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Encontrar un punto medio
es la clave de la sabiduría
Julio estaba en el parque, como cada tarde, y compartía su juego favorito con sus amigos. En el grupo, cada uno tenía su bolsita de canicas. Las bolitas de cristal con corazón de colores emitían sonidos mágicos al chocar unas con otras. Estaba tan orgulloso de su colección de canicas como de habérselas ganado a sus compañeros con la habilidad de un jugador experto.
Ciertamente, a veces también perdía, pero ahí estaba lo divertido del juego.
En la escuela, el recreo era el momento de intercambiar y negociar para conseguir la pieza más bonita y extraña para la colección de cada uno. Se emocionaban tanto con ese pequeño comercio que apenas les daba tiempo de comerse el bocadillo, tan ocupados estaban con sus bolitas.
El día que llegó un nuevo compañero a la escuela y mostró interés en unirse al club de los jugadores de canicas, el grupo lo aceptó con amabilidad. El niño, sin embargo, iba con su bolsita medio vacía. Según él, en su anterior escuela nadie quería jugar.
Los chicos del grupo, para hacerle sentir mejor, acordaron regalarle una pieza de cristal cada uno. Así lo hicieron Julio y sus amigos.
A partir de ahí, el nuevo tendría que jugar en el parque y esforzarse para ampliar su colección.
Con todo, al ver la bondad de sus nuevos compañeros, el recién llegado pensó que podía recibir más favores, así que pidió una canica extra a Julio con el pretexto de que nuestro protagonista tenía la bolsita a rebosar.
Julio le dijo que ya le había dado una y se negó a regalarle otra, pero al regresar a casa dudó de si había sido avaricioso con su nuevo compañero.
Al explicarle a su madre lo que le había sucedido, ella le preguntó:
—Querido hijo, ¿crees que mereces las canicas de tu bolsita?
—Sí, mamá, porque me han costado muchas partidas y esfuerzo reunirlas.
—Entonces, ¿por qué piensas que es avaricia y no un premio por tu dedicación? Al igual que los demás, tú ya has dado tu canica de bienvenida a tu nuevo amigo. El mejor regalo que puedes hacerle ahora es dejar que consiga el resto por sí mismo.
Al regresar al colegio al día siguiente, el nuevo parecía enfurruñado a la hora del patio. Aun así, por la tarde en el parque le invitaron a jugar con las canicas que tenía en la bolsita.
Demostró ser un jugador excelente y ganó varias piezas. Lo mismo sucedió al día siguiente y al otro. Esa tarde, cuando terminaron de jugar, devolvió a cada compañero la canica que le había dado cada uno el primer día y, avergonzado, declaró:
—Os doy las gracias por vuestro regalo, pero he ganado tantas canicas que me sentiré mejor si os devuelvo las vuestras.
Cuando todos se hubieron marchado, felices con aquel gesto, se acercó a Julio y le dijo:
—A ti te doy las gracias doblemente.
—¿Por qué? —preguntó el chico, sorprendido.
—Primero por haberme dado una canica de bienvenida. Pero más aún por haberme negado la segunda. Gracias a eso me he esforzado en el juego y ahora puedo sentirme uno de los vuestros. Eres un buen amigo.