El año 1000 ve soplar el gran viento del Apocalipsis, que vuelve a poner a la orden del día los ideales del Evangelio. El pueblo cristiano del año 1000 vive en medio del crecimiento de las violencias feudales; en ellas, ve la actualización de las profecías y la imagen posible del diablo. Es en el año 1000 cuando se abren los libros, y la gente lee en ellos los significados del fin de los tiempos. Estos desórdenes han sido llamados: “Los terrores del año 1000”. Vuelve la denuncia del herético, que había desaparecido desde la Antigüedad tardía. En los concilios de Nicea (325) y de Constantinopla (381), los dogmas de la ortodoxia fueron elaborados y proclamados. Contra los grandes herejes (Marción, Manes, Ario), los Padres de la Iglesia y las instituciones imperiales dotaban a la Iglesia del poder de prohibir y excluir. El último personaje religioso ejecutado por herejía fue un obispo de Ávila, Priciliano, en 384. El orden carolingio había logrado la conversión forzada de los paganos, a la vez que instalaba un poder político y religioso, una teocracia cristiana, inspirada en el modelo de los reyes del Antiguo Testamento. De ahí surgió la teoría de las dos espadas: la temporal, confiada al emperador, y la espiritual, sostenida por el Papa. Ahí se elaboró el decreto de Graciano, base del derecho medieval. El fin del siglo X ve la descomposición del imperio carolingio, la fragmentación del poder en manos de los condes y los marqueses. El pequeñorey de los francos no puede pretender dominar realmente. La única estabilidad es religiosa, encerrada en las abadías de la orden benedictina reformada de Cluny. Monjes copistas y cronistas componen grandes historias del mundo. Se espera el fin de los tiempos próximo al año 1000 o al 1033.
Hacia finales del año 1000, un campesino de Champaña, acusado de maniqueísmo (la herejía por excelencia) por el obispo de Chalon, porque rompía cruces y predicaba la castidad, se suicida. En 1022, una docena de canónigos de la catedral de Orléans fueron quemados por herejía, por orden del capeciano Roberto el Piadoso: era la primera hoguera del Medievo cristiano. En Toulouse, Aquitania, Piamonte se prendieron otras hogueras. Ahí estaba la angustia del Juicio Final, de la condenación eterna. En esos terrores se veían las huellas anunciadoras de la vuelta de Cristo. Esta angustia estuvo en el origen de los desórdenes y de la herejía. En cambio, los cátaros se erguían, en medio de esta atmósfera, como unos racionalistas; denunciaban la imagen del infierno eterno, viendo en ella una invención de los clérigos destinada a intimidar a la gente. Una obra de aquella época, las Historias del monje cluniacense Raoul Glaber, relata las extraordinarias aventuras del campesino Leutardo y de los canónigos de Orléans.
A la vez, Europa cambiaba por una conjunción de factores múltiples. El clima se suavizaba, a las grandes invasiones sucedía una paz relativa, se vivía mejor, se registraba un crecimiento demográfico, las aldeas se organizaban alrededor de los castillos y de las iglesias, se podaban las selvas alrededor de los monasterios, y las grandes hambrunas de los tiempos carolingios quedaban olvidadas. Era algo parecido a un descanso después de terribles fatigas, y la Iglesia emprendió un amplio movimiento de resistencia a las violencias y exacciones de los señores, esos jefes militares montados a caballo que hacían reinar el terror. El movimiento de “la paz deDios” se desarrolló en el último tercio del siglo X, uniendo a campesinos y a prelados, y fue recuperado en el siglo XI por los grandes príncipes, en un contexto de violencia y de gracia, que sumaba a un apetito nuevo de religiosidad, el redescubrimiento del mensaje del Nuevo Testamento y del ideal de la Iglesia cristiana primitiva que prometía la salvación de los hombres.
La figura del herético toma forma en el imaginario de los monjes, que se sienten desplazados por gente más religiosa que ellos. Y hay un anticlericalismo popular. Las abadías tratan de atraer la piedad popular hacia el culto de las reliquias y de las estatuas, pero el sentido común de la gente cuestiona la realidad de estos objetos. Hombres y mujeres, laicos y religiosos mezclados, rechazan las prácticas supersticiosas de la Iglesia, la dejadez moral del clero y las pretensiones temporales de los prelados. La Iglesia califica de agentes del mal a los maniqueos, los tacha de ministros heréticos del diablo y de apóstoles de Satán. La respuesta de éstos es más templada, pero la Iglesia ataca, llamándolos falsos doctores de la escritura y falsos profetas anunciadores del anticristo. Los disidentes rechazan el culto de las reliquias, predican la castidad y la pobreza; la herejía era a la vez sabia y popular. En 1025 los heréticos fueron juzgados en Arras, por la corte de justicia episcopal, porque pretendían fundar sus prácticas sólo en la autoridad de Cristo y de los apóstoles, rechazaban el bautismo y negaban la transustanciación en la eucaristía. Su movimiento cubría toda Aquitania, ayunaban como los monjes, no comían carne, vivían en la castidad y sólo veían en la cruz un instrumento de suplicio. En la eucaristía veían una simple bendición del pan, negándole el valor de sacramento. Llamaban la atención por su vegetarianismo y su ascetismo. Para ellos, el único sacramento fundado en las escrituras, a diferencia de los siete inventados por la Iglesia católica, erael bautismo por el espíritu, imponiendo las manos al bautizado. Esta era la definición del Consolament cátaro.
La primera hoguera atestiguada por la historia tuvo lugar en 1022; en ella fueron quemados 12 canónigos en Orléans, entre los cuales se encontraba el confesor de la reina. Eran clérigos de la cultura, quienes negaban la personalidad humana de Cristo; lo reconocían como Dios, pero con una simple “apariencia” de hombre. En ese sentido, el pensamiento de los cátaros se parecía a las grandes herejías de los primeros siglos del cristianismo, que se referían esencialmente a la naturaleza de Cristo.
¿Qué sabemos del catarismo? Tenemos muchos y muy ricos documentos de los siglos XII y XIII, pero también documentos protocátaros posteriores al año 1000. Formaban comunidades de cristianos exigentes y críticos que reclamaban el modelo de los apóstoles y rechazaban el Antiguo Testamento, a la vez que negaban la humanidad de Cristo, y la eucaristía. Estas ideas eran una herencia de antiguas disidencias, importadas en el Occidente cristiano por misioneros orientales, a la vez que apuntaban hacia el futuro de la conciencia religiosa occidental que asimilaría las estatuas a los ídolos e interpretaría la última cena como una simple bendición, a fin de compartir el pan de la palabra divina, sin necesidad de trucos mágicos. Los cátaros sacaban sus referencias de los Hechos de los apóstoles, y recordaban que Pablo mismo destruía las estatuas.
La palabra maniqueo era sinónimo de “herético”. Europa vivía la actualización dramática de las profecías del Apocalipsis y el tema del combate entre el arcángel Miguel y las legiones de dragones. El mundo terrestre del fin de los tiempos estaba dividido entre justos y agentes del diablo. El dragón, la antigua serpiente del Apocalipsis, enemiga de Dios, fue asimilada a la serpiente de Eva. Enriquecido con el mitode Lucifer, el conjunto dio cuerpo al personaje del diablo, que aparece hacia el año 1000. Hay que recordar que Agustín fue maniqueo, antes de convertirse al cristianismo. El antagonismo estaba en la raíz del dualismo cristiano. A la vez, el derecho feudal imponía la jerarquización del orden señorial. En la segunda mitad del siglo XI, los documentos callan sobre toda manifestación de herejía en Occidente. El papado había emprendido su reforma gregoriana (de Gregorio VII), que liberó a la Iglesia de la tutela imperial germánica, le permitió volver a imponer su poder sobre los cleros y fundar nuevas órdenes; es así como se creó la orden de Císter. En 1100, los sacramentos del matrimonio y de la penitencia fueron definitivamente elaborados. La vía de la salvación cristiana se abrió a los laicos, e incluso a las mujeres, en una vida matrimonial regulada. Empezaron a surgir teorías sobre el derecho del justo (el caballero cristiano) de utilizar la fuerza contra los enemigos de Dios. A finales del siglo XI, al lado del herético, fue designado el infiel, a quien se tenía el derecho de matar en una guerra santa. El tema era: Dios lo quiere. Y la Iglesia se dividió entre la llamada verdadera, católica y romana, y la Iglesia del anticristo, que era lícito suprimir. Esta será la función del caballero cristiano antes de ser la del inquisidor.
La herejía estalla en el siglo XII, con una contra-iglesia organizada, con su clero mixto, sus obispos, sus religiosos austeros, que practicaban el rito del bautismo por imposición de manos. A mediados del siglo XI la cristiandad latina y la cristiandad griega se dividen, dando nacimiento a la Iglesia católica del papado romano y a la Iglesia ortodoxa del patriarcado de Constantinopla. Pero las autoridades religiosas ortodoxas, si bien denunciaron la herejía, nunca llegaron hasta la represión física.
Hacia mediados del siglo X aparecieron en las fuentes griegas y eslavas unos heréticos llamados bogomilos —del nombrede su pope Bogomil, versión eslava del nombre griego Teófilo, el amado de Dios—. Están en todo el reino búlgaro, llevan ropa religiosa, se ríen de las prácticas supersticiosas de la Iglesia, el culto de las imágenes, las reliquias, la credulidad ante los milagros, niegan el valor de los sacramentos; oponen Nuevo y Antiguo Testamento y tienen una lectura dualista de las escrituras. Los bogomiles atribuían la creación del mundo no a Dios padre, sino a uno de sus ángeles rebeldes, Lucifer. Su ideología se parecía mucho a la de los heréticos latinos del año 1000. Eran austeros, tenían prácticas de piedad visible y espíritu crítico, estaban organizados en comunidades mixtas y pretendían constituir la Iglesia verdadera.
Los documentos bizantinos son más ricos y precisos que los textos occidentales, hablan también de los fundagiates, unos monjes errantes que cargan con una bolsa donde reciben las dádivas de la gente. En la capital del imperio, podían contar con el apoyo de la aristocracia. Una de sus figuras más impresionantes era un médico llamado Basilio, quien fue quemado con algunos de sus discípulos por orden del emperador Alejo Comneno en el hipódromo de Constantinopla. En la misma época, Occidente llamaba “cátaros” a sus heréticos.
La reforma gregoriana ocupa la segunda mitad del siglo XI, los heréticos reaparecen en los primeros años del siglo XII en todas las clases sociales, desde los campesinos hasta los canónigos; se llaman patarinos en Italia del norte, pifles en Flandes, publícanos en Champaña y Borgoña, tejedores en el Languedoc. Las muchedumbres iracundas los persiguen y los queman vivos. A partir de mediados del siglo XII, la Iglesia tomará la iniciativa de la represión y de la eliminación física de los desviacionistas. Estos heréticos eran casi siempre unos eruditos de las escrituras.
La palabra herejía viene del griego y significa “opción”, no error. Se reprochaba a los primeros heréticos “optar” por algunos de los textos sagrados, sin aceptar la totalidad. En 1135, Lieja prende sus hogueras; el arzobispado renan o de Colonia fue particularmente activo. En 1143, un tal Evervin, de un monasterio de Steinfeld, lanza un grito de alarma en dirección de Bernardo (el futuro santo). Los cistercienses eran la vanguardia de la Iglesia militante. Los heréticos de Renania se habían organizado en una contra-iglesia llamada Iglesia de los apóstoles. La gran persecución de Colonia impresionó a Evervin, quien se había acercado a los heréticos en la cárcel antes de su ejecución. Estos encuentros lo conmueven sobremanera y se encuentra en la necesidad de hablar de ello con Bernardo, en un documento excepcional. Las grandes olas de represión dirigidas por las autoridades episcopales, lograron la eliminación de comunidades enteras en Flandes, en Renania, en Champaña. La herejía fue asimilada a la peste o a la lepra, y los herejes fueron llamados lobos, perros, zorros, hienas o chacales hembras. En cuanto a los heréticos, se llamaban a sí mismos apóstoles, o pobres de Cristo. Se habían organizado en comunidades mixtas, bajo la autoridad de un obispo. No creían en la humanidad de Cristo, remplazaban la eucaristía por una simple bendición del pan, remitían los pecados por imposición de las manos, practicaban su iniciación cristiana en dos etapas de enseñanza teológica y de noviciado, consagradas por una doble ceremonia: el bautismo, que hacía del simple auditor un creyente, y luego la ordenación, que lo transformaba en cristiano. Llevaban una vida modelo, pretendían constituir la Iglesia verdadera, que se había ocultado en Grecia desde los tiempos de los apóstoles, reinterpretaban las escrituras… Todos estos rasgos formaban el fundamento de la teología cátara. Oponían a Dios al mundo y su Iglesia a la Iglesia mundana romana. Había una conformidad apostólica entre sus creencias y su vida. Eran pobres y no violentos, mientras que la gran Iglesia era poderosa y opulenta.
El argumento de las dos iglesias era dualista y maniqueo. Los cátaros utilizaban el conjunto del Nuevo Testamento —no sólo el Evangelio de Juan— así como algunos libros del Antiguo. Pero, como Juan, afirmaban: “Sabemos que somos de Dios y que el mundo entero está en poder del mal” (Jn. I, 5,19). En 1163, en medio de nuevas hogueras, otro religioso de Renania, llamado Eckbert, describe a las comunidades heréticas e inventa un nuevo término para designarlas. Càtaro es el resultado de un juego de palabras compuesto por catarist (secta antigua de maniqueos, o puros) y gatist (adoradores del gato). Ellos mismos jamás se nombraron así; sólo se llamaban cristianos, pobres de Cristo y apóstoles. La palabra càtaro tuvo un éxito pòstumo. Después de recibir la carta de Evervin, Bernardo viajó, en junio de 1145, a Toulouse y a Albi. Alrededor suyo se hablaba de heréticos albigenses. Se trataba de los que llamamos cátaros. En la zona de Toulouse y de Albi, el evangelismo disidente se encontraba bajo la protección de la pequeña nobleza rural; había un anticlericalismo alegre. Ahí, Bernardo pronunció una serie de sermones antiheréticos que dejaban la vía libre a la represión por la fuerza. Veinte años más tarde, en 1165, los heréticos, reunidos alrededor de su obispo en Albi, opusieron una férrea resistencia a los cistercienses y a los altos prelados católicos en un debate público. La aristocracia occitana estaba aliada a la herejía. Las iglesias cátaras eran abiertamente toleradas por el poder local e iban creciendo. El poder estaba en manos de la familia de los Trencavel, que reinaba sobre el amplio territorio del vizcondado de Béziers, Carcassone y Albi. Esta aristocracia era anticlerical y sentía simpatía por los heréticos. En respuesta a esta simpatía, la Iglesia romana excomulgó a Roger II Trencavel, quien se transformó en la primera víctima de la represión de 1209. En 1167, una asamblea general de las iglesias heréticas europeas se reúne pública y abiertamente, y reclama serconstituida en obispado. Ahí estaban presentes delegaciones de la Iglesia italiana y francesa. Las comunidades occitanas eligieron a sus obispos y éstos declararon que la transmisión del Espíritu Santo, por imposición de las manos de los cristianos, tenía una filiación apostólica más fidedigna que el bautismo. La primera constatación histórica que se puede sacar de los hechos es el dinamismo del catarismo occitano, que lo llevó a estructurarse en iglesias y en obispados. En 1163, Eckbert precisa que los cátaros de Bonn y de Mayence tenían sus propios archicátaros. Otros autores señalan hogares activos heréticos en Campaña, Chalón, Reims, Borgoña, Vezelay y Nevers. Las comunidades heréticas eran relativamente poco densas. En 1167, Italia parecía encontrarse en una situación similar pero, si bien la última hoguera fue prendida por la Iglesia de Francia poco antes de mediados del siglo XIII, la Iglesia de Lombardía se había dividido en varios grupos antagónicos desde finales del siglo XII. Estos religiosos que toda Europa perseguía y condenaba, eran abiertamente tolerados en Occitania, como si el catarismo jamás hubiera sido clandestino entre Albi y Toulouse. Ahí se implantó y floreció. La apelación de albigenses que designó a los cátaros meridionales, es históricamente coherente por la anterioridad de su obispado. Mientras que, de 1143 a 1163, los heréticos eran perseguidos y quemados, cinco iglesias heréticas compartían el territorio de las diócesis católicas de Narbona, Carcassone, Toulouse, Albi, Cahors y Agen. Ahí conocieron un tiempo de gracia.
Renania quemó a sus cátaros y Champaña a sus publicanos; pero Occitania siguió siendo el único verdadero hogar cátaro. De Toulouse a Carcassone, la herejía era la manera más distinguida y más segura de salvarse. Entonces, los caballeros de la cristiandad serían llamados por el Papa a una cruzada contra otros príncipes y caballeros cristianos culpables del pecado de tolerancia hacia la herejía que vivía en sus tierras.La aldea occitana tenía su corazón en el castillo feudal, alrededor del cual se extendían las calles concéntricas, en un plano circular que giraba alrededor de la torre feudal o de la iglesia parroquial. Una plaza pública permitía a los burgueses, artesanos, campesinos, sargentos, damas y caballeros, encontrarse. Había una permeabilidad extrema entre las clases sociales y entre los tres órdenes: aquellos que rezaban —los monjes y los clérigos, llamados oradores—, aquellos que combatían —el rey, los príncipes y los nobles, llamados belladores— y aquellos que trabajaban —la masa de los campesinos y los artesanos, o laboradores—. Europa estaba llena de castillos que aislaban a la casta militar y la separaban de los campesinos; pero otra forma de sociabilidad existía en Gascuña. Las poblaciones rurales vivían en aldeas, enmarcadas por el orden señorial; y unos muros rodeaban el conjunto. El castrum designaba la aldea fortificada. En el Languedoc hubo una fuerte implantación y organización de los obispos cátaros, entre finales del siglo XII y los primeros años del siglo XIII. Estas aldeas populosas tenían numerosos castillos y eran administradas por consulados electos. En el resto de Europa, la casta aristocrática tenía un sistema de linaje patrilineal: sólo el hijo primogénito tenía la exclusividad de la herencia, según el derecho costumbrista germánico. Pero en Occitania, la señoría era colectiva; el primogénito no tenía ningún privilegio particular en el derecho costumbrista de origen romano que estructuraba a la sociedad feudal. Era un sistema señorial original, un poder ejercido conjuntamente, con ingresos compartidos entre los coseñores: hermanos, primos, primas; las damas podían incluso ser “señores”. La ley sálica que prohibía a las princesas heredar la corona de Francia no tenía validez en Occitania. Las mujeres tenían el derecho de predicar; hasta los tiempos de la Inquisición y a pesar de las hogueras colectivas, fueron numerosas en el seno del clero cátaro. Estaadhesión de las mujeres a una forma de cristianismo que les reconocía autoridad espiritual y religiosa selló el éxito masivo del catarismo.
La amplia familia nobiliaria desbordaba la vieja torre feudal, se instalaba en la ciudad y tenía una clientela de caballeros rurales; laboradores y belladores frecuentaban la misma plaza pública. Los oradores abrían sus casas religiosas a lo largo de las callejuelas. En 1145 hubo fuertes tendencias por parte de la aristocracia de las aldeas al anticlericalismo más crudo, que la llevaron a expresar sus simpatías heréticas. La nobleza vasalla de los Trencavel o de los condes de Toulouse había desviado para su provecho los impuestos que los campesinos debían a la Iglesia, es decir, el dinero eclesiástico que el papado exigía. Los prelados y las abadías representaban, para los pequeños señores, unos poderosos rivales con pretensiones políticas insoportables; así que se vengaban de ellos desarrollando los valores de una nueva cultura mundana, a veces libertina, que cantaba el amor profano y utilizaba la sátira contra los clérigos de Roma. En cambio, miraban con simpatía esta otra Iglesia cristiana, que no exigía ni impuestos ni donaciones, y que trabajaba para vivir, aunque estuviera condenada por Roma. Los trovadores y la cultura cortés reconocían a las damas el derecho a heredar, legar y compartir la autoridad. Uno de los más famosos trovadores de su tiempo fue Raymundo de Miraval, señor de un pequeño castrum, quien fue desposeído y murió en el exilio en Lérida. A la vez, las damas miraban con interés esta iglesia independiente de Roma, que abría el sacerdocio a las mujeres. Cuando estas matriarcas cátaras, bellas de los trovadores, envejecían, terminaban su vida como religiosas.
En 1145 y en 1165, la noble asistencia a los debates entre prelados católicos y la delegación episcopal de los heréticos mostró abiertamente su simpatía hacia estos últimos. La casta aristocrática occitana tenía una cultura laica y estaba venida a menos, empobrecida, y era a menudo libertina; de ahí su anticlericalismo. En 1177, Raymundo V, conde de Toulouse y católico sincero, mandó a Císter una correspondencia angustiada reclamando ayuda moral y militar contra la herejía estructurada en iglesias: “Tengo las manos amarradas, los príncipes mismos y mis vasallos favorecen a los heréticos”, decía. La pequeña y mediana aristocracia occitana se comprometía a menudo con los cátaros; el apoyo de las clases dirigentes les garantizaba libertad y les permitía crecer. La relación de fuerza impedía a las autoridades católicas emprender una represión física como aquella que golpeaba, perseguía y quemaba a los heréticos en el resto de Europa. El evangelismo cátaro penetraba por arriba y era un fenómeno de moda en el conjunto de la población. Las vocaciones para entrar en las órdenes religiosas cátaras, se multiplicaban entre las mujeres de los artesanos y de los campesinos.
El catarismo tenía argumentos para establecer su legitimidad cristiana y atraer los fervores populares, pero sus adversarios no comprendían su discurso. Ahí donde el poder político se mostraba suficientemente tolerante como para permitirles estructurarse en obispados, los cataros presentaban el rostro de una Iglesia apostólica. Hasta principios del siglo XIII, los monjes católicos huían de la sociedad y sólo se manifestaban al pueblo de una manera distante; en cambio, las casas cátaras se abrían, anticipando las órdenes mendicantes; a diferencia de los monasterios y conventos católicos, ignoraban la clausura, salían libremente, eran transparentes, practicaban el culto en público y todo el mundo podía constatar que seguían con rigor el modelo de los apóstoles: pobreza, abstinencia y castidad. No comían carne, se negaban a matar animales y trabajaban con sus manos para vivir. Su presencia religiosa era fuerte y atractiva. Su organización recordaba lade la Iglesia cristiana primitiva. Los religiosos cátaros eran también predicadores muy escuchados. El Evangelio se ponía al alcance de todos, mientras que los curas católicos sólo lo citaban en latín. No hay que imaginar a los religiosos cataros predicando en un púlpito; la predicación cátara tenía confidencialidad, se ejercía en la intimidad de una casa, para algunas personas solamente.
A partir de los mitos cristianos de la caída de los ángeles y de Lucifer, o del combate entre el arcángel y el dragón del mal, elaboraban los cátaros un dualismo angélico que oponía un Dios de bondad a las realidades de un mundo de odio, de mentira y de muerte. A la vez, oponían el Nuevo Testamento a la antigua ley, y rechazaban asimilar a Yahvé, el creador celoso y violento, al Padre anunciado por Cristo. Veían en las almas humanas unos ángeles caídos en cárceles carnales de este mundo malo, que no era de Dios. El bajo mundo estaba lleno de degeneración y de muerte; era obra de un creador malo, Lucifer. El tema de la caída de los ángeles era omnipresente en el imaginario cristiano medieval. Los cátaros negaban el libre albedrío como artífice del diablo: los ángeles de Dios no podían escoger el mal conscientemente. La única oración de los cátaros era el Pater Noster. Toda esta cosmogonía se inscribía en la cultura cristiana de su tiempo. Cristo, hijo del único Dios verdadero, fue mandado por el Padre a este bajo mundo cuyo príncipe es Satán, para salvar a los hombres; no fue mandado para sufrir ni morir en una cruz, sino como mensajero, bajo una simple apariencia humana, y el papel de los apóstoles fue llevar y difundir este mensaje. Rechazaban la violencia, la mentira y el juramento. Herederos directos de los apóstoles, pretendían ser depositarios del poder de remitir los pecados, que Cristo les había conferido. Bendecían y compartían el pan como en una cena protestante. La austeridad de sus costumbres era la garantía de suvalidez. Devolvían la esperanza a un pueblo angustiado por la condenación eterna. Según ellos, todas las almas eran buenas e iguales, y todas serían salvadas. El sacramento del Consolament era el único y tenía el lugar de bautismo, penitencia, ordenación y extremaunción. Desde el año 1000 hasta el siglo XIV, lo que caracterizó de manera incontestable a las iglesias cátaras y bogomilos fue la práctica de este único sacramento de bautismo por imposición de manos. El Consolament remitía los pecados y salvaba las almas.
La herejía esencial de los cátaros, a los ojos de las autoridades católicas, no fue el dualismo de su lectura bíblica, que estaba en el aire del tiempo; fue su concepción de la naturaleza puramente divina de Cristo, que recordaba a las grandes herejías paleocristianas, como el monofisitismo, el adopcionismo y el arianismo. Los cátaros le negaban todo carácter sagrado a la cruz, que pertenecía, según ellos, a la serie de los objetos malos. Este mundo malo había perseguido a Cristo, cuando su razón y su misión no era ser perseguido, sino aportar un mensaje de salvación. La herejía del catarismo fue oponer el Pentecostés a la Pasión. La eternidad era de esencia divina y el mal se manifestaba en el tiempo. El único infierno era de este mundo. Rechazaban atribuir a Dios toda responsabilidad y todo poder en él. El reino de Dios no es de este mundo, que se encuentra enteramente en poder del mal. El campo de manifestación del mal es el único infierno posible, es transitorio y se terminará al final de los tiempos. Sólo quedará Dios con todas las almas de los hombres salvados y reintegrados.
Era una visión oportunista en cuanto al futuro, y sin esperanza en cuanto al presente; una forma de cristianismo medieval muy original y absolutamente desprovista de símbolos. Nada de lo visible podía evocar la bondad de Dios; nada visible podía ser sagrado, ni la cruz, ni la paloma. Los cátaros no construyeron ni templos ni capillas, practicaron el culto yla predicación en casas particulares. Afirmaban que el corazón del hombre era la única iglesia de Dios. Este racionalismo los llevaba a reírse de las supersticiones católicas. Eran fundamentalmente igualitarios. En una época de antisemitismo, afirmaban que las almas de los judíos y de los sarracenos serán salvadas al igual que las almas de los inquisidores. A la vez, liberaban a la mujer de la culpa de Eva, que constituye el fundamento de la misoginia bíblica.
La ausencia de Dios en este mundo los disuadió de mezclarse con los asuntos del siglo. No hay arte cátaro. La Inquisición se encargó de destruir todas sus sepulturas conocidas. No hay concepción catara de un orden político y social, de un derecho divino, de una justa violencia, de una guerra santa. En este bajo mundo, sometido y gobernado por las violencias del mal, todas las almas humanas —hombres, mujeres, príncipes, pobres, heréticos, prelados, infieles, judíos, monjes cistercienses— eran buenas e iguales a partir de su origen celeste. La cohabitación entre los religiosos heréticos y el clero católico se hacía, en general, sin choque. Los fieles se suscribían a ambas iglesias. El tiempo de las persecuciones iba a sacudir a esta sociedad y a romper las solidaridades. La Iglesia fracasó en su tentativa de reconquistar las almas por medio de la persuasión. A mediados del siglo XII, las autoridades católicas empezaron a dotarse de un arsenal jurídico de represión y de exclusión, y los heréticos fueron sistemáticamente buscados, perseguidos, condenados y ejecutados. El Concilio de Reims, en 1157, y la decretal de Verona, en 1184, organizaron la Inquisición y las primeras medidas antiheréticas a escala europea. Se prendieron las hogueras. La lucha contra la herejía continuó hasta el siglo XVIII. Se quemaba a los hombres, las mujeres, los laicos, los burgueses, los clérigos, los letrados… se trataba de reducir a ceniza la herejía en vista de su condenación eterna: si el herético no estaba inscrito en el libro de la vida, no participaría de la resurrección de la carne el día del Juicio Final.
En Toulouse, Raymundo V y luego Raymundo VI eran tolerantes. Rechazaban la presión sobre su Iglesia y protegían las libres confrontaciones teológicas bajo el arbitraje de los señores locales. Uno de los mejores oradores cataros era Guillermo de Nevers. La vocación del hermano Domingo nació de estos debates contradictorios. Domingo asistió un día, en 1206, a uno de estos debates, fue conmovido por la imagen apostólica de los heréticos y decidió utilizar sus propias armas, es decir, la humildad y la pobreza… Esta experiencia llevará a la fundación de la orden de los hermanos predicadores, o dominicos. Reinaba un clima de tensión intelectual y un desfase en el discurso: los cataros no creían en los milagros.
La guerra estalló en 1209, con un Papa que quería restablecer el orden en su casa. La personalidad de Inocencio III es apabullante. Jurista de formación, proclamaba la “plenitud del poder” de la Santa Sede sobre los soberanos. La dirección del mundo le había sido confiada por Dios. Se proclamó jefe de Europa y reorganizó la cristiandad a su antojo. Era también un hábil político. Reconoció las vocaciones de Domingo y de Francisco de Asís, que llevaría a la fundación de las órdenes mendicantes de los dominicos (hermanos predicadores) y de los franciscanos (hermanos menores), que iban a renovar la religiosidad. En 1215, el Concilio de Letrán definió el marco de la ortodoxia.
El nombre de Inocencio III será sinónimo de la cruzada contra los albigenses. En 1208, encontró contra Toulouse el pretexto del asesinato de su delegado, y llamó a los guerreros de Occidente a una cruzada en tierra cristiana: era lícito desposeer a los heréticos, como era justo exterminarlos. El Papa otorgó indulgencias por los pecados y recompensas a los guerreros. La guerra duró 20 años, de 1209 a 1229; su primera fase fue la cruzada de los barones. A pesar de las grandes hogueras colectivas, las masacres de civiles, las tomas espectaculares de ciudades y de castillos, y las grandes batallas de caballería, esta primera guerra fue un fracaso para el Papa. La cruzada fue inaugurada por la masacre de Béziers. La práctica de las grandes hogueras colectivas fue ordenada por el delegado del Papa, el abad de Císter, quien descubrió en los salmos el tema de su célebre eslogan: “Masácrenlos; Dios reconocerá a los suyos”. Después de la batalla, el abad escribió al Papa: “La venganza de Dios es maravillosa: los hemos matado a todos”.
Se establece entonces en Toulouse y Carcassone, por derecho de conquista, una nueva dinastía, la de los Monfort; pero el pueblo se subleva. Monfort cede todos sus derechos sobre el Languedoc a la corona de Francia, y Luis VIII aprovecha esta guerra declarada por el Papa, para ganar territorio y transformar a su reino en la más formidable potencia militar occidental. A la vez, permite al papado contar con los medios para imponer su orden religioso en el Languedoc. En 1229, después de 20 años de guerra, Carcassone se vuelve francesa, Toulouse se somete a París, pero la Iglesia cátara sigue viva; ni la cruzada, ni las hogueras colectivas lograron desarraigar su fe. Tenía la gloria de los mártires, pero la eliminación de la casta aristocrática que la protegía la convierte en una Iglesia prohibida. Entonces pasó a la clandestinidad. La Iglesia romana parecía triunfar, había destruido las redes de solidaridad. Esto fue obra de la primera burocracia moderna, creada por los juristas del derecho romano y de la curia pontificial: el tribunal de la Inquisición. La Inquisición fue creada precisamente contra los cátaros.
Otros movimientos religiosos fueron perseguidos como heréticos a partir del siglo XIII. El procedimiento se confió a las órdenes mendicantes, que sustituyeron a las cortes de justicia. Su práctica era moderna: registraban los testimonios, establecieron unos verdaderos ficheros de encuesta, funcionaban como un confesionario itinerante. En 1242, el tribunal religioso dejó de serlo y se fijó en las ciudades episcopales. El sistema se fundaba en la confrontación de los testimonios y autorizaba al acusado defenderse. Constituía un progreso en materia de justicia religiosa, en comparación con las técnicas germánicas de la ordalía por el agua o por el hierro rojo. Para volver más eficaz su acción judicial se apoyaba sobre un poder penitencial. Este tribunal religioso sólo dependía del Papa. Escoltados por soldados, apoyados por escribas y notarios, los jueces interrogaban y llamaban a la delación. Aquí hubo una divergencia de actitud entre los franciscanos y los dominicos. Asociados en un primer tiempo a la Inquisición, los hermanos menores se dividieron entre “conventuales”, sometidos a Roma, y “espirituales”, comprometidos con la pobreza y la no violencia. La Inquisición quemó a los franciscanos espirituales. En términos generales, había matado poco; para eliminan le bastaba con capturar; hizo encuestas, intimidó, erigió la delación en sistema, confiscó los bienes, encarceló y persiguió. Sus hogueras individuales sucedieron a las hogueras colectivas de la cruzada. Los notarios copiaron miles de declaraciones. La cruzada de 1209 a 1229 fue atroz. Al asesinato del delegado del Papa siguió la masacre de Béziers, luego las hogueras colectivas, la mutilación de los heridos y, por orden de Simón de Monfort, la larga procesión de los prisioneros con los ojos sacados, la nariz y los labios cortados, conducidos por un infeliz a quien se había dejado tuerto para guiar a los demás. El conde de Toulouse trató de liberarse de la sumisión al Papa; contaba con el apoyo de la población que soportaba mal el terror de la Inquisición. En 1235, una sublevación popular logró echar a los dominicos, porque éstos habían desenterrado los cadáveres denunciados como heréticos para quemarlos. El conde se alió al rey de Inglaterra y al conde de la Marca de España; los jueces dominicos y franciscanos fueron ejecutados, y el país creyó liberarse de la Inquisición.
Pero el ejército francés intervino y logró la toma simbólica del castrum rebelde de Montsegur. Este no era un castillo en la época cátara, fue construido a finales del siglo XIII. Era una aldea fortificada, de unas 500 personas, de las cuales más de 200 eran religiosos cátaros. Ahí, 15 caballeros y 50 hombres armados resistieron, durante cerca de un año, a un ejército de varios miles de soldados franceses. Después del incendio de marzo de 1244, la Inquisición interrogó a los sobrevivientes. Montsegur era cabeza y sitio de la Iglesia herética; el papado jamás le perdonó. Ahí fueron quemadas más de 200 personas. La resistencia del conde de Toulouse llegó a fin con su muerte en 1249. En las llamas de Montsegur desapareció toda la jerarquía con la que contaban las iglesias cátaras occitanas. El evento marcó el fin de los cátaros del Languedoc. Hubo abjuraciones y exilios. Algunos aislados tomaron el camino de Italia, que parecía ser un espacio más apaciguado. La Inquisición funcionaba sin resistencia. La orden dominica era su principal instrumento normalizados. Una sociedad enmarcada por las órdenes mendicantes iba obligatoriamente a misa el domingo. Con la Suma teológica del dominico Tomás de Aquino, y el instrumento intelectual de la escolástica, se edificó y codificó la ortodoxia. La segunda mitad del siglo XIII vio la desaparición del catarismo.
El catarismo fue eliminado de la historia. Sin embargo, a principios del siglo XIV aún respiraba en Occitania. El mundo había cambiado. La tumultuosa sociedad que, un siglo antes, unía a aristócratas, damas, tenderos y campesinos, había dejado lugar al orden señorial jerarquizado bajo la autoridad real monárquica. La Europa de las monarquías centralizadoras tendía a liberarse de las pretensiones pontificias. El catarismo predicaba que el mundo no era de Dios, por lo que no podía reconocer a la verdadera Iglesia de Dios. La Iglesia perseguidora no podía ser la de Cristo. Un último sobresalto del catarismo despertó los fervores populares. Entre 1300 y 1310, una pequeña Iglesia se reconstruyó con el apoyo activo de una población numerosa y ferviente. La brasa sólo pedía su llama. Había unos últimos restos de jerarquía cátara que emprendieron su reconquista religiosa apoyándose en las familias y reactivando las viejas redes. Pero los inquisidores fueron más rápidos; respondieron con operaciones de policía. Los cátaros fueron capturados, juzgados y quemados. Murió el catarismo víctima de su propia rigidez; quizá habría podido doblegarse y sobrevivir en la clandestinidad, pero fue roto a pesar de la fe que lo animaba.
Nadie podía improvisarse espontáneamente cátaro sin la enseñanza y la imposición de las manos de un cátaro que le transmitiera el Espíritu Santo. Los registros de la Inquisición han conservado uno de los temas esenciales de la predicación: “Hay dos iglesias: una huye y perdona, la otra posee y mata”. La Inquisición le ganó a la Iglesia cátara occitana en el primer tercio del siglo XIV. Sólo subsistió en las mentalidades populares un resentimiento anticlerical duradero, que fertilizó la Reforma protestante. Entretanto, la espiritualidad cristiana occidental se renovó completamente, en el marco de la ortodoxia codificada del tomismo, gracias al aporte de la mística franciscana. Las imágenes góticas de la Pasión relegaron el catarismo al rango de una religiosidad de otro tiempo en que la cristiandad era maniquea. En Italia, la Inquisición funcionó con un atraso de por lo menos una generación y el catarismo sólo fue destruido a principios del siglo XV. En Bulgaria y en Bosnia, jamás fue realmente perseguido; desapareció bajo los turcos a finales del siglo XIV. En Francia y en los países germánicos, la persecución era permanente; los cátaros fueron extirpados por la violencia.
La historia de la herejía fue escrita por los vencedores católicos. Supimos de ellos a partir de los documentos de los dominicos inquisidores, sus mitos y especulaciones esotéricas. A mediados del siglo XX fueron descubiertos documentos de origen auténticamente cátaros: dos tratados y tres rituales —los manuscritos de Lyon, de Florencia y de Dublín— y los recuerdos de las predicaciones de Pedro y Jacques Authié. Sólo entonces pudimos liberarnos de la maledicencia y de los mitos que deformaban su historia, para devolverles su palabra no violenta. Así es como conocimos el ritual con sus tres ceremonias: la transmisión de la oración dominical, el servicio y el Consolament.
Para la redacción de este capítulo, me basé en la obra de Anne Brenon.