Raquel encendió las luces del comedor. La laptop estaba sobre la mesa, justo donde ella y su hermana la habían dejado al terminar las clases en línea. Se sentó delante y la encendió.
Antes de que su mamá se fuera al estudio y las abandonara allí con Sylvia, le había dicho al oído que, aunque ahora no le pareciera, todas las cosas realmente importantes de su vida se mantenían intactas.
Raquel negó con la cabeza. ¿Cómo podía decir eso su mamá? ¿Cómo podía creerlo cuando todo era tan diferente? No podían ir a la escuela. No podían ver a sus amigos. No podían salir de casa sin preocuparse por el virus. Y ahora, cuando era más importante que nunca que estuvieran unidos, Sylvia los apartaba a la fuerza. Nadie, ni siquiera su propia hermana hacía nada para impedirlo.
Bueno, ella no se iba a rendir tan fácilmente. Hizo clic en la carpeta donde había guardado el video de su familia preparando el escabeche y se detuvo en la parte que mostraba a su mamá cortando las zanahorias sobre la tabla de su abuelita. Las manchas de la tabla contaban la historia de muchísimos momentos familiares que Sylvia nunca llegaría a conocer. La imagen también mostraba el momento en que su papá buscaba un paño limpio para limpiar el vinagre que había saltado de la olla cuando Lu añadió la cebolla. En ese momento, que parecía haberse quedado congelado en el tiempo, sus padres se miraban con los ojos llenos de brillo. Cualquiera que observara la imagen diría que su mamá pertenecía a esa cocina tanto como la tabla de cortar que posiblemente fuera más vieja que cualquiera de sus progenitores. Y no solo eso, también aseguraría que su papá le pertenecía a su mamá y que todos formaban una familia.
La puerta trasera se abrió con un chirrido.
—¿Todo bien? —le preguntó Sylvia a Raquel, metiéndose donde no la llamaban.
—Todo bien.
La chica esperaba que Sylvia se marchara enseguida, pero no fue así. En cambio, se le acercó y se sentó frente a ella.
—Te fuiste tan de prisa que me quedé preocupada.
Raquel pensó que su voz sonaba diferente. Quizás un poco más sedada que cuando su papá estaba cerca.
Comenzó a parpadear para que no se le salieran las lágrimas, pero no sirvió de nada. Solo consiguió molestarse consigo misma por ser tan débil, lo que provocó que llorara incluso más.
Sylvia siguió como si nada. No trató de consolarla ni le ofreció un pañuelo, lo que Raquel le agradeció en el fondo. Aunque eso no significaba absolutamente nada. Todo seguía igual.
—No deberías haberle dicho a Lu que van a cancelar la competencia —dijo finalmente—. No estaba preparada para oír eso. Ella siempre necesita un poco de tiempo.
Sylvia asintió.
—Gracias por decírmelo. Haré todo lo posible para no volver a cometer ese error —dijo, y señaló la laptop—. ¿Estás trabajando en un proyecto? ¿Puedo verlo?
La mano de Raquel voló a cerrar el video en la pantalla, pero se detuvo. Tal vez debería enseñárselo a Sylvia. Tal vez así se daría cuenta de lo que estaba tan claro para ella.
—Adelante —dijo, y volteó la laptop.
Sylvia se inclinó hacia delante y un rizo le cayó en la cara. Se lo acomodó detrás de la oreja mientras presionaba el botón para que comenzara el video.
Enseguida se escuchó la voz de Marcos: “Justo detrás de ti”.
Luego la de la Sra. Cruz Mendoza: “¡Cuidado! Tengo un cuchillo”.
Y después la vocecita de Lu desde la estufa: “¡Está hirviendo! ¿Se supone que hierva?”.
Justo en ese momento, Marcos miró a la mamá de las chicas: “No estarás cortando las zanahorias en pedacitos pequeños, ¿verdad? Si no quedarán muy blandas”.
Los padres de las chicas se echaron a reír.
Raquel no le quitaba la vista de encima a Sylvia mientras miraba el video. Buscaba indicios de lo que podría estar pasándole por la cabeza, pero la mujer se mantenía inmutable. Una vez que terminó el clip, la miró.
—Qué buena toma, Raquel. Me encanta cómo pasas del plano general de la cocina a enfocar solo a tus padres. Sin embargo, aún se pueden mejorar algunos detalles —dijo, acercándose un poco más a la chica y poniendo la laptop entre las dos.
Lo que menos esperaba Raquel en ese momento era recibir consejos de Sylvia. Es más, si alguien le hubiera preguntado diez minutos antes si le interesaba escuchar su voz, probablemente hubiera dicho que era lo último que deseaba en el mundo. Pero Sylvia se veía tan interesada que Raquel no pudo evitar prestarle atención.
—Creo —dijo Sylvia, haciéndole ella misma algunos ajustes al video—, que hay demasiado espacio encima de la cabeza de tu padre. Si recortas un poco aquí… ¡Ya está! Mejor, ¿verdad?
Raquel sintió que no solamente miraba la imagen, sino que formaba parte de ella.
—Gracias —dijo.
—Déjame saber cada vez que me necesites. Lo digo en serio. Tienes muy buen instinto, y eso es lo más importante —dijo Sylvia, dándole la laptop a la chica y poniéndose de pie—. Espero poder ver más videos tuyos, y ojalá puedas regresar al patio.
“Ah, así que de eso se trataba”, pensó Raquel. A Sylvia no le interesaba ayudarla. Probablemente ni siquiera le interesaba el video. Solo trataba de salvar “la cena familiar”.
Bueno, qué pena, porque ella estaba tratando de salvar algo más importante. Ella estaba tratando de salvar a su familia.
Sylvia se marchó y la puerta trasera se quedó entreabierta. Raquel se levantó para cerrarla, pero cambió de opinión cuando ya tenía la mano sobre el pomo. La novia de su papá debió haber tenido más cuidado. Llorón ya estaba en el dormitorio listo para pasar la noche, pero ¿qué pensarían su padre y su hermana si vieran que Sylvia era tan descuidada?