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—Abuela, ¿quién vino?

—La señora Willoughby —me aclaró sin levantar la vista de su labor.

Estábamos sentadas en la salita en una quietud que me sosegaba un poco. Hacía una eternidad que no la percibía así. También ayudaba el haberme desprendido de Thomas. Mientras ella tejía, yo contemplaba cómo el día se deslizaba a su fin a través de una serenidad apabullante, dando paso a la reina noche que ya tintaba las nubes. Detrás de ellas, la luna llena esperaba entusiasta por concederle luz a las sombras.

Ya hacía una semana de la discusión y de la subsiguiente amenaza de Thomas y, la verdad, después de haber tomado esa decisión, no me arrepentía de nada. Si años atrás me había mentalizado de que el matrimonio no estaba hecho para mí, volvía al mismo redil por motivos diferentes.

—¿Y qué quería?

—Darte la enhorabuena por tu compromiso con sir Killian. Como estabas arriba y no sabía si dormías, las acepté por ti.

«¡¿Cómo?!», chillé para mis adentros. ¿Qué había hecho? La boca se me abrió tres cuartos por lo que había revelado como quien hablaba de las últimas noticias del periódico vespertino. Lo último que quería era ser carnaza de chismorreos para la gente de Pluckley. ¡Anhelaba un poco de discreción!

—Pero...

—Ni pero, ni chispas. —De muy malas formas colocó en su regazo la labor y me mató con la mirada—. ¿Acaso es un embuste? ¿No le dio tu padre su permiso para que te corteje?

—Sí, bueno...

—De mis tres nietas, tú eres la más perspicaz. Siempre intuyes lo que puede haber detrás de una persona o una actuación y ahora eres una atolondrada. ¿A qué crees que vino Alfred?

Tuve miedo hasta de encogerme de hombros. Era cierto que su presencia me sorprendió, ya que durante mi estancia en Blackstone Hall nunca se ausentó. No sabía si tenía ganas de enterarme de sus tretas.

—Te pongo al tanto: vino a advertirme que sir Killian está muy mal desde que te dejó. —Esa afirmación le dio un vuelco a mi corazón—. Yo le dije cómo lo estabas pasando tú y llegamos al acuerdo de que tomaríamos cartas en el asunto, viendo que vosotros no lo solucionáis. Eso nos llevó a revelar en público vuestro compromiso y dejar en entredicho al pastor Craven. Por eso, en la plaza, nadie se acercó a ti para celebrar la alegría del pastor.

—¡Abuela! —exclamé sin dar crédito. En ese instante, entendí su comportamiento de aquel día.

—No me mires con esa cara, el muy desabrido me lo puso fácil, ¿es que no lo sabes? —me interrumpió. Bufó a punto de perder la paciencia—. Claro, como lo vas a saber si apenas sales de tu cuarto. —Suspiró—. Las batidas han concluido.

—Sí, eso lo sé.

—En contra del zascandil del pastor —apuntó.

—¿Cómo? —Thomas no me había contado esa parte.

—Él arengó a los hombres a seguir vigilando los caminos, mas todos ellos tienen otras obligaciones: sus trabajos, atender a sus familias, las tierras; debían retomar la vida normal y más cuando no se estaba encontrando nada, ya que todos saben, menos ese badulaque, que los aullidos que se oyen son por causa del viento. Al pastor no le gustó y los maldijo a todos. Por eso ha perdido el favor de la mayoría de la gente.

Se me congeló la sangre en las venas. Jamás hubiese creído que nadie, mucho menos Thomas, llevase ese tipo de asuntos a extremos tan insólitos. No debía sorprenderme. Con él había vivido episodios para olvidar.

—Ahora voy contigo. —Tomó aire antes de continuar con su reprimenda y sarta de reproches—. ¿Cómo se te ocurrió darle tu mano a ese hombre?

Me mantuve en silencio.

—¡Defiéndete al menos!

—La desesperación. —Bajé la cabeza avergonzada. En realidad, fue más el miedo a Killian. Ese era mi secreto.

—Sabes perfectamente que a tu padre no le gusta el pastor Craven y vas tú y te ofreces a él. Por eso tramé este plan con Alfred, no quiero ver cómo mi nieta se hunde.

—No me hundo.

—¿A no? No pretendas engañarme, jovencita. Te conozco muy bien, Josephine, y jamás te he visto tan alicaída como desde que rompiste con sir Killian. Apenas comes, no duermes. —Fruncí el ceño, ¿cómo lo sabía?—. No me mires con ese gesto torcido, las sombras azuladas de tus ojos te delatan. No lees, algo que te apasiona, has roto con tu vida normal. —Chasqueó la lengua—. ¡Has perdido la felicidad!

Atrapada en un camino sin salida, me enfrenté con los pocos redaños que tenía.

—Era la mejor elección. Además, usted es la primera en recordarme siempre que me case.

—Sí, cierto, casarte con quien te conviene.

—Vale, abuela, ya está —le pedí.

—No he terminado. ¿Quién salía ganando? Tú, no —admitió con sorna—. La mejor opción era para él. Lleva persiguiendo a tu padre años, solo para forjar una amistad que lo coloque en determinados círculos.

—¿En serio? —Nadie me había puesto al corriente.

—¡No te lo estaría contando si no fuese cierto! No me gusta ese hombre, Josephine. Tú eres un mero conducto que le permitirá codearse con aquellos que le faciliten el camino.

—Le conté lo acaecido en la iglesia, no debe preocuparse más.

—¡Gracias al cielo que te deshiciste de él! Los años que me queden entre los vivos, no estoy dispuesta a ver a mi nieta infeliz. Y qué decir tiene que a tu padre lo has salvado de un disgusto.

—Lo sé.

—Bien, pues abre los ojos de una vez: ¿no te das cuenta de que estás perdiendo al hombre que amas sin luchar por él?

¿Mi abuela qué era, adivina? Fuera lo que fuese no podía callarme más.

—¡No puedo estar con Killian! —le grité al fin, con la ansiedad fluyendo por mi sangre y golpeando en mi pecho.

—¿Por qué?

Él... Él es... —¿Cómo podía explicar que era un hombre lobo?

—¿Porque es un hombre lobo?