Temor a no tener lo suficiente
La preocupación está en la fila de seguridad en el aeropuerto y se quita el brazalete. Ya ha colocado los zapatos en el reci-piente de caucho y los líquidos en una bolsa de plástico, y ha sacado de su cartera el pase para abordar el avión. Siente un malestar en el estómago mientras espera su turno para pasar por el detector que la identificará como que no porta armas. La preocupación se pregunta en cuanto a los hongos en el piso, la destreza de las personas que realizan la revisión y qué ha suce-dido con el tiempo en que un viajero podía caminar directa-mente a la puerta de embarque para subir al avión. Ella odia ese pensamiento, pero de todas formas lo entretiene. Cualquier día se nos va a acabar la suerte. Mira más allá de la máquina de rayos X y se fija en el agente, que pasa una especie de cetro alrededor del cuerpo de una abuela. La preocupación comienza a sentir lástima por la mujer, pero luego decide que no se preocupará. Los terroristas también pueden ser personas mayores. Se pre-ocupa porque la abuela está en su vuelo.
La preocupación se sienta en la última fila de la clase de inglés como segunda lengua. El hombre hubiera preferido la primera fila, pero para cuando tomó el autobús, y tuvo que pasar por el pesado tránsito de la tarde, los mejores asientos ya habían sido ocupados. Todavía tiene olor al jabón de lavar los platos en las manos, donde la preocupación trabajó desde las seis de la mañana ese día. En unas doce horas va a estar de nuevo frente al fregadero, pero por ahora trata lo más posible de entender los verbos, los adverbios y los nombres. Todos los demás parecen entenderlos. Pero no él. Nunca ha hecho un diagrama de una frase en español; ¿cómo se espera que lo pueda hacer en inglés? Pero, sin hablar inglés, ¿cómo podrá llegar a ser más que un lavaplatos? La preocupación tiene más preguntas que respues-tas, y a menudo piensa en desistir.
La preocupación piensa que su hijo debe usar una bufanda. La temperatura de hoy no va a pasar del grado de congelación, y ella sabe que él va a pasar la mayor parte de su hora de almuerzo pateando una pelota de fútbol sobre el congelado césped. Ella sabe que es mejor que le diga que use una bufanda. Los mucha-chos de trece años no usan bufandas. Pero su hijo es propenso a las infecciones de garganta y a los dolores de oídos, así que ella le coloca una en su mochilla al lado del libro de la tarea de álgebra que anoche los mantuvo a los dos levantados después de la hora de ir a dormir. La preocupación le recuerda al muchacho que repase su tarea, le da un beso y lo mira cuando sale corriendo de la casa para tomar el autobús escolar. Ella mira hacia el cielo gris y le pregunta a Dios si alguna vez Él deja caer del cielo paquetes de ayuda para las madres agotadas. «Aquí tienes a una mamá que necesita fuerzas».
La preocupación se despertó hoy a las 4:30 de la mañana, luchando con este capítulo. Debe ser terminado para las 5:00 de la tarde. Me tapé la cabeza con la almohada y traté en vano de volver al mundo etéreo del sueño que no sabe nada de fechas de entrega ni de cuando un libro debe estar terminado. Pero fue demasiado tarde. La pistola que comienza la carrera había disparado. Un escuadrón olímpico de transmisiones cerebrales estaba marchando en mi cerebro, haciendo entrar en acción una ola de adrenalina. Así que la preocupación saltó de la cama, se vistió, salió de la casa a la silenciosa calle y llegó a la oficina. Al principio me quejé de que mi horario estaba demasiado cargado, luego de mi mal manejo del tiempo. La preocupación abrió la puerta, encendió la computadora, miró el monitor y sonrió al primer versículo que apareció: la definición de Jesús de la pala-bra preocupación.
Por eso les digo: No se preocupen por su vida, qué comerán o beberán. (Mateo 6.25, NVI)
Los déficit y las escaseces habitan en nuestro camino. No tenemos suficiente tiempo, suerte, sabiduría, inteligencia. Parece que se nos acaba todo, por eso nos preocupamos. Pero la pre-ocupación no da resultado.
Fíjense en las aves del cielo: no siembran ni cosechan ni almacenan en graneros; sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que ellas? ¿Quién de ustedes, por mucho que se preocupe, puede añadir una sola hora al curso de su vida? (vv. 26-27, NVI)
Las preocupaciones no van a llenar el estómago de un ave ni ponerle color al pétalo de una flor. Parece que las aves y las flores se las arreglan muy bien, y no toman antiácidos. Lo que es más, tú puedes dedicar una década a los pensamientos ansio-sos, a la brevedad de la vida y no le puedes añadir a tu vida ni un solo minuto. La preocupación no logra nada.
Supongamos que yo hubiera respondido en forma diferente a mi llamada a despertar. En lugar de ponerme a trabajar, supongamos que me hubiera acurrucado en la cama en una posición fetal y me hubiera quejado de mi lastimoso estado. «La casa publicadora espera demasiado. Un libro por año. Y cada libro completo con sus capítulos correspondientes. Ni siguiera Jesús hubiera podido aguantar este estrés. Nunca voy a cumplir con la fecha de entrega. Cuando no lo haga, el personal de la editorial me va a odiar y me van a revocar el contrato. Los libreros se van a enterar de que no cumplí con la fecha de entrega y van a quemar los libros de Lucado en susestacionamientos. Mi esposa se va a sentir avergonzada y mis hijas no van a tener amigas. Creo que me voy a tomar un whisky para el desayuno».
¿Te das cuenta de lo que ha sucedido? Una preocupación legítima escaló para llegar a un pánico tóxico. Crucé una línea de demarcación hacia el estado de pánico. Ya no anticipé nada ni me preparé, sino que me hice miembro de la sociedad de los que sufren desgracias. Cristo nos advierte en cuanto a esto. Fíjate en la forma en que una traducción expresa sus palabras: «No vivan preocupados pensando qué van a comer, o qué ropa se van a poner. ¿Acaso la vida consiste sólo en comer? ¿Acaso el cuerpo sólo sirve para que lo vistan?» (Mateo 6.25, TLA).
Jesús no condena que sintamos inquietud legítima por nuestras responsabilidades, sino más bien el continuo estado mental que aleja la presencia de Dios. La ansiedad destructiva quita a Dios del futuro, enfrenta la incertidumbre sin fe, hace recuento de los desafíos del día sin poner a Dios en la ecuación. La preocupación es el cuarto oscuro donde los negativos se convierten en fotos con brillo.
Un amigo vio un ejemplo de desconcierto continuo en su hija de seis años. En su apuro para vestirse para ir a la escuela, ató los cordones de los zapatos con un nudo. Ella se sentó en la base de la escalera y concentró sus pensamientos en el enredo. El autobús escolar estaba por llegar, el tiempo pasaba y ni siquiera pensó que su padre estaba cerca, dispuesto a ayudar si se lo pedía. Las manos de la niña comenzaron a temblar, y comenzó a llorar. Finalmente, con una expresión de completa frustración, colocó la frente sobre las rodillas y sollozó.
Este es un retrato, tamaño niño, de la preocupación des-tructiva. Una concentración en un nudo que llegó al punto del enojo y de la exasperación, totalmente inconsciente de la pre-sencia de nuestro Padre, el que está siempre cerca. Mi amigo finalmente decidió ayudar a su hija.
¿Por qué no pidió ella la ayuda de su padre al principio? Podríamos hacernos la misma pregunta en cuanto a los discí-pulos. Una petición era todo lo que necesitaban para obtener ayuda.
Jesús los había llevado a un retiro. Sentía dolor en el cora-zón por las noticias de la muerte de Juan el Bautista, así que les dijo a sus discípulos: «Venid vosotros aparte a un lugar desierto, y descansad un poco» (Marcos 6.31).
Pero entonces llegó la multitud hambrienta. Muchísima gente —quince mil, tal vez veinte mil personas— lo siguieron. Una multitud de sufrimiento y enfermedad que lo único que traía eran necesidades. Jesús trató a la gente con amabilidad. Los discípulos no compartieron su compasión. «El lugar es desierto, y la hora ya pasada; despide a la multitud, para que vayan por las aldeas y compren de comer» (Mateo 14.15).
Oh, parece que alguien estaba un poco irritado. Por lo general, sus seguidores precedían sus comentarios con la pala-bra Señor, que implicaba respeto. Pero no fue así esta vez. La ansiedad nos convierte en tiranos. Ellos expresaron un manda-miento, no un pedido. «Envíalos para que puedan comprar comida para ellos». ¿Creen que tenemos las llaves de Fort Knox? Los discípulos no tenían los recursos para tal multitud.
Su falta de respeto no perturbó a Jesús, que simplemente les dio una tarea: «No tienen necesidad de irse; dadles vosotros de comer» (v. 16). Me imagino que unos encogieron los hom-bros mientras otros pusieron los ojos en blanco; los discípulos reuniéndose a contar lo que tenían. Es posible que Pedro haya sido el que guió la discusión gritando una orden: «Contemos el pan: uno, dos, tres, cuatro, cinco. Tengo cinco panes. Andrés, revisa la cuenta». Y él lo hace: «Uno, dos, tres, cuatro, cinco…»
Pedro puso a un lado el pan y preguntó en cuanto a los peces. La misma rutina con un número menor. «¿Peces? Veamos. Uno, dos, tres… Oh, no, conté un pez dos veces. Parece que el total de los peces es dos».
Se declaró el total. «No tenemos aquí sino cinco panes y dos peces» (v. 17). El conteo solamente se destaca, como si dijera: «Nuestros recursos son lamentablemente pequeños. No queda nada sino este lastimoso almuerzo». La aguja que marca la gasolina se encontraba sobre la línea que dice vacío; el reloj marcaba la hora final; la alacena solo tenía migajas. Felipe agregó un cálculo personal: «Ni con el salario de ocho meses podríamos comprar suficiente para darle un pedazo a cada uno» ( Juan 6.7, NVI). Creo que su declaración quiso decir: «¡La tarea que nos has dado es demasiado grande!»
¿Cómo crees que se sintió Jesús con el conteo del inventa-rio? ¿Alguna posibilidad de que hubiera querido que incluyeran el resto de las posibilidades? ¿Considerar todas las opciones? ¿Crees que estaba esperando que alguien contara hasta ocho?
«Bien, vemos. Tenemos cinco panes, dos peces, y... ¡ Jesús!» Jesucristo, el mismo que nos dijo:
Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. (Lucas 11.9)
Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en voso-tros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. ( Juan 15.7)
Todo lo que pidieres orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá. (Marcos 11.24)
De pie al lado de los discípulos estaba la solución a sus problemas... pero ellos no fueron a Jesús. Dejaron de contar al llegar a siete y se preocuparon.
¿Qué en cuanto a ti? ¿Estás contando hasta siete u ocho?
He aquí siete cosas que van a hacer que dejes de preocu-parte para aumentar tu cuenta:
1. Primero, ora. No camines de un lado a otro en la sala de espera; ora para que la operación salga bien. No lamentes que perdiste una inversión, pídele a Dios que te ayude. No te unas al coro de compañeros de trabajo que se quejan del jefe; invíta-los para que inclinen la cabeza contigo y oren por él. Vacúnate interiormente contra el miedo, para que puedas enfrentar tus temores exteriormente. «Echando toda vuestra ansiedad [todos tus temores, tus preocupaciones, de una vez por todas] sobre él...» (1 Pedro 5.7).
2. Despacio, ahora. Baja la velocidad. «Guarda silencio ante Jehová, y espera en él» (Salmos 37.7). Imita a la madre de Jesús en la boda de Caná. Se había acabado el vino en la recepción, algo impensable en los días de Jesús. María le podría haber echado la culpa al anfitrión por no planear bien o a los invitados por tomar demasiado, pero ella no hizo una catástrofe de eso. Ninguna sesión de terapia o asesoría. En cambio, ella le llevó el asunto directamente a Jesús. «La madre de Jesús le dijo: No tienen vino» ( Juan 2.3). ¿Te das cuenta de lo rápido que tú puedes hacer lo mismo? Evalúa el problema. Llévaselo a Jesús y exprésaselo con claridad.
3. Actúa de inmediato. Conviértete en un aniquilador de preocupaciones. Trata a la preocupación como a los mosquitos. ¿Aplazas una decisión cuando un insecto chupasangre aterriza en tu piel? «Lo voy a resolver dentro de un momento». Por supuesto que no lo haces. Le das al insecto el golpe que merece. Sé así de decisivo con la ansiedad. En el instante en que surge una preocupación, trata con ella. Confronta las preocupaciones antes de que te venzan. No malgastes una hora preguntándote qué estará pensando tu jefe, pregúntale. Antes de diagnosticar ese lunar como cáncer, haz que te lo examinen. En lugar de asumir que nunca vas a salir de las deudas, consulta a un experto. Sé un hacedor y no alguien que vive preocupado.
4. Haz una lista de tus preocupaciones. Durante varios días anota todos los pensamientos que te producen ansiedad. Mantén una lista de todas las cosas que te preocupan. Luego repasa la lista. ¿Cuántas de ellas se hicieron realidad? Te pre-ocupaste de que tu casa se incendiara. ¿Se incendió? De que podrías perder el trabajo. ¿Lo perdiste?
5. Evalúa las categorías de tus preocupaciones. Verás en tu lista temas que te preocupan. Detectarás esferas repetidas de preocupación que se pueden convertir en obsesiones: lo que la gente piensa de ti, finanzas, calamidades globales, tu apariencia o tus logros. Ora en forma específica por cada una de ellas.
6. Enfócate en hoy. Dios suple nuestras necesidades diaria-mente. No cada seis meses o anualmente. Él te dará lo que necesitas cuando lo necesitas. «Acerquémonos, pues, confiada-mente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro» (Hebreos 4.16). Un antiguo himno expresa el corazón que pinta este paciente autor.
No te apresures tanto, corazón mío,
Ten fe en Dios y espera;
Aunque a veces demora,
Nunca llega tarde.
Nunca llega tarde;
Él sabe lo que es mejor;
No te inquietes en vano; Descansa hasta que Él venga.
Descansa hasta que Él venga,
No lamentes las horas que pasan;
Los que esperan en Dios
Sin dilación llegan a la meta.
Sin dilación llegan a la meta
Lo que no se logra con velocidad;
Entonces aquiétate, corazón mío,
Porque esperaré que Él me guíe.1
7. Busca un ejército que te ayude. Comparte tus sentimientos con algunos seres queridos. Están más dispuestos a ayudar de lo que te puedas imaginar. Menos preocupación de tu parte significa más felicidad de la de ellos.
8. Deja que Dios sea suficiente. Jesús concluye su llamado a la calma con este desafío: «Vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primera-mente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas» (Mateo 6.32–33).
Busca primeramente el reino de las riquezas y te vas a pre-ocupar por cada peso. Busca primer el reino de la salud y te vas a preocupar por cada mancha o cada chichón. Busca primero el reino de la popularidad y vas a volver a vivir cada conflicto. Busca primero el reino de la seguridad y vas a dar un salto a cada sonido de una rama de árbol. Pero busca primero su reino y lo vas a encontrar. En eso podemos depender y nunca preocuparnos.
Ocho pasos. Primero ora. Despacio, ahora. Actúa de inme-diato. Haz una lista de tus preocupaciones. Evalúa la categoría de tus preocupaciones. Enfócate en hoy. Busca un ejército que te ayude. Deja que Dios sea suficiente.
(Mejor que deje de trabajar, son casi las 5:00 de la tarde.)