Capítulo 4

Técnicamente era verdad. Raquel le había prometido a Lu que la próxima vez que su mamá estuviese buscando a quien cortarle el cabello, ella se brindaría. Era lo justo después de que Lu se sentara una hora con la cabeza envuelta en papel de plástico cuando su mamá quiso probar un nuevo tratamiento.

—Es que… —dijo Raquel, halándose un mechón y tratando de encontrar una excusa—. Todavía estoy esperando a que me crezca el cabello desde la última vez que me lo cortó.

Uff —soltó Lucinda, poniendo los ojos en blanco.

La verdad era que Raquel se había dado cuenta de que su mamá no estaba simplemente tratando de organizar sus pensamientos, sino que planeaba algo. Y si quería saber de qué se trataba, tenía que observarla detenidamente —y actuar enseguida—, algo que no podría hacer sentada en la silla.

“¿Y ahora qué?”, pensó.

La Sra. Cruz Mendoza regresó con las tijeras, un espray para rociar agua y su delantal negro ya puesto. Le empapó el cabello a Lu y sacó el cepillo y unos ganchos del bolsillo del delantal.

—Siéntate derecha —le dijo a su hija.

Lucinda cerró los ojos y se enderezó.

Raquel se sentó en la encimera a observar a su mamá cortarle el cabello a su hermana. Su madre movía los labios como si estuviera conversando —o discutiendo— con alguien.

La chica se inclinó hacia delante para intentar escucharla.

Demasiado cerca —susurró su mamá, alzando las cejas—. Y quién sabe por cuánto tiempo —añadió preocupada—. Aunque será lo mejor —dijo finalmente, apretando los labios como si acabara de tomar una decisión. El tipo de decisión que a sus hijas no les iba a gustar.

A Raquel comenzaron a darle vueltas en la cabeza mil ideas que enseguida fueron encajando como las piezas de un rompecabezas. Se bajó de la encimera, tomó la laptop y se dirigió a su habitación. Tendrían que actuar rápido.

Abrió la puerta sigilosamente y esquivó la bolsa que su hermana mantenía lista como si las clases de patinaje fueran a comenzar en cualquier momento. La bolsa parecía estar congelada en el tiempo, como la invitación a una fiesta de cumpleaños que había sido cancelada y continuaba colgada en la pizarra de la habitación o las hojas de tarea que la Sra. King les había dado cuando pensaba que regresarían a la escuela en dos semanas. Era como si el mundo entero hubiese hecho una pausa y todos estuvieran esperando a que alguien presionara un botón que lo volviese a echar a andar.

Raquel quitó la chaqueta de Lu del respaldar de la silla del escritorio y la lanzó sobre la cama. Se sentó y apartó las hojas de tarea para hacerle espacio a la laptop. El director les había prestado computadoras a los estudiantes mientras la escuela estuviera cerrada, pero no había para todos. Como Lu y ella vivían en la misma casa, solo les habían dado una.

La chica le dio un golpecito a la pantalla y abrió una nueva ventana. Sus dedos volaron sobre el teclado sin dejar de prestarles atención a los ruidos del pasillo. Si su mamá solo pensaba cortarle las puntas del cabello a su hermana, le quedaban unos quince minutos. Eso era todo lo que necesitaba. Cuando Lu asomó la cabeza por la puerta, exactamente dieciocho minutos después, Raquel estaba lista.

—Dice mami que vengas —susurró Lu. El cabello empapado le caía sobre los hombros y tenía pegados a la nariz unos pelitos que parecían pecas—. Dice que necesita hablar con las dos.

Raquel asintió.

—Sí —dijo—. Me imagino.

Lu miró hacia atrás y entró a la habitación. Llorón la siguió maullando. La chica lo cargó y lo acarició.

—Estoy segura de que finalmente tomó la decisión de…

—¿De mandarnos con papi? —dijo Raquel, terminando la oración—. Ya lo sé.

—¿Ya lo sabes? ¿Y qué vamos a hacer? ¿Cómo nos vamos a librar? —Lu señaló la pantalla de la laptop—. ¿Tienes un plan?

Raquel tuvo ganas de reír, pero se contuvo. Su mamá y su hermana se la pasaban acusándola de ser una mandona, pero cuando necesitaban un plan —y siempre lo necesitaban, aunque no lo admitieran—, era a ella a quien acudían.

Echó la silla hacia atrás y miró a Lucinda directamente a los ojos, tratando de calmarla de antemano. Esta iba a ser la parte más difícil.

—No nos vamos a librar —dijo.

—¡Pero al menos debemos intentarlo! —protestó Lu.

Raquel se llevó un dedo a los labios y su hermana continuó hablando en voz baja.

—Tenemos que tratar. ¿Qué va a pasar con el periódico de la escuela? ¿Y el patinaje? Solo faltan seis semanas para la competencia y no he practicado en un mes. ¿Qué tal si abren la pista y estoy en medio del campo?

Raquel deseó poder desarmar el rompecabezas y explicarle cada pieza a su hermana. Quizás entonces comprendería lo que se traía entre manos. La peluquería de su mamá estaba cerrada. El musical de la escuela había sido cancelado. La Sra. Moreno estaba enferma. No iba a haber ninguna competencia de patinaje en mucho tiempo. Raquel estaba casi segura de eso. Pero también estaba segura de que si se lo decía a su hermana, Lu no querría escucharla. Para que el plan funcionara, la necesitaba enfocada. Necesitaba que cooperara.

Se volvió hacia la pantalla de la laptop.

—Mira, hay cuatro pistas de patinaje a una hora de distancia de Lockeford. Me encargué de buscarlas.

Lu puso a Llorón en el suelo, apretó los labios como antes hiciera su mamá y observó la pantalla.

—Si alguna de ellas reabre, podrás practicar todo lo que quieras —continuó Raquel—. Y estoy segura de que estarán menos llenas que las pistas de LA. Estoy segura de que las tendrás para ti sola.

—Papi no va a tener tiempo de llevarme. Sobre todo ahora que tiene que hacerse cargo del quiosco del rancho —dijo Lu, perpleja.

Raquel respiró hondo antes de contestarle. Tenía que ser cuidadosa. Trató de recordar lo que su mamá le había enseñado —o tratado de enseñarle— sobre cómo ensartar una aguja. Tenía que ser paciente. No podía apurarse.

—Bueno… —dijo Raquel—, ¿quizás mami te pueda llevar? Quiero decir, quizás ella quiera venir con nosotras.

Raquel se dio cuenta de la suerte que tenía de que su hermana no acabara de tomar un buche de agua. De haberlo hecho, se lo hubiese escupido encima.

¿Mami? —preguntó Lu—. De ninguna manera. Nunca aceptaría.

Raquel miró a su hermana fijamente.

—Vendrá si papi se lo pide. Si le dice que la necesita para que nos cuide, estoy segura de que aceptará.

Lu arrugó la nariz como si acabara de probar algo muy amargo.

—Pero ¿y… Sylvia?

Raquel dio un paso atrás y sonrió.

—Esa es la mejor parte. Si mami viene, ella y papi se verán forzados a pasar tiempo juntos y, ¿quién sabe? Quizás sea como dijo Daisy.

Enseguida se dio cuenta de que había ido demasiado lejos.

Lu ladeó la cabeza y entrecerró los ojos.

—Estás bromeando, ¿verdad? Mami y papi no van a volver a estar juntos. No se puede empezar otra vez. ¿Acaso no lo sabes?

Raquel volteó la cara y forzó una carcajada.

—Por supuesto que lo sé. No quise decir juntos de verdad. Solo quiero que tengan la oportunidad de recordar cómo eran las cosas antes, como todo era mejor cuando vivíamos juntos.

“Y si por casualidad volvían, pues mucho mejor”, pensó. No le parecía posible que todo volviese a ser igual, pero quizás sí se podían reescribir algunas partes de la historia.

Lu atravesó la habitación y se lanzó sobre la cama donde Llorón dormitaba sobre su vieja almohadita azul.

—Quizás sea posible —dijo.

Finalmente estaba entrando en razón.

—Pero ¿cómo vamos a lograr que papi la invite? —preguntó Lu mirando al techo.

Raquel pensó que había llegado el momento de la verdad. Se levantó y agarró el teléfono de su hermana del escritorio.

—Le diremos que es la única manera de que mami nos deje ir —dijo, extendiéndole el teléfono a Lu—. Pero tiene que salir de ti. Si se lo digo yo, pensaría que estoy tramando algo. Ya escribí el mensaje. Todo lo que tienes que hacer es enviarlo.

—Oye —dijo Lu, incorporándose sobre la cama—. Ese es mi teléfono. ¿Cuándo…?

Raquel agitó el teléfono para que su hermana le prestara atención.

—Envíalo y ya.

Lucinda agarró el teléfono y parpadeó al leer.

Raquel había pasado tanto rato pensando qué escribir que se sabía de memoria el mensaje. Le había quedado perfecto. Estaba segura de que su plan funcionaría.

Sabemos que quieres que vayamos a quedarnos contigo hasta que termine todo esto, pero mamá no nos va a dejar ir a menos que ella nos acompañe. No lo quiere admitir porque teme que pienses que no confía en ti. La tienes que invitar a ella también. Por favooooor, dile que necesitas su ayuda para que nos cuide.

—Yo nunca escribiría “por favooooor” —protestó Lu—. Además, nada de lo que dice aquí es cierto.

Raquel dio un golpe en la cama y Llorón salió corriendo.

—Acaba de mandarlo. Mami va a venir a buscarnos en cualquier momento y será demasiado tarde.

Lu entrecerró los ojos y acercó el dedo al botón para enviar el mensaje.

—Vamos, Lu —rogó Raquel.

Lu apretó el botón y soltó un chillido. Luego lanzó el teléfono a la cama, como si la fuera a electrocutar. Raquel lo recogió y observó la pantalla. Una burbuja de diálogo apareció bajo el mensaje.

—¡Está escribiendo! —susurró emocionada.

Lu le agarró el brazo a su hermana.

—¿Qué dice?

—¡Chicas! —llamó la Sra. Cruz Mendoza.

Raquel se levantó de la cama y le devolvió el teléfono a Lu.

—Mejor me voy. Le diré a mami que te vas a cambiar de ropa para quitarte los pelitos que te cayeron encima. Tendrás que arreglártelas tú sola con papi —dijo, y comenzó a abrir la puerta, pero se detuvo—. Lu, por favor, no lo eches todo a perder.