Lucinda
¡Hola! ¿Cómo va todo? ¿Ya reabrió la pista?
Entrenadora J’Marie
¡Hola, Lucinda! No, todavía no. Así que no te preocupes porque no te estás perdiendo nada. ¿Cómo está tu familia?
Lucinda
Bien. Adivine qué. Encontré a alguien con quién entrenar aquí. Es la hija de la novia de mi papá.
Lucinda
Ahora mismo está aislada porque se sintió mal, pero me cae muy bien. Está en el equipo de atletismo de su escuela.
Entrenadora J’Marie
¡Qué bueno! Es bueno tener a alguien con quien entrenar.
El lunes, Lucinda se esforzó por abrir los ojos, aunque le hubiese gustado meter la cabeza bajo la almohada cuando sonó la alarma que Raquel puso a las seis de la mañana. El quiosco del rancho estaba cerrado hasta el jueves y tanto su papá como su mamá podían dormir hasta tarde, lo que significaba que podría hablar tranquilamente con Raquel antes de que comenzaran las clases en línea.
Llorón se levantó, se estiró y maulló. Luego se acurrucó de nuevo en su almohada y se volvió a dormir.
—Qué suerte tienes —le dijo Lucinda, bostezando.
Se levantó de la cama y dio diez saltos para despertarse. Luego se dirigió de puntillas al pasillo en busca de Raquel.
Sabía exactamente dónde la encontraría. Podrían estar a más de quinientos kilómetros de Los Ángeles, pero seguía siendo lunes.
—Déjame adivinar, ¿tienes que entregar ese artículo?
Raquel alzó la vista y se tragó el cereal que tenía en la boca.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó.
Pero cuando Lucinda se acercó a la mesa y miró la pantalla de la laptop, se dio cuenta de que lo que su hermana tenía delante era el sitio de una cafetería en Stockton, una ciudad más grande al sur de Lockeford.
—¿Qué es el Café Mozart? —preguntó, entrecerrando los ojos. Todavía no se había despertado del todo.
—Es donde mami y papi tuvieron su primera cita —respondió Raquel—. ¿No te acuerdas? Paramos allí una vez que vinimos a Lockeford por Navidad cuando estábamos en segundo grado.
Lucinda se sentó a su lado.
—¿Cómo te acuerdes de tantas cosas? —dijo, y tomó una cucharada del plato de cereal de Raquel.
—Presto atención —dijo esta, y le quitó el plato de cereal a su hermana—. Estaba pensando en lo que dijo Daisy sobre intentar recrear la primera cita de mami y papi. Pero la cafetería no hace entregas, y como no podemos manejar hasta allá vamos a tener que planear otra cosa.
—Bueno… en realidad me… me gustaría hablar contigo de ese asunto —dijo Lucinda.
Raquel se volteó hacia ella.
—¿Se te ocurrió otro plan?
Lucinda comenzó a morderse una uña.
—No exactamente. —Se había quedado dormida pensando en lo que le diría a Raquel, y ahora no lograba recordar las palabras exactas—. Es solo que todo salió tan bien ayer que me pregunto si tal vez deberíamos… dejar las cosas como están.
Le encantaba la idea de que sus padres se reconciliaran, pero los trucos de Raquel la ponían nerviosa. Además, realmente pensaba que Juliette no era una mala persona. De hecho, le agradaba tenerla cerca. Le gustaba que fuese su amiga.
Raquel la miró como si acabara de sugerir que hicieran a Llorón redactor del periódico de la escuela.
—¿Quieres saber por qué no podemos dejar las cosas así? —preguntó—. Te lo voy a mostrar. —Se levantó, fue al cuarto de lavado y volvió con una cesta morada llena de ropa—. Me encontré esta cesta delante de la puerta trasera cuando me levanté esta mañana. Lee la nota.
Raquel puso un papelito rosado sobre la mesa y observó a su hermana leer el papel.
—“Gracias por hacerme el favor. Cariños, Sylvia”.
Lucinda leyó la nota más de tres veces, pero seguía sin comprender por qué su hermana estaba tan molesta.
Raquel se la arrebató y resopló.
—¿Quieres seguir encontrando la ropa sucia de esa mujer por aquí? ¿Como si esta fuera su casa? ¿Como si ella fuera la dueña? ¿Quieres que nos siga dando órdenes?
—Bueno, si lo enfocas así, en realidad, no —dijo Lucinda, echándose para atrás.
—Por eso tenemos que sacarla de aquí —dijo Raquel.
Lucinda traqueó los dedos sin atreverse a alzar la mirada.
—Raquel, lo siento, pero creo que estás exagerando —murmuró—. ¿Y si… intentamos darle a Sylvia el beneficio de la duda? Se trata de un pequeño favor.
Ambas se quedaron mirando la ropa sucia. Raquel sacó una blusa con estampado de leopardo de la cesta.
—Espera —dijo sonriendo—. Quizás tengas razón. Quizás solo quiera que le hagamos un favor.
Lucinda esperaba que a la hora en que la Sra. King dijera que las clases en línea habían terminado, su hermana hubiera cambiado de opinión. (Aunque ella nunca cambiaba de opinión una vez que se le metía algo en la cabeza). Pero cuando comenzó la reunión del club de periodismo esa tarde y la pantalla empezó a llenarse de caritas, Raquel siguió adelante con su plan.
—Tengo que darles una noticia —dijo—. He decidido posponer el artículo que iba a escribir sobre el servicio que la Sra. Forrest está ofreciendo para que los estudiantes puedan sacar libros de la biblioteca durante la pandemia. En lugar de eso, Lu y yo vamos a escribir una guía de cómo hacer máscaras faciales caseras. ¿Qué opinan?
Raquel y Lu estaban sentadas en el suelo de su dormitorio con la cesta de ropa sucia de Sylvia entre ellas. Raquel levantó dos prendas de ropa, una en cada mano.
—¿Qué creen? ¿Empezamos con la tela de leopardo o la de rayas? —preguntó.
Raquel les contó a los miembros del club lo que anteriormente le había contado a su hermana. La noche anterior Sylvia le había dicho que le gustaba mucho la máscara que llevaba. También le dijo que le gustaría que Andrea le hiciera una, y cómo esa misma mañana había aparecido una cesta de ropa de Sylvia delante de la puerta trasera de la casa…
—Al principio —explicó Raquel—, pensé que Sylvia quería que le laváramos la ropa. Pero eso no tiene sentido. Es obvio que ella sabe lavar la ropa. Como dijo Lu, solo quiere que le hagamos un favor. Quiere que convirtamos esta ropa en máscaras.
Lucinda se tapó la cara con las manos.
—Por favor, Kel, me parece una idea terrible. Al menos deberíamos preguntarle a Sylvia si eso es lo que realmente desea. ¿Por qué no me dejas escribirle a Juli?
—¿Qué te parece terrible? —preguntó Peter, que había escuchado a Lucinda. Una de las cacatúas soltó un chillido—. Reciclar ropa es bueno para el medio ambiente.
—Sí —dijo Mira Young—. Creo que un video así será divertido y ayudará a mantener a todos ocupados.
—Nos vamos a meter en un lío —gimió Lucinda.
Estaba segura de que Sylvia se iba a molestar. Sus padres también se iban a molestar. ¿Y Juli? Lucinda trató de imaginar cómo se sentiría si alguien le destruía la ropa a su mamá. Sintió un escalofrío.
—No necesariamente —insistió Raquel—. Quizás nos lo agradezca. De todos modos, debió escribir claramente lo que quería que hiciéramos.
Alice encendió el micrófono.
—Estoy de acuerdo con Kel. Creo que lo deben hacer. ¡Arriba, Equipo Andrea!
Enseguida comenzaron a aparecer mensajes en el chat.
¡Adelante!
¡Voto por las máscaras faciales!
Además, ¡podrían donar algunas!
#EquipoAndrea
#EquipoAndrea
#EquipoAndrea
Lucinda cerró los ojos cuando Raquel se dispuso a cortar la blusa con estampado de leopardo.
—No quiero ver —dijo.
Oyó como las tijeras cortaban la tela, oyó los vítores que salían de la pantalla. Volvió a abrir los ojos justo a tiempo para ver como su hermana levantaba la blusa hacia la cámara y mostraba el agujero que había hecho en forma de rectángulo.
Raquel le ofreció las tijeras.
—Dale —le dijo—. Te va a gustar.
—Vamos, Lucinda, ¡adelante! —exclamó Alice.
—¡Sí, Lu! —dijo Mira—. Corta la blusa a rayas.
Lucinda negó con la cabeza y se dio la vuelta.
—¡Que la corte! ¡Que la corte! ¡Que la corte! —coreaban todos.
—Bien. Basta ya, ¡¿de acuerdo?!
Lucinda casi nunca gritaba. La laptop se quedó en silencio.
—Por favor, tú también —dijo, volviéndose hacia Raquel—. Si hago esto, ¿podemos parar de una vez por todas?
Raquel asintió y Lucinda agarró las tijeras.
Su hermana tenía razón. El sonido que producía la tela cuando la cortaban ayudaba a aliviar la frustración, la confusión y la incertidumbre de los últimos dos meses. Cuando terminó, los miembros del club aplaudieron y, por un segundo, casi logra olvidar que acababa de destrozar la ropa de Sylvia. Enseguida volvió a meter la mano en la cesta de la ropa sucia para agarrar otra blusa.
Pero justo en ese momento Marcos abrió la puerta. Tenía el teléfono delante y estaba en medio de una videollamada.
Lucinda dejó caer las tijeras y Raquel volteó la laptop.
—¿No han visto la ropa de Sylvia? —preguntó Marcos—. La dejó esta mañana, pero no la encuentro… —Bajó la vista y vio la cesta volcada, los retazos de tela y las tijeras—. Ay, no.
—¿Qué pasa? —preguntó Sylvia en el teléfono.
El tono de la mujer hizo que Lucinda casi se muriera de la vergüenza.
Marcos le dio la vuelta al teléfono.
—Lo siento mucho —dijo.
Lucinda se sonrojó al ver el rostro de Sylvia en la pantalla.
—¿Es esa mi…? Ay, iba a ponerme esa blusa para una videoconferencia con un cliente esta tarde. Es mi blusa de la suerte. ¿Qué le pasó?
—No sé qué se les metió a mis hijas en el cuerpo —dijo Marcos, y miró fijamente a las chicas—, pero voy a averiguarlo.
La Sra. Cruz Mendoza se asomó a la puerta.
—¿Qué pasa?
—Te lo dije —le gritó Lucinda a Raquel.
—¿Qué le dijiste? —preguntó su mamá.
Lucinda iba a contestar, pero Raquel la detuvo.
—No pasa nada. Estamos haciendo máscaras faciales tal como me pidió Silvia.