7
A veces buscamos lejos lo que tenemos cerca
Una maestra de historia pidió a sus alumnos que confeccionaran entre todos una lista con las siete maravillas del mundo. Hecho esto, pintarían juntos en una pared de la escuela un gran mural con todo lo que habían elegido.
Para decidir esa lista de prodigios crearon un grupo de WhatsApp. Emocionados con aquella tarea, los teléfonos pronto empezaron a vibrar con las propuestas de la clase.
Una maravilla en la que casi todos coincidían era la Gran Muralla China, una descomunal obra de construcción que cruza un continente entero.
Le seguían de cerca las pirámides de El Cairo, muestra del poder de los faraones. Aún era un misterio saber cómo pudo crearlas una cultura que ni siquiera conocía la rueda.
El palacio del Taj Mahal, el mayor regalo de amor nunca hecho, en el que trabajaron los mejores artesanos de todo Oriente.
El canal de Panamá, una obra de ingeniería impresionante que muchos creyeron que era imposible.
La Sagrada Familia de Barcelona, el templo más original del planeta, cuya construcción hace casi ciento cuarenta años que dura, pagada solo con donativos.
El Machu Picchu, la ciudad sagrada de los incas en Perú, por los enigmas de su diseño y la belleza sobrecogedora del entorno.
Entre todos los participantes, se encontraba una alumna que no había intervenido ni una sola vez: Alba. Esto hizo pensar a sus compañeros que quizá no sabía qué elegir —¡hay tantas maravillas en el mundo!— o que no le interesaba aquel trabajo colectivo.
Cuando llegó el día de la presentación, la maestra quiso saber cuáles eran las siete cosas maravillosas que había elegido la clase.
Estaban todos tan entusiasmados que empezaron a pisarse entre sí para decir el «top 7» de lugares y edificios que habían pactado.
Solo Alba seguía sin intervenir, lo cual no pasó desapercibido a la maestra.
—¿No estás de acuerdo? —le preguntó—. ¿Tienes alguna propuesta diferente de la lista que acaban de leer tus compañeros? Vamos, es tu momento de decirlo. Aún podemos cambiar lo que pintaremos en el mural.
Todos observaban a Alba con gran interés. Nadie entendía por qué no había dicho nada durante los días de discusión en el grupo. Finalmente murmuró:
—Es que… en mi lista aparecen cosas completamente distintas, pero para mí son maravillosas.
—¡Ah, estupendo! Estamos esperando oírlas.
Alba respiró profundamente, sin ocultar que estaba un poco nerviosa. Luego se sacó un papel del bolsillo. Tras desplegarlo con cuidado, leyó:
—Las siete maravillas para mí son:
Poder ver,
poder escuchar,
poder tocar,
poder oler,
poder saborear,
poder reír
y poder amar.
Un silencio profundo siguió la lectura de esta lista. Finalmente, la maestra empezó a aplaudir y le dijo:
—Todas estas cosas son maravillosas, ¡tienes toda la razón! De hecho, son tan importantes que las damos por supuestas hasta que nos faltan, porque no se pueden volver a construir ni tampoco comprar con dinero. Propongo que sean las siete elegidas para nuestro mural. ¿Qué opináis?
Por primera vez desde que habían empezado aquel ejercicio, todos estuvieron de acuerdo.