Capítulo 5

 

LAUREN fue despertándose lentamente. Lo primero que pensó fue en cómo estaba su estómago. Al ver que, de momento, no tenía náuseas, sus sentidos empezaron a notar otras cosas… como el hombre alto y musculoso a su lado.

Abrió los ojos y vio los anchos hombros de Ray. Iba a empujarle por haberse pasado a su lado de la cama, pero pronto descubrió que había sido ella la que estaba en el lado de Ray.

Rápidamente, se pasó al otro extremo de la cama e inmediatamente echó de menos el calor de él. Había incumplido sus propias reglas.

Esperó a que se moviera, a que se despertara. Dejó transcurrir unos minutos y, al ver que Ray no se movía, se levantó de la cama sigilosamente y fue directamente al cuarto de baño. Unos minutos más tarde, cuando estaba lavándose los dientes, la puerta del baño que daba al dormitorio se abrió y Ray entró.

—Buenos días.

Ray le dio un beso en la mejilla y se dirigió directamente a la ducha. Se quitó los calzoncillos, se metió desnudo en la bañera y corrió la cortina.

Lauren se atragantó con la pasta de dientes.

La escupió, se aclaró la boca, agarró la bolsa con el maquillaje y escapó al dormitorio para vestirse antes de que él acabara de ducharse. No tardó en ponerse unos vaqueros y un jersey azul. Se puso unos calcetines y unas botas de tacón bajo; después, se sentó en la cama para maquillarse, consciente de que estaba esperando a que Ray apareciera.

Todavía no había sentido náuseas, no obstante, agarró una galleta salada del bolso y se la comió. Mejor prevenir que curar.

Lauren prefería esperar para comunicarle a Ray que iba a ser padre; seguramente, no lo haría hasta estar de vuelta en California, donde se sentía más protegida.

Ray salió del baño con una toalla atada a la cintura.

—¿Qué es eso? —dijo ella indignada—. ¡Te estás saltando las reglas!

Los hombros de Ray eran imposiblemente anchos, los músculos de los brazos y los pectorales se movían mientras se secaba el pelo con otra toalla. Ese hombre quitaba la respiración. Se le hacía la boca agua de verle por la estancia y le picaban otras partes del cuerpo.

Ese era el motivo por el que había impuesto ciertas condiciones para aceptar acompañarlo en ese viaje.

—He cumplido todas tus reglas —respondió él poniéndose unos calzoncillos antes de deshacerse de la toalla—. No habíamos hablado del cuarto de baño. Además, en mi opinión, esas reglas son absurdas. Hemos tenido relaciones…

—Íntimas, lo sé —pero daba igual. Nunca se habían desnudado. Sus encuentros habían sido apresurados y frenéticos—. Pero se acabó.

—Eso es lo que tú dices —dijo Ray sacando unos zapatos y una camiseta azul—. Creía que habías cambiado de idea.

—¿Por qué? —preguntó ella llevándose las manos a las caderas.

—Por cómo te has acercado a mí esta noche.

Las mejillas se le encendieron.

—Ha sido sin querer —le informó ella—. No volverá a ocurrir.

—Ha sido sin querer… —dijo Ray acercándose a ella—. Lo que significa que no puedes controlarte. ¿Por qué estás tan segura de que no volverá a ocurrir?

—Anoche estaba demasiado cansada —contestó Lauren alzando la barbilla.

—Lo que tú digas. Pero, reglas o no, puedes acercarte a mí cuando quieras, te aseguro que no me molesta en absoluto.

—Si te obligo a respetar unas reglas es porque yo también voy a hacerlo. Es una cuestión de respeto mutuo. ¿Te parece demasiado pedir que cooperes?

—No, en absoluto. Pero no soy yo quien pretende que nunca hemos tenido relaciones —contestó Ray.

—Te aseguro que no lo he olvidado —estaba embarazada por eso—. Por otra parte, llamar relaciones a lo que ha habido entre los dos es un poco exagerado, ¿no te parece?

—Suelo decir lo que pienso. Una relación breve y apasionada no significa que no pueda ser profunda.

Lauren reflexionó un momento antes de responder.

—Admito que nuestros encuentros fueron apasionados. Apasionados, frenéticos y divertidos. Pero carecían por completo de profundidad emocional y eso va en contra de mí misma —Lauren se acercó a la puerta y, con la mano en la manija, le miró a los ojos—. Huele a café. Deberíamos bajar.

 

 

Detrás de Lauren, Ray bajó las escaleras con los ojos fijos en el movimiento de sus caderas enfundadas en unos ceñidos vaqueros mientras reconocía que sentía por ella algo más de lo que Lauren creía.

Y se sentiría mucho mejor si no fuera así.

Le preocupaba su bienestar. Quería saber si había dormido bien y por qué estaba tan pálida. Y ahora que Lauren había vuelto a su vida, quería explorar los límites de su pasión a un ritmo más lento.

Mamó estaba delante de la cocina preparando tortitas. Al verlos, esbozó una enorme sonrisa.

—Buenos días —les dijo—. Sentaos, sentaos. Como prometí, estoy preparando tu desayuno preferido —la mujer agarró una bandeja llena de tortitas y la dejó en el centro de la mesa—. Tortitas de arándanos.

—Esto tiene una pinta estupenda —Lauren se sirvió una tortita en el plato.

—Son maravillosas —dijo él, sirviéndole a Lauren otra tortita—. Está prohibido comer solo una —explicó él mientras se servía cuatro, les echaba miel e hincaba el tenedor.

—Eso es verdad, cielo —Mamó le sirvió café y después fue a llenarle la taza a Lauren.

Lauren se lo impidió.

—¿Tiene descafeinado?

—Sí, tengo. Pero, desgraciadamente, es soluble.

—No importa —Lauren se puso en pie—. Yo me lo prepararé. Usted siéntese con Ray, deben de tener mucho de qué hablar —antes de que Mamó pudiera protestar, Lauren añadió—: Es decir, si no le molesta que me tome tantas confianzas.

—Claro que no, querida —Mamó se sentó al lado de él e indicó a Lauren un mueble—. Siéntete como en tu casa.

Ray, en silencio, reconoció la habilidad de Lauren y, mientras ella se preparaba el café, él dirigió la atención a Mamó.

—La fiesta de anoche fue estupenda. Gracias por el recibiendo.

—Todos tenían muchas ganas de verte —Mamó le dio una palmada en la mano—. Hacía mucho que no venías por aquí. Todos se alegran del éxito que tienes.

—Y, al parecer, también de que esté prometido —dijo él lanzando una significativa mirada a Mamó.

Mamó bajó la barbilla y los hombros.

—Perdona. Pero es culpa tuya por tardar tanto en venir y por no darme buenas noticias.

—Que haga bastante tiempo que no vengo no excusa que mientas a tus amigos.

Mamó clavó la mirada en la mesa y giró la taza que tenía en unas manos marcadas por el tiempo.

—No habría tenido que mentir si tú te hubieras esforzado más.

Ray ignoró el comentario. Atacar a Mamó no iba a mejorarle el ánimo, pero tampoco podía dejar que se saliera con la suya.

Mamó, no se trata solo de mí. Has puesto a Lauren en una situación muy incómoda.

Mamó frunció el ceño.

—Bueno, pero…

Ray interrumpió la protesta de Lauren con la mirada y un movimiento de cabeza.

—No, Lauren, esto va a causarnos problemas. Cuando los periodistas empiecen a acosarnos ya verás como cambias de opinión.

—¿Los periodistas? —Lauren se mordió los labios.

—Pronto saldrá en Internet, si es que no ha salido ya la noticia. Ya veréis como empiezan a llamar por teléfono para confirmar la noticia.

Lauren se apartó de la mesa.

—¿Adónde vas? —preguntó él.

—Voy a advertir a mi familia para avisarles de que cualquier rumor que oigan al respecto es una exageración.

—¿Por qué no lo haces aquí? —Ray miró el plato de ella, contento de que se hubiera comido las dos tortitas.

—Porque mi madre va a llamar al momento de recibir el mensaje. Tori también llamará, aunque no sé cuándo, ya que está de viaje de luna de miel.

—Es muy pronto en California —le recordó él.

Lauren miró el reloj de la cocina.

—No tanto.

Lauren salió de allí y Ray, enarcando las cejas, clavó los ojos en Mamó.

—Eran solo unos amigos —dijo Mamó, evitándole la mirada.

—Amigos que harán comentarios —le recordó él.

—Estaba harta de Doris Renwicki —por fin, Mamó levantó la mirada—. De verdad que lo siento, Ray. Pero es que Doris me tenía hasta el moño con tanto hablar de sus nietos.

—Sí, lo sé —Ray cubrió la mano de Mamó con la suya. Doris Renwicki también le había atacado a los nervios. Sí, comprendía a Mamó, pero eso no significaba que fuera a dejar las cosas como estaban. Él era famoso y no podía permitir que noticias así se filtraran a los medios de comunicación. Por suerte, estaba ahí y podría desmentir los rumores.

—Has puesto a Lauren en una situación muy difícil. Si mi relación con ella fuera seria y hubiera decidido pedirle que se casara conmigo, te habrías anticipado. Eso si no se cuestiona mis motivos y acepta casarse conmigo.

—Ray, hijo, claro que aceptará —Mamó se llevó una mano a la boca, se la veía profundamente disgustada—. Pero tienes razón, lo he estropeado todo. ¿Crees que me lo perdonará?

Al no responder, Mamó se echó a llorar.

—¿Qué puedo hacer? No quiero causaros problemas.

¡Maldición! No era eso lo que él quería. Inmediatamente, apartó su plato vacío.

—Deja de llorar. No te preocupes, lo arreglaré.

—Lo siento —Mamó se secó los ojos.

—Lo sé y lo voy a arreglar. Y, por favor, Mamó, deja de llorar. Lauren va a pensar que te he regañado.

—Es que lo he hecho todo mal —Mamó se tapó la cara con una servilleta.

—Vamos, Mamó, todo se arreglará —dijo él con un nudo en el estómago.

—No, no se va a arreglar. Los periodistas van a venir.

—Yo me entenderé con ellos —le prometió él al tiempo que se levantaba y rodeaba la mesa para abrazar a Mamó—. Te quiero mucho, Mamó. Y ahora, sécate los ojos. Tienes que ponerte guapa para tu fiesta.

—No quiero ir a la fiesta.

—Claro que sí. Ya verás como te animas. Todo se va a arreglar, te lo aseguro.

—No. Os he puesto en un compromiso a ti y a Lauren.

—Cuando lo arregle le pareceré un héroe.

Mamó dejó de gemir.

—Un héroe, ¿eh?

 

 

Ray le echó una chaqueta sobre los hombros y ella se volvió para agradecérselo con una sonrisa.

Como había imaginado, su madre había llamado inmediatamente después de recibir el mensaje. Para hablar con más libertad, había salido al pequeño porche de la abuela de Ray y había visto que había nevado durante la noche. El tejadillo del porche cubría también algunos de los escalones, por lo que no estaba pisando la nieve, aunque su jersey era insuficiente para aquella temperatura.

—No te preocupes, serás la primera en enterarte —le dijo a su madre por tercera vez—. Ray está esperándome. Tengo que dejarte.

—De acuerdo, pero quiero que me lo cuentes todo cuando vuelvas —le advirtió su madre—. Y saluda a Ray por mí. Adiós, cariño.

—Adiós, mamá.

Lauren colgó el teléfono y se volvió hacia él.

—Gracias por la chaqueta. Ha nevado.

—Sí, aquí nieva siempre en invierno.

—Bueno, ¿qué ha pasado entre Mamó y tú?

Ray ladeó la cabeza.

—Ha estado llorando.

—Oh, lo siento —Lauren metió los brazos por las mangas de la chaqueta—. De todos modos, tenías que hablar con ella. Malo sería siendo un tipo normal, pero es mucho peor teniendo en cuenta que eres el director de cine más codiciado del país. Va a salir en todos los medios de comunicación. En fin… ¿Cómo se lo ha tomado Mamó?

—Regular, pero ya está mejor —Ray le enseñó una hoja de papel—. Le he pedido que haga una lista con unos pequeños arreglos que hay que hacer en la casa y eso la tiene entretenida. ¿Te apetece ayudar?

—Sí, claro. No voy a dejar pasar la oportunidad de ver al gran Ray Donovan realizando un trabajo manual —Lauren le dedicó una sonrisa traviesa—. Bueno, ¿qué es lo que hay que hacer?

Ray echó un vistazo a la lista.

—Arreglar un pasamanos roto, cambiar unas bombillas y montar una gaveta.

—No es poco. Deberíamos empezar ya si queremos terminar antes de la fiesta —temblando, metió las manos en los bolsillos de la chaqueta—. ¿Hay alguna tienda de bricolaje por aquí?

—Sí, hay una, Chester´s Hardware.

Ray le estaba invadiendo el espacio otra vez, pero un coche que acababa de detenerse delante de la casa la distrajo. ¿Serían ya los periodistas?

Un repartidor uniformado salió del coche con una caja grande. Sus pisadas crujieron sobre la nieve, abrió la portezuela de la valla y se acercó a los escalones del porche.

—Un paquete para Lauren Randall.

Lauren arqueó las cejas, sorprendida. No esperaba ningún envío, y menos a esa dirección.

—Soy Lauren Randall —agarró el paquete y, pensando en que no llevaba dinero encima para una propina, miró a Ray—. Tengo el bolso dentro.

—No se preocupe, señora, la propina va incluida. Que pase un buen día —el repartidor se dio media vuelta y se marchó.

Lauren agarró con fuerza el paquete.

—Al principio, creía que los periodistas ya nos habían localizado.

—Ahí enfrente hay un tipo con una cámara de fotos —dijo Ray antes de ponerle la mano en la espalda y empujarla hacia el interior de la casa—. Vamos a ver qué hay en el paquete, ¿te parece?

Se dejó llevar por Ray, le molestaba la idea de que la vigilaran.

Se sentó en el sofá, con la caja a su lado.

—¿Qué has hecho, Ray?

—¿Por qué crees que yo tengo algo que ver con esto? —Ray se acercó a la chimenea, echó un tronco y se enderezó.

—Porque solo tú sabes que estoy aquí, no se lo he dicho a nadie.

—Abre la caja.

Tras lanzarle una mirada, deshizo el lazo rojo. ¿Era una coincidencia o Ray sabía que el rojo era su color preferido? Debía de ser lo primero, dudaba que Ray supiera cuál era su color favorito.

Abrió la caja y el corazón le dio un vuelco al ver un abrigo de cuero rojo con bordes de piel negra, creación de un famoso diseñador.

—¡Dios mío! —exclamó Mamó, haciéndose eco de lo que ella pensaba—. Qué abrigo tan bonito.

Lauren alzó la prenda. El abrigo se abría por medio de una cremallera asimétrica y el forro era de una piel falsa de suavidad exquisita.

—Es impresionante —comentó Lauren.

—Pruébatelo —dijo Mamó.

Lauren no necesitó que le insistieran. Bajó la cremallera del abrigo y se quitó la chaqueta de Ray. Cuando se lo puso, la suavidad y el calor de la prenda la hicieron suspirar.

Se volvió hacia Ray y lo vio sonreír de satisfacción.

—Gracias —dijo ella al tiempo que se quitaba el precioso abrigo—, pero no puedo aceptarlo.

—Oh, no… —Mamó se llevó una mano a la boca, se dio media vuelta y se dirigió precipitadamente a la cocina.

Ellie entró por la puerta que conectaba su casa con la de Mamó, pero Mamó la agarró del brazo y tiró de ella hasta la parte posterior de la casa.

Lauren apenas lo notó, solo tenía ojos para la expresión colérica de Ray.

—Necesitas algo de abrigo.

—Me las arreglaré.

No sabía por qué, pero había hecho daño a Ray al rehusar su regalo. No obstante, aceptarlo implicaría una intimidad entre los dos que ella trataba de evitar. Le había dicho que no necesitaba un abrigo nuevo, sin embargo, Ray, tan autoritario como siempre, le había comprado uno.

—Es demasiado.

—Puedo permitírmelo.

—Esa no es la cuestión.

—Lauren, estás aquí porque te lo he pedido. Me siento en la obligación de asegurarme de que no sufras por hacerme un favor.

—Ray…

—Por lo que a mí respecta, el abrigo es tuyo —declaró él—. Si no quieres quedártelo, úsalo mientras estés aquí, cuando nos vayamos, le diré a Mamó que lo lleve a una tienda de segunda mano. Y al margen de esto, decidas lo que decidas, voy a ir a la tienda de bricolaje en diez minutos.

Ray se dio media vuelta y, furioso, subió las escaleras de dos en dos.

Maldito hombre, pensó Lauren acariciando el forro de piel falsa. ¿Tan terrible sería usarlo mientras estaban allí?

Sí. No debía traicionar sus principios, debía demostrarle que no iba a permitir que la dominaran ni la compraran. Pero, a veces, tener razón era una verdadera pena.