Capítulo 18

—¿Cómo te lo pedí? —preguntó Sylvia alzando la voz—. Yo no te pedí

—Claro que sí —insistió Raquel—. Cuando te vi anoche. ¿No te acuerdas? Me dijiste lo mucho que te gustaba la máscara que hizo mi mamá y si ella te podría hacer algunas a ti también con tus prendas de ropa vieja. Yo pensé que eso era lo que querías cuando vi la cesta de ropa. Y como mami está tan ocupada, Lu y yo decidimos cortar las máscaras nosotras mismas. ¿Por qué están todos tan molestos? Sylvia, ¿cambiaste de opinión?

Nadie dijo nada durante unos segundos. Marcos negó con la cabeza.

—Raquel, ¿qué invento es ese? No pretenderás que creamos que quería que destruyeras su ropa. Dime la verdad. ¿Qué fue lo que pasó?

Lu bajó la mirada y comenzó a morderse las uñas.

“Típico”, pensó Raquel.

Miró a su mamá, que estaba parada con los brazos cruzados detrás de su papá y parecía incluso más enojada que él. Ninguno de los dos las iba a apoyar. Como siempre, tendría que arreglárselas sola.

Abrió la boca para contestar, pero Sylvia la interrumpió.

—Marcos, no. Raquel dice la verdad. Eso fue exactamente lo que pasó. Simplemente se trata de un… malentendido.

Raquel se quedó atónita. No sabía si la mujer le creía realmente o si simplemente no quería saber la verdad. De cualquier manera, no la iba a contradecir.

La Sra. Cruz Mendoza le quitó el teléfono a Marcos de las manos y se lo acercó a la cara.

—Sylvia, no tienes por qué decir eso. Mis hijas tienen que aprender a ser responsables de sus actos.

Sylvia soltó una carcajada que sonó como la tos de alguien que acaba de comer algo picante.

—No —dijo—, la culpa es mía. Debí… enviar una nota. La verdad es que el asunto me da gracia. De verdad, las chicas trataron de hacerme un favor. Ahora no solo tengo máscaras nuevas sino también la excusa perfecta para comprarme ropa nueva.

—¿Lo ven? —preguntó Raquel mirando a sus padres—. Todo fue un malentendido.

La Sra. Cruz Mendoza no estaba convencida. Un día después, todavía no había perdonado a sus hijas, ni siquiera después de que Sylvia dijera que había sido un malentendido.

—No puedo creer que hayan hecho algo así —les dijo el martes por la tarde—. Lucinda, ¿cómo pudiste seguirle la corriente a tu hermana? Estoy muy decepcionada de las dos.

Estaban en el huerto, arrancando hierbas malas y podando las matas de zanahoria. La mamá de las chicas insistía en que sus hijas le pagaran a Sylvia los daños, y las había puesto a trabajar después de clases para que ganaran dinero.

—Ya pedimos disculpas, ¿no? —dijo Raquel—. Además, nada de esto habría pasado si Sylvia hubiera lavado la ropa ella misma, ¿verdad, Lu?

Lu se acercó a las plantas de coliflor. Llevaba los auriculares puestos. Raquel sabía que no la apoyaría en nada de lo que dijera. ¿Y qué si tenían que pasar el resto de la cuarentena arrancando hierbas? Aun así, habría valido la pena. Por fin habían logrado enojar a Sylvia. Todos los chicos del club de periodismo estaban de acuerdo.

Su teléfono sonó, y ella alzó la vista para asegurarse de que su mamá no la estaba mirando.

Daisy

No puedo parar de pensar en lo que pasó. ¡Ojalá hubiese visto su cara! #EquipoAndrea

Raquel

Se quedó de una pieza.

—Raquel, más te vale que eso que tienes en la mano no sea el teléfono —dijo la Sra. Cruz Mendoza.

Raquel

Lo siento, pero te tengo que dejar.

Daisy

Está bien. Después me escribes. Solo prométeme que me contarás todo lo que pase.

Raquel guardó el teléfono en el bolsillo. No estaba segura de qué pasaría a continuación. Por ahora solo deseaba que Lu volviera a estar de su parte. Miró a su hermana, que parecía estar en otro mundo regando las plantas.

Lu cerró los ojos y comenzó a dar pasitos con la manguera en la mano. Luego alzó la pierna derecha hacia atrás y la mantuvo en el aire. Evidentemente repasaba en la mente un programa de patinaje. Raquel pensó que si Lucinda se esforzara de la misma manera en lograr que sus padres se reconciliaran, ya Sylvia se habría marchado o estaría a punto de hacerlo. Pero después del incidente del día anterior, Lu había estado inusualmente callada, incluso para alguien como ella.

Lucinda abrió los ojos y miró a Raquel.

—¿Sabes a qué me recuerda esto? —preguntó.

—¿Qué? —dijo Raquel, contenta de que finalmente dijera algo.

—Al plato que hicimos con tía Maggie. Mira, aquí están todos los ingredientes.

Raquel observó el huerto. Había zanahoria, coliflor y cebolla.

La Sra. Cruz Mendoza estaba arrodillada en la tierra. Se sentó y se acomodó el pañuelo que llevaba en la cabeza.

—Ese plato se llama escabeche —dijo—. Y Lucinda tiene razón. Solo faltan los jalapeños.

Tía Maggie era la tía de Marcos y vivía con Sara, su hija. Hacía unos años, la Sra. Cruz Mendoza le había rogado que le enseñara a hacer la receta del plato que siempre servía con tortas y tostadas.

—¿Te acuerdas cómo se enojó tía Maggie cuando vio a mami cortar las zanahorias pequeñitas? —le preguntó Lu a Raquel—. Le quitó el cuchillo y la puso a pelar vegetales.

La Sra. Cruz Mendoza se echó a reír.

—La tía Maggie es muy meticulosa, pero lo hizo por una buena razón —dijo—. Si las zanahorias son muy pequeñas, se ponen muy blandas. A veces la extraño. De vez en cuando es bueno tener a alguien que le diga a uno cómo hacer bien las cosas.

—Qué interesante —murmuró Raquel—. A ti no te gusta cuando yo te digo cómo hacer las cosas.

Esta vez fue Lu la que se echó a reír.

—Eso es porque te pasas la vida mandando a los demás —soltó, y volteó la manguera para mojar a su hermana.

Raquel soltó un chillido y se levantó para esquivar el agua. Sin embargo, sintió un gran alivio al ver que su mamá y su hermana volvían a reír. Le alegraba saber que no estarían enojadas con ella para siempre.

Lu cerró la manguera.

—¿Qué les parece si vamos a visitar a tía Maggie? —dijo—. Podríamos llevarle un poco de escabeche.

Al principio Raquel pensó que era una mala idea. Tenían que lograr que sus padres estuvieran juntos, no que su mamá se alejara del rancho. Pero entonces pensó que quizás Lu se traía algo entre manos. Quizás no era posible recrear la primera cita de sus padres, pero sí lograr que su mamá recordara cómo era formar parte de la familia de su papá. Y lo mejor de todo era que Lu había sugerido la idea.

—¿Podemos ir a verla? —rogó Raquel.

La Sra. Cruz Mendoza negó con la cabeza.

—Chicas, lo siento mucho, pero no es posible —dijo—. Me encantaría verla, pero ahora no es un buen momento para hacer visitas. No queremos que la tía Maggie se enferme, ¿no es cierto?

Por supuesto. Aunque habían pasado meses desde que el nuevo virus apareciera, a Raquel aún se le olvidaba que la vida no era tan sencilla como antes. No podían subirse al auto e ir a visitar a su tía. Sin embargo, no se iba a dar por vencida.

—Quizás podamos saludarla por la ventana —dijo.

—Y dejar el escabeche en la puerta —añadió Lu.

La Sra. Cruz Mendoza miró a sus hijas y suspiró.

—Ustedes siempre ganan. Vamos a ver qué opina su padre —dijo—. Por ahora, busquemos lo que necesitamos. Lu, escoge una buena coliflor. Y Kel, saca algunas zanahorias y cebollas. Yo voy a buscar los jalapeños.

Cuando su mamá les dio la espalda, Raquel sacó el teléfono y tomó una foto. Quería recordar los ingredientes que habían compuesto ese momento: la coliflor y las zanahorias, la tierra y las risas. Estaba segura de que esas cosas siempre las volverían a unir.