones…

Ella intentó cerrar el albornoz.

–Esto no va a solucionar el problema. Sigo furiosa contigo y sigo queriendo irme a casa.

Pero el temblor en su voz hacía que las palabras sonasen más como una invitación que como un rechazo.

–Hablaremos de eso después –susurró él, enredando los dedos en su pelo–. Ahora mismo, quiero invadir tu espacio personal.

Cuando buscó sus labios, Louisa intentó ignorar la punzada de deseo, pero el beso era tan apasionado… el roce de su lengua la hacía sentir como si la hubieran enchufado a la corriente eléctrica. Sin pensar, puso las manos en su torso y empezó a devolverle el beso en una batalla sensual que no podía ganar.

Lo pondría en su sitio en cuanto dejase de besarla, pensó. En cuanto recuperase el habla. En aquel momento, lo único que importaba era besarlo.

Luke la atrajo hacia sí para morderle el cuello y Louisa echó la cabeza hacia atrás cuando metió una mano bajo el albornoz.

–No podemos hacer esto. No tenemos tiempo –murmuró, sintiendo que perdía la cabeza.

Él levantó una de sus piernas para enredarla en su cintura.

–Tenemos una semana, ya he hablado con tu jefa…

Eso hizo que Louisa saliera de aquel estupor erótico.

–¿Has hecho qué? –exclamó, empujándolo.

–Sí, ¿qué pasa? –Luke parecía desconcertado.

–¿Qué pasa? ¡Que no tienes ningún derecho a meterte en mi vida, eso pasa!

–Olvídalo, ahora no vamos a discutir por eso.

–¿Cómo que no?

–Pero si los dos estábamos a punto de explotar…

–Me da igual. Quiero saber por qué has hablado con mi jefa. ¿Quién te ha dado derecho a hacer eso?

–Muy bien, de acuerdo –Luke se pasó una mano por el pelo–. No vamos a solucionar nada en un día, así que he llamado a Parker para pedirle que te diese una semana de vacaciones. ¿Qué hay de malo en eso?

–¿Qué hay de malo? –repitió Louisa, incrédula–. ¿Te has vuelto loco? ¿Quién crees que eres para organizar mi vida?

–Francamente, no entiendo cuál es el problema.

La miraba como si fuera ella quien se había vuelto loca.

–No lo entiendes, ¿verdad?

–¿Entender qué? –exclamó Luke.

Louisa sacudió la cabeza, atónita. ¿Cómo podía alguien no tener idea de los límites?

–Tú no puedes decidir qué hago o qué no hago. Como no puedes decidir si debo o no venir a Havensmere. Esa es mi decisión, no la tuya. Eres peor que mi padre.

–Pero era la decisión más acertada. Una semana en Havensmere te vendrá bien, necesitas recuperar fuerzas –Luke dio un paso adelante–. Y luego está el sexo. Después de lo que acaba de pasar, creo que un día no sería suficiente.

–No vamos a acostarnos.

–¿Por qué no?

–Porque lo digo yo –respondió Louisa–. Ya te dije que el sexo sería una complicación.

–Más razones para quitárnoslo de en medio. Llevamos tres meses separados y la atracción sigue ahí, tan fuerte como antes. Si crees que puedes ignorarla, estás muy equivocada.

Tal vez tenía razón. Sentía un cosquilleo en el vientre cada vez que Luke estaba cerca, su cuerpo pidiendo un alivio que solo él podía darle. Pero no pensaba admitirlo. Luke Devereaux no iba a usar el sexo contra ella.

Si volvían a hacer el amor, sería en sus términos o no sería.

–No vamos a quitarnos nada de en medio hasta que dejes de tratarme como si fuera de tu propiedad. Quiero que te disculpes por tu comportamiento ahora mismo. Y prométeme que no volverás a tomar decisiones por mí o me marcho ahora mismo.

–Pero si solo estaba intentando cuidar de ti… no, no pienso disculparme.

Estaba totalmente convencido. Aquel cavernícola pensaba estar haciendo lo correcto.

–Lo digo en serio, Luke. O prometes no volver a hacer algo así o me voy ahora mismo.

–¡Estás loca! –gritó él–. No has comido nada desde ayer y estás dispuesta a morir de hambre solo para quedar por encima.

–No es eso. Debes entender de una vez por todas que no puedes hacer lo que haces, así que promételo o llamo a un taxi en este mismo instante.

Estaba claro que nunca le habían dado un ultimátum porque la miró como si le hubiera salido otra cabeza. Pues muy bien, era hora de aprender que ella no tenía por qué obedecer sus órdenes.

Luke sacudió la cabeza, estupefacto. Louisa era más difícil de lo que había anticipado.

Un minuto antes habían estado a punto de devorarse el uno al otro y, de repente, le exigía una disculpa… ¿por qué exactamente? Ni siquiera sabía qué había hecho mal.

Y, además, estaba tan excitado que le dolía.

Nadie le decía lo que tenía que hacer, especialmente alguien que había estado llorando como una niña la noche anterior. Louisa necesitaba que alguien cuidase de ella y si lo admitiera podrían olvidarse de esa tontería y volver a lo que era importante. Y, en aquel momento, aliviar el dolor en su entrepierna era lo primero en la lista.

¿Pero cómo le había dado la vuelta a la situación?

Un minuto antes estaba tan dispuesta como él. La había oído gemir, había notado su excitación. Y, sin embargo, había logrado apartarse. Sabía que podía ser cabezota, ¿pero de dónde había salido ese carácter de hierro?

Luke se pasó una mano por el cuello, intentando concentrarse en el problema.

Lo importante en una negociación era el resultado. Y el resultado que buscaba era que Louisa se quedase allí durante una semana como mínimo para poder terminar lo que habían empezado, en la cama y fuera de la cama. Pero era evidente que tenía un problema con la autoridad, de modo que tendría que ir con cuidado.

Lo miraba con gesto decidido, sujetando con firmeza las solapas del albornoz. Parecía muy valiente, aunque tenía aspecto de niña con la cara lavada. Por qué la encontraba tan atractiva, no tenía ni idea.

Notó entonces que los pezones se le marcaban bajo la tela del albornoz…

No era tan inmune como le gustaría, pensó. En fin, tal vez tendría que aceptar una derrota, pero al final ganaría la guerra.

Louisa tenía los nervios agarrados al estómago. Si no se disculpaba, se iría de allí. Así de sencillo.

Habían pasado casi veinticuatro hora discutiendo y cuando no estaban discutiendo… bueno, el deseo de acostarse con él no hacía que aquello fuese muy prometedor. Pero mirando su alta figura, las atractivas facciones, el espeso pelo cayendo sobre su frente, se dio cuenta de que encontraba a Luke Devereaux tan intrigante como exasperante.

Era un enigma y uno muy sexy, además. ¿Quién era en realidad? ¿Y por qué la cautivaba, aunque parecía tener la sensibilidad de un mosquito?

Pero antes de nada, tendría que controlar su ego. No iba a soportar a un tipo dándole órdenes. Si se disculpaba, sería comprensiva con él.

–Hice lo que debía trayéndote a Havensmere –insistió Luke, metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón.

–Si esa es tu idea de una disculpa, estás muy equivocado.

–No me estoy disculpando por lo que he hecho.

–Ah, muy bien, pues entonces voy a pedir un taxi –replicó Louisa.

–Espera –dijo Luke, tomándola del brazo–. Anoche necesitabas dormir y yo no quería discutir cuando parecías tan frágil –por fin, le soltó el brazo, dejando escapar un suspiro–. A pesar de mi preocupación, entiendo que debería haberte preguntado antes de llamar a Parker.

–¿Prometes no volver a hacerlo?

–¿No volver a hacer qué exactamente?

–A tomar decisiones sin consultarlas antes conmigo.

Luke se quedó callado un momento.

–Muy bien, de acuerdo. Pero quiero que te quedes aquí una semana, ¿te parece bien?

Louisa sonrió, el interrogante en sus ojos haciendo que se sintiera como Goliat.

–Lo único que tenías que hacer era preguntar como es debido.

Luke miró el reloj.

–Vamos a comer en la terraza. Te espero allí –antes de salir, la miró por encima de su hombro–. No tardes mucho, tengo hambre –añadió, esbozando una tentadora sonrisa.

Louisa frunció el ceño cuando la puerta se cerró.

¿Por qué tenía la impresión de que no se había cargado a Goliat?