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Te das cuenta de que empieza a ocurrirte a ti también. Bajas la mirada hacia tus manos: son las manos de un bebé, pequeñas y rosas, y, ante tus ojos, comienzan a crecer y a cambiar de color y de textura. Una avalancha de tiempo y experiencia te engulle. No es desagradable, pero escapa a tu control. Luego te horrorizas: tienes la piel de las manos arrugada y cubierta de las típicas manchas oscuras propias de la vejez.

—No te asustes —te dice una de las criaturas que tienes delante—. A todos nos impresionó al principio, pero con el tiempo se pasa.

—¡¿Qué quieres decir con que con el tiempo se pasa?! —gritas.

Se ríen, pero de forma afable, y tú te tranquilizas.

—Mira, debes aceptar el hecho de que ahora perteneces tanto al pasado como al futuro. En realidad, el presente no existe. ¿Por qué no elegir dónde querrías pasar el tiempo? Sí, cariño, en realidad, el tiempo no existe. Pero no te preocupes. Pasado o futuro: tú eliges.

Si te arriesgas a ir al futuro, ve al capítulo 69 e

Si prefieres el consuelo del pasado, ve al capítulo 71 e