Gil de Biedma en frase famosa afirmó que de casi todo hace veinte años, pero en mi relación con Salvador Clotas, aparcando las coqueterías mutuas, los años casi se doblan.
En un flashback acelerado, mis primeras noticias de Clotas se sitúan en 1962, cuando, con otros estudiantes antifranquistas, entre ellos Manolo Vázquez Montalbán, fue detenido y pasó largos meses en la cárcel de Lérida. Luego, ya a mediados de los 60, Clotas trabaja en la editorial Labor e ingresa en el mítico comité de lectura de Seix Barral y se convierte en jurado del Biblioteca Breve y luego del Barral de Novela. Entretanto, cuando la gauche divine, en cuyo humus nos encontramos, interminables noches en Bocaccio, pero ahora éste quizá no sea el momento mejor para explayarse en ello; colabora en el taller de Ricardo Bofill, entonces nada neoclásico y posmoderno y sí muy vanguardista, y también es actor de un corto del arquitecto titulado Cercles. En la transición, con Barral y Castellet reúnen a un grupo de reflexión política de intelectuales independientes, con el nombre de Cercle 76, algo así como un grupo Tácito pero de izquierdas en vez de democristianos, quienes al cabo de un año, más o menos, desembocan en el PSOE, como Clotas, o en el PSC, o colaboran con Tarradellas en su primer gobierno, mientras que otros como yo seguimos de compañeros de viaje de izquierdas varias.
En los primeros 70, paralelamente a su actividad como miembro de los mencionados jurados de novela, Salvador, pese a su tendencia a escritor bartleby, fue publicando aquí y allá textos breves. Por ejemplo, en su época más dandy, le encargué un prólogo para Sobre el dandismo, una excelente selección de escritos de Balzac, Baudelaire y Barbey d’Aurevilly, pero sobre todo cabe destacar que en la editorial Kairós, en una colección dirigida por Giménez Frontín, se reunieron con el título 30 años de literatura en España, en marzo de 1971, dos escritos: uno de Clotas, La decadencia de la novela, de unas setenta páginas, y otro, más breve, de Pere Gimferrer, Notas parciales sobre poesía española de posguerra.
En su provocativo texto, Clotas ataca una concepción anticuada de la novela, se apunta a la etiqueta de antinovela, y afirma: «Creo que desde À la recherche de Proust y Los monederos falsos de Gide o el Ulises de Joyce no hallamos más que excelentes antinovelas y mediocres novelas.» Y en otra página nos encontramos con una afirmación perentoria: «William Burroughs me parece de un interés absolutamente excepcional, y es posible que constituya el punto de partida de una nueva literatura.» Burroughs, el gran transgresor, imaginado por el joven Clotas como el profeta de la literatura del futuro. Y, armado con estas opiniones, Clotas lleva a cabo una disección de tres décadas de novela española, desde 1939, desde Carmen Laforet, Delibes y Cela hasta Juan Benet y el Manifiesto subnormal de Vázquez Montalbán, pasando por los Goytisolo, Ferlosio, Martín Santos, García Hortelano o el famoso ensayo La hora del lector de Castellet.
Las ideas de este trabajo fueron anticipadas en un número monográfico de Cuadernos para el Diálogo, junto con otros ensayos paralelos, y provocaron una jugosa y llamativa polémica.
Como muestra, cuatro ejemplos. Juan Van-Halen, en «Los camaleones de la libertad» en El Alcázar, afirma: «Uno no ha leído nunca nada más subjetivo, más partidista, más antiliberal.» Dámaso Santos, en Pueblo, le perdona la vida: «Me complace enormemente encararme con una figura nueva para mí: Salvador Clotas, a quien adivino joven por muchas cosas, pero especialmente por considerar que un escritor pierde grados de simpatía por haber llegado a la Academia. En ella quisiera yo verle a él, pues escribe para merecer un sillón», pero luego (curiosamente) afirma que sus ideas han envejecido, y, con sorna, concede que «de muy buena gana me incluyo entre los dispuestos a otorgarle el perdón que pide por sus “innumerables fallos” y haber aceptado “demasiados esquemas convencionales”». Josep Melià en su artículo «Clotas, la novelística y la indignación de algunos» se sorprende en Nuevo Diario porque «un artículo que el autor confiesa es personal, desordenado, impertinente e incluso un poco arbitrario produce una conmoción en la vida literaria española». Y, por último, el laborioso novelista y a la par honrado policía Tomás Salvador se pregunta, perplejo, en Arriba: «Clotas, ¿quién será este hombre?»
Una polémica que ilustra tanto acerca del gesto vanguardista y provocador de Clotas, y de lo logrado de la provocación, como del macizo de la raza que guarda las esencias de la caverna en la prensa del movimiento. Un retrato en sepia de una época definitivamente archivada, que apenas los ocho años de Aznar han logrado colorear de nuevo.
Y esa tormenta también ilustra cómo las discusiones literarias, con su trasfondo político obvio, se han evaporado del paisaje cultural coincidiendo, en estos tiempos posmodernos, con la coronación del dios-mercado y sus conocidas secuelas, el campeonato de los anticipos, la busca y captura de los premios literarios, la inspección compulsiva de las listas de bestsellers, etcétera.
Otro de los leitmotivs del joven Clotas como agitador cultural fue el abogar por una iconoclasta «cultura sin disciplina», de la que pasó después a una militante e incansable «disciplina de partido».
Bien, este largo preámbulo es para explicar lo lógico que me resultó pensar en Salvador, por su doble faceta de lector intrépido y especialista en jurados, para proponerle que fuera jurado del Premio Anagrama de Ensayo, a principios de los 70, un proyecto que primero comenté extensamente con mi gran amigo Luis Goytisolo, para luego tener en su casa una reunión fundacional, por así decir, con Salvador Clotas y Mario Vargas Llosa, en la que redactamos las bases del premio y en especial la «ideológica», que dice: «El jurado preferirá los trabajos de imaginación crítica a los de carácter erudito o estrictamente científico.» Es decir, se buscaba desanimar voluntariosas tesis o tesinas y alentar un tipo de ensayo creativo, que en aquella y otras charlas simbolizaban para nosotros Lionel Trilling, Hans Magnus Enzensberger, Octavio Paz o el Juan Benet de La inspiración y el estilo. Benet y Enzensberger formaron parte, por cierto, del primer jurado (y Enzensberger de bastantes más), mientras que Octavio Paz, a quien también se lo propusimos, declinó la invitación. Unos diez años después, al pensar en un premio de novela, se lo comuniqué a Clotas, más que nada por cortesía, porque imaginaba, le dije, que al estar en la ejecutiva del PSOE tendría poco tiempo y ganas para esa nueva responsabilidad. Pero me dijo que de ningún modo, al contrario, el ser jurado le daba una oportunidad de lectura literaria, de ejercicio intelectual, de seguir tomando el pulso a los posibles nuevos valores de la novela española. En resumen, que le enviara los manuscritos a Menorca, donde veraneaba.
Y en estos momentos llevamos 32 convocatorias del premio de ensayo, lo que es una clara anomalía en nuestro país, de récord Guinness, y además 21 de novela. Es decir, que Salvador y yo llevamos 53 convocatorias juntos. Y aunque sólo puedo tener palabras de reconocimiento para los miembros de los jurados de ambos premios, Salvador es de los más gratificantes y uno de los que, pese a sus muchas ocupaciones, acude a las reuniones con los deberes mejor hechos, con los manuscritos más minuciosamente leídos y anotados.
Como en todo premio, un comité de lectores de la editorial efectúa una selección más o menos severa, digamos unos diez manuscritos, que son los que se envían al jurado, junto con la lista de todos los presentados, por si se hubiera escapado algún autor de interés relevante.
Pues bien, casi siempre, al recibir la lista, Salvador me llama para reclamar la atención sobre alguno de los no seleccionados, algún amigo o conocido, en la creencia de que puede ser autor de un buen texto o por lo menos quiere haberlo leído él personalmente. Tanto por su labor como responsable de cultura durante muchos años en el partido, como por ser director de Letra Internacional, Clotas debe atender, lógicamente, muchas solicitudes. Sin embargo, cuando llega el momento del debate, Salvador aparca cuidadosamente la amistad, lo único que valora es el texto. Lo que no siempre sucede, como bien sabemos, en los muchos jurados de los miles de premios de nuestro país.
Pero, además de la pertinencia en el juicio, una de las alegrías de tener a Salvador en un jurado es la capacidad de juego, de animar un debate. Así, a menudo se le ocurren maniobras laterales e inesperadas, apoyos imprevistos e incluso un poco alarmantes, como para ponernos a prueba, como un reto intelectual, pero esto suele suceder en un estadio no peligroso de la discusión, para «calentarla», y el propio Salvador se ocupa de apagar el fuego si éste amenaza con propagarse. Un miembro del jurado, pues, juguetón, los ecos quizá de aquella «cultura sin disciplina», pero en realidad muy serio. Al final el seny prevalece sobre la rauxa. Es decir, la sensatez encauza el derrapaje.
Enhorabuena, pues, a Salvador Clotas, un lector-lector, riguroso y creativo, interesado en muchísimas facetas de la cultura, en especial la literaria, y también naturalmente la política. Espero, en septiembre próximo, cuando celebremos la reunión del jurado del correspondiente premio de novela, volver a debatir y reflexionar y divertirnos y cobrar de nuevo una buena pieza, algún manuscrito tan indiscutible como El héroe de las mansardas de Mansard, de Álvaro Pombo, nuestra primera novela galardonada.
Homenaje a Salvador Clotas.
25 años de Parlamento y Cultura.
Hotel Palace, Madrid,
28 de junio de 2004