HÉRCULES sirvió al alba de Occidente con brazo matinal. Domó quimeras, derrumbó moles, atléticamente: forzó como leones las barreras. AMADÍS en cristianas primaveras, pulsó el lanzón contra la gran serpiente y, al servicio del alma, dio el acero en sus manos de atleta-caballero.
FAUSTO, en un mediodía con campanas a las que ya no se ora, se batió al cabo del servicio del alma y dio sus canas a un mundano satán blanco y sin rabo. VÍRULO, entre hojas del otoño flavo de Europa, con la puesta en las ventanas, nos da su vida en nueva eucaristía y es el manjar que tu alma apetecía.
VÍRULO, sirve, en fin, al gran ocaso del Occidente, un Hércules del sueño, y Amadís del espíritu. Su paso clarín de voluntad, ruido aguileño. ¡Atrás quede, renqueando, lo pequeño! VÍRULO salta a lomos de Pegaso. Siglo que bajas de los cielos rojos, ¡VÍRULO te ilumina con sus ojos!
(Vía entre montañas del Pirineo. VÍRULO, de cinco años, seguido por un sirviente.)
VÍRULO
¿Qué hay detrás de las montañas?
SIRVIENTE
Otros montes.
VÍRULO
¿Me acompañas? ¡Anda! Tú irás el segundo.
(Bocinas. Un automóvil con deudos de VÍRULO.)
EL PARIENTE
¿Dónde tan lejos? ¿Qué pasa? Vírulo, tornad a casa.
(El sirviente toma de la mano a VÍRULO, que se resiste a caminar y rompe en llanto.)
VÍRULO
¡Ah! Yo quiero ver el mundo.
El primer vidrio del que la vislumbre del sol hirió las góticas pupilas del niño de cabeza color lumbre, fue el tuyo, la ventana que rutilas bajo el cono amatista de la cumbre del gran Serantes, monte que en tranquilas esmeraldas se mira de una playa, y hiende en dos el alma de Vizcaya.
Del monte hacia Occidente, la romance claridad de los Césares corona los zarzados senderos, desde el trance que paseó Augusto su imperial persona. Del monte hacia el Oriente, va el avance de una raza mordiendo la borona con tenebrosa boca que recita de espalda a Roma, su lenguaje Scyta.
La carne azul entre las dos orillas de la mar. Y los sátiros navíos gozando de su vientre, con las quillas; los silbatos, sollozos de amoríos. Cortinas de humo son las nubecillas de los buques. En popa, a los bravíos azotes de las palas, se improvisa la sábana de espumas en la brisa.
Vírulo con las aves de los finos cantos, que arden de fiebre, tal ardía en esa clara fiebre de divinos sobresaltos que son la mancebía. Con maravilla vio flamear los linos, soñó al cantar de la marinería y entre velas de naves y fragancia de yodo, transcurría, azul, su infancia.
Un dios benigno quiso que entreabra su espíritu, so próceres aleros de su casa-palacio, al haz de un Abra esfera de bajeles minuteros. Al aire nauta su primer palabra fue un adiós a un adiós de marineros y movía sus horas tan serenas aquel reloj activo de sirenas.
Las palomas del mar desde la espuma alzaban vuelo al nómada horizonte, y al soltar sobre Vírulo una pluma las gaviotas, al flanco de su monte, nativo, se esparcía por la bruma, como entre viñas vaga el dios bifronte, su infantil corazón, fuera de él mismo, por un orbe de hercúleo dinamismo.
Era Bilbao. El numen de la ría, entre náuticas rosas que los gules del buque dan a su haz, es la energía. Divinas colas de oros y de azules de pavo-reales el petróleo abría, y el ocre mineral, vena que pules las llagas férreas de los altozanos, presta al agua la tez de los gitanos.
Las chimeneas, mástiles en tierra, con banderolas de humo. Los donceles de Holanda, del Balcán y de Inglaterra soñaban, en sus buques, con las pieles fragantes de las novias. Su alma yerra por su azul patria paladeando mieles, viendo ir dulces siluetas a la fuente por los musgos de Erin y del Oriente.
Y la gracia local del Pirineo, se espejea en las rampas. Virgencitas obreras dan al sol el contoneo de sus sombras. Y cuando las mezquitas de humo, los hornos, alzan clamoreo, en la puesta de púrpuras marchitas, la niña, sobre el oro derretido, está junto a un galán mahonvestido.
Tras la pareja azul, igual que el traje del Pontífice, blancos surtidores de nubecillas. La Babel del viaje, Babilonia fluvial de los vapores, erigía un Calvario en el paisaje de cruces. Siderales resplandores inundaban el cielo de energía nimbando de oro el dorso de la ría.
Impera en tierra y aire y agua, un sueño de violencia. El deseo de pujanza canta en los silbos y hablan de su empeño las proas, vueltas a la lontananza; el afán vigilante de ser dueño empujaba este mundo a la esperanza, y mueve hasta los remos del barquero el gran ritmo de ser siempre el primero.
Nínive, Menfis. Horas casi iguales alentaban de nuevo en las riberas de este río de bárbaros cristales. Igual que en las faraónidas canteras la humanidad azul de menestrales erigía sus humos, por banderas. Vírulo, niño, al paso, recibía esta lección robusta de energía.
A los ojos de Vírulo, el asfalto y piedra y hierro. La Naturaleza reclusa daba un salto lejos del hombre. Estaba en las montañas, fuera del puerto. Empieza donde acaba él y surgen alimañas y cetáceos. Los jóvenes arbustos tallados, dentro, con los animales, buenos, que viven justos, y los doctos jardines como damas peinados, cultamente.
A los ojos de Vírulo, las ramas de su parque, sombrillas del ambiente: el eucaliptus de hojas en creciente arábigo; el abeto pagoda china, de ramaje quieto.
Frente al vidrio ecuménico del puerto, encima las madejas de la seda de la hierba del huerto, oyendo la ovación de su arboleda, Vírulo tuvo su primer juguete. Era un templete de leño, era una torre de madera, que armaba con sillares diminutos. Sus más altos minutos los vivía creando formas. Era rosal de arquitectura que da rosas ingenuas.
En su torre de madera aposaban su vuelo en la pradera las colcinelas y las mariposas.
Como nieto de un gran señor de naves, descendían del cielo para el niño, horas suaves.
Abraham, el abuelo, pastoreaba navíos en las olas.
Una llamita de poder ardía en sus ojos al ver las banderolas con la M de su nombre, en rojo la M blanca de Matienzo, la M, forma de lienzo que pende de tu cruz, Hijo del Hombre.
Los brazos a la espalda, Vírulo iba grave, por los senderos, con testa de cinco años pensativa.
El padre que, en los tránsitos severos de un Seminario cultivó latines, y que dejó los místicos senderos tras la carne de humanos serafines, mirando a su hijo tan meditabundo ambular los jardines, como ya atento a interpretar el mundo, le impuso el sobrenombre por lo serio de «Vírulo», «hombrecillo». Y el cristiano Juan Manuel de su niño fue el pagano Vírulo, que resuena un poco a Imperio romano.
Y fue el mundo la sorpresa pueril, que en los ojos brilla y que gusta el labio y pesa la mano. Gran maravilla. Las ventanas, los senderos, conocieron sus primeros trasportes, ante los soles y las lunas, ante el vuelo de los insectos del cielo y el ir de los caracoles.
¡Paraíso de la aurora! Luego, dejando las ramas de su parque, fue la hora de que encendieran llamas en su sangre, al improviso hallazgo del dulce viso de una niña que traía un rasguño en el semblante, la tilde de dolor, ante cuya rosa el niño ardía.
El río de las edades que a través los libros mana, sus bárbaras mocedades ganó a la prudencia humana. Y en su corazón, los Reyes, Roma, las cifras, las leyes, perla de miel en el higo, dejaron la gota pura de una fiebre de finura sobre el instinto enemigo.
El estío, devuelto a las hileras de gaviotas, rozaba con el lino del balandro las sedas marineras del horizonte, de un azul divino.
Entrando, en rosa natural a solas y al sol, la carne pura, en el mar, las caricias de las olas le hacían conocer la gran ventura del nadador; inmerso en el mundo universo de los peces, emblemas iniciales de Cristo. ¡Forcejeo viril, sobre el gran vientre de cristales! ¡Natación, la postura de himeneo!, ¡sabor a fémina! Hermandades del brazo con el ala cuando, en el zafir doble, pez querube, el cuerpo ya no sabe si resbala en las profundidades o si en el denso azul del cielo sube a atracar en la arena o en la nube.
Y Vírulo que, extenso por la mar, yerra, veía en seda el mediodía denso, color de la ventura de la tierra. ¡Azul de dioses griegos! ¡Cañucelas que cantan el azul de flauta y el candor de las velas por el redondo globo nauta!
Tendido en el oro molido de la arena, decía: La existencia es buena. La vida es buena. Pienso hollar el mundo con mis huellas. Porque el mundo es un mar de azul inmenso con arenas de estrellas.
La múltiple maravilla que el mundo llena Vírulo gravó en la orilla de la arena, con sutil mano. ¡El bello y vario torrente de formas! ¡El torso humano con la cola de serpiente de la sirena, que en el espejo luciente del mar peina su melena; el delfín de la gran boca con que se rio en boscajes de Reyes, de alguna loca farsa de pajes! La portalada barroca de un templo, sobre una roca del mar; el sol y la luna con dientes ocres y, en una arena color tabaco, la cadena del zodiaco.
¡Sacar de la nada un mundo! ¡Crear, crear solamente! ¡Labor de dioses! ¡Profundo germinar de pecho y frente! Lanzar la vida desde dentro, en siembra, compendiar en sí el encuentro de varón y hembra que se unen en la simiente.
¡Crear, crear solamente!
(En un patio, so el azul de Madrid, ventana abierta, VÍRULO, alumno de Arquitectura, estudia.)
VÍRULO
Qué jubilosa maraña baja del cielo de España con sus luces velazquinas, sobre el campo de papeles en que aro, so cascabeles alegres de golondrinas.
(La joven planchadora canta.)
VÍRULO
¡Partenón vivo! Paseas como las Panateneas tus dos manos de improviso. Arquitecto, mi alma adora, joven dea planchadora, tus bellos brazos de friso.
(VÍRULO pasea por los boscajes del Retiro con su camarada IUSTUS.)
IUSTUS
¡Las bellas nubes sobre Castilla! La Inmaculada del cielo brilla
su azul y blanco natural. Pienso bajo este domo de zafir denso,
no hay sobre el alma de España un sueño de perfecciones; no hay un empeño
ni de finura ni de grandeza. ¡No hay sino indocta Naturaleza!
Por cima el campo, sobre las losas y los guijarros que saben cosas
de eternidades, con el gran vuelo de nuestras nubes, bogando el cielo
en otros siglos, blancos jirones del alma cubrían los corazones.
El primer sueño vasto, suspenso, nube de un cielo de azul intenso,
sobre estos llanos lo colgó Roma. Más tarde, en veinte siglos asoma
un gran rebaño de nubes blancas de los Toledos, las Salamancas,
que el horizonte del orbe viejo lo desbordaban con su cortejo.
Hoy padecemos de sequedad. No cruza un sueño la inmensidad…
¡Sé una cisterna! ¡Sé una cisterna! Busca, minando tierra, la interna
vena del pozo que niega el cielo. El agua viva la guarda el suelo.
(Alegre cervecería de estudiantes pirenaicos.)
ATLETA
De los pechos alpestres de la montañería pirenaica, sorbimos toda nuestra energía.
VÍRULO
Aquí estamos a lomos del regio Guadarrama, dos corvocas de un mismo camello y esta llama que nos arde en los ojos es la que el gran Don Diego Velázquez llevó al lienzo. Equilibrio entre griego y moro, que destierra solo a la demasía: ¡La sierra filipeña de la cortesanía!
Violencia un poco scyta, quizá impulso excesivo nuestra alma que desciende del Septentrión nativo: es San Ignacio haciendo al Escorial su adepto; es Quevedo, ¡Sansón barroco del concepto!
ATLETA
Tal que el númida en Roma, nos toca en este ambiente hacer la gran belleza de los cuerpos patente. Nada tan bello como el brinco, el pugilato. Yo vivo mi más alta hora cuando combato.
VÍRULO
¡El brinco! ¡Saltaría por encima de tu hombro!
(Se sitúa ATLETA en el centro. Toma carrera VÍRULO y salta por encima de su espalda.)
IUSTUS
¡Gran Vírulo que brinca y salta que es un asombro!
ATLETA
¿No somos los primeros? Yo quiero, sobre todo, a aquel que titubeando para esquivar el lodo vio el universo niño, todo azul de deseo, por las zarzadas sendas de nuestro Pirineo.
VÍRULO
No soy ajeno a nada humano. Pero sobre la humanidad casual, adormilada y pobre de mis valles, sitúo la magnífica gente que veo por ventanas de grandes libros. Frente a frente un leñador y el noble Rey Asuero, yo prefiero el monarca y David al boyero. Al gran río que lleva mármoles plutarquiano me inclino mejor que al río comarcano.
IUSTUS
Llevas a perfección tu joven carne, Atleta. Pero encierras a tu alma en la prisión violeta del nacimiento…
VÍRULO
¡Anchura, anchura de horizontes! Aspiro a que mi vida sea como los montes un subir hacia luces más altas. Desde arriba se fundirán las tierras en la gran perspectiva de mi ascensión. ¡Anchura de horizontes! La vela fustigará las fuerzas de mi ánima que vuela a su total y máxima liberación. La gloria para mí, prepararme a modelar Historia. El infierno, ese rojo, aborrecible abismo, no sería sino el no amarme a mí mismo con el amor profundo de perfección. Mi lema alcanzar, bajo el sol, la actividad extrema. ¡Guerra al ocio! La meta es construir la vida como un gran monumento que a los siglos convida al gozo. ¡Producir mi alma! Ser el primero en el salto, la lucha y los caballos, pero disipados un día mis jóvenes ardores, ser el primero al fin entre los oradores. ¡Desenvolver mis fuerzas es mi único deseo, y en ello he de poner tu ímpetu, Pirineo!
(La noche. VÍRULO redacta su Diario.)
«¡Saeta solar de un día difunto! Con mi amada, el alma mía, me junto.
Quiero ser, hecho mi acuerdo, yo mismo: en el exterior me pierdo, me abismo. ¿Cómo triunfar de las cosas? ¡Despego! ¡Tapia tu jardín de rosas de fuego!».
(Líneas del Diario.)
«Con manos enemigas, lo vulgar estrangula la garganta a mi sueño. Caigo. De mi lujuria, de mi ira, de mi gula no soy el dueño. Mi corazón goloso vive entre ariscas cosas y entre costumbres duras. Rostros y espejos, piedras y ventanas y losas, fondos y alturas,
todo disipa aquí contra el sueño despierto de perfección secreta. Resbalo a la tristeza con el corazón muerto, el alma quieta. Perfeccionista, guío mis rebaños de anhelos con flautas ideales. Jardinero de espíritu, quiero alzar a los cielos lirios morales; y redil y guirnaldas, la aridez pedregosa de un ambiente enemigo malogra y troncha. Muere en este aire la rosa, no endulza el higo.
Arenas del desierto seco, detrás, delante. ¿Eres tú anacoreta? Asoma en mi alma un vasto apetito ambulante: ¡Sé la saeta,
disparada hacia suelos más dulces, con mujeres y obras de terciopelo, en que seas el ser profundo que tú eres, bajo el cielo!»
(Soliloquio de VÍRULO a los veinte años, entre un rimero de libros de la Biblioteca Nacional.)
VÍRULO
Desde estas hojas, plumas con que la idea vuela, siento, entre el sol, los árboles, allende la cancela, pasar, río de voces ambulantes, la vida.
Bellos brazos desnudos que yerguen la florida ¡cornucopia! ¡Manzanas de mejillas ardientes, dulce árbol de la vida en que brillan pendientes los senos quinceañeros con la divina fresa! ¡Dulces ojos, subrayadores de promesa! Gran caudal que no es mío, por vivir a la sombra de otras mezquinas, pobres almas que el vulgo nombra. El presente es de ajenas almas, mis adversarias. Un presente será todo tuyo y sus varias voces han de sonar, en aromados vientos, los que ahora son mis más secretos pensamientos. En el rosa y azul de futuras mañanas proclamarán mi sueño las trompetas hispanas.
En tanto, yo, pastor de sueños, por laderas de estudio doy el pasto mejor de las praderas a mi manada. Libros, árboles, sobre el suelo alzan sus copas, sueños de perfección, al cielo, y a sombra de sus hojas intelectuales besa mi labio la divina flauta de la promesa. ¡Música de la idea, suprema melodía del pensamiento! El mundo se funde en armonía. ¡Oh, belleza; oh, bondad; oh, dulzura! Las cosas vuelan, como las aves, con alas melodiosas. Mas nada es mío. Aguardo entrar en el torrente de la acción. A su margen, dejo huir al presente, hasta que hacia él me acerque, domador a su fiera, a imponerle el dominio de mi mejor quimera. En su entraña, lo mismo que el jugo de una viña, existe un alma ingenua, intacta, un alma niña, virginal, que es la flor deliciosa del día, y que yo, en nuevo rapto de sabina, haré mía. Entonces, en ese abrazo, brotarán nuevas hojas en que, pastor de sueños de mañana, te acojas a soñar con tu flauta prometedora, en mano, con raptar a tu día, como un viejo romano.
En esta Creación, colma de dulces cosas —las estrellas, las bellas mujeres y las rosas y bogando los cielos claros de la doctrina, las almas que persiguen su perfección divina—, existen seres bastos, espesos, cuya boca da el pestífero aliento que mustia cuanto toca. Son los bárbaros. Saben que en el mundo hay el lodo, que el cuerpo, hermano suyo, erótico y beodo conserva los resabios de bestia que se abreva muge y fornica, en rojas alegrías de gleba. ¡El alma en armas! ¡Sitio al alma! Tal peludos enemigos del bosque, con los brazos desnudos, treparon las murallas del langoroso Imperio. Hasta el cerco en que vives en un suave misterio la cabeza adversaria de algún bárbaro asoma. ¡Es el scyta frente a tu pecho que es Roma!
Mientras en tu vereda el rebaño levante en polvo de lo sórdido, el agua es de diamante, el sol de miel, la vida es la bella substancia que tiene de mujer y de flor la fragancia.
Médula de alegría circula por los huesos del mundo, que se mueve movido por los besos. Y faena de dioses la universal faena de ir hinchando la vida como un ánfora llena, al rumor del gran chorro que dispara la fuente, la fuerza creadora, la energía potente, que al manar va llenando, de la estrella al abismo, el universo de un murmullo de erotismo.
Al sentir un aroma de limón o manzana, al ver la hierba con sus madejas de lana, que ovillan los arbustos de ramas laboriosas, al contemplar tan blancos como el papel, con rosas picos de ámbar, los ánades, y al tener la amatista del mundo vegetal, derramada a la vista, siento que se abre al fondo de mi ser una mano de demiurgo, en fiesta, que empuja al gran arcano a este mundo tan bello a que soy bienvenido… Un dios habita en mí; yo soy un dios caído.
Invoco la paciencia divina por madrina; quiero medrar con lenta parsimonia de encina. No dudaré en entrar, a mi hora, de la suerte de un nublado que esparce relámpagos y muerte, y tras relampaguear el mensaje que es mío, Vírulo sonreirá como cielo de estío. Meridional y fina y vieja muchedumbre que recortas siluetas perfectas en la lumbre, contoneando cadenas que ensombrecen los chales, oh, raza, volverán los días imperiales, porque el sueño de perfección que congelara en piedra musical, tea lógica y clara, el Escorial está de nuevo en mi alma. ¡Casas que vivís en cenizas de siglos de unas brasas a medio arder de fe, sobre las que no late el águila bicéfala del imperial combate, se encenderán en llama romana vuestros leños porque soy conductor del fuego de mis sueños!
Me pulo igual que pule al joyel el orfebre, quemándome en la llama de la divina fiebre de perfección. A solas, con la substancia eximia de mi alma, yo laboro en la moral alquimia de alambicar pureza sobre el dolor del horno.
¿No vale más labrar en mi alma que no en torno?
Aquí está, aquí, en el barco vivo de mis mortales costillas, el menudo Reino de mis Anales, mi campo de batalla formidable en que doma sus bárbaros internos mi voluntad que es Roma. ¡Labor de despotismo secreto que acaudilla mi alma y en la que caigo so mi misma rodilla! ¡Dura labor, oficio violento, aprendizaje hercúleo!
Mas, oh gozo, mi ánima es del linaje del granito barroco de España, gris y duro, pero hecho a perdurar en aires de futuro, aspirando a grandeza en bravas contorsiones. También he de grabar, en mi sillar, leones.
A trechos, embozado en lluvia fina que es una polvareda de diamante, Centauro lleno de violencia equina, a lomos de la vértebra ambulante del corcel, por la anchura campesina, Vírulo va, benigno y arrogante, sobre la bestia de gentil braceo, degustando el sabor del Pirineo.
Saboreaba el olor de las Ermitas viendo santos barrocos, entre el leño de doradas columnas jesuitas, y en la luz que bajaba como un sueño del ventanal de imágenes benditas, miraba el cirio, lucerín pequeño, y junto a él y a enlutadas suplicantas, los geórgicos frutos, a sus plantas.
Allí las peras, lágrimas caídas del ramo; allí mejillas de manzanas, las pelotas de sangre tan lucidas de los tomates, con las virgilianas sandías, claras lunas extinguidas.
Y las varias ofrendas aldeanas de las higueras y los manzanares se reposaban frente a los altares.
Gustaba la fragancia de los puertos en que araban las quillas pescadoras los que son de la mar salados huertos, bajo las velas, yuntas voladoras. A su trote se unían los conciertos del mar y revivía aquellas horas de los pastores, por montañas viejas, los virreyes de cabras y de ovejas.
Bebía, en suma, en luengas caminatas el sabor del agrario terciopelo, como el del mar. Cuando eran escarlatas las nubes y, asomando entre su vuelo, mueve la luna sus muy lentas patas, tortuga de oro por el lento cielo, Vírulo dice: «Tengo fe en mi estrella. La vida es fuerte, pura, noble y bella».
«Sobre cada paisaje hay un estilo. El de este monte, la tensión violenta. No hay ocio. Ni un tendón está tranquilo, de los pies a los cuellos. ¿Hay quien sienta ni el diamante del agua, ni el berilo de la hierba? No hay ocio. Tú, acrecienta, a ejemplo que aquí brinda cada cosa, la alta tensión de tu alma laboriosa.»
Entonces arrojaba en el camino, vientre a tierra, al corcel, hacia el futuro, bebiendo a bocanadas, así un vino entre nauta y montés, el aire puro. «Sitio a mi alma. ¡Ensanchad! ¡Viva mi sino!» Y sonaba en el aire aquel conjuro, con la voz augural que canta el gallo, sobre los cuatro cascos del caballo.
(Misa mayor en santuario de pueblo marino. Junto a VÍRULO, se arrodilla una moza, vestida de blanco, el cabello ensortijado, la tez tropical.)
VÍRULO
A este rincón de Occidente, casto, de enlutada gente, entras, magnolia lejana.
¡Flor de abuelos! Nuestra gesta te toma de la floresta de la opulencia indiana.
¡Hija del sol, no estás sola! Toda esta sangre española es tu hermana, en cuanto ha visto.
—La Epopeya nos saluda— tu sangre arrancada al Buda y puesta a los pies de Cristo.
(VÍRULO frente a los balcones de la FILIPINA, en el muelle del Abra universal de Bilbao.)
VÍRULO
En esos cielos de tierra adentro, ya no arde el sol: nuestro Escorial de la Sierra, que fue universal farol.
—El mundo no es español.
No vive mi alma postrera en el siglo diez y seis. La luz nos viene de fuera, forastero es cuanto ves.
—El universo es inglés.
Malaya del jalde seno y el azabache mirar, mi árbol lo he de trasplantar al calor del sol ajeno.
—El sol está tras el mar.
(Platican, al borde de una senda montés, la FILIPINA y VÍRULO.)
FILIPINA
¡Dios mío, dejar un cielo tal! Y este olor a albahacas al que van, mordiendo el suelo, de color de pan, las vacas.
VÍRULO
En las copas del madroño, gustan la paz del otoño pirenaico los gorriones.
FILIPINA
No hay musgos, pinos, ni fuentes, bellos como los presentes para endulzar corazones.
VÍRULO
Bello nada como el fleco sobre tu faz, aquí extraña. Estas voces dan un eco ya monótono en mi entraña. ¡Ecos nuevos, nuevas voces!, los Alpes que no conoces, ¿qué te dirán y qué medro será para tu alma clara ver el mar que navegara después de Ulises, San Pedro? ¿Qué diré, piedras eternas de Roma, cegando al brillo, qué, al trepar Capri, con piernas velludas de satirillo?
DEPORTIO
¿Ves, al cabo del camino, qué feliz se ensalza un pino sobre la hierba suave?
VÍRULO
¡Prisión del árbol al viento! ¡Oh, movilidad! Me siento más bien que vegetal, ave.
(Romería en los robledales del castillo de Butrón. A sombra de jubilosa parra, están reunidos ARISTO, IUSTUS, ATLETA, ARISTO, con otros camaradas, honrando en banquete de adiós a VÍRULO. Al fondo, el relieve amatista de la cordillera.)
ARISTO
Vírulo deja los blancos, azules, rosas y grises de estos flancos, y se ausenta como Ulises.
ATLETA
Deja las intactas mozas con las carnes de manzanas en las lozas de sus vegas aldeanas.
IUSTUS
Huye este mundo beato y abandona los balcones en que es grato ver quebrar los chaparrones.
(VÍRULO, en silencio, sonriente, bebe luminoso vino blanco.)
ARISTO
¿Te invadió nunca el alma de un armario familiar? Si sentiste el olor centenario de aquel mundo de aromas, dulce y triste, ¿hallas posible evaporar la infancia rompiendo sus prisiones de fragancia?
(Laten, en ámbitos diversos, el Kirikikí del gallo, el Hi Ha del asno, el Mu He de la vaca.)
VÍRULO
Fabricad, elevad murallas de ternura: vuestra provincial China me alcanza la cintura. Mi alma tiene más talla que el dintel de una parra hecha para embriagar en luz a la cigarra, no a Vírulo. Muy dulce ir por el año agrario, deshojando las hojas de un rural calendario de frutos: la cereza, la manzana y el higo, la uva. Mas mi cosecha interior va conmigo. Porque yo soy mi otoño, mis frutos y sarmientos, mis ampolluelas claras de uvas de pensamientos. ¡Tomadme, yo soy pródigo también como las ramas!
ARISTO
Ya sé Vírulo que amas mañanear por las sendas que colora, de vino blanco en llamas, el lagar del aurora, cuando entre caperuzas del abono va, sobre las estrellas de lechuga, la saya roja de una labradora, cuando arde cada cono del rastrojo y al buey lento se enyuga… ¿Cómo tu alma no queda presa en la red turquí de la humareda?
VÍRULO
Me ofreces como a Diógenes el perro, la escudilla y el tonel, pero mi alma no es bastante sencilla para gustar la oscura dicha del Pirineo. ¡Mi alma no es la de Diógenes que es la de Prometeo! Adiós monte en que brilla la luminosa púa del boyero, en que yanta el magno Gargantúa y en que lucen los rostros que la boina aureola con la traza eclesiástica de nietos de Loyola. Me voy a encender lejos una centella pura en mi alma, que disipe esta gran noche oscura en un gayo San Juan de canciones y hogueras…
¡Yo arrancaré la llama viva de las esferas!
(Se aposan en el banco de leño, entre dos lanzas clavadas en el suelo, los infanzones Jueces de la noble Anteiglesia de Gatica. El tamboril vulgar reanuda su tumulto.)
EL CANTOR DE UN CORRO DE ROMERÍA
Dios que escucha toda cuita da aquello que necesita cada cual: un silbo al niño, paz al viejo, al Rey armiño y a mí una moza bonita.
IUSTUS
(Elevando su vino.)
Por la voz y la delicia de esa canción cariñosa que acaricia el aire como una rosa.
VÍRULO
Está mi corazón plutarquiano sediento de gran honra y me empuja, sin tregua, dardo al viento, a la grandeza. Sobrio de boca y continente de carne, limpios los ojos, no sé ir sino de frente apartando los ramos en flor que al margen pones, felicidad, en suaves rosas de tentaciones. Yo no aspiro a la dicha, ídolo femenino. «Plus ultra», éste es el lema de España y de mi sino. ¡Mi suerte en alas! Soy la colombina vela, la grulla primeriza de un triángulo que vuela y allende la violeta sombra de esta montaña, os anuncia otras Indias del alma —para España.
(Suenan músicas populares entre los robles butrónidas.)
ARISTO
Oigo un bronce que recorre, cayendo desde los cielos de una torre, el polvo de los abuelos.
VÍRULO
¡Adiós muros, adiós mis puertas, adiós calles! Macedonia no supo retener en sus valles a Alejandro. Devoto del alción Prometeo, ¿cómo ha de retenerte, Vírulo, el Pirineo?
FIN DE
LAS MOCEDADES
Plencia (Vizcaya), 1 de julio y 13 de agosto de 1924.
Camposena de Butrón.
A tres amados maestros,
A RAMIRO DE MAEZTU
A JOSÉ ORTEGA Y GASSET
A EUGENIO D'ORS
pobre homenaje del veraneo, 1926.
R. B.
¿Os place atravesar el túnel por el que vamos los hispanos a la par de una vida limpia, viendo, al fondo, en los tenues rayos las claridades que se anuncian?
Ved a Vírulo, el granviario, cómo gana sus jubileos, peregrinando los asfaltos de la Gran Vía, de Oxford Circus, o las catacumbas del metro.
Desfiló por la amable Europa toda rosa de pantorrillas, como cielos crepusculares con nubecillas coloradas en persecución de su estilo.
Olió la rosa de los vientos. Se lanzó por los toboganes de las inquietudes del día. En su cuarto se dieron cita los cuatro puntos cardinales.
El ángel que le pilotea le aleccionó los movimientos de la dinámica terrestre: tras el error, el sufrimiento, y tras el acierto, el oasis.
Palpó la fruta de su vida el hortelano de la muerte. La encontró verde de pasiones y la permitió que sazone sonrosándose de dulzura.
Nuestra crónica virulina no mana sino fuerzas nuevas. Vierte en los vidrios del ocaso el sol sus tarros de miel rosa. ¡Feneced, las viejas culturas!
«Inexorables jerarquías, oh seres interestelares, extirpo el gesto que me pone al margen neutro de la vida. Quiero mi época y su servicio.»
Encajó entonces en la arcada de su luminosa hornacina que combaba el sol en trascurso. Oprimió entonces el resorte del ascensor que eleva al día.
«Mi amor en mi arco luminoso. Antecesores en la vida que con su sol se la comieron y sucesores en la vida ¡pues que con su sol se la coman!»
Afirmó en suma: «Vivan otros la hora gótica clausurada, perfilen el feudal dibujo y vivan otros el Porvenirismo. Yo tomo el sol que me da el cielo».
Mi Vírulo entra en la corriente, capta el matiz color de tiempo. Hunde en la cima la garrocha con la pasión del alpinismo. Sacó el paisaje de las ruedas.
Los museos abren sus criptas. Asoma el universo niño, es lo coral cosmopolita, con las melenas aurirrosas de filamentos igniscentes.
Cráneo de Vírulo, la sonda de medir honduras celestes, realizaste un descubrimiento: «La homogeneidad de Occidente», Colón de la unidad del cielo.
No vio al Hércules, según uso, con su gran porra en el Estrecho. Aparecía bien vestido, escribiendo por atributo la firma en la cuenta corriente.
Oró en tu altar, mesa escritorio. «Dios sobrenada en las finanzas. Potencia de mi día, sangre de lo ecuménico, dinero, te acato reverencialmente.»
Los Bancos fueron su gimnasio. Por las paralelas del cambio, pasó a los Andes trasmarinos y entre piñas y chirimoyas rubricó de carbón el cielo.
Sostiene la época, al volante, al mecánico de ancha espalda. Sus manos vivas, como antaño las de los reyes paternales, rubrican de alma los caminos.
Misionero civilizado, fue fundador, la gran palabra, un San Javier cosmopolita; adoptando el mahón del humo, fundó sus peones celestes.
Nuevos dibujos del espíritu recrean su geografía. Se disiparon a sus ojos las breves manchas de los mapas. Vio fundirse los nuevos bloques.
Son la elipse del Occidente de los Urales a los Andes, la aurirrosada Sobrespaña, del Pirineo a Filipinas —«Nosotros los sobrespañoles».
Comprimieron sus pensamientos muchas atmósferas de pena. No hizo un problema de la hermosa. Besó las pieles, sin problema, inocente como un insecto.
Intimó con el geniecillo del motor que, turquí, se peta. Del maquinismo fue el Esopo. Él descubrió los fabulismos de la nueva mitología.
De vivientes ventiladores fue colgando en la Sobrespaña a sus Peonías celestes, mitad Loyola anacoreta, mitad blando Peñaflorida.
Dios le descendió su sonrisa, la peseta cantó en sus dedos. Fue afinador de meridianos. Vivid amigos, vivid hijos, con un poco de virulismo.
VÍRULO
Desde las ventanillas de los trenes, pupitres de mi estudio, volvió y volvió mi dedo páginas de horizontes.
Rumié los pastos de papel del asfalto. Intimé con plurales hemisferios.
La calle de Alcalá madrileña modela la cara del siglo. El Arco de París con su imán absorbe agujas adolescentes. Leí jardines de Roma y Londres, las bibliotecas de amatista. El Hyde Park parlamenta fumándose las pipas de la bruma. En el jardín de Dios el Vaticano, lleno de cabezas de dioses, los sicomoros presentan a besar su anillo de eminentes cardenales de la flora.
Ya soy el bachiller en panoramas. Soy hijo del extremo cabo luminoso del Asia que es Europa, en el extremo tiempo en que torna a sentirse el Occidente uno e inseparable.
Una hélice ideal nos voltea en el pecho el apetito de unidad del cielo.
Pide el mundo emergente el nuevo Miguel Ángel que enarque el domo del mundonovismo.
El cielo del planeta es como un parche tenso que suena a un solo mazo: la civilización. Trillones de energías consumando el instante. Superioridad sobre el mundo.
Victoria sobre el tiempo. Victoria sobre el espacio. Colmenas de motores sobre los meridianos.
Al posar un avión sobre los campos los liberta del peso de diez torres.
Aspas apasionadas y astros municipales fraternizan el aire de las civilizadas leguas en que piedra y acero disparan padrenuestros y obuses.
El cielo de Occidente es un parasol único: la torre Eiffel el fuste.
VÍRULO
Algo baja del cielo que recojo en las manos como el maná de los israelitas. El día, el día.
El sol perora el vozarrón de fuego. Estamos al servicio de su programa: el día.
Me entrega con su diestra a la rubia jornada, pareja con la que danzar en la obra.
El tiempo, galería de arcadas solares.
Occidente: acueducto innumerable. Sucesión de hornacinas luminosas. Veo en cada una de ellas, necesariamente, al cazador de renos, el mago, el conde, el cruzado, el peluquín de la Enciclopedia y el ochocentista.
Nosotros, bajo nuestra arcada, necesarios e inevitables, con la jornada del auricular del fono, con el despuntar de la pila del baño, con la hoja rasuradora que siega los predios de las mejillas, con el ascensor, el metro, con el asfalto en que florecen las rosas de las ruedas del auto.
La pasión fervorosa del presente.
LEO
Las agujas del reloj de pulsera cuadriculan lo ilimitado del bosque.
DEPORTIO
Árboles, mongolfieres de verdura, no acabáis de ascender. Infláis las copas.
VÍRULO
Aquí nuestra actitud. Oh monte, trazas el mismo gesto de la época terciaria. Mas nosotros vivimos en jovial metamorfosis. Estamos en el trance de trasladar la vida a un nuevo continente de acción y pensamiento. Laten en el lindero de la selva los pechos de nuestros motores. Mana el camino vidas color de tiempo. Pasa el ciclista sacando el paisaje de los pedales. Pasan los carreristas como pájaros, con sus pechugas de jubón blanco. Los autos y los trenes disparan horizontalmente el afán ecuménico, la obsesión de itinerario, la avidez de la pista, la pasión de nuestro tiempo de picar con motores cínifes los horizontes. La sombrilla vuelca su tintero en la cancha y sobre el cedazo de un tenis que pesca pomas viajeras un avión aplaude la conquista del gozo, ovación al sentido festival del mundo.
ATLETA
Por todos los tejados se cuelan los diablillos ecuménicos que descienden el hilo de la antena.
VERO
Del atrio al embarcadero, del pórtico a la red ferroviaria. La nueva rosa es el volante.
LEO
Prolongamos el cielo único a las arenas de los desiertos, Santiago corre en tanques blindados y en aviones. No hay en nosotros pensamiento que se emboce en la capa arcaica. Recortamos los aires en verónicas de aterrizaje.
VERO
Derruimos, angostos cercados de huerto, los cielos particulares. Empuñamos el cielo único para verter en su cuenco el universalismo. Bruñe, al fondo, nuestras siluetas lo coral cosmopolita.
IUSTUS
Nos dora a fuego universal cada mañana, con la llama del mundo, el soplete del diario.
LEO
Suéltanos de tus brazos, oh la nodriza verde. Confieso mi pasión por la ciudad, en suma.
VÍRULO
Procedamos con bocas ávidas a beber el aire gaseoso efervescente de velocidades.
El sol del día, la araña incandescente que nos tiene en sus hilos, nos vedó la grandeza. Nos fue imposible la grandeza. Fuimos vírulos. Fuimos vírulos. Una nueva grandeza, más rica, más pulposa que las anteriores, nos brinda en su botón la Época y su servicio.
Salto muy alto en el asfalto.
IUSTUS
Nuestro sol vierte otra misión para los jefes: Izar una cultura sobre el cuerpo coral cosmopolita.
VÍRULO
Nuestras vidas por gallardetes, signo de los motores carreristas y andenes. Nuestros pechos velludos en la primera vanguardia.
VERO
¿Dónde hallar el cayado que guíe el pastoreo de motores y muchedumbres?
IUSTUS
Parió el siglo pasado su fauna maquinista. Se presentó el mundonovismo en un resplandor de infierno. Envolved, envolved en luces blancas las máquinas y las muchedumbres.
DEPORTIO
El nuevo mundo tiene su embrión de ritmo en la entraña. Auscultad transatlánticos, aviones, cines, ascensores. Muchedumbres deportivas, mecánicos y carreristas. Facturad vuestros ángeles por la T. S. H. Enseña más estoicismo un motor que Marco Aurelio.
LEO
Demos criaturas vivas al regazo de Occidente. Fundad con voz de ritmo este nuevo edificio. Tomemos posesión del nuevo continente. Arrastra a nuestras velas el tifón de un sino.
ARISTO
Ondas revueltas. Chapalatea el tiempo estremecido. Pero del haz del día se levanta un cuerpo armonioso. Así el torso camarada brota de la piscina vestido de agua y de miradas en la serenidad del deporte mixto.
VÍRULO
Bostezamos ante el mundo antiguo. No lastimad, empero, piedras de fundición, las viejas raíces. Saludemos a estilos de soles puestos llenos de cortesía hacia las edades. Asilo de ayer, la piedad occidental entreabre el Museo. ¡De par en par las puertas! Arrojad a ese umbral las tres cuartas partes de la vida.
Plaza de Oriente.
LEO
Ved el vidrio que quiebra los colores hispanos. Generaciones sepultadas sin más en pie que el hueso del Uno, su Monarca.
VÍRULO
La plaza de Oriente es el gimnasio para templar las fibras al universalismo. Bordón occidental, oh cuerda prima. Suena el mundo una voz que va derecha al corazón de Hispania. Se pide lo ecuménico. Atención. A esta voz vivimos prontos.
ARISTA
Estadio de Occidente en el que se celebró la Olimpiada de lanzar por los grandes discóbolos Felipes el sol al horizonte indiano.
Parva en que se hacinaba el Occidente en gavillas de meridianos.
VÍRULO
Alcándara a tibor, jaula o tiesto, la piedra Real de España.
Jaula del Ave de dos cuellos. Jarrón del Tallo de tres flores.
Alcándara del Ave de dos cuellos. La Casa-Pájaro. Es el barroco. Resbala Europa dócil bajo las duras alas del Ave de la Puerta Visagra de Toledo. Don Carlos V ensalza los cascos del caballo, avión que se encarama al vuelo. Peto de Garcilaso, panal de la miel nueva, estilo del terrazgo interior de Toledo. El gran Duque de Alba y Santa Teresa. El azor que trasvuela del campamento a las catedrales. Con el Capitán de Cristo Loyola, tendemos sobre el Vaticano el cimborrio de la fe ibera. Las monjas y las abadesas toman las plumas del Ave. Su pisapapeles es la calavera.
Jarrón del Tallo de tres flores. La Casa-Planta. Es el rocalla. Devuelve Europa las tres flores de su racionalismo al cielo teresiano. Las luces del provecho iluminan las sienes que encienden claridades terrenas. Se enarcan las arcadas neoclásicas. Estilo de la diagonal de hierba pirenaica. Los animales de Samaniego conversan la moral ilustrada. Ven entre cálices de encaje llamear la inteligencia otoñal de Occidente. Escuchad la tronada que retumba el mundonovismo. El equilibrio, las prudencias de Jovellanos. Su pisapapeles, la esfera terráquea.
IUSTUS
Mundanistas y eternistas se combaten por dos Signos. El Ave las figuras teologales. La Planta figuras terráqueas. Cultura sacerdotal el Ave. Cultura profana la Planta. Saber de salvación el Ave. Saber de provecho la Planta.
ARISTO
Estilística pugna del Ave de dos cuellos y el Tallo de tres flores. Ropillas negras del Ave y chupas claras de la Planta. Luces cosmopolitas tras los vidrios de las mamparas del XVIII. Rasguea el pueblo la guitarra abajo en los ariscos romances. El estilista de la pugna, Goya.
VÍRULO
De mi hornacina luminosa tiendo la mano a las antecedentes.
Surca, potencia actual, mi carne y mi pensamiento. Tuyo soy, oh belleza neumática con ruedas llenas del aire del día. Tuyo soy, oh belleza helicoidal con hélices que menean los brazos joviales en el aire.
Mis ojos proyectan el yo de la época.
VÍRULO
Estoy bajo la arcada de mi día, adoptando mi puesto de época: el escritorio. Aceptaron los otros su hornacina de la almena y el claustro. Adiós las tejerías de la cultura hilada.
Remuevo un cielo de monedas.
Dios Padre es el cajero de la maravillosa caja de caudales del cosmos. Maneja sus dineros el sol y la luna en la estrellífera alcancía.
Miniatura, escritorio del poder accional del Génesis. Dios flota sobre las finanzas. El espacio y el tiempo giran en sus goznes.
Oh sellos de Hércules, monedas con que he de franquear el pliego de mi sueño. Templos de plata, Bancos, altares de signos reverenciales.
Me acerco a comulgar con la peseta.
Hacia los Andes Atlánticos.
LEO
La mar es un racimo de uvas. Vuelan sobre él abejas aeroplanos.
VERO
Tejen el mar Atlántico hélices de Occidente.
LEO
Amo el árbol del buque antena de horizontes sucesivos.
VERO
El barco de etiqueta tiene en la chimenea su sombrero de copa. Al llegar a tierra saluda sacando de un bolsillo el pañuelo batista de vapor, lienzo de nube.
VÍRULO
América, nuevo Occidente, con profusión de tallos salomónicos de que hicimos pilares del Trópico en Europa. Mi juventud contorsionaron las curvas vegetales de las Indias.
LEO
Grandes pájaros bogan en el aire. Desprenden como pluma su nombre, bella voz de morería.
VERO
Los alcatraces son alfanjes de pluma que siegan a las olas.
VÍRULO
Bajo el pompón de las palmeras brinca un friso de niños desnudos de enjuta canela.
Andes Atlánticos.
VERO
Pestañea el paisaje con las hojas, párpados de las ramas.
DEPORTIO
El sol esposa el cielo que es una moza de quince años.
LEO
Los plátanos están rijosos con la erección de sus frutos.
VERO
Al fondo las olas Nausícaas lavanderas cuelgan la ropa blanca de la mar en las peñas.
VÍRULO
Hemisferio de la faena vestido de follajes de humo. Ea, hipopótamos de hierro, en marcha, animales mecánicos, elefantes de acero con la trompa de la grúa que sopla aliento de cadenas. Con las estilográficas de las chimeneas rubrico, en tintas de humo, cheques de poderío.
Adiós, el mundo anciano, mis glorias son ruedas en marcha.
EL PATRÓN DE VÍRULO
«Hércules fue el de la maza, Amadís el de la ardiente espada, Vírulo el de la cuenta corriente.
Mi dinero, saeta que mojo en heroísmo, pone en la salvación su puntería.
El cielo es nuestro estadio del Pirineo a Filipinas.
Salid sonrisas de celestes peones por las encías desdentadas de la vieja cultura que bosteza puertas solemnes.
Somos peones del aire unificado, angélicos canteros, zapadores del viento, afinadores de meridianos.
Vendimian nuestros pies los nuevos horizontes.
Cada tierra pulsó su meridiano. Reafinamos las cuerdas con el diapasón único: la Sobrespaña.
Atlántico, la boca de este laúd que es Occidente: Las alas de las carabelas combaron sobre ti el gran domo de la Trinidad de Occidente. La paloma del Paracleto copo de candidez en el Ecuador ávido.
Esas alas son hoy las del avión hispano.
Anclan maromas de humo el territorio de Occidente a la cúpula nueva de aerobuses y palabras viajeras. Somos delfines de un Atlántico celeste. A la Sobrespaña de fuego altas y puras humaredas cuelgan del cielo único.»
«Me quiero perpetuar, no en la carne, sino en la comunidad» —exclamó, por aquellos días, Vírulo.
«Esto me tenían destinado las estrellas.»
«Ya viene un poco del Poniente sobre lo que fue mi madrugada y hoy es el Mediodía.»
En el meridiano de Madrid, bien oliente, sobre unos oteros que estremecían con sonajas de chopos el azul metropolitano, puso en pie su fundación contra las resacas del tiempo.
Vaciló en darla nombre, sabiendo que la palabra es mitad del alma de las cosas.
No la llamaría el cenobio, ni la abadía, ni el convento, ni el claustro, ni la cartuja, voces musgosas de siglos.
La llamaría simplemente LABORATORIO DE PEONES CELESTES.
Nada de títulos de Abad, de Rector, de Presidente, Director, ni otros, no otra cosa, sino las sencillas palabras del patrón y peones.
Antenas en lo alto sondeaban los fondos del cielo.
Abajo, galerías y piscinas bajo la directiva del peón Deportio.
Por un claro del patio se elevaba el avión, coleóptero egregio.
No fue menester la hopalanda, ni la cogulla, en la fundación virulina, el uniforme fue el azul, el mahón celeste de las humaredas, los ángeles y los obreros.
Sobre el enlucido mural aparecían, en placas de índigo, inscripciones como:
«Adoramos el presente sin añoranza alguna»,
o esta otra:
«Occidente es un orbe de orbes»,
y ésta:
«La Sobrespaña, constelación de Occidente»,
y ésta:
«El oro que arde al fondo de nuestras vidas, lo ecuménico».
A la vajilla de loza orlaba la inscripción siguiente:
«Lo hilar es el canto de coro de la casa».
A la hora de yantar prorrumpió Vírulo:
«El sentido macizo de los occidentales.
De misa a mesa no hay más que una letra.
Va la unción en el templo al mediador que come y bebe, de casulla, realizando el acto de las esencias sacramentales».
«La misa es la mesa. La mesa, la misa.»
En el testero de la sala, fundida en dos metros de ancha, se suspendía la pieza de un duro, con sus manecillas de plata y sus cifras de horario.
Al sonar la hora se producía el bote de una moneda sobre el mármol.
En los cuartos se derramaba un puñado como si se volcara una gaveta.
En torno del reloj, unas letras declaran:
«La risa de Dios es el timbre de los dineros».
Pendían en los claustros dos grandes mapas.
Era uno la sombrilla de Occidente de los Urales al Canadá, y Patagonia entre varillas de meridianos.
Era otro, la Provincia Occidental de la Sobrespaña, del Pirineo y Filipinas.
Patrón y peones, tras de nadar, correr, cantar, dibujar cercos, bajo la directiva del peón Deportio, se acogían a sus celdas de laboratorio en cuyas cubetas y tubos de ensayo desmenuzaban los componentes de la Sobrespaña.
Se distribuyeron en sus experimentos los cielos fracturados.
Patrón Vírulo distribuyó faena. «Precipita el cielo de México.» Peón Vero se acogió a su celda. «Precipita el cielo del Perú.» Peón Leo se acogió a su celda. «Precipita el cielo argentino.» Peón Arista se acogió a la suya.
Patrón Vírulo se reservó precipitar en sus tubos el cielo peninsular de España.
Se reunieron a confrontar los precipitados.
|
Teología |
Hispanismo |
Mundo-novismo |
Conciencia asiática |
---|---|---|---|---|
Cielo de México |
50 |
60 |
25 |
25 |
Cielo del Perú |
60 |
85 |
20 |
25 |
Cielo de Argentina |
50 |
75 |
50 |
10 |
Cielo de España |
70 |
75 |
50 |
10 |
Patrón Vírulo sumó la experiencia en estas palabras:
«Hispania fue la gran alondra del globo.
La Sobrespaña, por contraste, abre los ojos de Argos.
A Hispania atrajeron los vidrios más bellos de la claridad y la nobleza.
En cambio, buscones de energías frescas, los sobrespañoles, clavamos la mirada en el cielo civilizado que resplandece con magnificencia sideral de monedas.
¡Vigorosas estrellas crematísticas sobre nuestras cabezas!
Nuestro soplo de unción fluya por las finanzas.
Manejemos caudales con el fanatismo de dominicos y jesuitas.
El cielo único se ha tendido: es la Sobrespaña.
No somos de aquellos que se revuelcan en comodidades.
Atentos al social servicio de endiosar a la humanidad aspirante, manejamos las palancas de la pujanza.
Lanzamos las monedas por las vías del ultramundo».
Tomando Vírulo veinte monedas de plata las lanzó sobre el mapa de la elipse ecuménica de lo hispano en el mundo, duchando a la Sobrespaña.
«He aquí el bautismo de los peones celestes.
Agua de plata, agua de plata para levantar sobre el globo la mística potencia de una cultura.»
Entonces pronunció la voz angular de sus fundaciones:
«Hijos sobrespañoles. Cerrad el triángulo del mundo: poder, raya tendida por el puño del padre.
Saber, raya de luz de la mente del hijo.
Amor, línea en que vuela el Espíritu Santo.
En nombre del vigor, Padre del Mundo, reverenciad las plenipotencias.
Dios suspende su puño sobre los Bancos.
En nombre del saber del Hijo, disipad angosturas rinconeras.
Dios apoya su frente en las Bibliotecas.
En nombre del amor del Paracleto, uníos a los átomos, globos y astros.
Dios pulsa el corazón en el sol del Cosmos.
Ved cinco plumas en el ala del peón celeste.
Primera pluma:
Intima con el mapa que sella el Occidente al Globo. Pastead con los párpados esa ración de cielo.
Segunda pluma:
Profundiza el área de la Sobrespaña, que va del Pirineo a Filipinas. Brinca, tal un delfín, en ese acuárium celeste.
Tercera pluma:
Fundid los hielos del engolamiento. Poned cómodas a todas las cosas en ambiente de benevolencia.
Cuarta pluma:
Huye la plazuela vocinglera. Acude al laboratorio. El porvenir está en los tubos de los técnicos.
Quinta pluma:
Orden. Claridad. Disciplina. El siglo XX va de la mano del XVIII».
Peón Deportio conmemoró el día:
«Damos la mano a las bacantes de la velocidad. Bebemos el espacio, el licor báquico de los occidentales. Una bacanal casta atraviesa el planeta.
Está alojado en nube y ola nuestro Benjamín de Occidente.
En el paisaje mueve su cola el geniecillo que es el escape azul de la bencina. El motor hijo amado del dinámico cielo.
Aparecemos y desaparecemos como dioses de Homero, maquinísticos Hermes. Rocío de años sobre los motores.
En el tejado de los aeródromos reposan cohetes de verbenas, crían árboles seculares las estaciones ferroviarias.
Absorbiste, abuela occidental, locomotora, el espíritu religioso de España.
Cobraste, avión, dulzura en los aires que hendió el primer más pesado que el aire, al Sagrado Corazón que reina en España con preferencia de en otras partes.
En esta bacanal del movimiento el motor zumba un ritmo de balada».
Peón Leo celebró su jornada en el auto:
«Sobre la vía láctea del camino nos creímos meteoros humanos.
En la ofensiva de detonaciones la ciudad ametralló al campo. Asistían en las orillas de dos en dos los plátanos, los padrinos del duelo.
Muñones vegetales entre las gasas verdes. Perdón por la crueldad árboles mancos que tenéis la apostura de autores del Quijote.
Huían, dos a dos, los plátanos parejas de lisiados en un Lepanto de Ciudadanía».
Peón Vero declara la balada de la hélice:
«Rueda de aire, hélice, pirotecnia sin fuego.
Os siento segar predios angélicos, las auras de la levitación de los santos, aviones, segadores con dos hoces en giro.
Hélice, el agujero de la boca con que el occidental chupa el cielo.
Hélice, tus paletas son los brazos que echa Occidente al cuello del cielo, tras de su gran amor, el espacio».
A Peón Vero.
EL PATRÓN DE VÍRULO
Rugió y mugió discursos de prudencia la fama que creó Dios el día quinto. Eran aves y sierpes y eran grandes felinos. Tuvo también su quinto día el varón de Occidente. Su quinto día, el siglo XIX.
En otro tiempo daban lección a los humanos los rudos animales de astucia y vida cauta. Salía la sapiencia a través de los picos, las bocas o las fauces. Pero la época no fabuliza a través de las fauces, las bocas o los picos sino a través de escapes, válvulas y bocinas. A fuerza de vivir juntos entendemos a los motores.
Se cerraron las fábulas a base del material del día quinto.
Quedan abiertas otras. Escuchad a las máquinas. Escuchad su lección de ritmo.
Calla doña raposa, don león, don caballo. Avanza doña grúa, don cilindro, don émbolo.
Penetra en un taller de fabulista.
EL PEÓN VERO
Entré al orbe ya anciano del humo ochocentista.
De las Indias del cálculo condujo al panorama el siglo XIX otro Alejandro Magno los nuevos elefantes.
Deslumbráis altos hornos las comarcas como en la antigüedad los santos. Asemejáis al corazón de Santa Teresa.
Al palpar a las grúas yo me sentía Esopo ante otros animales.
Yerguen en pie un silbato los talleres, como un árbol nevado. Vi aparecer al Papa entre los hierros. —Os bendigo el yantar de las doce —declara.
Y derramaban hombres las calderas.
Girando con el día, desde el levante al ocaso, alargaba la grúa su trompa de cadenas.
Resoplaba vapor al volverse.
Topó con la vertical inflexible del talle de la chimenea.
—Qué bien se ve de lejos al ocioso que fuma mientras yo peno encorvada.
No obstante al encumbrado le coronaba el halo fogoso de los santos.
—Mis entrañas son brasas —dijo, y sembró en surcos de humo un trigo de centellas.
No se engañen los ojos por la ajena apostura.
Bajo el vertical ocio hay congojas de fuego.
El cielo único de la civilización en alto, el suelo único del asfalto en bajo. Entre ellos un camión devoraba espacio. Disparaba sus tubos, batería sin balas.
Trasponiendo un ribazo encontró un pueblo en fiesta.
Sobre el cielo del pueblo motoreaban cohetes.
El camión se detuvo. Sus hombres vacilaban. Tentación. ¿Mezclarían sus pies al regocijo?
Elevó el radiador su voz de vapor de agua: «Vámonos. Yo resueno mejor que un pueblo en feria.
Vuestra verbena de cohetes, os la sueno yo en marcha».
Rechaza la alegría que brindan las orillas. Del medio de la ruta de la obra sale el gozo.
Vio el avión sumergiendo la mirada, anclado en el arroyo, al molino.
—Pudiendo aquí saciarte de azul tierno ¿cómo giras las aspas en un hoyo?
—¿Cómo licencias tú los brazos que pudiendo moler juegan sin uso?
—Con lo que tú amontonas para Marta, yo viajo.
—Tu vagar de María es mi faena blanca.
Mueve tu vida indiferente al cargo, seas avión, seas molino.
El motor catoniano en la penumbra de la central eléctrica.
La rueda del volante derramaba su voz en el río del aire.
Dijo: «Laboro, a ciegas, apasionadamente. En los panales de los hilos van hilando mis émbolos una miel luminosa. So mis cables, docenas de niñas se espejean, docenas de estudiantes beben sabiduría.
Soy un panal de claridades enterrado en tinieblas».
Muchos, hermano, somos el motor de la fábula.
¿Doy luz a alguien? Y bien, trabajo a obscuras.
Sevilla. Fundación de los Peones Celestes.
EL PATRÓN VÍRULO
La cuenca atlántica es nuestra cancha. De campo a campo de los continentes gemelos. Abrimos ante vosotros la sombrilla de Occidente, miniatura de un cielo único, cuyas varillas son los meridianos.
Sin cohetes, sin campanas, sin bastones de autoridades, sin báculos episcopales, sin el magnesio de los retratos de banquetes, forma aquí en este borde nuestra escuadrilla invisible.
Dejad que la lluvia clave con sus puntas de agua almas sumisas en soportales provincianos.
Nuestro campo la cúpula de una sola cultura. Abajo están los predios de las veinte naciones laboreados por yuntas de funcionarios.
Con el filo de la Giralda rebanamos en el planeta nuestro casquete, lo español ecuménico, ración de humanidad de 100.000.000 occidentales.
Sois 100.000.000 rusos de Oriente. Somos 100.000.000 sobrespañoles de Occidente.
Amamos el mundo de Valores. ¿Cómo llegar a él? Siendo sagitarios vigorosos de monedas. Colocamos ante los ojos la Potencia.
La moneda es hedionda atraída con sordidez para fines pazguatos, la moneda adquiere resplandor de arcángel en ruta hacia las vías del ultramundo.
Proclamamos que hay un dinero de metal de la trompeta. Proclamamos que es pariente del acero de la espada. Proclamamos, peones celestes, que el dinero es heroico. Proclamamos que es reflejo del brazo del Padre y presunción de su complacencia. Proclamamos que Dios flota sobre las finanzas. Proclamamos que mover un céntimo es intervenir en la dirección del cosmos y que una chispa del poder paternal ha puesto Dios en tu bolsillo. Indicamos que apunte la artillería de los cheques hacia los blancos del ultramundo.
Levantamos los rostros hacia la astronomía vigorosa del cielo civilizado a su constelación hercúlea de monedas.
Nuestro acorde sobrespañol resbala por lo ecuménico de Sobrespaña, afinadores de meridianos.
Habana. Fundación de los Peones Celestes.
EL PEÓN VERO
Por la posta del cielo, el pliego de una nube.
Mensaje a la Isla entre Jamaica y las Bahamas, blanca de nieves tropicales de la cal y los driles. Guión fragante de Sajonia a la diestra e Hispania a la siniestra. Hangar del avión de Occidente que es el Crucificado. Entre orlas y bambúes y cañas de azúcar desfiláis, antillanos, conforme a nuestras mismas estrellas.
Nuestro índice señala el benzol de la Sobrespaña, el nuevo azul universal civilizado.
Cuando se decolora el tinte industrial celeste aparece múltiple, parpadeante, un fondo sideral de monedas.
Está el vigor del Génesis entre rejas pulidas. Los insectos de Cuba salmodian en los Bancos.
Unción sobrespañola por tus cañaverales.
Nido de estrellas, el bolsillo lanza en la dirección de Dios tus luceros.
En la Bahía que tragó el sol de los Césares, en los montes que blanquean los huesos del gran muerto, huesos del Católico Imperio, elevan un aroma de romance las voces del terrazgo de Toledo. El pez con alas, Cuba, vuelas un rato largo sobre el mar, entre peces volantes, hidroaviones sutiles.
Puerto Rico. Fundación de los Peones Celestes.
EL PEÓN IUSTUS
Al azul teológico de Hispania mezclamos el benzol, azul civilizado. Vagamos por los campos de la pelea fraternal de Occidente, entre hispanos y sajones. Hollamos bajo la hierba una bala. ¿Qué dices, signo de la ortografía civilizada?
—Lutero, Colón de la Biblia, colonizó el gran libro a la sombra de los abetos de Turingia, advirtió que, según el Viejo Testamento, Dios propaga la virtud en especies temporales. Aproximó el allende al aquende para uso de sajones. Estableció el deber de cada día. Manejan relojes en Suiza como quien asiste a una misa. Limpian cacerolas en Holanda como quien examina su conciencia.
—Loyola, encapuchado en su cueva catalana, cuelga a Hispania de las palmeras del Mediodía. En vez de una muelle esposa tuvo una piedra por compañera. Sobre ella y no sobre una monja renegada «el allende está allende y el aquende está aquende», se yergue a proclamar como una llama…
El hispano se inscribe al magno empréstito de la muerte, según la emisión de los Ejercicios.
Llega tu hora, bala. Es Trafalgar. Es Santiago. Es Puerto Rico. Los cientos de espoletas de las bombas sajonas elaborados con sentido sacramental del trabajo rematan a los espoliques hispanos: Por las nuevas rutas de la Sobrespaña, te emplearemos, bala, sin error ortográfico.
Panteón de Bolívar en Caracas. Fundación de los Peones Celestes.
EL PEÓN LEO
Tragado por la nube del mármol se acostó aquí un sol de hombre. Su aparición cambió la astronomía de nuestras estrellas. Éste es el gran sarcófago de la inquietud hispana. Éste es el osario antípoda del Escorial de los Reyes. Aquí la civilización gesticula contra la cultura. Hacia los huesos del bracmán Bolívar que transmite la nueva de la liberación de los sudras negros y mestizos, vuelven sus pupilas los hispanos derramados por el Globo.
Los Peones Celestes saludan al alabastro. Bolívar descorrió con sus brazos el cielo civilizado.
Aquí fue licenciado el sol de las costas, el sol de los Felipes. Aquí se precipitó a la creación hispana más allá de los estilos tradicionales del Ave y de la Planta, del Ave de dos cuellos con sus cuatro ojos vueltos a la honra, y el Tallo de tres flores aromando perfección terrestre.
Suben hacia Bolívar plegarias de aeroplanos.
Están en vecindad, como dos senos en el pecho femenino, los dos hemisferios occidentales. Sajonia a la siniestra e Hispania está a la diestra. Los tres reflectores de Occidente, Madrid, Lisboa y Londres, introducen sus ojos desde Canadá a Patagonia.
Discóbolos de un sol creacionista, lanzamos interiormente otro globo de fuego de cabo a cabo de la Universidad hispana:
«SE DESMORONÓ LA GRAN ESPAÑA. SE DISPERSARON LOS ESPAÑOLES DEL GLOBO. TEJAMOS AHORA LA SOBRESPAÑA. UNAMOS A LOS HIPERHISPANOS».
Buenos Aires. Fundación de los Peones Celestes.
EL PEÓN ARISTO
Cielo con los colores de la Concepción de María.
Sobre la pupila del Atlántico tiemblan los párpados de América y Europa.
En la nueva elipse de lo ecuménico hispano, Buenos Aires un iris de nuestros ojos.
Buenos Aires de heroicos escritorios. A Dios no se le halla sino sumando los balances.
Da al acelerador del ritmo de Occidente tu mecánico de los brazos rectores.
Los Peones Celestes le manifiestan su reverencia. Guías de movimientos han sido los artífices de la cultura de Occidente. El nuevo guía, conciencia de autobuses y camiones, pastorea jóvenes greyes.
Las ciudades de la elipse hispana dibujan en el Globo la joya de una pedrería homogénea.
Nos movemos como San Pablo en la afanosa colmena urbana.
El cielo de las urbes lo extendemos al campo. Ganemos el occidental jubileo.
Bajo el cielo único, el cielo civilizado, se saludan de extremo a extremo el avestruz de las pampas y la jaca jerezana, el carabao de Filipinas y los bueyes del Pirineo, los titís de las selvas de Venezuela y las raposas de Asturias, los cuervos y los zamuros, los papagayos y las gaviotas, los cóndores colombianos y el águila de la Sierra de Gredos, los peces voladores de Cuba y los delfines retozones de Galicia. Porque todos ellos, al trepar un risco, al hociquear el aire, al posar en un árbol, sienten sobre sus cuernos, sus picos, sus escamas, sus copetes, los vellones de un cielo único, del cielo civilizado.
Deshojamos las rosas de las hélices, las rosas de la nueva alegría: La conquista de la homogeneidad celeste. La homogeneidad celeste se llama la Hiperhispania.
Santiago de Chile. Fundación de los Peones Celestes.
EL PEÓN VERO
Las escalas nos depositan en vuestro asfalto. Hermanos de la humanidad urbícola. Hermanos en sombreros, corbatas, sentimiento cósmico, cultura. Sentido inicial del mundo emergente. Vuestras casas andaluzas se suman al bloque de la nueva perspectiva. No las enmarca un mapa nacional con su angostura. Blanquean unánimes en la elipse de la Sobrespaña. Nuestro equipo añuda manojos de meridiano del globo. Permitidnos llevar al vuestro a la gavilla.
La Sobrespaña es un gran neumático para que nuestra raza ruede sobre el mundo.
Manila. Fundación de los Peones Celestes.
EL PEÓN LEO
Es la noche, muestrario de monedas del Padre.
Sobre Manila, testa de las islas, suena el faro la flauta, su farola, pastoreando las olas crepusculares.
Ciñe en el chal de la puesta Manila sus flecos de hembra española.
En las cabañas, sobre los pilotes, la raza amarilla, el pueblo tagalo, estucha en su ojo oblicuo el Occidente.
Desplegamos aquí, como una rosa, el parasol universal de los occidentales.
Fijando nuevos hitos en el campo del cielo, llegamos a la meta final del Occidente. Pelotón dorado e inofensivo, sacamos el viejo sol de los desvanes de los alcázares de los reyes y nuestro equipo lo trajo con pies ágiles por el campo celeste en que no se ponía.
Aquí rozamos los solsticios chinos.
Manila es la orilla del cielo.
FIN DE
MEDIODÍA
Plencia (Vizcaya), junio-agosto de 1926.
Camposena de Butrón.