Desde un principio Raquel debió darse cuenta de que las cosas no saldrían bien. A su mamá le gustaba dormir, sobre todo después de un viaje tan largo y del alboroto de la noche anterior. Por no hablar del estrés que habían vivido durante los dos últimos meses: el cierre de la peluquería, las estanterías vacías del supermercado y la preocupación a causa del virus.
Su papá probablemente se había acostumbrado a hacer todo a su manera después de vivir solo durante casi un año. Obviamente, ambos estaban irritados. Raquel estaba tan segura de que podría hacer que se reconciliaran, que no se había detenido a pensar en el proceso de reconciliación.
Lucinda se estiró en la cama de abajo de la litera, en el dormitorio que había sido de su papá y su tío Tony cuando eran niños. Todavía estaban sus cajas de cómics en el armario. La chica le agradeció mentalmente a su papá que no le hubiese ofrecido la habitación a Juliette, y esto la hizo acordarse de ella.
Encendió el teléfono y escribió un mensaje.
Lucinda
Hola. Soy yo, Lucinda. ¿Cómo te va?
Raquel le había dado el número de teléfono de Juliette la noche anterior. La respuesta apareció casi al instante.
Juliette
ESTOY MUY ABURRIDA. Cansada de ver televisión. Cansada de las videollamadas. Mi mamá ni siquiera me deja salir a correr. Por cierto, recibí un mensaje muy raro de tu hermana. Algo sobre un horario.
Lucinda
No le hagas caso. ¿Te sientes mal?
Juliette
Para nada.
Lucinda
Qué bueno. Si te aburres mucho, siempre puedes registrar el armario de mi abuelita. Vas a encontrar manualidades para hacer.
Juliette
¿En serio? ¿Crees que a tu papá no le importe?
Lucinda
No, lo hacemos todo el tiempo.
Juliette
¡Gracias!
Lucinda puso el teléfono en la mesita de noche. Llorón gimió y se acurrucó sobre sus pies para echar una siestecita. La chica se sintió tentada de tomar una ella también, pero entonces vio la cabeza de su hermana.
—¿Vas a subir o no? —preguntó Raquel—. La reunión está a punto de empezar.
—Ya voy —dijo Lucinda. Sacó los pies de debajo del gato con cuidado de no despertarlo y subió a la cama superior de la litera—. Pero no veo por qué necesitamos una reunión de emergencia. ¿No has oído hablar de tomarse los fines de semana libres?
—Siéntate —dijo Raquel, poniendo la laptop entre las dos.
Las hermanas contemplaron la pantalla mientras el resto de los miembros del club se conectaba.
—¡Hola! —soltó Alice nerviosa—. Kel, escucha. Sé que probablemente te estés preguntando dónde está la lista de películas que te prometí para el viernes, pero cuando le conté a mi mamá del proyecto, se emocionó tanto que planeó un maratón de películas para este fin de semana y…
Raquel encendió el micrófono.
—No te preocupes —dijo—. La verdad es que se me había olvidado la lista.
—¿En serio? —preguntó Alice.
—¿En serio? —dijo Lucinda.
Una por una, las caras en la pantalla parecieron sorprenderse.
¿Desde cuándo a Raquel se le olvidaba un plazo?
—No es nada del otro mundo —dijo esta—. Podemos publicarla la próxima semana.
Lucinda no podía creer lo que acababa de escuchar. Inmediatamente apagó el micrófono de la laptop.
—¿Te sientes bien? —preguntó.
Quizás debían preocuparse por Raquel en lugar de por Juliette.
Su hermana puso los ojos en blanco.
—Estoy bien —dijo, y volvió a encender el micrófono—. Este… Peter, ¿levantaste la mano?
La cara del chico apareció en la pantalla. Esta vez Lucinda no vio ninguna cacatúa. Los padres de Peter probablemente tenían libre el fin de semana.
—Sé que no te gustó la última idea que propuse sobre escribir un artículo acerca de los trucos que los chicos podrían enseñarles a sus mascotas durante la cuarentena, pero se me ha ocurrido otra idea que creo que te va a gustar.
—¿Cuál? —preguntó Raquel.
Peter respiró hondo.
—Bueno, estaba pensando que si mis padres tienen que seguir yendo al trabajo a pesar de que todos trabajan desde casa, seguramente también haya gente yendo a trabajar a nuestra escuela. ¿Qué te parece si escribo un artículo sobre esas personas?
—Eh… tal vez un perfil o un artículo sobre el día a día —dijo Raquel—. Eso suena bien. Definitivamente deberías escribirlo, y también deberías escribir el artículo de las mascotas. De hecho, escribe lo que quieras.
“¿Lo que quiera?”, pensó Lucinda. Ahora no tenía la menor duda. Su hermana le estaba ocultando algo. No había mirado el horario ni una sola vez.
Daisy fue la siguiente en hablar.
—Sé que esto no viene al caso, pero me muero de ganas por saber. ¿Qué está pasando en su casa? ¿Ya se reconciliaron sus padres?
Una avalancha de mensajes inundó el chat.
Me preguntaba lo mismo.
Yo también.
Sí, ¿qué está pasando?
—En realidad esa es la razón por la que convoqué esta reunión de emergencia —dijo Raquel—. Necesitamos ayuda.
Lucinda le quitó la laptop y apagó el micrófono y la cámara.
—¿Qué pretendes? —preguntó, mirando hacia la puerta de la habitación para asegurarse de que estuviera cerrada.
Raquel le arrancó la laptop de las manos.
—No podemos solas. Ya viste lo que pasó esta mañana —dijo.
Volvió a encender la cámara y el micrófono, y les contó a todos sobre Sylvia y Juliette y sobre lo sucedido en el quiosco. Finalmente, agarró un cuaderno y una pluma.
—Solo tenemos unos días antes de que Juliette y Sylvia vuelvan a la casa. Es posible que incluso menos tiempo. Necesito ideas sobre cómo podemos deshacernos de Sylvia de una vez por todas. ¿Quién va primero?
Daisy alzó la mano inmediatamente.
—¡Tenía la esperanza de que pidieras ayuda! —exclamó—. He estado pensando mucho en el asunto y tengo una idea. Tienen que recrear la primera cita de sus padres. Les harán recordar las razones por las que se enamoraron. ¿No les parece romántico?
Lucinda no estaba tan segura.
—Nuestros padres se conocieron en la universidad —dijo—. Probablemente esa cita no haya sido nada romántica. De todos modos, no estamos tratando de que vuelvan a estar juntos, solo queremos que se lleven mejor, ¿no es cierto, Kel?
—Claro —contestó Raquel, y comenzó a tomar notas en su cuaderno—. Pero no hay nada de malo en hacerlos recordar. Me parece una buena idea. La voy a anotar. ¿Quién le sigue?
Charlie Lam, el antiguo capitán del club de debate de la escuela, alzó la mano.
—¿Qué tal si levantan a Sylvia temprano y la hacen pasarse el día trabajando? La tienen que poner a trabajar en cosas desagradables como limpiar el corral de los cerdos o algo parecido.
Raquel se dio un golpecito en los dientes con la punta de la pluma.
—No tenemos cerdos y me parece que le gusta trabajar en el rancho —dijo.
Olivia Lozano no había dicho nada. Lucinda ni siquiera estaba segura de que estuviera escuchando porque su conexión a internet siempre era mala. Se sorprendió cuando la vio en la pantalla.
—¿Hay algo en lo que su mamá sea muy buena? —preguntó—. ¿Algo que pueda hacer mejor que Sylvia?
Lucinda y Raquel se miraron.
—Nada que tenga que ver con cocinar —apuntó Lucinda—. La paella de Sylvia era para chuparse los dedos.
A Raquel le brillaron los ojos.
—¡Lo tengo! —dijo—. ¡Es una gran peluquera!