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En los momentos duros de la vida
se puede dar lo mejor de uno mismo
Aquel jueves tocaba Química y estaban todos en el laboratorio. De nuevo, Pedro había llegado a clase con cara de pocos amigos. Era uno de esos niños de mueca torcida, que parece que siempre lleven un nubarrón sobre la cabeza. Siempre estaba triste o enfadado, y se quejaba de que nada le salía bien.
Eso sorprendía a sus compañeros, porque Pedro sacaba buenas notas, era apreciado por sus amigos y tenía incluso a Bobby, un perro fiel y simpático.
Para aquella práctica de laboratorio, el profesor les reservaba una lección curiosa. Puso a hervir agua en tres recipientes transparentes. Cuando el agua alcanzó los 100 °C, introdujo dos zanahorias en el primer recipiente. En el segundo, puso tres huevos y en el tercero, dos puñados de granos de café.
Sin mediar palabra, los estudiantes contemplaron cómo las zanahorias, los huevos y los granos de café se transformaban por la acción del agua hirviendo.
Pasados veinte minutos de cocción, el profesor pidió a sus alumnos que sacaran los alimentos del agua con mucho cuidado y los pusieran en tres boles. En el primero, las zanahorias cocidas, de un naranja brillante. El segundo acogió los tres huevos. Tras colar los granos de café, el agua resultante llenó el tercer bol.
Entonces, el maestro preguntó al estudiante malhumorado:
—Pedro, ¿qué ves en estos tres boles?
—¿Qué voy a ver más que zanahorias, huevos y café? —protestó.
—Pedro tiene razón. En apariencia, es lo que hay.
A petición del profesor, los alumnos tocaron los alimentos. Comprobaron que las zanahorias se habían ablandado. Rompieron los huevos y vieron que, bajo la cáscara, la yema y la clara se habían compactado. Luego olieron el rico café y un par de chicas incluso lo probaron.
—¿Y todo esto para qué, profesor? —se quejó Pedro, cómo no—. ¿Hacemos de cocineros en la clase de Química?
—¡Más o menos! Fijaos en que todos los alimentos han tenido que luchar contra la misma adversidad: que los hirvieran. Y que cada uno de ellos ha reaccionado de un modo diferente: la fuerte zanahoria se ha ablandado; el frágil huevo de corazón líquido se ha endurecido. ¿Y los granos de café? ¡Son especiales! ¿Qué han hecho?
Nadie se atrevió a contestar, por miedo a meter la pata.
—Ellos no han cambiado —prosiguió el profesor—, pero sí han transformado a su enemiga, el agua… Pedro, tú, que siempre estás de morros, ¿con qué alimento te identificas?
—¿Qué quiere decir? —preguntó, ofendido.
—Quiero saber si te sientes como una zanahoria, que parece dura y acaba siendo débil. O como un huevo, que era líquido y se adaptaba a su cáscara pero que con la adversidad se ha endurecido.
Pedro contraatacó:
—Profesor, a veces las cosas se ponen difíciles y nos ablandamos, o una decepción nos hace más duros y pesimistas.
—¡No lo dudo, Pedro! Pero una tercera vía es ser como los granos de café. Modifican el elemento que les produce dolor y los amenaza, el agua, e incluso en el punto de mayor sufrimiento, la ebullición, le dan al agua su mejor sabor y aroma. Cuando la situación se complica, entregan lo mejor de sí mismos y contagian su positividad al entorno. ¡Así es la vida, chicos y chicas! Cuando aparezcan los problemas, podéis elegir entre ser zanahoria, huevo o café. ¿Qué preferís?