No era una buena noticia. De hecho, era una muy mala noticia. Sylvia había llamado para decir que como Juliette no tenía síntomas, su doctor consideraba que podían regresar a la casa.
De acuerdo, la parte sobre Juliette era una buena noticia, pero el resto no. Sylvia y Juliette planeaban pasar una noche más en el estudio para terminar una serie de televisión, pero al día siguiente regresarían a la casa.
—Siempre y cuando a Andrea le parezca bien —dijo Sylvia lo suficientemente alto para que la oyeran.
Todos estaban recostados a la camioneta esperando a que terminara la llamada.
—Sylvia, por mí no hay ningún problema —respondió la Sra. Cruz Mendoza—. Me alegra mucho saber que Juliette está bien. Qué alivio.
Pero Raquel opinaba lo contrario. Solo faltaban tres días para que su mamá volviera a Los Ángeles, tres días para que sus padres se reconciliaran; aunque eso no era exactamente lo que le había dicho a Lu.
—¿Qué? ¿Mañana? No creo que a mi mamá le dé tiempo a empacar. Además, pensábamos preparar otra tanda de escabeche —soltó Raquel acercándose al teléfono de su papá.
Marcos cambió el teléfono de oído, y al parecer Sylvia no la escuchó o no le importó.
—Celebraremos a la hora de comer —dijo—. Haremos una gran cena familiar.
Raquel decidió que tenía que hacer algo para detener la catástrofe.
—Lu y yo los esperaremos en la camioneta —les dijo a sus padres.
Abrió una puerta y empujó a Lu al interior del vehículo.
—¿Por qué me empujas? —preguntó Lucinda, frotándose el hombro.
—¿Acaso no escuchaste? ¡Sylvia va a volver! —Raquel se metió la mano en el bolsillo—. Les mandaré un mensaje a los chicos del club para celebrar una reunión de emergencia. Estoy segura de que ellos sabrán qué hacer. Envíale un mensaje a Juliette a ver si se le ocurre algo. ¿A qué esperas? ¡Apúrate!
—No —dijo Lu, y se volteó hacia la ventanilla.
Raquel pensó que de no haber estado sentada se le habrían doblado las rodillas.
—¿Cómo que no? Mami se va pronto y no tenemos mucho tiempo. Por fin estábamos avanzando. No podemos parar ahora.
Lu la miró fijamente. Raquel solo la había visto así antes de las competencias de patinaje. ¿Acaso eran ahora rivales?
—Lo que quiero decir es que se acabaron las reuniones de emergencia y las conspiraciones. Es hora de parar, tal y como me prometiste —dijo Lu, y señaló por la ventanilla—. Mami y papi están más unidos que nunca. Los cuatro estamos juntos. Esto es exactamente lo que queríamos. Si insistes, si sigues presionando y presionando como siempre, vas a echarlo todo a perder.
Raquel se sentó con las piernas cruzadas en el sofá de la sala a ver como sus padres y Lu continuaban armando el rompecabezas en la mesa de centro.
—Mija, ¿seguro que no quieres armarlo con nosotros? —le preguntó Marcos, volteando una pieza color turquesa y poniéndola en una esquina del rompecabezas—. Te haremos un hueco.
Lu se acercó a Raquel.
—Ayúdanos, por favor —le rogó, como si no hubiera pasado nada en la camioneta.
—No, gracias —dijo Raquel, y volvió a mirar el teléfono.
Aunque Lucinda se había negado a reunirse con los miembros del club, Raquel quería celebrar la reunión de todos modos, pero como no quería perderse nada de lo que sucediera entre sus padres, en lugar de eso les escribió un mensaje de texto a los chicos.
Raquel
NOTICIA DE ÚLTIMA HORA: Sylvia se muda con nosotros mañana.
Raquel
No podemos dejar que eso ocurra. ¡¡¡Envíen sugerencias cuanto antes!!! #EquipoAndrea
Esperó la respuesta sin quitarle la vista de encima a la pantalla hasta que se le empezó a nublar la visión. Finalmente, el teléfono de Lu y el suyo sonaron a la vez.
Daisy
Deberías colarte en el estudio y ponerle tinte de pelo en el champú. Estoy segura de que se marchará si además de la ropa le estropeas el pelo.
Raquel pensó seriamente en esa posibilidad. No le parecía una mala idea, pero era imposible llevarla a cabo sin la ayuda de su hermana.
Alice
¿Qué tal si finges estar enferma? Tendrían que mantenerse aislados. Además, tus padres tendrán que estar juntos para cuidarte. ¿Quieres que te dé clases de actuación?
Lu se volteó y miró a Raquel. Entonces escribió algo en su teléfono.
Lucinda
¿En serio? ¿Tinte de pelo? ¿Clases de actuación? Por favor, Kel, diles que paren. Se están pasando de la raya.
Lu le envió el mensaje solamente a Raquel, pero esta puso los ojos en blanco y silenció el timbre del teléfono en cuanto lo recibió.
Raquel pensó que quizás su hermana tenía razón. Por mucho que quisiera que sus padres se reconciliaran no los podía preocupar fingiendo estar enferma. Recordó la mirada de Sylvia y la del resto cuando todos pensaron que Juliette tenía el virus. Tampoco serviría de nada porque volverían al punto de partida cuando sus padres supieran que estaba bien.
—¿Qué pasa? Estás muy popular esta noche —le preguntó la Sra. Cruz Mendoza a Raquel con una pieza del rompecabezas en la mano. La pieza era de color rojo y bien podía ser parte de una cometa o de una sombrilla de playa.
—Cosas del periódico —contestó Raquel—. Ya sabes, artículos, plazos de entrega, ese tipo de cosas.
Se levantó para tomar un vaso de agua de la cocina y evitar que su familia continuara haciéndole preguntas.
El teléfono de su papá estaba en la encimera cerca del fregadero. Raquel lo escuchó zumbar cuando recibió la notificación de un mensaje de texto. Era un mensaje de Sylvia.
Miró hacia la sala. Nadie la estaba mirando. Todos estaban concentrados en el rompecabezas. Rápidamente escribió el código de seguridad que había visto usar a su papá para desbloquear el teléfono.
Sylvia
Estoy planeando cocinar un tayín de pollo y albaricoque para mañana. Juli y yo iremos a buscar provisiones a la casa. Nos vemos a las cuatro. ¡Me muero de ganas de volver a nuestro rancho! Abrazos y besos.
“¿Nuestro rancho?”, pensó Raquel. Comprobó una vez más que su papá no la estuviera mirando y borró el mensaje.
—Oye, papi, tengo una idea —dijo al regresar a la sala con el vaso de agua—. ¿Qué tal si haces unas carnitas para la cena de mañana?
Sylvia y Juliette llegaron exactamente a las cuatro de la tarde del día siguiente. Las carnitas habían estado cocinándose a fuego lento durante todo el día y su olor llegaba hasta el patio, donde la Sra. Cruz Mendoza colocó una fuente para las tortillas en la mesa de pícnic mientras sus hijas ponían la mesa en silencio. Marcos fue a abrir la puerta principal con la olla de carne entre las manos.
—¡Llegaron justo a tiempo! Juli, nos alegra mucho verte —dijo Marcos.
“No a todos”, pensó Raquel.
Sylvia miró hacia el patio y frunció el ceño.
—¿Qué hacen? —preguntó.
Llevaba una caja de cartón con dos bolsas de comida y una olla de barro con una tapa en forma de cúpula en las manos.
Marcos la miró confundido.
—Ay —dijo, poniendo la olla de carne sobre una mesa—. Hacía una tarde tan agradable que pensamos sería mejor cenar en el patio. ¿Qué crees?
—Preguntaba por la comida —dijo Sylvia—. Ya tenía la cena planeada. Te dije que cocinaría un tayín de pollo y albaricoque. ¿No recibiste el mensaje?
La Sra. Cruz Mendoza trató de llevar a Lu y a Raquel al otro lado del patio para que no escucharan la conversación, pero Raquel se le escapó. No quería perderse nada.
Juliette estaba entre Sylvia y Marcos. La chica se miró los zapatos y se acomodó la bolsa que llevaba al hombro.
Marcos sacó el teléfono.
—Lo siento, Sylvia, pero no veo ningún mensaje tuyo.
Raquel sintió que su hermana la miraba, pero la ignoró.
—¿Por qué no preparas el pollo y mañana nos comemos las carnitas? —dijo Marcos—. Siempre saben mejor al día siguiente.
Sylvia suspiró.
—No, ya las cocinaste —dijo—. Pero por favor, dime que no hicieron el postre.
—No hicimos ningún postre —respondió Marcos sonriendo.
La cara de Sylvia se iluminó.
—Perfecto, porque yo hice un pastel de aceite de oliva y naranja. Recogimos las naranjas esta misma mañana. Voy a ponerlo en la cocina. Y Juli también les tiene una sorpresa para después de la cena.
Todos parecieron aliviados cuando Sylvia salió rumbo la cocina. Raquel tuvo que admitir que la conversación no había llegado al nivel de discusión, pero el ambiente definitivamente había cambiado. El equipo rival tendría que pelear duro.
Tan pronto como Sylvia salió al patio, Raquel entró a la casa. No sabía qué buscaba exactamente, pero en cuanto vio el pastel en la encimera de la cocina supo lo que tenía que hacer.
El pastel naranja recubierto de azúcar en polvo descansaba encima de una fuente de cristal.
Raquel fue directamente hacia la despensa y buscó el frasco de ajo en polvo. Sin pensarlo dos veces, espolvoreó el pastel.
—Buen provecho —susurró mientras le sacaba una foto y se la enviaba a los miembros del club con un mensaje que decía “#EquipoAndrea”.