Capítulo 3

 

LAUREN agradeció la sugerencia de Ray de que descansara, eso le daba la oportunidad de evitar mantener una conversación durante el resto del trayecto al aeropuerto.

Se quitó la chaqueta marrón que llevaba encima de un jersey crema y unos vaqueros. Después, se acomodó de nuevo en el asiento y se relajó.

De una cosa estaba segura, tenía que hacer algo para controlar las náuseas de por la mañana, de lo contrario, tendría que darle explicaciones a Ray antes de lo previsto. Ray era inteligente, ataría cabos enseguida.

Al poco de llegar al aeropuerto, subió la escalerilla del avión del amigo de Ray. Una vez dentro, pasó entre dos filas de asientos de cuero color crema hasta aproximadamente la mitad del pasillo. En la otra mitad había dos sofás, uno enfrente del otro, del mismo cuero. Hacia la cola del aeroplano había una puerta abierta que daba a un cuarto de baño completo.

¡Qué lujo! Después de aquello, ¿quién iba a viajar en un avión comercial?

Fingiendo una sofisticación que no sentía, se volvió y preguntó a Ray:

—¿Dónde me siento?

—Donde quieras —Ray le indicó dos sillones, uno en frente del otro—. ¿Por qué no nos sentamos aquí de momento? Le he pedido a la azafata que nos traiga té cuando hayamos despegado, también nos traerá algo de comer. ¿Te apetecen huevos y panceta o prefieres algo de bollería? ¿Fruta también?

—Ahora mismo no me apetece comer nada —respondió Lauren sentándose en un sillón al lado de una ventanilla.

—Unos mordiscos a una barra de avena no es gran cosa —protestó él—. Necesitas algo más.

—Bienvenidos a bordo —dijo la azafata, una atractiva morena, acercándoseles—. Me llamo Julie. Si necesitan algo, pueden llamarme por el control remoto o apretando este botón —la azafata les indicó unos botones en los brazos de los sillones—. Les traeré el té cuando alcancemos la altura de crucero. ¿Se les ofrece algo más?

—Gracias, Julie —contestó Ray rápidamente—. Por favor, tráiganos algo de bollería, fruta y yogur.

Lauren lanzó a Ray una furiosa mirada. Le había dicho que no tenía hambre.

—¿Quieren que guarde sus cosas? —inquirió Julie—. En la parte delantera del avión, cerca de la cabina, hay un armario. Pueden utilizarlo para lo que quieran durante el vuelo.

Lauren le dio el bolso y la gabardina. Después, esperó a que la azafata se marchara para dirigirse a Ray.

—Espero que dejes de tratarme como a una niña.

—En ese caso, no te comportes como tal. Sigues muy pálida, aunque has recuperado algo de color después de la barra de avena. Supongo que te encontrarás mejor si comes algo más. Pero, por supuesto, puedes hacer lo que quieras.

Lauren apretó los dientes. Continuar la discusión no tenía sentido. Por suerte, el piloto, a través de los altavoces, les informó que iban a despegar y les pidió que se abrocharan los cinturones de seguridad.

La fuerza del despegue la hizo pegar la espalda contra el respaldo del asiento. Se agarró a los brazos del sillón, clavando las uñas en el cuero. Cerró los ojos e hizo lo posible por contener las náuseas.

Abrió los ojos sorprendida. ¿Cuándo se había cambiado Ray de sitio y se había puesto a su lado? ¿Y por qué el contacto con él la tranquilizaba?

Debía ser porque la distraía, pensó con lógica. Volvió la mano y entrelazó los dedos con los de él, aceptando el calor y el confort que le proporcionaban.

Y las náuseas se evaporaron.

—Gracias —dijo ella con una débil sonrisa.

—¿Te da miedo volar?

—Mmmmm. Supongo que estoy nerviosa por el viaje en conjunto. Aún no hemos hablado de cómo vamos a manejar la situación. No me hace mucha gracia engañar a Mamó.

—A mí tampoco —respondió Ray—. Por eso no mentiremos.

Lauren, al instante, se puso tensa otra vez.

—Si lo que estás sugiriendo es que…

—No, no es eso —Ray le dio un apretón en los dedos—. Somos amigos, ¿no? Eso es lo que vamos a decir.

Como le gustaba demasiado el contacto físico con Ray, apartó la mano. Y, en ese momento, se dio cuenta de que el avión había dejado de ascender, debían de haber alcanzado la altura de crucero.

—Pero todos creen que somos algo más que amigos.

—Exacto. Nos comportaremos con naturalidad y los demás creerán lo que quieran creer.

Lauren se quedó pensativa un momento.

—No sé yo…

—Es el poder de la sugestión. La gente cree lo que quiere creer. Los directores de cine utilizamos las expectativas de los espectadores con el fin de manipular sus emociones. Lo que acaban sintiendo es real.

—¿Te das cuenta de lo que dices? Estás hablando de manipular a la gente. Pero con quien vamos a estar es con tu familia, no con gente que va al cine.

—Mira, sé que ir allí y presentarte como mi novia no es lo ideal y, en circunstancias normales, jamás se me habría ocurrido. Pero no te imaginas lo disgustada que estaba Mamó —los ojos azules de Ray oscurecieron por la preocupación—. Si esto consigue animarla, por mi parte vale la pena.

—De acuerdo —declaró ella.

Y, de nuevo, volvió a darle la mano. Lo principal era que Ray estaba preocupado por su abuela.

—Bueno, ahora vamos a comer algo.

Julie apareció con un carrito y les colocó delante una mesa, dejándola al lado de Ray sin escapatoria posible. De repente, la súbita intimidad la sofocó. Quería protestar, pero no lo hizo.

Julie dejó sobre la mesa una bandeja con bollos, queso cremoso, mantequilla y gelatinas. También había yogures y fruta. Por último, una tetera con agua hirviendo y una pequeña cesta con diversas variedades de té.

Tras colocar los platos, los cubiertos y las servilletas, Julie preguntó:

—¿Quieren que les sirva?

—No, gracias, Julie, lo haremos nosotros —respondió Ray con una encantadora sonrisa.

—Por favor, avísenme si necesitan algo más.

Inmediatamente, Julie se marchó.

Al comprobar que ver la comida no le producía náuseas, Lauren se preparó un té mientras Ray se servía fruta, crema de queso y un panecillo en su plato.

—¿Quieres que te prepare algo? —le preguntó Ray después de que ella bebiera un sorbo de té.

—Bueno, medio panecillo con un poco de crema de queso.

Ray asintió y, al cabo de unos momentos, le colocó el panecillo en su plato. Lauren empezó a comer.

—Estoy de acuerdo contigo en que tenemos que ser lo más sinceros posible con tu familia, pero… ¿te has dado cuenta de que nunca hemos salido juntos?

Ray, pensativo, empequeñeció los ojos y continuó comiendo unos segundos.

—Digamos que hemos sido discretos.

Lauren arqueó las cejas.

—Se te da demasiado bien manipular las cosas.

Ray sonrió maliciosamente y le pasó un tarro de yogur.

—Soy director de cine, mi trabajo consiste en inventar e interpretar.

—Excelente disculpa —respondió ella aceptando el yogur, al que se echó unos trozos de fruta.

Después de comer, suspiró satisfecha. Aunque, de repente, se dio cuenta de que Ray se había salido con la suya, la había hecho comer pan, queso, fruta y yogur. Y se sentía mucho mejor.

—Por fin tienes mejor color.

—No me digas «te lo había dicho» —le advirtió ella.

—No. Es solo que me alegro de que te sientas mejor.

—Gracias —¿qué otra cosa podía decir?

Lauren apretó el botón en el brazo del asiento y, al momento, Julie apareció y les limpió la mesa. Demasiado pronto, Ray y ella volvieron a quedarse solos. ¿Qué podía hacer para que Ray se apartara de ella y se sentara en otro sitio?

Resultó que no tuvo que hacer nada. Con el móvil en la mano, Ray se levantó.

—Disculpa, tengo que hacer unas llamadas.

Ella asintió y Ray se alejó por el pasillo hasta otros asientos.

Por fin podía respirar con normalidad y decidió hacer también un par de llamadas.

 

* * *

 

Ray despertó a Lauren unos cuarenta minutos antes del aterrizaje. A mitad del vuelo, Lauren se había tumbado en uno de los sofás y se había quedado profundamente dormida. Él le había echado una manta por encima y le había colocado una almohada debajo de la cabeza.

Lauren tardaba en despertar, no sabía si eso era natural en ella o no, nunca habían dormido juntos. Tenía tendencia a no dormir con las mujeres con las que hacía el amor. Demasiadas complicaciones.

Se la veía muy frágil, con pronunciadas ojeras y el rostro muy pálido. Un par de veces le había dado la impresión de que Lauren sentía náuseas, aunque ella le había dicho que se encontraba bien. Quizá todo se debiera al estrés de haber preparado la boda de su hermana durante la temporada de mayor número de fiestas en Hollywood.

—Lauren, Bella Durmiente, despierta.

—Mmmmm —Lauren suspiró y se tumbó de costado—. Déjame.

—No, no te voy a dejar —Ray, sonriendo, bajó la cabeza y le dio un beso en los labios—. Pero, si quieres, puedo acostarme a tu lado.

Eso la despertaría.

—Ray… —Lauren abrió los labios al tiempo que le rodeaba el cuello con un brazo, tirando de él hacia sí.

Ray perdió el equilibrio y, al final, se apoyó sobre una rodilla en el suelo para evitar caerse encima de ella. Y continuó besándola.

Al instante, se encendió la llama de la pasión. Ladeando la cabeza, le penetró la boca con la lengua para saborear su dulzura. La adormilada respuesta de Lauren le hizo seguir explorándola profunda y lentamente. La suavidad del momento contrastaba con sus pasados encuentros, pero la pasión era la misma.

Lauren suspiró y se tumbó bocarriba. Le pasó los dedos por el cabello, exigiéndole más, pero lenta y sensualmente. Él continuó besándola, saboreándola, oliéndola, saciando sus sentidos.

Nunca había deseado a una mujer tanto como a Lauren, pensó mientras deslizaba una mano bajo el jersey de ella en busca del tesoro de sus pechos.

De repente, Lauren se puso tensa y le sujetó la mano, evitando así lo que iba a conducir al siguiente paso.

—No es buena idea —murmuró ella con voz ronca y adormilada.

Ray le acarició el vientre con la yema del pulgar, poniéndola a prueba. Ella jadeó y le agarró la mano con más fuerza.

—Shhh, Dinamita —le susurró junto a los labios—, estás soñando.

—Mentiroso —Lauren sonrió y volvió la cabeza, apartando los labios de los suyos—. Habíamos quedado en que no nos íbamos a tocar.

—Has empezado tú, así que deja que termine yo —Ray depositó diminutos besos a lo largo de la mandíbula de ella—. Dejemos lo de no tocarnos para cuando lleguemos a Nueva York.

Lauren lanzó un profundo gemido, que él interpretó como signo de rendición, a juzgar por la expresión de sus ojos dorados.

—No, yo no he empezado —Lauren le puso las manos en el pecho y empujó—. Tú me has besado primero, cuando estaba medio dormida. No es justo, Ray.

Ray, dejándola incorporarse, se acomodó en el sofá contiguo al de ella mientras Lauren se sentaba.

—Aguafiestas.

—¿No me digas? —respondió ella arqueando las cejas.

La fingida ira de Lauren junto con su cabello revuelto y los labios enrojecidos era algo indescriptible. Difícil de resistir. Además, dijera lo que dijese, era ella quien había empezado. Él apenas le había rozado los labios.

—¿Por qué me has despertado? —preguntó Lauren.

—Vamos a aterrizar dentro de diez minutos. He pensado que a lo mejor querías ir al baño antes.

—Ah, sí, gracias.

Mientras Lauren estaba en el baño, él echó un vistazo al correo electrónico y a los mensajes en el móvil: el coche de alquiler ya estaba allí, esperándoles; la entrevista con el alcalde estaba confirmada; Mamó se moría de ganas de verle.

Con un suspiro, se metió el móvil en el bolsillo. Hacía ya tiempo que debería haber ido a Nueva York. Veía a su familia con regularidad, o bien cuando iba a Nueva York de paso o cuando su familia iba a visitarle a su casa tres veces al año, pero casi nunca iba a su viejo barrio. Demasiados recuerdos que no quería revivir.

Poco después de aterrizar, Lauren y él se encontraron en el interior de un elegante coche negro. Inmediatamente, Lauren se deslizó hasta uno de los extremos del asiento y sacó la tableta, ignorándole. A los pocos minutos se encontraron inmersos en el tráfico, atravesando Queens en dirección a Queens Village.

Mamó vivía en una casa de dos pisos en un terreno del tamaño de un sello de correos. Él había intentado comprarle y trasladarla a una casa mayor con jardín y en mejor barrio, pero ella se había negado. En vez de discutir con Mamó, le había pagado la hipoteca, había comprado también la casa de al lado para que su tía pudiera vivir allí y había realizado los arreglos necesarios para que todo funcionara.

—Ya hemos llegado —dijo Ray delante de un edificio de color gris claro con una valla pequeña pintada de blanco.

—Bonita casa —dijo Lauren mirando por la ventanilla del coche.

Ray le habló de sus fracasados intentos para hacerla mudarse de casa.

—Pero, como ya te he dicho, Mamó es muy cabezota.

Salieron del coche, dejando al conductor a cargo del equipaje, y después de entrelazar los dedos con los de Lauren, subieron los peldaños de ladrillo que conducían a la puerta principal de la casa. La puerta se abrió antes de darles tiempo a llamar.

—¡Ray! —su tía Ellie abrió la puerta de rejilla y le rodeó con los brazos—. ¡Qué alegría verte! Vamos, entrad.

La tía Ellie se hizo a un lado y tiró de él, y de paso de Lauren.

—¡Eh, Ray está aquí! —gritó su tía.

A partir de entonces, todo un revuelo. Mujeres de todas las edades se lanzaron a él. A la mayoría ni las conocía, pero las abrazó de todos modos, aunque solo con un brazo, porque no estaba dispuesto a soltar a Lauren, que detrás de él saludaba a todo el mundo.

—Hola.

—Hola.

—Encantada de conocerte.

—Soy Lauren.

Esas personas eran los amigos de Mamó, de su tía y de su prima. Todas estaban orgullosas de él y querían demostrárselo. Por eso, sonrió, asintió y continuó hacia delante.

Se quedó helado al ver a la señora Renwicki. La burlona expresión de la mujer le hizo recordar a Camilla, la nieta de ella. ¡Zas! El pasado le golpeó.

Se volvió de espaldas a ella y, abriéndose paso entre la gente y los muebles, encontró a su abuela. Bajita y rolliza, con el pelo blanco recogido en un moño trenzado, igual que siempre. Su abuela se levantó del sillón de orejas estampado y le puso sus manos arrugadas a ambos lados del rostro.

—Ray, hijo, cuánto me alegro de verte —Mamó le dio un beso en la mejilla.

Mamó, tienes muy buen aspecto —Ray abrazó a su abuela—. Te he echado de menos.

—En ese caso, deberías haber venido antes —le amonestó ella—. Pero bueno, ya estás aquí y has venido acompañado de tu bonita Lauren.

—Sí —Ray miró a Lauren, le rodeó la cintura con un brazo y la atrajo hacia sí—. Mamó, esta es…

—¡Lauren! —exclamó su abuela agarrando las manos de Lauren—. Tu prometida.