Capítulo 26

Si alguien hubiera entrado en la cocina cinco minutos más tarde, probablemente no habría notado nada fuera de lo normal. Sylvia se había marchado diciendo que necesitaba un poco de aire fresco y Juliette regresó furiosa a su habitación. Raquel se imaginaba que habría comenzado las clases en línea, lo mismo que su hermana y ella deberían hacer. Marcos negó con la cabeza, se puso la gorra de béisbol y salió a trabajar en el huerto. Ni siquiera la Sra. Cruz Mendoza se quedó en la casa; se marchó al estudio después de advertirles a sus hijas que ya hablarían más tarde.

Como siempre, Raquel y Lu se sentaron juntas a la mesa de la cocina, pero nada era igual.

—Debemos comenzar —murmuró Lucinda, y presionó el botón para registrarse en las clases en línea.

Las caras de las chicas aparecieron junto a otras dieciocho que ya estaban en la pantalla en ventanitas rectangulares consecutivas.

A veces, cuando la mente de Raquel divagaba durante las clases en línea, la chica se preguntaba qué ocurría en las casas de sus compañeros que ella no podía ver en las pequeñas ventanas. Por ejemplo, además de cacatúas, ¿qué otras mascotas tenía la abuela de Peter? O ¿qué estaban haciendo los hermanitos de Alicia que chillaban y gritaban tanto?

A veces se preguntaba qué se imaginarían los demás sobre lo que sucedía alrededor de su hermana y de ella. Esa mañana, al menos, tenía una idea bastante clara.

El primer mensaje privado le llegó justo cuando la Sra. King le daba la bienvenida a la clase.

¿Qué pasó cuando trajiste a Llorón a casa?

—Ignóralo —murmuró Lu.

Raquel cerró el chat, pero otro mensaje apareció inmediatamente en la pantalla.

¿Todavía sigue Sylvia ahí?

Raquel atrajo la laptop hacia ella y contestó.

Ahora no.

¿Quieres decir que no está o que no puedes hablar ahora del asunto?

Esta vez fue Lu la que contestó.

¡AMBAS COSAS!

Ni siquiera esa respuesta detuvo a sus compañeros.

Después de un rato, Raquel levantó la mano. Sabía que los mensajes seguirían llegando y, de todos modos, le sería imposible concentrarse en el tema del comercio en el Antiguo Egipto.

—¿Sí, Raquel? —preguntó la Sra. King—. ¿Por qué no enciendes el micrófono y nos das un ejemplo de cómo el comercio ayudó al avance de la civilización egipcia?

Raquel tragó en seco.

—Lo siento, pero levanté la mano porque me duele la cabeza. Posiblemente sea por pasar tanto tiempo mirando la pantalla.

La maestra frunció el ceño y entrecerró los ojos. Sus ojos se movían curiosos como si tratara de introducirse en la pequeña ventana de Raquel y Lucinda.

—¿Todo bien? —preguntó—. ¿Alguno de tus padres está cerca para ayudarte?

—Todo bien, solo me duele un poco la cabeza —explicó Raquel rápidamente, reconociendo la cara que los adultos ponían últimamente cada vez que alguien tosía o estornudaba—. Creo que solo necesito un descanso. Por supuesto, si a usted le parece bien.

—Está bien —dijo la Sra. King tras una pausa—. Lucinda, por favor, mantenme al tanto de tu hermana.

Lu asintió, y la Sra. King continuó la clase.

—Otra persona —dijo—. ¿De qué manera influyó el comercio en la civilización egipcia?

Lucinda apagó la cámara a pesar de que los maestros preferían que los estudiantes no lo hicieran. Raquel pensó que para que Lu rompiera una regla, incluso una como esa, que no tenía mucho sentido, era porque debía de estar realmente preocupada. Y si estaba preocupada, era posible que no siguiera enojada con ella para siempre. Entonces sintió un jalón en el pecho, como si la cuerda que la unía a su hermana no se hubiera roto después de todo.

—¿Qué pasa? ¿Te sientes mal? —le preguntó Lucinda.

Raquel negó con la cabeza.

Lu entrecerró los ojos.

—No querrás hacerle creer a nuestros padres que estás enferma, ¿verdad?

—¡No! —exclamó Raquel, tratando de esconder su frustración—. Solo quiero estar fuera un rato. ¿Puedes tomar notas?

—Claro.

—Lu, siento mucho lo que pasó con Llorón… —dijo Raquel, y sintió que las palabras se le atoraban en la garganta—. Y todo lo demás.

—Ya lo sé.

La luz del sol se filtraba entre los cerezos en flor salpicando el suelo arenoso. Por primera vez en su vida Raquel no tenía un plan. No tenía idea de adónde iría ni qué haría. Lo primero que le vino a la mente cuando vio a su papá inspeccionando las hojas de los árboles en el huerto fue darse la vuelta y marcharse a otro lugar.

Pero fue demasiado tarde. Su papá también la vio.

—Raquel, ven acá.

La chica se detuvo.

—Sé que estás enojado conmigo y que debería estar en clase ahora mismo —dijo—, pero no podía concentrarme y pensé que…

—Ayúdame con algo, ¿quieres? —la interrumpió Marcos.

Bueeeno —dijo Raquel, dando un paso adelante—. ¿Qué necesitas?

Su papá le hizo un gesto para que se acercara.

—Necesito que me ayudes a buscar pulgones. Ven y te muestro.

Marcos agarró una rama de cerezo y se la acercó. Examinó los brotes y luego la parte inferior de las hojas. Raquel se puso de puntillas para ver ella también.

—A veces se pueden ver los insectos —dijo Marcos—, pero si las hojas están rizadas o amarillas, eso también es señal de que están en la rama. Esta parece no tener ninguno.

La rama volvió a su lugar en cuanto él la soltó.

—¿Cuántos árboles tienes que revisar? —preguntó Raquel.

—Bueno… —dijo Marcos. La chica siguió la mirada de su padre—. Todos.

Pusieron manos a la obra, cruzándose por las hileras de árboles. Al principio, Raquel pensaba que él querría hablarle de su mamá o de Sylvia o de todos los demás secretos que probablemente sospechaba que ella guardaba, pero no lo hizo. Se mantuvo en silencio. Mientras examinaban las hojas una por una, la chica sintió que por primera vez se calmaba y se relajaba desde que alguien mencionara por primera vez el virus, las medidas de seguridad y la cuarentena.

—Mami nos habría dejado venir de todos modos —dijo de repente, sorprendiéndose a sí misma.

—¿Cómo?

—Que mami nos habría dejado venir solas —explicó—. Yo fui la que le pedí a Lu que te mintiera.

Marcos se rio.

Raquel soltó la rama que estaba inspeccionando y puso las manos en jarras.

—¿Lo sabías?

—Mija —dijo Marcos—, tu madre y yo hablamos casi todos los días. ¿A quién pretendías engañar?

—¿En serio? —dijo Raquel, y pasó al siguiente árbol—. Entonces ¿por qué nos seguiste la corriente?

—Sabíamos que volver a estar todos juntos sería difícil, pero que era importante para ustedes. Por eso tomamos la decisión de enfrentarlo juntos, como todo lo demás que hacemos.

Un rato después, llegaron al final de la hilera de árboles. Marcos se fue a la casa a almorzar, pero Raquel prefirió quedarse. Se sentó en el suelo, se recostó a un árbol y encendió el teléfono. Ignoró los mensajes de texto que había recibido durante las últimas horas y fue directamente al archivo de las fotos y videos. Comenzó a mirar las fotos que había tomado durante los dos últimos meses: las estanterías vacías del supermercado, la pantalla de la laptop durante la primera reunión virtual del club de periodismo, su mamá y su hermana en el huerto, las máscaras hechas con los paños viejos, Juliette montando patines, la mueca de Sylvia al probar el pastel de naranja.

Guardó el teléfono en el bolsillo y pensó en las fotos que faltaban por tomar: la del musical de la escuela, el torneo de ajedrez, el campeonato de baloncesto, la feria del libro, la carrera de atletismo de Juliette y la competencia de patinaje de Lucinda. Nadie sabía cuánto duraría todo esto ni qué pasaría después. Lo único que podían hacer era enfrentarlo juntos.

Finalmente, escuchó lo que había estado esperando: los pasos de Sylvia en la entrada del rancho. Salió corriendo a su encuentro.

—Volviste —dijo.

Sylvia ladeó la cabeza.

—Claro que sí. ¿Pensabas que no lo haría?

Raquel no contestó enseguida. Miró hacia la entrada del rancho y hacia la carretera, y se imaginó todos los lugares a los que Sylvia podría haber ido que no fueran su casa.

—No. Sabía que volverías. Tenías que regresar por Juli, por supuesto —dijo, pero consciente de que existían otras razones—. Eres un poco terca.

Sylvia sonrió.

—Lo soy cuando algo me importa de verdad, y creo que tú eres igual.

Raquel bajó la cabeza.

—Siento mucho haberme portado mal contigo. Como dijo Lu, debí darte una oportunidad.

—Creo que sé por qué lo hiciste —respondió Sylvia—, y yo también lo siento mucho.

Raquel alzó la vista. No esperaba escuchar eso.

Sylvia agarró una de las ramas de cerezo y le pasó los dedos por encima a las florecillas rosadas.

—Deseaba tanto que nuestro plan funcionara que no me detuve a pensar en los cambios que les han tocado vivir. Deberíamos haberles dado más tiempo —dijo.

—Es que tú nunca formaste parte de nuestro plan —dijo Raquel.

El pétalo de una flor revoloteó en el aire hasta aterrizar en el hombro de la chica. Sylvia se le acercó y se lo quitó.

—Pensaba que a Juli, a Lu y a ti les gustaría formar parte de una familia más grande. ¿Crees que podamos empezar otra vez? —preguntó.

—Me gustaría, pero no existe tal cosa como empezar otra vez —dijo Raquel—. Sin embargo, podríamos intentar llevarnos bien. Y ya que piensas quedarte, ¿quieres ayudarme con un nuevo proyecto?