Lucinda se detuvo en medio de la escalera que conducía al estudio. Quizás debería haber ido a ver a su hermana. Raquel siempre esperaba que ella la siguiera. Probablemente se encontraba ya en medio de una reunión de emergencia con los chicos del club de periodismo. Seguro les había contado a todos lo que había pasado durante la cena y ya estaban trabajando en algún plan para ahuyentar a Sylvia de una vez por todas. #EquipoAndrea.
El problema estaba en que ella también formaba parte del Equipo Andrea, y esa era la razón por la que había venido a ver a su mamá. Subió el resto de las escaleras y giró el pomo de la puerta.
—¿Mami? —dijo.
—¡Estoy aquí!
Lucinda pensó que probablemente el estudio fuera más pequeño que el patio de la casa principal. A la derecha había un dormitorio donde apenas cabían una cama mediana y una pequeña cómoda marrón. A la izquierda estaba la sala de estar con un sofá plegable en el que ella y su hermana solían construir fuertes con sus primos cuando las visitaban durante el verano. Al fondo se veían el baño y la cocina con un refrigerador, un fregadero, una estufa con dos hornillas y una pequeña mesa cuadrada que su papá y su abuelito habían construido con la madera de un roble que se cayó durante una tormenta. Su mamá le había dicho en una ocasión que ese era su mueble favorito. Como pueden ver, ella también recordaba los detalles importantes.
Su mamá estaba sentaba frente a la vieja máquina de coser que hacía chucu, chucu, chucu cuando le pisaban el pedal. A pesar de que el estudio era tan pequeño y la máquina de coser, tan vieja, le pareció que su madre estaba muy cómoda allí. Se veía más a gusto de lo que había estado el resto de la semana.
Lucinda jaló una silla y se sentó, y la Sra. Cruz Mendoza levantó el pie del pedal de la máquina de coser.
—¿Te divertiste patinando? —preguntó, y cortó un hilo. Luego colocó la máscara facial ya terminada sobre las otras.
—No tanto —respondió Lucinda, sacando un carretel de hilo del costurero de su mamá.
—Oh, pensé que te estabas divirtiendo. Fue muy generoso de parte de Sylvia regalarte los patines —dijo la Sra. Cruz Mendoza.
La mujer tomó dos trozos de tela y comenzó a unirlos con alfileres. Lucinda se dio cuenta de que eran los rectángulos que habían hecho con los paños de cocina.
—¿En serio? —preguntó Lucinda—. ¿No te sentiste…? No sé… ¿abandonada?
La Sra. Cruz Mendoza hizo a un lado la tela y puso el alfiler que tenía en la mano en el alfiletero.
—No. Qué va —dijo—. Vaya, no te voy a mentir, esta semana no ha sido fácil para mí, pero creo que tampoco lo ha sido para el resto, ¿no crees? Todos hemos hecho lo que hemos podido para sobrellevar la situación. Y Sylvia parece una buena persona. Se interesa por tu hermana y por ti. ¿Cómo podría molestarme eso?
Lucinda hizo rodar el carretel por la mesa.
—Entonces, ¿por qué te fuiste? —preguntó.
La Sra. Cruz Mendoza le quitó el carretel a su hija y le dio un rollo de elástico y unas tijeras.
—Toma, corta más orejeras para que mantengas las manos ocupadas —dijo, y se quedó mirando mientras Lucinda medía y cortaba dos trozos de elástico. Una vez que comprobó que la chica lo hacía bien, continuó—: Me fui porque quería darle a Sylvia la oportunidad de pasar un rato contigo y con tu hermana. Además, la máquina de coser me estaba esperando aquí arriba. ¿Ya están listos los elásticos?
Lucinda le pasó los trozos que había cortado y vio como su mamá los insertaba entre los rectángulos de tela y se ponía a coser de nuevo.
—¿Qué vas a hacer con ellas? —preguntó.
—¿Qué?
Lucinda alzó la voz para que la oyera.
—Con las máscaras —dijo—. ¿Qué vas a hacer con todas esas máscaras?
—Oh. Pienso llevarlas al quiosco. Si alguien necesita una puede tomarla —contestó la Sra. Cruz Mendoza.
—Pero has pasado tanto trabajo para hacerlas —dijo Lucinda—. ¿Por qué no las vendes?
Su mamá se quedó callada, y Lucinda pensó que no la había oído. Le iba a hacer otra pregunta cuando ella finalmente le contestó.
—No sé. Siempre me ha gustado la idea de convertir las cosas viejas en nuevas. De poner a funcionar algo inservible. Me hace sentir útil, aun cuando no pueda arreglar las cosas del todo. ¿Me entiendes?
Lucinda no estaba segura, pero asintió de todos modos. Ya tendría tiempo de pensar en eso detenidamente. Por el momento, le pasó la mano por encima a la gruesa pila de rectángulos que había en el borde de la mesa. Reconoció no solo los paños de cocina, sino también telas de otros proyectos que su mamá había hecho en casa, incluso algunas prendas de ropa que ya no le servían a su hermana ni a ella. Esos retazos de tela esperaban pacientemente a ser convertidos en algo nuevo.
—¿Buscas la ropa de Sylvia? —le preguntó su mamá, arqueando una ceja.
Lucinda sintió que se sonrojaba.
—Está allí. En el librero.
La blusa con estampado de leopardo de Sylvia era ahora una máscara con tres pliegues. Lucinda le pasó los dedos por encima a las puntadas blancas del borde.
—Puedes llevársela cuando vuelvas a la casa —dijo la Sra. Cruz Mendoza.
Lucinda pensó que todavía le quedaba una pregunta más por hacerle a su madre, aunque creía saber la respuesta.
—¿De verdad vas a volver a Los Ángeles?
La Sra. Cruz Mendoza detuvo la máquina de coser.
—Sí. Tengo que ver cómo está la Sra. Moreno y el apartamento. Tengo que preparar más paquetes con productos para mis clientas. Pero me quedaré hasta el lunes solo para asegurarme de que estén bien instaladas. Después de eso, volveré cada fin de semana hasta que esto termine. Y, Lu, te prometo que terminará algún día.
A Lucinda le resultaba difícil creerlo, pero decidió intentarlo.
Encontró a su papá, a Sylvia y a Juliette todavía en el patio, hablando bajo las lucecitas que su padre había instalado el verano anterior. Al verlos allí sentados, pensó en su familia y en si sería posible volverla a unir. Pensó en Raquel y en todo lo que se habían equivocado, pero también en el tiempo que aún tenían por delante para arreglar las cosas.
—Vuelvo enseguida —dijo.
Esperaba poder convencer a su hermana de que regresara al patio. Quizás podrían darle la máscara a Sylvia. Pero cuando llegó a la puerta trasera de la casa se detuvo y se le hizo un nudo en la garganta. La puerta estaba abierta.
¿Y Llorón?