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El mejor regalo es reconocer lo que ya tenemos
Un grupo de amigos se reunieron, como cada domingo, alrededor de una amplia mesa para almorzar. Como se apreciaban y deseaban cuidar los unos de los otros, cada vez que se encontraban para comer, procuraban llevar platos hechos con el mayor cariño y con los mejores ingredientes que podían obtener de sus propios huertos.
Sobre el mantel había toda clase de colores, sabores y aromas exquisitos y naturales: desde el pan cocido en el horno casero hasta las deliciosas ensaladas, pasando por los zumos extraídos de la fruta de sus árboles.
Mientras disfrutaban de todos aquellos manjares, que eran sencillos pero deliciosos, los amigos conversaban sobre los acontecimientos negativos que habían ocupado su semana.
Unos se quejaban de que habían madrugado demasiado para trabajar. Otros, de que se habían acostado tarde cada día por culpa de las horas extras. Unos lamentaban que hubiera llovido casi cada día. Y otros, de que el verano estuviera tardando tanto en llegar.
Entre tantos lamentos, de pronto una amiga del grupo dijo:
—Tenemos la mesa llena de buena comida y bebida, y salud para compartirla con amistad. ¿Qué más se puede pedir?
—¿Que me toque la lotería, por ejemplo? —respondió uno de ellos.
—Bueno… —insistió la otra—. Me refiero a que, si se os apareciera un genio, como el de los cuentos, ¿qué le pediríais?
—¡Ah! —gritó inmediatamente un tercero—. De todo, ¡le pediría de todo!
Tras la carcajada general, la que había iniciado aquella conversación propuso:
—Si lo tuvieras todo, acabarías aburrido. ¡Te cansarías de tantas cosas! Os propongo un juego… Imaginad que un genio os concede tres deseos. Cada uno dirá lo que pediría y, al final, el mejor deseo de todos será el ganador y quien lo haya dicho no tendrá que pagar su parte de la comida. Le invitaremos los demás. ¿Hace?
Todo el mundo asintió, porque vieron que la idea era divertida. Acto seguido, cada cual empezó a expresar sus tres deseos: un coche nuevo, un amor para siempre, dinero para vivir sin necesidad de trabajar, alguno incluso deseaba fama mundial...
Al llegar a la última amiga de la mesa, que había escuchado atentamente a todos los demás, le preguntaron:
—¿Cuál es el primer deseo que pedirías?
—Tener la calma y la inteligencia para elegir bien los otros dos deseos.
No necesitó decir nada más. Aquel fue elegido el mejor deseo de toda la mesa, y todo el grupo invitó a su amiga al almuerzo.
Aun así, al llegar a los postres, le pidieron que revelara cuáles serían aquellos dos deseos que le faltaban.
Tras pensarlo un rato, como si el genio le hubiera ya concedido el primer deseo, la chica respondió:
—El segundo sería darme cuenta de que lo mejor de la vida ya lo tengo. El tercero… ¡no olvidarme de eso ni un solo día!