Capítulo 14

Lucinda se recogió el cabello en cuanto terminó la reunión.

—Ni lo pienses —dijo, poniéndose una bandita elástica—. Mami me lo acaba de cortar. Después de lo que pasó con papi esta mañana, estoy segura de que se pondrá creativa si se empata con mi cabeza. Además, es tu turno.

Saltó de la litera y comenzó a rebuscar entre sus cosas. Encontró una sudadera, se la puso y se bajó la capucha para protegerse el cabello.

Raquel cerró la laptop. A veces deseaba no tener que explicar las cosas todo el tiempo. Especialmente cuando no tenían tiempo que perder.

—Cálmate, ¿eh? Mami no te va a cortar el cabello. Se lo cortará a papi. Vamos —dijo.

Cortar el cabello siempre hacía que su mamá se calmara y pusiera sus pensamientos en orden. En este caso también la forzaría a pasar un tiempo con su papá.

Raquel saltó de la cama y se dirigió a la puerta de la habitación.

—¿Ahora? —preguntó Lucinda.

—Mientras más pronto, mejor.

Quizás hubiera sido conveniente un poco más de tiempo para llevar a cabo el plan, pero Sylvia y Juliette regresarían a la casa en un abrir y cerrar de ojos y ellas perderían la oportunidad.

—No creo que acepten —le susurró Lu a Raquel mientras caminaban por el pasillo con Llorón maullando detrás.

Raquel se detuvo en cuanto vio a su mamá, que estaba sentada a la mesa de la cocina tarareando y trazando rectángulos en una tela.

—Déjamelo a mí —dijo, y se acercó y se sentó frente a su madre—. ¿Qué haces? —le preguntó.

La Sra. Cruz Mendoza alzó la vista y se subió las gafas.

—Máscaras faciales —dijo—. Encontré estos paños de cocina viejos de tu abuela en uno de los armarios. ¿No te gusta el estampado? Tu padre me dijo que no los necesitaba, así que pensé darles otro uso. ¿Quieres ayudarme?

Raquel hizo una mueca.

—No, gracias.

Aunque hubiera querido no podía concentrarse en uno de los proyectos de su mamá. Necesitaba estar alerta para poder actuar, de la misma manera en que Llorón se mantenía alerta en busca de arañas en el apartamento.

—¡Yo te ayudaré! —dijo Lu entusiasmada.

—Gracias, Lucinda. Yo marcaré la tela y tú la cortarás.

La Sra. Cruz Mendoza le dio las tijeras y un pedazo de tela con cerezas y margaritas azules a Lucinda.

Raquel se alegró. Al menos su hermana mantendría las manos ocupadas en lugar de morderse las uñas, que era lo que hacía cuando se ponía nerviosa. De ninguna manera quería que su mamá se diera cuenta de lo que tramaban. Para alguien a quien no le importaba lanzarse a una pista de hielo sobre dos cuchillas afiladas, Lucinda era muy nerviosa.

Raquel agarró el elástico que su mamá estaba usando para hacer las orejeras y lo estiró.

—¿Dónde está papi? ¿No debería haber regresado ya?

Marcos había ido al huerto después de almorzar a recoger chícharos para llevarlos al quiosco al día siguiente. La Sra. Cruz Mendoza extendió otro paño de cocina con abejorros y lo alisó frente a ella.

—Si quieres puedes ir a buscarlo —dijo, sin levantar la vista—, pero supongo que volverá en cualquier momento… Y deja de estirar ese elástico, lo vas a dañar.

Raquel hizo a un lado el elástico. Se levantó, fue a la sala y se sentó en la alfombra para seguir armando un rompecabezas que había en la mesa de centro. Ahora que tenía un plan, la espera le parecía insoportable. Llorón se le acercó y se restregó contra ella. La chica lo acarició con una mano mientras con la otra le añadía una pieza al rompecabezas.

—¡Volviste! —exclamó en cuanto vio entrar a su papá, y sin querer desparramó las piezas del rompecabezas.

Llorón se alejó maullando.

—Yo también me alegro de verte —le dijo su papá, quitándose las botas.

Raquel lo siguió hasta la cocina.

Marcos abrió el refrigerador y sacó una botella de agua.

—¿Qué tal el huerto? —preguntó Raquel.

—Los chícharos y las coliflores tienen buena pinta —dijo. Tomó un largo trago de agua y se inclinó sobre su hija—. Por favor, no se lo digas a la sabihonda de tu madre, pero todos los ramos de flores se vendieron.

—¡Te oí! —gritó la Sra. Cruz Mendoza—. Y no me tienes que dar las gracias.

Raquel miró a Lu, y su hermana le sonrió. Sus padres se estaban llevando mejor y solo llevaban un día sin Sylvia.

Marcos se quitó la gorra de béisbol y se pasó una mano por el cabello.

“Ya está”, pensó Raquel. Había llegado el momento de actuar.

—Vaya, papi, ¿cuándo fue la última vez que te cortaste el cabello? —dijo Raquel—. Lo tienes larguísimo.

El hombre volvió a ponerse la gorra.

—Qué importa —dijo—. Todo el mundo anda ahora con el cabello largo. Es la moda de la cuarentena. ¿No me queda bien?

La Sra. Cruz Mendoza alzó la vista y sonrió.

—¿Y tú, Lucinda, qué opinas? —preguntó Marcos—. Me queda bien, ¿verdad?

Lu puso las tijeras en la mesa y miró a su papá. Fue a llevarse la uña del pulgar a la boca, pero la bajó de nuevo.

“Vamos, Lu, puedes hacerlo”, pensó Raquel, deseando que la telepatía entre gemelos fuera real.

Después de una larga pausa, Lu ladeó la cabeza.

—No te queda tan mal —dijo, y miró al suelo.

“¿Qué pretendía su hermana?”, se preguntó Raquel. Le daban ganas de gritarle lo que tenía que decir: “¡Mami te lo puede cortar!”.

Ah, así que no me queda tan mal —dijo Marcos, llevándose la mano al pecho como si le hubiese dolido lo que acababa de escuchar—. Entonces no me queda otra que cortármelo. Pero tu mamá está ahora ocupada, tendré que cortármelo yo mismo.

Raquel se dio cuenta enseguida de que su estratagema había funcionado. Lucinda apenas podía contener una sonrisa. Su papá acababa de pronunciar las palabras mágicas.

La Sra. Cruz Mendoza tosió como si se hubiese atorado.

—Por supuesto que no te lo vas a cortar tú mismo. —Se paró y se sacudió los hilitos que tenía en el regazo—. Kel, ve y busca un peine. Voy a buscar las tijeras —dijo, y salió de la cocina murmurando—: Como si fuera tan sencillo cortarse el cabello uno mismo. No hay nada peor que ver a alguien mal pelado.

Raquel le agarró una mano a Lu camino al baño.

—¡Lo logramos! —susurró emocionada.

—Creo que sí —dijo Lu—. No lo puedo creer.

Raquel abrió un cajón detrás de otro en busca de un peine. Finalmente encontró uno.

—Solo una cosa —dijo.

—¿Otra cosa? —preguntó Lu—. ¿Acaso no te parece suficiente lo que hicimos?

—Por supuesto que no. Ahora tenemos que enviarle un mensaje a Juliette —dijo—. Dame tu teléfono.

—¿Para qué? —preguntó Lu, y se lo dio.

Raquel comenzó a escribir.

—Tenemos que lograr que Sylvia venga a la casa ahora mismo.

Lu trató de quitarle el teléfono a su hermana, pero Raquel fue más rápida.

—Kel, ¿qué haces? Si Sylvia llega y ve a mami y a papi…

—Exactamente —dijo Raquel, y presionó el botón de enviar.