Me cogió la lluvia en San Bernardo y entré en un bar en el que había ancianos de todas las edades. Ocupé una mesa junto al ventanal y contemplé el proceso por el que la calle se iba vaciando. De súbito, empezó a caer granizo y eso provocó alguna excitación en el interior del local. Los de los coches nos miraban a los de la cafetería y sonreían. Se sentó a la mesa de al lado una pareja de jóvenes con el pelo mojado. Traían la conversación puesta, pues ella preguntó enseguida:
—En definitiva, ¿crees o no crees en Dios?
El muchacho dudó; quizá no sabía la respuesta. En cualquier caso, se resistía a darla. Finalmente dijo:
—Es una pregunta muy íntima. No digo que no te esté dispuesto a contestar, pero a cambio de algo.
Sin duda estudiaba Empresariales.
—Tu respuesta está en venta —dijo ella.
—Si quieres decirlo de ese modo...
—Está bien, ¿qué quieres?
—Que me enseñes las bragas.
Ella ocultó las manos debajo de la mesa y, tras una costosa manipulación, las sacó con unas bragas blancas, de encaje, entre los dedos.
—Toma —dijo.
El muchacho las tomó desconcertado y aplicó las yemas de sus dedos en las zonas más íntimas, como si buscara una respuesta. O una humedad.
—No decía verlas así —balbuceó al fin—, encima de la mesa. Por eso no creo en Dios, porque nunca se me aparecen las cosas donde deben. Sin embargo, creo en el Diablo.
—No se puede creer en el Diablo sin creer en Dios —rebatió ella.
—Pues hay gente que cree en Dios y no en el Diablo.
—Pero son herejes. La Iglesia afirma la existencia del infierno.
—Entonces soy un hereje al revés: sólo creo en el infierno.
Por un momento se dieron cuenta de que los estaba escuchando y se aplicaron a contemplar el granizo. Finalmente, cuando el orden de escuchas se restauró, ella volvió a hablar. Dijo:
—No podemos continuar así; nos separan demasiadas cosas.
—No tantas —dijo él—; sólo el cielo.
—Devuélveme las bragas.
La chica se las volvió a poner por debajo de la mesa. Parecía una contorsionista.
—¿Seguimos o no? —preguntó él.
—Está bien, pero no les digas a mis padres que no crees en el cielo.
—Les diré que creo en el infierno; en el infierno y en la mala suerte.
Entonces me incliné hacia ellos y sonreí.
—Lleva razón el chico —dije—; soy el Diablo y puedo aseguraros que no hay Dios.
—El Diablo qué va a decir, si es ateo. No le hagas caso.