LAS ALAS DE LINO POEMA DRAMÁTICO

ACTO PRIMERO

Portada de una casa armadora de navíos, en Plencia de Butrón, puerto vizcaíno, a la vera de un río, en las inmediaciones de un puente de nueve ojos. El pavimento enlosado de piedra. A la derecha asciende el tramo de la escalera. En los muros, a ras del suelo, como en el piso primero, puertas de bodegas en que se embarrila el vino cosechado en las caserías.

En la anchurosa estancia se componen, zurciéndolas, velas de los bajeles de la matrícula. Algunas mujeres se inclinan sobre la faena.

La acción ocurre en el siglo XVI.

ESCENA I

VOZ

Lino errante, lino que portas en andas el leño marino arfando, en volandas de la mar inquieto, tu ala gira al sesgo el cielo violeta… Dios te evite el riesgo. La lona albicante, tu fibra se seca so la luz radiante; mechón que la rueca tejió en nuestras manos, a mi amor procura los oros indianos… Vuela a la ventura.

UNA VOZ

Circundando el globo, desde otro hemisferio, altas y flamantes, llenas de misterio. Erecta entre jarcias la marinería, las goletas entran, cantando, en la ría. Por tierras lejanas, y aromados mares, erguían sus palos, lejos de los llares.

OTRA VOZ

Las almas que quedan, hacia las galeotas se fueron volando como las gaviotas. Y, cuando desbordan el viejo horizonte, rebasando el agua, tras del postrer monte, van las suplicantes, hacia la capilla, a encender la llama de una lamparilla.

OTRA VOZ

Vasos diminutos y chisporroteantes que oran por la suerte de los navegantes. Lucecitas de oro y rubias candelas, sois la buena suerte de las carabelas. Lino de la vela, hermano del lino de mesas y camas, guía a un buen destino.

ESCENA II

(Entra UN ADOLESCENTE.)

EL MUCHACHO

La paz sea en casa. Sabed que a la boca del puerto, una nave con su proa emboca, ostentando el nombre de María Luisa, y entra, con los lienzos redondos de brisa.

VOZ DE MUJER

Madre, el bajel nuestro.

OTRA VOZ

Virgen, nuestra nave.

OTRA VOZ

Id a la Señora que el hecho no sabe.

(Se dispone a subir por la escalera que conduce a una habitación de la familia armadora Andraca, UNA ZURCIDORA. En este momento comienza a descender la misma escalera la hija del armador, que conduce una candela en la mano, en señal de ir a alguna devoción piadosa.

ISABEL ANDRACA es joven de veinte años, muy bella. Ambas mujeres se encuentran en los peldaños.)

LA QUE SUBE

Nos viene la nueva que entra en la bahía la nao en que César hace travesía.

ISABEL ANDRACA

Por la Virgen Madre, ya viene mi hermano. Qué dirá de aquese nuevo mundo indiano.

UNA ZURCIDORA

Viene nuestra nao. Hoy es fiesta en casa.

UNA VOZ

Yo salgo.

OTRA VOZ

Yo salgo.

OTRA VOZ

Voy a ver qué pasa.

ISABEL

Virgen, qué portentos traerá y maravillas de coral y nácar, desde las Antillas. Voy a que lo sepa la abuela.

(Torna a subir la escalera y se hunde en la casa.)

ESCENA III

(Aparece en el dintel de la portalada, montando a caballo, FERNÁN BUTRÓN. Es joven de veintisiete años. Está vestido con traje de caza a la moda señorial del tiempo.)

FERNÁN

Halconero. Reclama el halcón, no pierda el lindero.

(Se escucha que suenan en la calle unos cascabeles argentinos para cobrar al pájaro cazador.)

VOCES INVISIBLES

Ua, torna, ua. ¿No vuelve la mano?

FERNÁN

Tornad a llamar si está muy lejano.

(Se vuelven a oír los argentinos cascabeles del reclamo.)

ZURCIDORAS

(Saliendo.)

Adiós Don Fernán.

FERNÁN

Adiós. ¿Qué se sabe del día que llega vuestra indiana nave?

UNA VOZ

Se sabe que en aguas está de Plasencia.

FERNÁN

Cielos, bendigamos a la Providencia. Me promete César dos negros de aquellas Islas. Dios os guarde. Id, con ÉL, doncellas.

(Acude un siervo hacia el caballo de Don Fernán para ayudarle a descabalgar. DON FERNÁN echa pie a tierra; se desprende de una ballesta que apareció colgada a su espalda y que le entrega al fámulo.)

FERNÁN

La paz sea en vuestra cristiana morada. (Admiración.)

UNA ANCIANA

Señor, Dios os salve.

FERNÁN

Nuestra portadora muestra hoy un mutismo que no es de costumbre.

UNA ANCIANA

Fuéronse hacia el muelle, con la muchedumbre, a ver nuestra nave.

(Óyese dentro de escena el paso cercano de un silbote y un tambor, instrumentos de la fiesta vizcaína, con que se va a recibir al velero que entra.)

FERNÁN

¿Disteis el mensaje a Isabel, a quien rinde vasallaje mi alma, toda?

LA ANCIANA

Púselo en sus propias manos, que, no en balde, mi arte peina rizos canos.

FERNÁN

Así, pues, diríate…

LA ANCIANA

Asintió a la cita, y para hoy dispuso subir a la Ermita.

FERNÁN

No obstante, yo ojeaba por única caza su paso, que tiene de paloma traza. Y, a pesar que supe girar la colina, con más giros que halcón en neblina, no la vi.

LA ANCIANA

Tened, ya baja la escala.

FERNÁN

Sal, cuida la puerta.

(FERNÁN DE BUTRÓN entrega a la anciana una escarcela con dinero. LA ANCIANA le besa la mano con pruebas de reconocimiento, e intenta besarla de nuevo.)

LA ANCIANA

Gracias.

FERNÁN

(Cariñosamente.) Hala, hala.

ESCENA IV

(ISABEL ANDRACA desciende la escalera como en la escena precedente y al ir a tomar la virola de la balaustrada, apercibiendo a FERNÁN DE BUTRÓN, se detiene.)

ISABEL

¿Aquí estáis, Fernán?

FERNÁN

(Aproximándose a ella en un rapto de vehemente afección.)

No ha mucho, en la hierba tu aparición dulce y clara y superba aguardaba en vano sintiendo en el suelo, como si en la rúa mi piel fuera un velo, el roce menudo de ese tu pie enano, un pájaro mosca que cabe en la mano, la luz de tus vastos ojos, con que bañas en jugo de estrellas las largas pestañas, tu carmín del labio que ofusca mis ojos con tus lumbraradas de tozines rojos.

ISABEL

Fernán-ruiseñor, hablas como encanta, con garganta regia, el ave que canta.

FERNÁN

La primera llama que, ante tu presencia, me brotó en el pecho, no enfrió su esencia. Ha poco, en el césped de la Ermita, yo iba añorando, abeja que recuerdos liba. Tomando aquel prado a guisa de cama, yacía tumbado en la verde grama. (Que el amor parece gusta en sus empeños de la horizontal de muertes y sueños.) Cuando se presenta a mi alma el instante que fue el del primero coloquio de amante, y en el que, mirándote el negro cabello, que es como una noche sin ningún destello, pensaba, a tu vera, en la blanca senda del mechón futuro de canas que prenda, encima la frente, en tu oscura mata; yo iría a la muerte por su hebra de plata.

(Se percibe vagamente, llegando de la lejanía, el rumor del gentío que avanza por los muelles a compás del bajel; comienza a insinuarse el coro de los tripulantes que clama a bordo entre las apagadas notas del silbote y el tambor.)

ISABEL

Tantas como voces mueves, exquisitas, por dejar tus ansias, en mi pecho, escritas, desprendo yo lágrimas, Fernán, en silencio, con tu efigie en mi alma, que amo y reverencio. Pensando que a nuestros destinos separa mi familia oscura, tu prosapia clara.

FERNÁN

Creo, firmemente, en la elección pura; una afinidad radical procura a cada alma activa su hermana gemela; quien vuela busca alma, volátil, que vuela; quien yace que yace, y ése es parentesco, por electo, egregio, vulgar y grotesco. No hay otra familia que la que uno crea…

LA ANCIANA

(En la puerta.)

Ya se acercan.

(Acrece considerablemente el rumor del gentío y de la nave cantora.)

ISABEL

Sea para otra vez.

FERNÁN

Sea.

(Se toman la mano muy efusivamente y se despiden en silencio. ISABEL queda en el rellano junto a una ventana con barrotes de hierro, presenciando la llegada del navío, en tanto que FERNÁN atraviesa la puerta de salida. La escena queda un momento desierta sin más figura que ISABEL acodada en el alféizar.)

(A través del hueco de la anchurosa portalada se ve acostar al muelle al María Luisa, que luce las velas desplegadas y ostenta gallardetes de color amarillo y morado. Suenan las notas del silbote y el tambor; clamorea la muchedumbre que se mueve a lo largo del muelle y a par de las velas que surcaron la ría.)

(CORO DE MARINEROS llevando el ritmo de un acordeón.)

Lona que subes hacia los cielos de un mar sin nubes, en largos vuelos; lona que subes hacia los cielos. Leño que ondeas sobre las olas y albo campeas cuando enarbolas, leño que ondeas sobre las olas. La lona, el leño, torne a mi playa; como en un sueño vuelva a Vizcaya. La lona, el leño torne a mi playa.

(A través de la portalada, se ve en la distancia cómo el navío María Luisa desplegaba las velas y colgado de gallardetes se acerca a la rampa del muelle. Las banderolas de la nave son moradas y amarillas.

Entran algunos rapaces, yendo y viniendo con inconstancia hasta que por último se sitúan a las márgenes del desfile de la comitiva.)

LA ANCIANA

(Retornando al portal.)

Voy a recoger los lienzos tendidos.

(Toma los lienzos, los arrolla y deposita en una de las bodegas.)

(Suenan gritos monteses peculiares de la alegría popular en el Pirineo.)

ISABEL

(Trasladándose a la puerta en donde espera.)

Alegran los aires gayos alaridos.

VOZ DE UN NIÑO

Ahí va. Traen salvajes dos negros indianos.

(Plañe por lo bajo, entre los marineros que se acercan, un acordeón.)

VOZ DE OTRO NIÑO

Un simio.

VOZ DE UN NIÑO

Y las aves de Indias, en las manos.

UN MOZALBETE

La primera nave que llega del mundo nuevo de las Indias.

ISABEL

Qué gozo profundo es el del retorno. Qué alegre cortejo.

UN MOZALBETE

Yo contaré esto cuando sea viejo.

ESCENA V

(Entre las hileras de niños y mozalbetes, se acerca la comitiva, presidida por CÉSAR, a quien tiende el brazo amistosamente sobre los hombros FERNÁN BUTRÓN.

ISABEL adelantándose unos pasos de la portalada se abraza a su hermano formando con él un bello grupo.

FERNÁN requiere a sus dos esclavos negros con los que entra a primer término.)

CÉSAR

Mundo familiar. No es la gaviota, ni la pedrezuela más humilde, ignota. Hoy cumplen diez meses que dura mi ausencia, aspiro tus aires gratos, mi Plasencia. Qué orbe el de las Indias, Isabel. Qué gloria la de aquellas selvas sin ninguna historia que la natural de bestias y de aves… sin más blancor que el de nuestras naves. Maravillan nuestras Indias de Occidente. Los ríos parecen el mar; su corriente. Endulza bastantes leguas del Océano, y es como desierto verde, el vasto llano de sus campos. Romas que desflecan nubes, tanto indiano tronco, a los aires subes. Animales regios, el león, la pantera, emiten su aullido cálido de fiera. Plumas, como esmaltes, que ofuscan la vista; tales los portentos de nuestra conquista. Dos aves vistosas y un simio burlesco conduzco del orbe dulce y gigantesco, que ojalá entretengan de Isabel el ocio, más dos negros hijos de aquel equinocio, esclavos que porto a Fernán. Dad suelta al vino de las cubas y mojad la vuelta.

(CÉSAR asciende por la escalera, inmediatamente seguido por ISABEL. Dos MARINOS conducen en las jaulas una cacatúa y un loro. UN TERCER MARINERO arrastra de su cadena al simio.)

FERNÁN

¿Tornas presto, César?

CÉSAR

Al instante.

FERNÁN

(Contemplando sus esclavos.)

Aguardo, raras criaturas de linaje pardo.

(Algunas de las ZURCIDORAS descienden de la casa de Andraca un azafate con vasos para repartir el vino que se escancia de las cubas de las bodegas.)

UNA ZURCIDORA

Aquí va un servicio de casos.

UN MARINO

Ya llega.

ISAAC ALCATENA

(Sirviendo el vino.)

Ah, nada más dulce para el que navega que verse entre bellas mozas y entre amigos tras surcar la niebla y el viento enemigos, danzando en las crestas de la oleada fuerte un baile macabro con la dama Muerte. Bebamos el jugo rojo del sarmiento a salud del mar, las mozas y el viento.

UNA MORA

¿Qué tal esas aguas llenas de misterio por las que surcabais el nuevo hemisferio?

ISAAC ALCATENA

Más suave es el verde de tus pupilas; no obstante, en sus ondas a veces tranquilas, cual la idea surca tus ojos serenos, surcó nuestra nao los turquíes senos, debajo de un vasto cielo de sorpresa; durante la noche en su aérea turquesa, millones de soles con cambiantes brillos lucían, más gruesos que tus dos zarcillos. Qué aromas traían las brisas, aromas como el de tu seno de tibias palomas. Y eran tan románticas las sombras, que el leño del bajel rayaba el cristal de un sueño.

UNA ZURCIDORA

Bienvenidos bravos de la nao indiana.

UNA BELLA ZURCIDORA

(Tomando del brazo a su novio.)

Yo me siento ufana de mi novio, ufana.

(Distribuyen el vino y gozosamente beben.)

ISABEL

(Baja trayendo en los brazos una hogaza rubia que la distribuye rebanándola a cuchillo en la turba impaciente de los NIÑOS.)

Habrá para todos. Si falta con una bajaré otra hogaza rubia cual la luna. A ésta la dejasteis en cuarto menguante.

(A un NIÑO.)

Sube y que te entreguen un pan semejante.

UN MARINO

¿Qué tal va la paz entre las facciones que turban las horas de nuestras regiones, hasta que el acero rompe los destinos de los oñacinos y los gamboínos?

(Desciende CÉSAR y se une al coro.)

¿Toleráis, mi Don Fernán que bien haya, os demande por la paz de Vizcaya?

FERNÁN

Está quebradiza nuestra paz vidriosa, y por estos días el bando hostil osa empuñar el arma en Luna y Guernica; el hecho su trompa guerrera publica. Sabed, por desgracia, que en la cacería de esta madrugada, haciendo la vía que sube a la Ermita de Andra-Mari, he visto ir de puerta en puerta, hallazgo imprevisto, a los mesnaderos de mi padre, lanza en ristre y espada ebrias de matanza. Se ayuntarán huestes en nuestro castillo, y es mi mayorazgo hermano, caudillo.

VOZ DE MUJER

Madre, otra vez armas.

OTRA VOZ DE MUJER

Virgen, otra guerra.

FERNÁN

(A ISABEL.)

Ah, cuándo habrá amor y paz en la tierra.

(FERNÁN prosigue hablando en voz baja con ISABEL.)

UN MARINO

(A las MOZAS.)

Cuán dulce es la vida vuestra de mujeres, vuelan vuestras horas en dulces quehaceres; nuestros días corren entre las alarmas; soltamos las velas, tomamos las armas.

CÉSAR

Cuanto a mí, he cumplido de paje y guerrero allá en el castillo y, en suma, yo espero poder retornar en próximo viaje a hacer del Océano Índico el pasaje. De aquí a cuatro meses el María Luisa volverá a abombar su lona en la brisa.

UNA ZURCIDORA

Dios mío, de nuevo enfermos, heridos; nuestros hombres muertos, desaparecidos, los campos sin hoces y la mar sin remos.

ISAAC ALCATENA

Para mí, momentos así son supremos. La horda gamboína destruyó mi casa, y a pesar del tiempo que, fuyente, pasa, la viñeta trágica de mi padre, cinto a un árbol, desnudo y en su sangre tinto, bajo los azotes de un sayón furioso peludo y hercúleo, semejante a un oso, no se me ha borrado de la fantasía. Hace unos años que aguardo con ira un buen día.

(Levantando un vaso.)

La púrpura haya de este afable vino me habla de bastante carmín gamboíno que mojará el astil firme de mi lanza. Camaradas, bebo a nuestra venganza.

UNA ZURCIDORA

Es puerca la infame hueste gamboína, no es que me proponga ser una heroína. Mas, cierto que iría a la lid con gana, debierais formaros a voz de campana. Y acabad con ellos una vez por todas. Tras de los entierros se celebran bodas. Ya lucirá el sol detrás del celaje ¿no vais a la guerra mejor que a otro viaje?

(Detona en este momento el golpear de una aldaba corpulenta. Rumor de voces.)

CÉSAR

¿Qué rumor es ése, tras de la aldabada?

UN MOZALBETE

(Desde la puerta.)

Es que va reuniendo lanzas la mesnada.

OTRO MOZALBETE

Caballeros, viene el bando a esta puerta.

ISAAC ALCATENA

La hallarán de par en par bien abierta.

(Muéstranse en el dintel CUATRO MESNADEROS, los de delante empuñan lanzones, que mantienen erectos con los cabos en el suelo; los dos posteriores traen espadas al cinto y ballestas a la espalda.)

UN MESNADERO

Dios guarde a esta honrada casa.

CÉSAR

Que ÉL os guarde.

UN MESNADERO

De nuevo, el contrario nos fuerza a un alarde. Y ostentación de armas.

ISAAC ALCATENA

El vino a los bravos.

2.º MESNADERO

Armarse es la forma de no ser esclavos.

(Pasan LOS MESNADEROS el jarro de porcelana y los vasos que circulan de mano en mano. Éstos, apercibiendo que platica en voz baja FERNÁN DE BUTRÓN con ISABEL, se cuadran militarmente, alzan las lanzas, pegan con sus conteras en el suelo en tanto que los mesnaderos de segunda fila llevan la mano izquierda a la altura del corazón dejándola caer en la empuñadura de sus espadas. Todos inclinan respetuosamente las testas.

FERNÁN responde conduciendo su mano a la empuñadura de su espada y haciendo un signo casi imperceptible con la cabeza.)

UN MARINO

Bebamos al éxito de la lid vecina.

LA ZURCIDORA

A fuego y a hierro la hora gamboína.

ISAAC ALCATENA

Bebamos por nuestro Jefe verdadero, Señor del Castillo y Alcalde de fuero.

UN MESNADERO

Señores, mil gracias. Ahora, en cumplimiento de la voz que ordena total alzamiento en armas, os ruego, si deseáis tranquilas a vuestras moradas, que adenséis las filas que han de ser los muros que guarden la hacienda: cortejo de gloria tras de la contienda.

ISAAC ALCATENA

Pues contad conmigo.

UN MARINO

Conmigo.

OTRO

Conmigo.

OTRO

En mí, contad uno de más.

OTRO

Eso digo.

ISAAC ALCATENA

En camino pues, bellas plasencianas, yo os despido. Adiós, floridas ventanas en que conté veros al sol de la tarde; adiós rubia playa, en que la hoguera arde del ocaso y dentro del mar se refleja cuando se habla, junto a la breve oreja, que es como una concha de mar, so el hechizo, juguete del aire, de un moreno rizo.

UN MARINO

Adiós bellas mozas, pimpollos costeños, que ocuparéis lejos de aquí nuestros sueños.

OTRO

Yo, hasta en la batalla veré tus dos ojos como dos estrellas.

OTRO

Yo tus labios rojos.

OTRO

Las curvas que luces de cántara humana cerrarán mis ojos y a la primer diana tu carne aromada será mi bandera, garganta celeste, divina cadera.

(LOS MARINEROS abandonan la portalada dando la mano a CÉSAR y saludando con una inclinación de cabeza a FERNÁN DE BUTRÓN.)

VARIAS VOCES DE MUJER

Adiós.

UNA ZURCIDORA

Que la Virgen os guarde, mancebos. Que sois veteranos aunque en años nuevos.

OTRA

Regad con la sangre contraria la tierra. Nosotras, orando, haremos la guerra.

(Salen todos los varones menos CÉSAR y FERNÁN y TRES TRIPULANTES. En algunas parejas se advierte que van cogidas por el talle.)

ESCENA VI

(Sólo ISABEL, FERNÁN, CÉSAR, los TRES TRIPULANTES y DOS ANCIANOS, de las zurcidoras que recogen los vasos y servicios y los transportan por la escalera del piso de Andraca.)

EL TIMONEL

Se han llevado nuestro rol a la batalla. El María Luisa, a la sazón, se halla sin más dotación que cuatro mercantes.

CÉSAR

Habrá que hallar mozos del campo, bastantes. Pues será de aquí a un mes el retorno.

EL CONTRAMAESTRE

Giraré, en su busca, todo este contorno. Por entre los montes marinos, querría volver a Lemóniz, haciendo la vía que muere en mi casa aldeana y costera; a la horizontal del mar, allí altera tan sólo el gemelo pecho de dos lomas, entre espuma, vuelo blanco de palomas. «Munguinza» se llaman mis ancianos muros. Antes de emprender los riesgos futuros, Don César, dejad torne mi persona al monte, a comer la antigua borona, a beber la leche espumante y densa, a ver arder leños en lumbrera intensa, y a oír en la noche al mar, so la luna, como un canturreo a mi casa-cuna.

CÉSAR

Ve con Dios, Bautista.

LOS MARINOS

Adiós.

CÉSAR

Adiós, lobos. Que crujan, en breve, los frescos estrobos.

(CÉSAR les acompaña y sale un instante con ellos. Fuera declina la tarde.)

FERNÁN

Al llegar esta hora, siento en mi alma pobre, yerta, exangüe, como el cielo de cobre que se decolora en la puerta triste, en la tarde de mi alma cuanto existe se sume en tiniebla, ya que, sol gemelo, tus pupilas dulces se hunden en mi cielo.

ISABEL

A veces yo juzgo que estoy encantada y que, en tu pecho, oigo el canto de un hada… Como un surtidor está, so la luna, cerniendo sus gotas al aire, una a una, así estoy en éxtasis, ante tu presencia; Eva con Adán, so el árbol de Ciencia.

FERNÁN

Dulce amor, huyendo la vista indiscreta acude a esta vaga esquina secreta, y el fruto que el ángel del sable encendido vio nos brinde su hondo sabor prohibido.

(Se abrazan y ella queda un instante apoyada la cabeza en el hombro de FERNÁN.)

FERNÁN

Mi Eva, mi Eva. Estoy dispuesto, a tu vera, a cruzar, expulso de Edén, la haz entera de las tierras y los mares del mundo para hallar, en suma, una isla en profundo azul solitario, por cuya paz clara vivamos, amándonos solos, cara a cara.

ISABEL

Mi horizonte son tus brazos. Ordena rumbos, que a tu margen andaré sin pena.

FERNÁN

¿Dónde hallar sosiego para mis pupilas que gusten de verte en horas tranquilas, captando el dibujo de concha marina de tu oreja, el trazo de tu nariz fina, el rosa de albérchigo de tu nuca, llena de rizosas hebras en tu piel morena? ¿Dónde hallar reposo para mi palabra en el que, hasta su último botón, mi alma te abra y yo fuera como un rosal abierto de expresión, en medio del dorado huerto? Todos mis capullos serían la rosa; hecha mi alma aroma y esencia olorosa, hacia tu belleza se evaporaría… Surcaría tu alma, cual la melodía… En vano… Yo sueño con quietud en vano; la guerra que vierte el coral humano sigue, como sombra roja, a mi linaje. Desearía a veces huir en gran viaje por los mares, lejos de armas y clarines, dejando de ver los viejos confines que rayan las picas de los banderizos. Mirar, en paz clara, tus sedeños rizos. Ver su porcelana al reír tus dientes y oír a tus mudos ojos elocuentes. Así envidio, en suma, las vidas oscuras, su amor y su paz, sus sobrias ternuras. Así me conduelo del vasto castillo. Mi ideal es morar contigo, sin brillo.

ISABEL

Nuestros dos espíritus, el tuyo y el mío, a mí me parecen el mundo, el gentío, el claustro, la Iglesia, la casa y la corte. ¿Cuándo soñé un mago galán de tu porte? Yo hubiera vivido entre blancas velas, oyendo las rutas de las carabelas… Junto a ti, contemplo de un balcón el mundo. Oyéndote, creo que mi alma difundo. Por Burgos, la augusta, sobre cuyas sienes las agujas godas, que en tanto amor tienes, erectas, como índices, apuntan al cielo. Tu palabra a veces es igual que un vuelo que raya los aires dorados de Italia, y a veces tu planta calza la sandalia. De aquel pío viaje de nuestros cruzados, a ver, so las palmas, los Sitios Sagrados. Escuché al que siempre llamas el Patriarca del amor, el dulce, divino Petrarca. Entre el artificio sutil de la glosa, suspira por Laura su alma melodiosa.

FERNÁN

La noche se abate y nuestros caminos se llenan de sombra, Isabel. Divinos labios con que aromas fragante elocuencia. Vuelto, en el castillo, hacia tu Plasencia, miraré la luna de los ventanales; mi alma, como un pájaro, vendrá a tus cristales.

ISABEL

Adiós Don Fernán.

FERNÁN

Queda con Dios, cara.

ISABEL

Que la noche salga lunera, muy clara.

(ISABEL empieza a retirarse subiendo por la escala.)

FERNÁN

Descuida; sin eso, quemaremos teas. Son estas semanas de grandes mareas. Y hay riesgo en la senda que la selva horada de ser embestidas por una riada. Adiós luminar de la noche mía.

ISABEL

Cuidad las resacas fuertes de la ría.

(De lo alto de la escalera.)

FERNÁN

(En la puerta.)

Mi gente, mi gente.

VOZ INVISIBLE

Señor.

FERNÁN

Se camina. Prended las antorchas todas de resina. La noche está opaca; so las negras ramas vuestro puño porte manojos de llamas. Que disipen riesgos y ante cuyo brillo se alargue la rúa que entra en el castillo.

(Llegan DOS PAJES conduciendo el caballo frente a la portalada; uno tiene al bruto por la rienda, el otro ayuda a DON FERNÁN a subir al estribo.

Aparecen CUATRO SERVIDORES empuñando antorchas y se colocan a los dos lados de la cabalgadura que monta DON FERNÁN.

EL HALCONERO se muestra detrás, teniendo en la mano el ave cazadora.)

FERNÁN

Cuida al gerifalte que hará fría escarcha. Ponlo en tu regazo caluroso… En marcha.

ACTO SEGUNDO

(Interior del castillo. Estancia alhajada conforme al gusto del Imperio español. Una mesa de escribir a la izquierda, chimenea al fondo encendida; retratos de caballeros que ostentan al pecho la espadilla de Santiago. Algunos estantes y libros de pergamino. Gran ambiente en el que moran importantes señores.

FERNÁN está apoyado en una ventana y tiene en mano, con langor, un libro de apergaminadas cubiertas que parece que le ocasiona absorción soñadora. Contempla el paisaje boscoso de las inmediaciones.)

ESCENA I

FERNÁN

Aquel dulce espíritu de son melodioso, aquel pecho que el deliquio amoroso llagaba y hería, dejó estos acentos, que hoy vuelan, como aves, por todos los vientos. Petrarca divino, ruiseñor celeste, te he oído desde el alba que sonrojó al Este… Agua montañosa cuyo caudal fluye hacia el mar, en medio de tu curso que huye, mi corazón baja hasta la presencia del puente de nueve arcos de Plasencia. Desde allí contemplo la ancha portalada de Isabel, y queda el alma anidada en un rincón, junto a la golondrina que, gozando estío, vive en otra esquina.

(Suenan fuera trompetas militares, transmitiendo órdenes a las huestes del castillo.)

ESCENA II

(Entra DOÑA SOL ÁLVAREZ DE TOLEDO, esposa de Don Ochoa, mayorazgo de la Casa de Butrón. Es dama altiva, muy cultivada, dotada de ademanes egregiamente corteses.)

DOÑA SOL

Os saludo, hermano.

FERNÁN

Sol, que Dios os guarde.

DOÑA SOL

Temí, Fernán, se me hiciese tarde para hablar a Don Alonso, quien debe salir en carroza a Guecho, a las nueve.

(FERNÁN aparece pensativo, muy reservado y como ausente de la escena, absorbido por sus pensamientos.)

¿Qué decís Fernán de esta vuelta al arma, del nuevo disturbio que al villano alarma y que a Ochoa arrastra frente a la mesnada?

FERNÁN

¿Que qué pienso? Nada. Sol, no pienso nada.

DOÑA SOL

A mí me es difícil comprender la rara incuriosidad que vos sentís para las nuevas del Estado de micilia y guerra. Fuera el mortal más feliz de la tierra naciendo varón, de ceñir acero y vivir los riesgos del ser caballero.

FERNÁN

¿Os oculté nunca que mi alma procura un diverso ambiente de amor y dulzura?

DOÑA SOL

Esa gaya y bella ciencia de Toscana, que cultivas tanto, engendra desgana, langor de ternezas, tras su pensamiento melodioso y apto para el desaliento.

FERNÁN

La espada se me desgaja del cinto, ¿seré una vez más confeso y convicto? Sea. No me opongo. Estoy satisfecho. Yo guardo inmortales ansias en el pecho. No veo camino ni rumbo a la gloria en verter la sangre, tinte de la Historia. Para el cielo áureo, ante mí se abra pienso que la llave, siempre es la palabra, no el hierro que atrae las iras celestes. No creo que incendios, saqueos y pestes, cortejo de guerra, traiga a los mortales ni un bien entre su pléyade de males. Recuerdo que siempre desde los primeros días de estudiante, entre los severos y cuadrangulares muros de aquel vasto seminario noble, repudié el nefasto honor de las armas, oropel que brilla, y allí en Burgos, clara testa de Castilla sobre cuyas sienes hay torres cimeras, diadema de pías piedras campaneras, viendo el Arlanzón, con mi hábito oscuro, soñé en aprender un mago conjuro que irradiara paz y amor a los hombres, y de mi breviario extraía nombres: «Pax Christi», «Pax Vobis». Pero mi flaqueza me desvió a amar la humana belleza. Por mi caridad de antiguo profeso, creo mueve al mundo más que un sable un beso.

(Pausa.)

Cebo de mi espíritu es la melodía. ¿Permitís os ruegue que el laúd de estría cadenciosa y suave plañáis un momento? La música es para mi alma el alimento.

DOÑA SOL

Seréis complacido.

(DOÑA SOL agita una campanilla para llamar al servicio.)

EL CRIADO

Señora…

DOÑA SOL

Ve, avisa a mi dueña, Clara Sánchez, que preciso descienda al instante con el laúd mío.

(Se retira EL CRIADO.)

FERNÁN

Gracias, Sol. Mi espíritu a tu tañer frío. Juzgo la armonía como un vago océano sobre cuyas ondas un bajel enano el corazón boga, y hace travesía, hacia un país dulce de la fantasía.

CLARA SÁNCHEZ

Ved aquí Señora el laúd…

DOÑA SOL

Prepara esa tu voz suave penetrante y clara, y a mi plañer lento asocia tu canto.

FERNÁN

Sonad «el bajel» que me place tanto.

DOÑA SOL

(Plañe el laúd acompañando a CLARA SÁNCHEZ, que declama.)

CLARA SÁNCHEZ

Tuve una cuita, que era infinita y a la mar plena llevé mi pena… Tuve una cuita, tuve una pena. Di a un vagabundo bajel, que el mundo gira en redondo, mi dolor hondo… Di a un vagabundo mi dolor hondo. Sobre las olas, mirando a solas mares y cielos, ahogué mis celos. Sobre las olas ahogué mis celos. Navega, lino, para un divino país de calma, que duerma el alma… Navega, lino. Y duerme el alma.

FERNÁN

Bello. Bello. Bello. Son del Paraíso la mano y la voz.

DOÑA SOL

Conducid al piso el claro instrumento y a vos, Doña Clara. Gracias, por el canto de belleza rara.

(Abandona la estancia DOÑA CLARA SÁNCHEZ.)

DOÑA SOL

Cómo se retarda Don Alonso. Cabe yazca enfermo, en cama acaso.

FERNÁN

¿Quién sabe? Pero Ruiz…

(Se presenta el nombrado servidor PERO RUIZ.)

Escucha, Pero. Ve a la estancia de mi padre y sabe si un mal de importancia le retarda, contra su costumbre, el día.

PERO RUIZ

Viene el señor Conde por la galería. Y hacia aquí se allega.

FERNÁN

Nada, de esa suerte. Suspende mi encargo.

(DON GONZALO DE BUTRÓN es, con su aspecto de alto señorío, un anciano de 65 años, de ejemplar cabeza a la española. Sobre la gorguera de blanquísimo follaje se destaca su barba negra cana, a lo Carlos V. Está vestido de discreta gala porque va a pagar visita de cortesía a unos hidalgos pequeños de las inmediaciones, los cuales, militarmente, dependen de su fuero y deben aprestarse para las operaciones de la próxima guerra.)

DON GONZALO

Hola. Quise verte solícito, antes de irme. Y a ti, Fernán, quiero decir dos palabras.

DOÑA SOL

¿Vos tan mañanero retardasteis tanto tras de vuestra puerta?

DON GONZALO

Hija mía, es claro como el día. Acierta a pensar que estando junto a la ventana de mi torre, viendo entonar su diana a un gallo, sobre una hacina de pasto, vi en esto abatirse a un gavilán vasto. Corpulento, enorme, con pico de presa y uñas de rapiña. Hallándome en esa visión, un mastín se lanza al rampante milano que vuela bajo: en un instante le arroja cien golpes de pico a los ojos; la testa del can con los trazos rojos de las picaduras, tira a dentelladas… El ave traspuso las nubes doradas. Quedé interpretando el augurio. Sabes, Sol, y sabes, hijo Fernán, que las aves son signos que anuncian la faz del futuro, ¿qué oculto pronóstico reservado, oscuro, encubre este emblema del hábil milano? Un rato, acostada la frente en la mano, medité en la próxima guerra gamboína; que el can fue la adversa banda, se adivina.

(Pausa.)

Solicito mil gracias por haber lucido tu rayo sobre este mi ánimo aterido. Retornaré en aras, Sol, hasta mañana, astro que has vestido nuestra carne humana.

DOÑA SOL

Mi padre y Señor llevad un buen viaje. Adiós padre.

DON GONZALO

Adiós Febo sin celaje.

(Abandona la estancia DOÑA SOL.)

ESCENA III

(DON GONZALO DE BUTRÓN y su hijo FERNÁN.)

DON GONZALO

También he pensado en ti. Dormí poco y mal, meditando tu amorío loco del que cada día me llegan más pruebas. No era necesario que estas otras nuevas las sepa mi nuera, por eso las digo aquí, entre cuatro ojos, sin ningún testigo. Sé que continúas temerariamente haciendo la rueda a esa adolescente de Plasencia. Dicen te ven en su casa, tan familiar, tan dulce, que pasa por buena la idea de que eres su novio. ¿Quieres comprender la pena, el agobio, la rabia de un padre noble que se entera de que su hijo aspira a darle por nuera la manchada cría de un agote, de una hebrea, manchada con sangre moruna? La Mari Ruipérez, su madre, venía de Navarra, agote, o sea, judía y mahometana; pobre fariseo de antiguos leprosos de aquel Pirineo. Fernán, ¿tú has pensado un instante, un punto quién es un Butrón? ¿No viste el conjunto de honras que nos vienen con los blancos brazos de la Cruz heráldica, que tú haces pedazos?

FERNÁN

Padre, yo he vivido con mis sentimientos; tengo el pecho abierto a todos los vientos; no exijo si no es verdad y pureza para mis simientes de pecho y cabeza. Así pues, si algunas prenden como un grande árbol que el ramaje, dentro del alma, expande, dejo que las aves de mis pensamientos melodías canten a todos los vientos.

DON GONZALO

Tu amor a las letras, Fernán, tan profundo, consiguió que pierdas la visión del mundo; de esa suerte, vives en instinto pleno; sobre tu afectuoso y feraz terreno prenden las cizañas con las buenas plantas, hay que descepar algunas de tantas. Desarraiga, en suma, la indigna semilla de un pecho que ostenta la roja espadilla…

FERNÁN

Como en tiestos breves hay grandes arbustos que pliegan, so tierra, raigones robustos, mi corazón llena, cual los breves tiestos, un gran amor… Padre, mi regazo es de éstos.

DON GONZALO

Tienes la taimada insolencia suma de tender a mi ira cojines de pluma, juzgando que por la blanda respuesta, mi cólera, al cabo, quedará depuesta. Te engañas Fernán. Adquirir esposa contra mi mandato, te cuesta una cosa, una, y es perder por siempre a tu padre. Ya sabes. Ahora haz lo que te cuadre.

(Sale DON GONZALO.)

ESCENA IV

(FERNÁN solo.)

FERNÁN

Ay de mí. Se llena de sombras mi vida la dicha ya apaga su llama encendida. El deber señala un rumbo contrario al del corazón que sube al Calvario. Ir a mi ventura le atropella al paso a mi padre, cuya vida está en ocaso. ¿He de atormentar sus días postreros? Dios mío, estos muros, los muros severos de los que parece que baja la sombra de cien muertos grandes que la gloria nombra y la historia acoge a voz de trompeta, pueden albergar la dicha discreta? ¿No parece, acaso, que ama la dulzura el ambiente anónimo de la vida oscura? Esclavos de la honra, siervos del renombre hallamos las flores más puras del hombre. Me atrae la vida cándida, sencilla, que, como la hierba con rocío, brilla sus diáfanas gotas de humildad amante ser pobre y amar en campo fragante. De aquí, que no hallando mi deseo asilo real, yo me acojo, como bajo un tilo anchuroso, a sombra de un hermoso sueño en el país en que nada es pequeño de la fantasía, en los bosques densos habitando un pico oculto, suspensos sobre un valle verde, con Isabel moro en umbrías selvas que el sol raya de oro. Habitación aérea que en viento y en humo se disipa, en cuanto mi sueño consumo. Estos muros fríos de mi casa grave, este nido de águilas que en la paz no cabe, me expulsa, me arroja hacia un buen camino que guíe a la blanca quietud del destino.

(Reparando en sus ESCLAVOS INDIOS que hace un momento se han presentado en la puerta del centro.)

Mundo nuevo de Indias, la página en blanco en que todo es virgen, vigoroso y franco, país de arboledas como catedrales, bajo cuyas altas naves vegetales se respira aquella gracia primitiva de la Soledad en la selva viva. Qué egregio decoro el de los ramajes suntuosos y llenos de pintas plumajes, como un palio, sobre nuestro amor a solas si yo confiara mi suerte a las olas, en las blancas alas de lino de alguna nao que a las Indias pase a hacer fortuna. La nao de César. Qué arrogante viaje este par tostado de índico linaje, sería devuelto a la selva pura a ese mundo que nuestra alma inaugura. Mas ya que en su gloria brilla en la ventana con sus dilatados oros la mañana, voy a leer las hojas de las alamedas, la Biblia esmeralda de las arboledas.

(FERNÁN hace señas a la pareja de ESCLAVOS INDIOS para que abandonen la estancia y le sigan. Salen todos.)

ESCENA V

(DON OCHOA DE BUTRÓN, joven de 32 años, aparece por la puerta central. Cabeza aristocrática de la que emanan voluntad y mando. Barba señorialmente cultivada en punta, que se destaca sobre la blanca gorguera. Está vestido con traje de medias armas de la época. Viene acompañado por ISAAC ALCATENA, también vestido con traje de medias armas.)

OCHOA

Soldado de Venus y Marte, Alcatena: tomas una torre como una morena. Cuéntame esas cosas que tu alma improvisa y que cosquillea la mía de risa; ¿cómo es el naufragio, Juan, de tu falúa, del que te salvará la Reina papúa?

ISAAC ALCATENA

Yo cortaba, dando bordadas, la brisa en mi lancha, lejos del María Luisa. Sopla un huracán muy recio; en él iba sin vela y a tumbos, loco a la deriva, cuando la corriente vuelta hacia la costa me lanzó a una rada rocosa y angosta. Hambriento, desnudo, salí a encontrar hombres y me hallé en un claro río, no te asombres, con cuatro muchachas indias en el baño; gran sorpresa, gritos ante el hombre extraño. En suma, hice gestos de hambre y de sed; su tienda me indican, yo corro y allí, en mi tremenda alegría, bailo ante un pan de avena y una cesta enorme, de fruta india llena. La tostada esposa del Rey de papúas, cinta su corona de unas óseas púas. Me explicó por gestos su vida… Imagina que la población toda masculina se encontraba ausente, junto a su monarca en guerra… Fui el gallo de aquella comarca. Tendido en la choza real, me parece que la soberana mano me adormece y escucho del río sacro, a maravilla, el chapaleteo del agua en la orilla. Lo más admirable fue que al par de meses, formando una recua de cabras monteses con alforja algunas, guiadas por varias doncellas papúas expedicionarias, se me condujera hasta mi navío. El pueblo papúa es el pueblo mío.

EL CRIADO

Señor, la señora Condesa.

OCHOA

Adelante. Hola, Sol. Adelante.

DOÑA SOL

Tu padre, no ha más de un instante, montó en la carroza y emprendió camino. Tres bestias le llevan de linaje equino; dos caballos negros y uno delantero blancuzco, luciendo jaeces de cuero. Entre postillones galoneados, iba, Don Alonso, en digna facha pensativa.

OCHOA

¿Qué ocurre que yo no vea a mi hermano Fernán?

DOÑA SOL

Yo le he visto con un libro en mano debajo la torre, por la pradería.

OCHOA

¿Habrá una manera de ser que a la mía sea más contraria? Fernán es extraño; de las no sé cuántas jornadas del año, trescientas sesenta las pasa leyendo, el rumor de las cornetas y estruendo de tambor le irrita, le agobia, le enferma. Cuanto da a las letras a las armas merma. Esto no lo entiendo en un caballero; las letras son rumbo de fama y dinero, mas, ¿quien los recibe desde que entra en el mundo tiene otro cuidado que guardar su fundo?

DOÑA SOL

Cierto. De nacer en pobres pañales Fernán, me parece que por las señales sería un trovero, un ingenio agudo de las cortesanas letras.

OCHOA

No lo dudo.

DOÑA SOL

Él adora como talismán bendito, tiene culto por el lenguaje escrito y así en su defecto, por la voz hablada; ¿mas por esto cuadra desceñir espada?

OCHOA

De ninguna forma. Mi caro Alcatena, tú comprende bien si vale la pena de perder los ojos entre pergaminos pudiendo trovar por esos caminos. En vez de los árboles las nubes y el viento en vez de las cosas de color y tiento, Fernán busca, en suma, Sol, los resplandores de ellas; los espectros fríos, sin colores, que son las palabras y de esta manera prefiere, así el perro que iba en la ribera con un anca roja de buey por la orilla, a la verdad mate, lo falso que brilla.

(A ALCATENA.)

¿Tú sabes si aparte los libros toscanos, de rimada esencia, que trae siempre en manos, algún otro anhelo a su alma no inquieta, algún trato, alguna amistad secreta?

ISAAC ALCATENA

¿Algún amor? Creo que a eso te refieres. No es hombre a quien se le apunten mujeres… Pero creo sé lo mismo que sabes.

OCHOA

Me muestras un grande manojo de llaves. Pero a mi llamada no me abres la puerta que ruega.

ISAAC ALCATENA

Vos mismo la sabéis abierta.

OCHOA

Discreto Alcatena, comprendo; procuras evadir la luz dejándome a oscuras. Mas como se enciende la inflamable tea yo te alumbro un nombre, uno: Isabel.

ISAAC ALCATENA

Sea.

OCHOA

Luego, en consecuencia: ¿sabes cuánto pasa?

ISAAC ALCATENA

Sí lo sé. Decidme. ¿Fernán no está en casa?

DOÑA SOL

Vaga con un libro por la pradería…

ISAAC ALCATENA

(A DON OCHOA.)

Disteis vuestra cifra, yo he dado la mía; dos cifras del mismo enigma, dos nombres de la eterna historia de mujeres y hombres.

OCHOA

¿Qué opinas del caso presente?

ISAAC ALCATENA

No opino. ¿No ves que esta empresa no es sino el camino que lleva a la boca de un derrumbamiento? Yo, como su hermano mayor, me exaspero en presencia de este penoso desvío de un Butrón hacia ese vulgar amorío.

DOÑA SOL

Lo que a mí me extraña de Fernán, en suma, es de su alma ingenua el blancor de espuma, su inocencia limpia que al niño dilata y que hablan de un alma cándida de plata. Junto a ello su error del mundo es profundo y no ocupa nunca su rango en el mundo.

OCHOA

Es alma de hacer senda religiosa, corazón ardiente, boca luminosa, fuera un gran prelado de alto misticismo. Falla en una cosa: su idea de él mismo. Nacido entre muros llenos de honra y lustre, dulce Benjamín de una casa ilustre, tan mal siente el gran pasado en las venas, el destino de este castillo, que apenas su pecho de noble vibra al señorío; parece hijo oscuro de algún caserío.

DOÑA SOL

De tantos donceles como hay en la corte ninguno he tratado de su temple y porte. Cierto es que hay un grupo de pálidas frentes a quienes apodan hoy los «renacientes», amantes de Italia en patria manchega, tal mi primo Garcilaso de la Vega. Pero estos letrados respetan las armas, y aman el batirse entre dos alarmas.

OCHOA

Mi hermano es indómito. Viviendo su santa madre, la influencia en ella era tanta, que aquí no veíamos sino por sus ojos. A su alma espolean violentos antojos. Una vez le atrajo hacia el campanero místico de Burgos un vago deseo. De allí unas pupilas en que arde la llama juvenil, le extraen y a la sazón, ama la mortal belleza, de un par de mejillas con la unción que oraba antes de rodillas. Fernán va en el mundo por corazonadas, hacia cuantas puertas halla iluminadas… Finalmente, temo que en una embestida en contra la suerte, no quiera su vida.

DOÑA SOL

Nuestro hermano viaja con el pensamiento, su cuerpo varía muy poco de asiento. Con todo, yo temo que ese amor tan vivo de él, que es soñador, no engendre un activo. Háblale con tiento. En cuanto a mí, no oso contrariar sus dulces proyectos de esposo, que en el amor una negación opera igual que un hurgón que aviva la hoguera.

ISAAC ALCATENA

Hará casi un mes, en nuestra arribada a Plasencia, estuvo en una portalada de nuestro armador, tan dulce y ferviente a la dulce vera de Isabel, presente, que ambos a dos eran espejo y dechado de la enamorada y el enamorado.

OCHOA

Sí, Fernán ostenta su pobre demencia.

DOÑA SOL

Hazle oír la clara voz de la prudencia.

(Suena una trompeta de órdenes en las inmediaciones del castillo.)

ISAAC ALCATENA

Hacia esta hora, adiestra a nuestros noveles cruzados el viejo Alférez que sueles celebrar a causa del mostacho erecto…

OCHOA

Don Cesáreo Vaca, del solemne aspecto.

(Un CRIADO se cuadra. Ruido de pasos. Penetra FERNÁN.)

ESCENA VI

(FERNÁN porta en manos un manojo de flores silvestres.)

FERNÁN

Os dé Dios muy buenos días…

ISAAC ALCATENA

Sean muy buenos. Los vuestros.

OCHOA

Fernán. Hola.

DOÑA SOL

Cuando menos has dado un largo paseo en la hierba.

FERNÁN

Muy breve. Esta tarde haré una superba gira, pero a lomo de mi corcel de pluma; le haré hundir sus cuatro cascos en la espuma del mar… Iré al mar; el mar que es trasunto del hombre pugnante, rudo, cejijunto, lleno de tumultos de espíritu el pecho…

DOÑA SOL

¿Sois desventurado?

FERNÁN

No estoy satisfecho.

DOÑA SOL

Pero estáis florido, que son compañía las flores del alma con melancolía…

FERNÁN

Como bellos nombres de seres queridos que endulzan los labios al ser repetidos. Tomé estas corolas del haz de los prados, como bellos nombres de seres amados.

(Deposita las flores silvestres sobre una mesa.)

ISAAC ALCATENA

Voy a rendir guardia. A sus pies livianos señora, señora, os beso las manos. Adiós Don Fernán.

(Sale.)

OCHOA Y DOÑA SOL

Adiós, Alcatena.

DOÑA SOL

(A FERNÁN.)

Hasta vuestro rostro transciende una pena.

OCHOA

Deja, en este aliento de pechos bizarros, que yazca en un recio lecho de guijarros… Somos firmes, somos secos, somos duros, las ternuras son pésimos conjuros. Una misma sangre en nosotros late; mientras que yo vierto la mía en combate, Fernán, tú la endulzas en un ocio vano. La honra y el acero te piden, mi hermano.

FERNÁN

Yo no entiendo nada de tales destinos; porque vizcaínos contra vizcaínos se mueven, la guerra mi razón desborda. Dice el templo: «Pax vobis», «Sursum corda». Contra los aceros de iras inhumanas, pongo vuestro bronce del amor, campanas.

OCHOA

El latín revives de tu seminario. Enfrente de un texto hay otro adversario: aquel que recuerda que este mundo es guerra; de «Milicia est vita homo super terra». Por más que palabras de las dulces hojas del Santo Evangelio, Fermín, no recojas, ahora que tus sueños de cura están muertos, al lucir tus ojos el amor abiertos un día sabrás que el mundo es batalla entre la grandeza y entre la canalla. Sabrás que se encuentra el bien de una parte, el temple, la herencia de la luz del arte, y de otra los odios que mi alma ni nombra, jinetes de luz, jinetes de sombra… San Gabriel y el viejo Luzbel generales en Jefe del orbe, a partes iguales toman nuestros mundos y lunas y soles hasta que en los aires revientan sus moles, hechas mil añicos, como campo eterno de su lid, guerreando cielo contra infierno.

FERNÁN

Tu marcial carácter viertes por los labios; más que tus guerreros me placen mis sabios.

OCHOA

Escucha, mi hermano. Dice, ¿en qué doctrina tu conducta inspiras, qué luz ilumina tu comportamiento del que se deriva un amor que no es de alma pensativa?

FERNÁN

Para elegir tengo autónomo pecho.

OCHOA

Uno elige como dispone. Es un hecho. Haz lo que tú mandes de tu propia historia, pero a tu pasado, al río de gloria que de abuelo a nieto baja por tus venas no manches con sangres que no han sido buenas.

FERNÁN

Tu elección Ochoa yo acepté de grado.

DOÑA SOL

¿Qué pudiste ver en mí de manchado?

OCHOA

Pues la tuya si es la insignificante doncella de Andraca, como estoy delante te juro que nunca mantendremos trato. Empero tu libre voluntad acato. Puedes dar si gustas a Isabel tu mano, una cosa pierdes, una; y es tu hermano.

ESCENA VII

(Aparece UN CRIADO en la puerta.)

UN CRIADO

Señor, en tumulto llega una patrulla.

OCHOA

(Empuñando la espada.)

Voy allá. ¿Qué es esto? ¿Qué busca esa bulla?

UN CRIADO

Señor, ellos vienen por la galería.

OCHOA

Guiadlos a todos aquí.

UNO DE LA PATRULLA

Ave María. Sabed Don Ochoa que a la comitiva que a Guecho con el señor Conde iba, apenas llegada a la abierta plana que atea la torre que es de Sopelana, cuando allí una tosca y armada caterva, que yacía oculta, tendida en la hierba, surgió en el camino, frente al torreón viejo intentando el robo de nuestro cortejo. ¿Será una partida de la adversa hueste gamboína que se corrió del Este? A las armas todos.

ESCENA VIII

ALCATENA

Señor, ¿puedo al frente salir de mis hombres?

OCHOA

Hazlo, mi valiente Alcatena y sabe que ya os acompaño. Adiós, Sol.

DOÑA SOL

Que Dios te salve de daño.

OCHOA

¿No sentís la urgencia de empuñar acero, Don Fernán?

FERNÁN

Quería llegarme al velero que retorna a América en plazo de días.

OCHOA

A eso llamo yo tener venas frías. Vuestra sangre acaso de cólera no arde pensando que a un padre viejo la cobarde mano de algún rústico ultrajó el respeto. Necesito andar, volar, no estar quieto templando a mi sangre que está como en llamas. (Desde el umbral de la puerta, despectivamente.) Vos, quedad mi hermano, quedad con las damas.

ACTO TERCERO

(En primer término, a la izquierda el palacio del virrey español del Perú, sencillo de arquitectura pero ostentando el sello de la grandeza imperial. Muestra en la fachada una piedra de armas con el emblema de Carlos V. Cuatro columnas que se adelantan ante el frontis y que con sus fustes sostienen una azotea o balcón del primer piso. En el pórtico que bajo estas columnas se forma, despacha sus asuntos el virrey DON FADRIQUE ÁLVAREZ DE TOLEDO. La edad de Don Fadrique frisa en los 60 años; luce, sobre la gorguera de amplio e inmaculado follaje una soberbia cabeza española del imperio con la cuadrada barba de Carlos V sembrada de mechones blancos.

En el atrio del palacio virreinal hay una mesa cubierta de rojo terciopelo, que ostenta en el paño frontero a la calle, las armas de España.

DON FADRIQUE, el virrey, en pie frente a la mesa, está asistido por su secretario LOPE ANDÍA, de 30 años, vestido con la gala de las personas acomodadas de la época.)

ESCENA I

(El virrey DON FADRIQUE está con su secretario LOPE ANDÍA.)

EL VIRREY

Qué aromada y tibia luz.

LOPE ANDÍA

Según costumbre, madruga V. E. a gozar la lumbre primera del cielo.

EL VIRREY

Así me duplica su tamaño el día; si no, es asaz chica la mañana.

LOPE ANDÍA

Gran labor para hoy.

EL VIRREY

¿Sabes? Qué gusto de ver volar a las aves, fluir a las nubes, soplar a los vientos, en tanto ordenamos unos pensamientos, sobre el papel blanco de nuestros escritos. Los amaneceres son aquí exquisitos.

LOPE ANDÍA

También amo al aire libre de este clima.

EL VIRREY

Bien, mozo. De acuerdo. ¿Qué portas encima?

(LOPE ANDÍA ha tenido hasta ahora una gran cartera saturada de papeles, debajo del brazo. Desplegando el dicho cartapacio sobre la mesa, empieza a dar cuenta del contenido a Su Excelencia.)

LOPE ANDÍA

Señor, desde anoche el disturbio empeora. La conspiración fatal que hora a hora se vino labrando con tan gran sigilo para estallar hoy pendía de un hilo, un mensaje, un breve pliego que venía desde Asunción a uña de caballería, y ha sido interrumpido por las armas fieles.

EL VIRREY

¿Y qué dice?

LOPE ANDÍA

Envía instrucciones. Helas aquí: «Primo, falta tan sólo una seña; esta noche a la hora en que el Virrey sueña, franquead su aposento y acabad su vida, funesta a la causa de nuestra partida».

EL VIRREY

Bravo. Así se acaba la historia de un salto. Merece este punto que hagamos un alto. Oye, secretario. ¿Qué medidas nuevas dispuso la guardia? Te ruego que muevas tales militares prudencias.

LOPE ANDÍA

Está hecho, Señor, y no sólo, sino que a despecho de los adversarios, portando la herrumbre de nuestras cadenas viene muchedumbre de presos, que avanza por el real camino para que Vuecencia juzgue su destino.

EL VIRREY

Seré inexorable.

LOPE ANDÍA

Cuando a los del mundo novicio, a los indios, su apego es profundo y no obstante han dado nuestros oponentes algún paso cerca los Jefes de gentes, indiana la tribu de los guaraníes envía un regalo de ámbar y rubíes y sus mensajeros aguardan la audiencia para presentarse a Vuestra Excelencia.

EL VIRREY

Dad orden que puede llegar a mi vista y que su embajada nos será bienquista.

(Desaparece un momento LOPE ANDÍA a dar la orden internándose en la puerta del palacio virreinal. Reaparece a poco.)

EL VIRREY

Así pues ya dimos cima a lo inmediato. Ya que yo escapé a un asesinato. La sangre que no derramó el destino, hijo, trocarémosla por un bravo vino. Ordena que aquel Montilla de Oro se nos traiga, el néctar del solar del moro.

(LOPE ANDÍA entra un momento en la puerta del palacio virreinal y torna a salir a poco seguido por UN CRIADO que tiene un frasco con dos vasos en un azafate de plata estilo renacimiento.)

EL VIRREY

Por su Majestad y por nuestras vidas.

(Beben ambos después de haber elevado los vasos.)

En verdad que hasta ahora no hubo otras heridas que las de este frasco para que él suba, líquido coral, la sangre de la uva.

(Presididos por un SARGENTO, llegan para el momento de despachar el virrey las audiencias CUATRO ARMADOS SOLDADOS, que formando hilera rígida se sitúan al fondo. A unos dos pasos delante de ellos y desviados a la derecha se sitúa EL SARGENTO.

El fámulo retiró los servicios de bebida al virrey y su secretario.

UN SOLDADO entra por el costado frontera de aquel en que está Su Excelencia.)

EL SOLDADO

Señor, la embajada de indios guaraníes. Con sus agasajos de ámbar y rubíes. Se acerca.

EL VIRREY

Adelante, hacia mi presencia.

EL SOLDADO

Será complacida su Real Excelencia.

(Óyese rumor de instrumentos musicales indios, aproximándose.

Otros CUATRO SOLDADOS de infantería presididos por un SARGENTO al frente aparecen encabezando la comitiva; rinden armas al presentarse frente al VIRREY y se sitúan en hilera militar de lado del templo católico.

SEIS INDIOS guaraníes, de rizoso y seco palo largo coronado por diadema de plumas coloreadas, cintos, brazos y cuellos por collaretes y brazaletes de hueso, llevando a la espalda escudo de hueso y manojos de saetas primitivas. Cada uno de los mensajeros conduce en mano un cofrecillo que es el obsequio con que agasajan al representante de S. M. el Soberano de las Españas.

EL VIRREY describe gestos de gratitud con las manos; los emisarios depositan sus ofrendas en la mesa virreinal, inclinándose profundamente al aproximarse a la autoridad española y tornándose a inclinar con la misma reverencia, efectuada al virrey la entrega.

Llegan, tras esto, en doble hilera, JÓVENES INDIAS y JÓVENES INDIOS, las manos desembarazadas sin carcaj ni escudo en los hombros. Van pasando a turno, por frente a la mesa del virrey y se posternan.)

EL INTÉRPRETE INDIO

Señor, vida, vida.

(Todos reunidos se agachan en expresión de respeto.)

EL VIRREY

En el nombre augusto de vuestro Señor natural, el justo y muy compasivo Rey Carlos I, gracias; de su agrado soy el mensajero.

(Desaparecen ordenadamente y demostrando cortesías la tribu de los guaraníes.)

UN CENTINELA

Señor, la reata de presos que apenas de esta madrugada arrastra cadenas, por la rebelión contra su Excelencia avanza y se allega ante su presencia.

EL VIRREY

(Aparte.)

Ah cielos. Cogido les he. Que aquí espero.

(Mesándose la barba con aire arrogante y pensativo.)

Hijo Lope Andía, por Dios verdadero te conjuro a que, mientras mi alma enjuicia, tu ánimo sereno me incline a justicia. Temo ardientemente en ira contra estos infieles que mis soluciones pequen de crueles.

LOPE ANDÍA

Señor, descuidad.

(Precedidos de CUATRO SOLDADOS, custodios, que se ponen en parejas a las dos márgenes se sitúan ante el virrey, LOS PROSCRITOS. Están atados por las manos y los brazos a una cadena que los une formando de todos ellos, un bloque. Por su aspecto parecen militares de graduación, personas civiles acomodadas. El polvo, el viento de los caminos les da una apariencia miserable y desgarrada. Hállanse todos al pelo. Son siete.)

EL VIRREY

Tómales los nombres e indaga la exacta vida de esos hombres.

(EL VIRREY, enfrascado en la lectura de los documentos levanta la cabeza cuando hablan los forzados y atiende.)

LOPE ANDÍA

Comenzad por vos forzado del borde; vos, ¿por cúal razón estáis desacorde con vuestro Gobierno?

FORZADO 1.º

Soy de la milicia; como algunos jefes me hacen injusticia, prometí vengarme, sin piedad…

LOPE ANDÍA

¿Quién eres?

FORZADO 1.°

Soy, por mi desgracia, Juan Gálvez de Mieres.

LOPE ANDÍA

¿Vos solventasteis nuestros regulares?

EL VIRREY

Acercaos más, que yo oiga.

FORZADO 1.°

Sí, a pares. Ordenáis, renuncio a dar a uno gusto.

EL VIRREY

Insolente.

UN SOLDADO DE LA GUARDIA

Pido, Señor, si halláis justo mi ruego, anotéis que éste es cabecilla de la Plata.

EL VIRREY

Sea puesto a la cuchilla. Sea degollado sin más miramiento.

EL VIRREY

¿Quién sois el segundo?

FORZADO 2.°

Señor, soy sargento. Mi mala fortuna me trajo a estas filas. De entonces, no vivo dos horas tranquilas…

EL VIRREY

Que este arrepentido pase a las galeras. Bogarás en naos de nuestras banderas.

LOPE ANDÍA

Continuad tercero. ¿Quién y en qué sois reo?

FORZADO 3.º

Junto a mis hermanos, Señor, yo me veo

(Señala a los TRES PRESOS que están contiguos y hacen signos con la cabeza afirmativos.)

por ser denunciado el que en mi morada se albergó, durmiendo la noche pasada un conspirador del motín secreto. Nada más, Señor.

EL VIRREY

Por tanto, decreto dos años de remo a los cuatro hermanos. Finalmente, vos, postrer de las manos cintas, ¿quién sois vos que bajáis la frente?

(El último forzado, en quien se reconoce a FERNÁN BUTRÓN, calla.)

EL VIRREY

¿No decís quién sois?

LOPE ANDÍA

¿Quién?

FERNÁN

Soy inocente.

EL VIRREY

Contad vuestra cuita.

FERNÁN

Señor, soy ajeno a esta pugna, como a otras que condeno. Vivía en el campo cuando, de improviso, un tropel armado entra sin permiso en mi portalada; llega y me aprisiona. De allí viene custodiada mi persona. ¿Por qué causa todo? Ésta. El otro día cabalgaba, a lomo de caballería, un capitán frente por frente a mi casa; detiénese ante ella el hombre que pasa, pídeme posada, se la doy, dormita; luego, se le ha tragado la pampa infinita. Conspirador viejo dicen que levanta las mesnadas contra la autoridad santa del Rey. Por sorpresa me veo yo preso. Me siento inocente, Señor, lo confieso.

EL VIRREY

¿Quién sois?

LOPE ANDÍA

No contesta.

EL VIRREY

Decid vuestro nombre.

LOPE ANDÍA

Su Excelencia os manda. ¿Que quién sois?

FERNÁN

Un hombre.

LOPE ANDÍA

Dad blandas palabras.

EL VIRREY

Dirimir la prueba.

FERNÁN

Fernán de Butrón.

EL VIRREY

El nombre os eleva. ¿Sois de la familia noble de Vizcaya?

FERNÁN

Don Gonzalo y Doña Mencia, que gloria haya, son mis padres.

EL VIRREY

(A LOS SOLDADOS.)

Hombres, soltadle su anilla y dejadle libre. Llevad la cuadrilla de reos al patio de la cárcel.

(Los CUADRILLEROS y los FORZADOS se retiran.)

Hijo, conocí a tus padres. Qué hondo regocijo hablarte, Fernán. Sabrás que tu hermano casó con mi deuda Sol… Dame esa mano. Hijo de Gonzalo de Butrón, mi amigo.

(Le estrecha la mano.)

FERNÁN

Ay, Señor, apenas puedo ya conmigo.

EL VIRREY

Muchacho, reposa y siéntate. Luego narrarás tu caso.

(EL VIRREY ofrece a FERNÁN BUTRÓN uno de los sillones que a los dos lados tiene y FERNÁN se sienta en el de la izquierda del representante de S. M.; LOPE ANDÍA permanece de pie junto a la mesa revisando documentos e interesándose a ratos en la conversación.)

FERNÁN

Don Alonso, un ruego.

EL VIRREY

Hijo, di.

FERNÁN

Volvía con mi mujer cuando llegando, improviso, el armado bando atroz de energúmenos me insulta, me acosa amenaza y prende… Ay Virgen. Mi esposa, mi dulce, mi bella, mi alma compañera, quiere acompañarme a donde yo fuera. Señor, hace tiempo que su cuerpo leve consume, así el sol disuelve la nieve, una fiebre lenta. La vi erguirse loca y caer, con un hilo de sangre en la boca. ¿Qué será señor de mi amada?

EL VIRREY

Llama al alférez, Lope.

FERNÁN

Ay, Virgen, nuestra Ama.

(FERNÁN DE BUTRÓN coloca ambos brazos sobre la mesa y oculta en ellas la cabeza con muestras de cansancio y profunda angustia.

Aparece EL ALFÉREZ cuadrándose militarmente ante V. E.)

EL VIRREY

Ordena que un hombre se ponga en camino a Puebla de Sol y, a uña de rocino, torne con las nuevas de que la señora de Fernán Butrón aún vive y mejora.

(EL ALFÉREZ se cuadra y desaparece.)

EL VIRREY

Lope Andía, infórmate cómo van los reos.

LOPE ANDÍA

Voy allí, Excelencia.

ESCENA II

(EL VIRREY y FERNÁN.)

EL VIRREY

Quedan tus deseos cumplidos. Tu padre Gonzalo, me ha escrito. Sé todo. De verte yo me felicito. Conozco tu idilio, conozco la pena de tu padre, cómo tomaste en la arena de Plasencia un barco que a esta India te porta, y cómo tu luna de miel fue bien corta. Aún sé más que tú, Fernán.

FERNÁN

¿Qué noticias de España?

EL VIRREY

Las hay tristes y propicias. Tu padre está en Burgos. Sabes que tu hermano Ochoa guerreó con valor rayano en temeridad. Don Gonzalo invoca por ti, cuyo nombre siempre porta en boca; pide que retornes a los viejos llares, pide que su fría vejez no acibares y tornando, pide que al castillo triste entres solo, igual que cuando saliste.

UN ALFÉREZ

(Varios SOLDADOS y un MISIONERO.)

Excelencia, ha sido vuestra orden cumplida. Cuando, vientre a tierra, iba la partida soberbio el camino, vimos, caballero en su mula, a este Padre misionero. Es el que bendijo en su última hora junto al lecho, en Puebla de Sol, la señora de un reo que se halla bajo su Excelencia.

EL VIRREY

No es reo. Está libre según la sentencia.

FERNÁN

Cumplid padre en mí vuestro deplorable encargo.

EL MISIONERO

(Al VIRREY.)

Dejad señor que os hable. Hijo mío, debo confiarte el alma de un ángel que ha visto con profunda calma quebrarse la carne, subiendo a la esfera de Dios, desde donde, cinto en luz te espera.

FERNÁN

Ay de mí, qué oscura, Señor, es mi suerte.

(Se encubre la cara con ambas manos y solloza.)

EL MISIONERO

Hecho más solemne por la santa muerte. Permitid que pase a vuestra garganta este medallero cuyo oro abrillanta el raudal de perlas de su último llanto.

FERNÁN

Yo os doy las gracias Padre dulce y santo.

(El PADRE MISIONERO impone las medallas a FERNÁN; éste introduce en el interior de la ropa, por la embocadura del cuello.)

EL MISIONERO

Con la venia de su Excelencia.

EL VIRREY

Os ruego.

(Escúchase lejos un rumor de voces acompañadas por instrumentos musicales.)

EL MISIONERO

Voy a ver, señor Fernán, si me allego al templo y consagro a su alma una misa.

FERNÁN

Acudo a escucharla.

EL VIRREY

Padre, de esa guisa yo acudo de grado al santo servicio.

ESCENA III

(El secretario LOPE ANDÍA revisando los documentos.)

LOPE ANDÍA

No entiendo de dónde nace este bullicio.

(Acércase el rumor de las voces cantoras. Aparece una comparsa de DIEZ MOZOS vestidos los unos con prendas que han pertenecido al uniforme militar de lnfantería y en parte prendas civiles.)

VOCES JUVENILES

Vuelvo a mi monte, vuelvo a mi tierra, dejo la guerra y este horizonte que me destierra… Vuelvo a mi monte.

LOPE ANDÍA

(Dejándoles clamar en libertad y procurando no ser visto, se coloca tras de la mesa del despacho del virrey.)

La cantora gente, decid, ¿dónde bueno vais?

PRIMER LICENCIADO

Señor, hoy libres tornamos al seno de nuestras familias que están en España; hemos terminado ya nuestra campaña.

LOPE ANDÍA

Bravo. ¿Quién sois vos y vais a qué parte?

PRIMER LICENCIADO

Soy para serviros Diego de Bolarte. Montañés, hidalgo como el Rey y espero tornar a Santoña donde, so el armero muro de mi casa, viva en paz y en ocio atendiendo en suma por todo negocio a salvar el alma como los señores.

LOPE ANDÍA

Amén. ¿Y vos, mozo?

SEGUNDO LICENCIADO

Sueño con honores en las antesalas de la Corte, fío ascender como otros mil al poderío. Soy libre, soy mozo, subiré los años como quien se eleva por unos peldaños a la luz, la gracia, el honor, la gloria. Mi vejez, espero, contará en la Historia.

LOPE ANDÍA

Bravo. ¿Por qué ruta hacéis el regreso a España?

TERCER LICENCIADO

(Entonación de voz andaluza.)

Mañana acomete, expreso un bajel de vela la vuelta a Sevilla, libres todos, vuelve pues, nuestra cuadrilla al llar… Por mi parte, mi vida no espera desbordar los campos verdes de Antequera, dormiré so el árbol que escalé de niño y para quererlo con mayor cariño pensaré en los años fríos que en el mundo como una hoja al viento, anduve errabundo.

LOPE ANDÍA

Id pues, con Dios, bravos.

LICENCIADOS

Señor, Dios os guarde.

LOPE ANDÍA

Iré a la salida.

PRIMER LICENCIADO

Mañana a la tarde.

(Encamínanse al muelle y finalmente desaparecen.)

VOCES

Vuelvo a mi monte, vuelvo a mi tierra, dejo la guerra y este horizonte que me destierra… Vuelvo a mi monte.

ESCENA IV

(Pasa, lateralmente, un palanquín o silla de mano conducida por DOS INDIOS, acompañada por SERVIDORES y escoltada por UN ESCUDERO secretario que camina aliado de la ventanilla derecha en que aparece DOÑA MENCIA ÍÑIGO DE LOINAZ.)

LOPE ANDÍA

Pedid pasaportes en esa litera.

UN SOLDADO

La noble señora que pasáis viajera, en nombre de nuestro virrey os conmino a presentar vuestras cartas de camino. ¿Dónde vais?

DOÑA MENCIA

A España. Pondré el pie en tierra. Abridme.

(EL SECRETARIO abre la puerta.)

Sin duda, que esta bolsa encierra todos mis papeles. Tened mi real hoja rubricada por Diego de Pantoja.

(EL SOLDADO la entrega al SECRETARIO que la examina.)

LOPE ANDÍA

Señora a quien yo beso los pies… A su esposo, Capitán Loinaz, me une un afectuoso trato.

DOÑA MENCIA

Yo celebro saberlo. Su nombre es…

LOPE ANDÍA

Señora mía, sirviéndola en hombre cortesano, Lope Andía.

DOÑA MENCIA

El sonido frecuenta los labios de mi amo y marido. Creo sus mercedes, a más son paisanos.

LOPE ANDÍA

Sí; los vizcaínos y los guipuzcoanos lo somos, lo somos…

DOÑA MENCIA

Yo vuelvo a mi casa fresca, cuyo muro en espesor pasa lo ancho de mis brazos. Desde mis cristales, los alpargateros, frente a sus portales veré cómo trenzan la canosa estopa… mientras, junto al fuego de aromada sopa perfuma el ambiente, bien segura y quieta pensaré en el mar, cuando la goleta en que hice los viajes, cabeceaba a solas volando en los vientos, quebrando las olas.

LOPE ANDÍA

Mañana despliegan las velas el lino con que el bajel nuestro hará su destino.

DOÑA MENCIA

Creo el capitán Loinaz viene pronto. Mas la soledad y el peligro afronto por tener a Azcoitia de calles umbrías. A oír las goteras de las tejas mías… ¿Vos no volvéis pronto?

LOPE ANDÍA

Quizás a fin de año. Yo con artificios, mi nostalgia engaño. Si le nace, lejos mi tierra, una pena, la ahogo en los papeles de mi gran faena.

(Salen del templo Su Excelencia EL VIRREY y FERNÁN.)

DOÑA MENCIA

Señora, quien baja de la escalinata es nuestro virrey del Perú y el Plata.

DOÑA MENCIA

Mi señor…

(Haciendo una ceremonia de corte.)

EL VIRREY

A vuestras plantas, mi señora.

LOPE ANDÍA

Aquí Doña Mencia Loinaz, se incorpora al bajel que parte a España, mañana.

EL VIRREY

¿Adónde, a qué dulce tierra comarcana os encamináis?

DOÑA MENCIA

A la vizcaína.

EL VIRREY

Tened mi querido Fernán. Qué divina coincidencia. Nada ya aquí os sujeta, de suerte que junto a una tan discreta dama, habrá de ser muy dulce el pasaje. A su vez, prudente, él hará de paje. Señora, aceptad el que os presente a Fernán Butrón, lejano pariente mío, brote ilustre de una ilustre casa.

(FERNÁN hace una profunda reverencia desde lejos, a DOÑA MENCIA, sin moverse de su lugar ni desplegar los labios.)

FERNÁN

Señor, vuestra clara idea fracasa.

EL VIRREY

No entiendo. ¿Es posible que ante la goleta que surcará el mar, como una saeta, rumbo a España, izadas las velas redondas, quedes en la orilla, mientras va a las ondas el leño emisario que navega a España?

FERNÁN

¿No pensáis que traigo yo muerte en mi entraña? De nuevo decís que entregue a las velas mi esperanza y vuelva en las carabelas hacia la ilusión rosada del mundo… Un día he llamado al lienzo errabundo que vuela en los vientos las alas del lino. Entonces, con esas alas, un camino de ilusión me abrí al nuevo hemisferio; yo creí que en horas dulces de misterio, hallaría, al cabo, la dicha suprema, bajo de estos altos cielos de poema. ¿Qué hallé en pos del vuelo? ¿Qué recojo, en suma, tras de tanta nube, océano y espuma? Hallo en tierra, hediondo, mi amor hecho trizas. ¿Qué encuentro? Un montón pobre de cenizas. Palpé las traiciones rudas de la vida. Me rasga mi pecho joven esta herida. Y ¿cómo de nuevo hacia esa ilusoria ala blanquecina que promete gloria, ilusión, ventura, decís que confíe mi suerte, a la que ya nada sonríe? No. Yo tomaría las alas del lino por cruzar el denso ámbito marino, si a lo lejos, chica cual mínima estrella yo viera una chispa de luz que destella. Lejos, lo más lejos que la vista alcanza un destello solo de blanca esperanza. He visto a esas grandes alas que en el viento alzaban su orgullo por el firmamento, postrarse tronchadas por la adversa suerte, rotas; a las plantas frías de la muerte no iré.

EL VIRREY

Fernán, piensa en tu padre anciano, serías tú el dulce sostén de su mano… ¿Qué nuevas le haremos llegar de tu parte? Puesto que esta dama que mi afán comparte ha de ser tan buena que nuestra misiva la lleve consigo.

DOÑA MENCIA

Y con la más viva solicitud.

EL VIRREY

Gracias.

DOÑA MENCIA

Como su Excelencia propuso, debierais ir con mi asistencia a España, en la nave de mañana. Empero las nuevas irán por un mensajero fiel y diligente que dará a oportunas manos la noticia de vuestras fortunas. Muy agradecido a su cortesía que ojalá yo pueda pagar en su día.

EL VIRREY

Así pues, señora, con vuestro permiso voy a dar a un padre consternado aviso de un hijo remoto.

(Se sienta en la mesa el virrey DON FADRIQUE y empuñando una esbelta pluma de ave escribe sobre un pliego.)

«Mi querido amigo Alonso».

(Escribe en silencio.)

Fernán, dime qué le digo del retorno, en suma, hacia tu morada a comer la bíblica novilla cebada.

(FERNÁN, en pie, mantiene la vista clavada en el suelo sumido en meditación profunda. No responde. Sale de la iglesia vecina el son apagado y melancólico del órgano.)

¿Qué digo a tu padre sobre tu partida?

FERNÁN

Decidle el secreto, señor de mi vida. Decidle recuerdo a su venerable figura… Dejadme virrey que os hable con el corazón abierto en la mano. En vuestra presencia, un grande, inhumano súbito dolor que me ha herido en el pecho. Como un ciego palpa todo trecho a trecho, así avanzo a oscuras al porvenir… Toco mi risueña dicha que duró tan poco. Sí. No hay duda alguna. Yo erré mi existencia. Tenía razón la cana experiencia de mi padre. Dile, hermano, que pienso con sudor de sangre en mi engaño denso. Error fue mi vida. Yo cerré los ojos por no ver los astros, de sangre, astros rojos de la guerra. El mundo lo forman dos bandos en lid. Busqué sólo sentimientos blandos. Mientras mis hermanos hallaban la muerte soñaba yo en medio de una paz inerte con el amor, dulce nuncio de la gloria. Me hundí en su isla, en medio del mar de la historia. La guerra, la guerra rompió mis destinos que se entremataban; dejé yo Vizcaya por los oñacinos y los gamboínos, y al arribar a esta exótica playa me rodea el mismo combate bizarro, legiones de Almagro, huestes de Pizarro… Y los almagristas y los pizarristas me han roto a Isabel entre dos conquistas… Combate es el mundo, guerra el universo. Con el favorable campo del adverso hay que ir. Aquí abajo no cabe armisticio; por no verlo así, caí al precipicio. El mundo es la guerra. Y si ahora dejara la vida y subiera donde todo para, la esfera del cielo vería dos huestes, blanca y negra, dos mesnadas celestes. La de los arcángeles que son vencedores, con Gabriel rodeado de blancos fulgores, y la de los ángeles que fueron vencidos, con Satán en medio de sombras y ruidos. Don Alonso que antes me juzgó cobarde, mi buen padre, sepa, al fin que, aunque tarde, viendo mis errores y mis desaciertos, para no manchar la honra de mis muertos entraré en la liza trágica y eterna, y que con mi espada de herencia paterna, con el noble acero que es de los Butrones, hecho fe, he de herir muchos corazones. Me armo para santas guerras de dulzura.

EL VIRREY

Hallo tu palabra Fernán muy oscura; no sigo tu intento, ni veo qué quieres. ¿A qué guerra santa, Fernán, te refieres?

FERNÁN

Seré guerrillero de Jesús, en este Continente niño. La patria celeste que es universal como lo es Dios mismo divulgará mi alma por el salvajismo de los indios mudos. Seré misionero. El papel más grande y el más verdadero que aquí corresponde ejercer a España es llevar el Dios que hay en nuestra entraña a la entraña oscura de los indios. Creo que dándoles Dios, doy cuanto poseo.

EL VIRREY

Fernán, tú no piensas en las posesiones que en la dulce España tenéis los Butrones.

FERNÁN

Pobre en Cristo, cedo mis bienes.

DOÑA MENCIA

Parece que seréis un santo al que al fin yo rece. Van vuestras pisadas hacia los altares.

FERNÁN

Malvado yo…

EL VIRREY

Dime, ¿no cruzas los mares? ¿No emprendes a España de nuevo el camino?

(Se escucha la voz de los marineros y de los soldados en la nao que retorna al occidente.)

FERNÁN

Ya no volaré con alas de lino. Volaré con otras alas, grandes alas blancas de la fe, por sobre las malas pasiones del mundo mentiroso. A ejemplo de desengañados mi nao es el templo. Volaré en la Iglesia hacia un gran destino mas en vez de ir sobre alas de lino tan pobres las pobres alas materiales, volaré con otras velas inmortales, más íntimas alas para el alma inquieta; las alas del leve sayal del asceta.

EL VIRREY

(Escribiendo.)

Finalmente, digo que cual misionero te quedas en Indias…

FERNÁN

Sí, decid que quiero sembrar la mejor alma de Occidente en los pechos de este asiático ambiente. En contra el fetiche de Asia que aquí asoma quiero abrir un blanco camino hacia Roma. Yo injertaré mi alma, mediante el bautismo en el indio, dándole, en don, a mí mismo.

(FERNÁN hace una profunda reverencia y entre las voces del órgano penetra en el templo.

EL VIRREY, que ha estado durante la última parte escribiendo sobre un pliego, se incorpora con una carta en su mano siniestra y de esta suerte se aproxima a DOÑA MENCIA, en silencio, le hace una reverencia, toma su mano, la besa, y le entrega el pliego.

DOÑA MENCIA, tomando con ambas manos la falda, hace una reverencia de corte al virrey y en silencio penetra en su litera.)

EPÍLOGO

(Bosque tropical de América. Conducido en unas andas de ramaje transportadas por CUATRO INDÍGENAS INDIOS y arropado en un ancho sayal, con la cabeza descubierta de largos cabellos blancos y copiosas barbas de refulgentes canas, aparece UN ANCIANO MISIONERO. Pálido, inmóvil en su rústica litera.)

EL MISIONERO FERNÁN BUTRÓN

Hijos míos, basta. Dejadme un momento en tierra. Jadea, al fin, vuestro aliento. Descansad. Subimos a esta alta meseta como ensalza el vuelo una ágil saeta.

(Las andas tienen unos soportes, de manera que el anciano queda tendido a la altura de un lecho.)

Qué celeridad. Por fin, en la ermita de aquí a poco, donde mi piedad habita hace cuarenta años, yaceré tranquilo. Queridos hermanos, yo siento que el hilo largo de mis días mundanos termina. Hacia su postrera cruz mi alma camina y paso mis últimos respiros humanos, cual reloj de arena sus últimos granos… Es divino. Nunca tan iluminada se mostró, a lo lejos, mi vida pasada. ¡Cuánta luz me envuelve! Mi juventud vana transcurre a mis ojos, cual la caravana que cruzan un oasis, trajes, cortesías, músicas y danzas, rangos, jerarquías, mis horas del siglo se me tornan vivas y claman en mi alma como aves cautivas. Dulce Dios. El pájaro de mi amor primero canta como ruiseñor verdadero. No escucho canciones. ¿De dónde me envía el coro de voces esta melodía? Mis hijos, he sido pecador, he sido gran pecador. Soy un arrepentido. Antes de poner mi amor en el templo, lo puse yo en una criatura, a ejemplo de Agustín el de África, lo puse en un claro castillo de gracia, en un dulce y caro fortín de dulzura. Pero aquel castillo que aspiré a tomar, loco, por el brillo de los ventanales bellos de sus ojos, por la saetera de sus labios rojos, aquel melodioso castillo de gracia que aspiré, en delirio, a penetrar hacia su interior de miel, de luz y armonía, se trocó en montón de polvo, en un día. Oh, vanitas, vanitas. Vanidad. De entonces el rumor de muerte de los píos bronces llenó mi alma. Cubre mi piel la mortaja. En la torre mística, mi fervor trabaja por el amor santo que redime al mundo. En la noche como una luz, difundo el Universal Dios, el Dios de blancos y de negros, Dios de cumbres, barrancos, piadosos, impíos, la caridad suma, Dios de nube y lodo, de roca y espuma… Hijos, suavemente transportad el leño, que no se disipe, al andar, mi sueño.

FIN DE
LAS ALAS DE LINO