Me paso todo el camino hacia la escuela tratando de racionalizar por qué Carly me bloqueó. Quizás fui algo agresiva al pedirle que hablara conmigo. Cualquier persona razonable se asustaría. Sin embargo, no hay muchas evidencias que indiquen que Carly Amato es realmente una persona razonable. Mintió al decir que no era amiga de Juliana. Dijo que apenas la conocía, aunque eso no es verdad.
Me saco a Carly de la cabeza a la fuerza al llegar a mi primera clase. No puedo permitirme reprobar otro examen de Química; aún hay tiempo para subir mi promedio, pero el señor Franken llamará a mi mamá si hoy saco menos de siete.
«Coeficientes. Suma primero los coeficientes. ¿Por qué me mintió Carly?».
Sacudo la cabeza y agrego un «O2» a la ecuación. Junto a mí, veo cómo Dave Camarco le lanza miraditas a mi examen. Si no estuviera segura de que el señor Franken me acusaría a mí de estar copiando, me acercaría a Dave para soltarle un: «Buena suerte con eso».
Soy la penúltima en terminar. Tras entregar el examen y volver a mi butaca, saco a hurtadillas el celular de la mochila mientras el señor Franken está engrapando cada examen con su respectiva hoja de respuestas.
—Mónica.
Hago un gesto de pesar al escuchar mi nombre y cierro los ojos. Cuando los abro, me encuentro con la mirada del señor Franken. Me hace una seña para que pase al frente.
—Perdón —susurro al llegar a su escritorio—. Tenía que revisar algo rápido.
Sin decir nada, toma la canasta de metal donde pone los teléfonos confiscados. Dejo ahí mi celular y el señor Franken me dice que puedo recogerlo al final del día. Quiero llorar mientras camino avergonzada de regreso a mi lugar.
Estoy tan ansiosa por hablar con Ginny sobre el asunto de Carly que me siento a punto de estallar. Sin mi teléfono, los minutos hasta el almuerzo pasan más lentamente de lo normal. Cuando suena la campana después de la quinta hora, me echo a correr hacia las escaleras.
Al llegar a la planta baja, al salón de la señora Goldberg, las luces están apagadas y la puerta cerrada. Toco tres veces, pero no hay respuesta. Tengo que controlar las lágrimas al escuchar la campana.
Me doy la vuelta para irme a la cafetería y casi me estrello con Ginny.
—Perdón —dice, jadeando—. Te mandé un mensaje para avisarte que llegaría un poco tarde.
—El señor Franken me quitó el celular.
La voz de un hombre retruena por el pasillo: es un guardia de seguridad haciendo su ronda para asegurarse de que nadie se quede por ahí después del timbre. Ginny mete la llave en la puerta de la señora Goldberg y me hace pasar; luego cierra con seguro.
La sigo hasta la parte trasera de la oficina, donde deja su lonchera sobre la mesa redonda que está en la esquina. Debajo hay un mini refrigerador. Ginny saca un yogurt; me ofrece uno, pero niego con la cabeza.
Se sienta en una de las sillas frente a la mesa.
—¿Qué pasa? —pregunta.
—La noche del sábado revisé otra vez los expedientes. Encontré uno de una mujer en la calle Norwood que acusó a Jack Canning de meterse en su patio trasero; dijo que los Berry pusieron un muro por culpa de él. No me acordaba de eso, pero es cierto. Tenían una barda muy alta rodeando su patio trasero.
Ginny inclina ligeramente la cabeza, como si no estuviera segura de a dónde voy con esto.
—Ethan no pudo haber visto nada en el patio de los Berry desde el bosque —aclaro—. Me reuní con él en el lago Osprey esta mañana para preguntarle por qué mintió.
Ginny se queda petrificada, con los dedos sobre la tapa metálica de su yogurt.
—Espera, ¿fuiste sola?
—Había mucha gente por ahí. —Intento ignorar lo preocupada que luce Ginny—. Pero, bueno, me contó la historia real. Esa noche estaba en la habitación de Jen y vio la pelea desde el techo del garage, porque salió por ahí.
—¿Le crees?
—Me describió el cuarto de Jen. Y hay más. Ella le dijo que sentía que estaba perdiendo a sus amigas e Ethan cree que era porque Juliana estaba todo el tiempo con Carly Amato.
—Pero Carly dijo que casi no conocía a Juliana. —Ginny tamborilea los dedos contra un costado de su yogurt. Se levanta, abandonando su comida en la mesa—. Necesito mostrarte algo.
La sigo hacia la computadora de la señora Goldberg y me paro junto a ella, observando cómo escribe la URL del proxy que todos usamos para burlar las páginas bloqueadas por la escuela. Ginny abre Facebook y pone su información. La página se carga, mostrando las actualizaciones para alguien llamada Elizabeth Lewis. Es una mujer rubia de rostro redondo, como de veintitantos.
—¿Quién es? —pregunto. Nunca la había visto.
—Es miembro de la Sociedad Honorífica Internacional de Enfermería. —Ginny se ruboriza—. No sé quién sea la mujer de la foto. La encontré en Google.
Ginny se mueve para dejarme ver las noticias en el Facebook de Elizabeth Lewis. A Elizabeth le gusta publicar fotos graciosas sobre la escuela de enfermería, distintas recetas en olla de cocción lenta y fotos de su labrador chocolate, Luke.
Miro a Ginny.
—Espera. ¿Tú inventaste todo esto?
En su rostro se dibuja la vergüenza.
—Tenía que hacerlo convincente para que Carly aceptara mi solicitud de amistad.
—No, es impresionante. ¿Cómo hiciste todo esto hoy?
—No lo hice hoy. Después de que fuimos a la biblioteca, volví a revisar el perfil de Carly. Lo hizo privado. Quería mirar sus fotografías para ver qué más podía averiguar sobre ella.
Ginny se levanta para que pueda revisar el perfil. Voy a la lista de amigos de Elizabeth; tiene cuarenta y nueve contactos, uno de los cuales es Carly Amato.
Miro fijamente a Ginny.
—Eres una genio. ¿Cómo le hiciste para que te aceptara toda esta gente?
—Solo agregué a un montón de personas al azar que pusieron enfermería en estudios. Me aseguré de que varias fueran de la universidad de Orange County. La mayoría de la gente acepta las solicitudes muy fácilmente.
Ginny arrastra una silla hacia la computadora de la señora Goldberg. Gira el monitor para que ambas podamos ver la pantalla completa.
—Y, bueno, no encontré nada importante en sus fotografías y me olvidé del perfil de Elizabeth hasta esta mañana, cuando me dijiste que Carly te había bloqueado.
Ginny abre la página de Carly Amato y carga el álbum de sus fotos de perfil.
—Tuve libre la hora anterior, así que fui a la biblioteca para revisar estas de nuevo.
El zumbido en mis oídos va en aumento.
—¿Qué encontraste?
Sin decir nada, Ginny abre una fotografía de Carly con unos shorts de mezclilla deshilachada y top blanco. En la mano sostiene una Corona con una rebanada de limón incrustada en el cuello de la botella. El cielo detrás de ella está negro, sin estrellas.
Está parada en la caja de una pickup negra.
La voz de Ginny en mi oído me saca del trance.
—Revisé todas sus fotografías. Esta es la única en la que aparece la camioneta.
—O sea que no tenemos placas ni nada —digo, decepcionada.
—También busqué fotos de esa misma noche para ver con quién podría haber estado, pero no hay ninguna.
Me tallo los ojos.
—Maldita sea. Ni siquiera podemos enviarle un mensaje para preguntarle de quién es esa camioneta, porque le parecería sospechoso y bloquearía a Elizabeth.
—Lo pensé —dice Ginny—. Pero tiene muchas otras fotos. Si podemos descubrir de quién más era amiga en Sunnybrook... Debe haber alguien que sepa de quién era esa camioneta.
Reviso de nuevo las fotos de perfil de Carly, comenzando por las más antiguas. Hay una de Carly en el baile de graduación, luciendo un vestido de seda negro con una abertura hasta el muslo. Me detengo y señalo a la chica negra que está parada junto a ella. Lleva un vestido blanco con piedritas en el escote de corazón y trae su brillante cabello suelto y en ondas sobre los hombros.
—La reconozco... Estoy bastante segura de que era porrista.
Ginny se acerca para ver el rostro de la chica.
Un golpeteo en la puerta nos hace saltar de nuestras sillas. Luego se escucha la voz de una mujer.
—¿Quién anda ahí?
Ginny hace un gesto de preocupación.
—Dejé la luz del salón prendida.
El estómago se me va a los pies cuando se abre la puerta de la oficina de la señora Goldberg. La señora Coughlin le echa un vistazo al lugar hasta posar sus ojos en Ginny.
—¿Qué hacen aquí?
Parece que Ginny está a punto de vomitar.
—Cosas del anuario.
—No me digas. —La señora Coughlin se agarra el cordel que trae al cuello—. Tú no eres parte del anuario.
—Le estoy ayudando —digo tontamente.
—La señora Goldberg no vino hoy —señala la señora Coughlin—. Yo voy a cubrir su clase. No hay absolutamente ninguna razón para que estén aquí solas.
—Tenemos permiso —aclaro, al ver que Ginny no va a decir nada.
—No me quieras ver la cara de tonta, Mónica. —La señora Coughlin arranca una hoja de su cuaderno de reportes y señala a Ginny con un movimiento de cabeza—. ¿Cómo te llamas?
Ginny se queda mirando a la señora Coughlin como si le acabaran de hacer una lobotomía.
—No es justo. —La voz se me quiebra; la señora Coughlin solo está vengándose porque no le ayudé con el homenaje.
La mujer arranca otra hoja violentamente. El sonido me deja muda.
—¿Te gustaría pasar dos tardes castigada, Mónica?
Algo en Ginny parece desatorarse. Está viendo a la señora Coughlin con fuego en la mirada.
—Yo le dije a Mónica que podíamos estar aquí. Me merezco el castigo, pero ella no.
—Sé una mártir si eso quieres. —La señora Coughlin escribe algo en el reporte y se lo entrega a Ginny—. Pueden hacerse compañía mañana en el salón de castigos.
Un padre tiene que firmar tu reporte, solo para que sepa que crio a una delincuente. Puedo falsificar las firmas de mi madre y Tom, pero no me extrañaría que la señora Coughlin los llamara.
Mi mamá está sentada junto a la barra de la cocina cuando vuelvo a casa después de la práctica, agazapada sobre un formato. La observo por un momento y noto sus rasgos distintivos: cuando está pensando golpetea una pluma contra su mentón y suspira por la nariz cuando lo que piensa es desagradable. Niega con la cabeza y tacha algo en el papel, sin darse cuenta de que estoy frente a ella al otro lado de la barra.
—Me dieron esto. —Dejo mi reporte sobre la cubierta y se lo acerco.
Ella levanta la vista. Se mete un dedo bajo los lentes y se talla los ojos antes de mirarme.
—¿Qué es?
—Mañana estaré castigada.
Su expresión no me dice nada.
—¿Qué hiciste?
—Nada. Estaba en la oficina del anuario durante el almuerzo y la señora Coughlin me puso un reporte por no tener un permiso. Es una estupidez.
Mi madre ignora el reporte y vuelve a su formato.
—La llamaré después de la cena para que te lo quite.
—No.
—¿Disculpa? —Se quita los lentes y los deja sobre la barra—. Te vas a perder la práctica si estás castigada.
Igual que Ginny.
—No me importa. De todos modos la entrenadora ya está lista para sacarme del equipo que irá a las competencias.
Espero que me grite, pero solo suspira.
—Bueno. No puedes usar la computadora ni el celular el fin de semana.
Ahora siento una oleada de pánico.
—No puedes quitarme la computadora. Tengo que escribir un ensayo para Literatura esta noche.
Mi mamá arrastra su banco para alejarse de la barra, lo que me hace dar un salto. Sale de forma intempestiva de la cocina por el pasillo y dobla a la derecha hacia la oficina de Tom. Un segundo después, Petey grita desde la sala.
—¡OIGAN! ¿Quién apagó el wifi?
Mi madre sale de la oficina de Tom y me mira fijamente.
—Listo. No necesitas internet para hacer tu ensayo.
—Pero qué mierda.
—¿Necesitas ir con el doctor Feit?
Siento cómo el estómago se me llena de ácido. El doctor Feit es su terapeuta; mi hermana fue con él una vez después del asesinato de Juliana y Susan. No sé cómo mi madre aguanta siquiera mirarlo.
—¿En serio me estás amenazando con mandarme al loquero?
—No sé qué más hacer, Mónica. Estoy cansada de ver cómo te vas convirtiendo en alguien más. —Sus mejillas se ruborizan—. Si sigues portándote así, vas a terminar haciendo algo que Tom y yo no podremos arreglar por ti.
—No te pedí que arregles nada —le espeto.
Se da la vuelta y yo me regaño en silencio: «No vayas a llorar, carajo».
—¿Te das cuenta de que ni siquiera me abrazaste? —pregunto—. Después de lo del doctor Bob. Ni siquiera me tocaste.
Mi madre hace un gesto de dolor al escuchar «doctor Bob». Estira el cuello hacia la sala, obviamente preocupada de que Petey haya escuchado, como si mi hermanito tuviera la más mínima idea de lo que estamos hablando.
—Te cuidé. Todo lo que hago es por ti y tu hermano.
—A él sí lo abrazas —digo—. A mí ni te me acercas. ¿En serio te recuerdo tanto a ella?
—Vete a tu cuarto, Mónica. Estoy cansada de hablar sobre esto.
—¿De hablar sobre qué? ¿Jen? No hablas sobre ella. Ese es el punto. —Estoy a nada de estallar. Estoy cansada de guardarme todo y estoy harta de que mi madre se porte como si el nombre de mi hermana fuera una palabra prohibida en esta casa.
—No, no quiero hablar de ella. —Mi mamá se ve tan pálida como yo—. No quiero pensar en el peor día de mi vida y en todas las formas en las que pude haberlo evitado. No pude protegerla a ella y no puedo protegerte a ti.
No sé qué decir. Me doy la vuelta porque ya no quiero ni mirarla.
—Mónica. Espera.
Volteo hacia ella. Mi madre tiene una mano extendida.
—Dame tu teléfono.
Me toco el bolsillo y hago un gesto de dolor. Se me olvidó por completo pasar a la oficina del señor Franken para recuperarlo.
—El maestro de Química me lo quitó. Ni siquiera lo tengo.
—Maravilloso. Vete a tu cuarto. Vamos a comer en una hora. —Niega con la cabeza, lo cual me llena de rabia, porque parece que en este punto ya solo espera que la cague todos los días.
Salgo furiosa de la cocina y subo las escaleras. No es hasta que estoy encerrada en mi cuarto que le agradezco en silencio a Dios que el señor Franken tenga mi teléfono; de ese modo, mi madre no podrá revisar cuatro semanas de mensajes entre Ginny y yo.
Por la mañana el cielo está de un azul claro, casi morado, y sin una sola nube. Rachel y Alexa no dicen mucho en el camino a la escuela y me lanzan miradas furtivas cada que se quedan en silencio. No tengo la energía para preguntarles por qué me están tratando con pinzas.
Cuando llegamos a la escuela y veo los lirios blancos contra el astabandera afuera del gimnasio, entiendo por qué están raras: mañana es el aniversario de las muertes de Bethany y Colleen, y hoy es el homenaje.
Luego de pasar lista, la voz de la señora Barnes sale de los altavoces, ordenándoles a todos los alumnos que vayan al patio para una ceremonia especial. La clase de Ciencias de primero sale al pasillo tras el anuncio, y algunos chicos van soltando grititos y vítores. «¡No hay clase! ¡Súper, me tocaba Educación Física!».
No puedo con esto. Aun con Rachel junto a mí, no puedo salir y enfrentar las miradas de mis compañeros. Hoy no quiero ser la hermana de la suicida.
La presión en mi pecho crece cuando alcanzamos a la multitud que va entrando por las puertas dobles que conducen al patio. La señora Coughlin pasa junto a nosotras con un ramo de globos rosas.
Siento cómo mi mano libre se contrae en un puño.
—¿Para qué diablos es eso?
Rach juguetea con uno de sus aretes de perla.
—Escuché a alguien diciendo que van a soltar globos.
—¿Globos? ¿En serio?
Rach me mira por encima del hombro.
—Por Dios, Mon, cálmate.
—¿Saben lo malo que es para el medioambiente? Los globos matan pájaros. Se los comen y se mueren.
—La señora Coughlin quería hacerlo —dice Rach—. No seas tan dura. Su hija murió.
Me viene a la mente el rostro de la señora Coughlin ayer, cuando me puso el reporte, y lo feliz que se veía. Como si nada la complaciera más en ese momento que joderme. Un calor me recorre la espalda mientras los cuerpos se aplastan contra mí en su camino hacia la puerta.
—No puedo —sentencio. Antes de que Rachel pueda decirme nada, me doy la vuelta y voy hacia la salida al final del pasillo, lejos del patio.
Nadie nota que me salí del edificio. Logro llegar al estacionamiento y corro hacia la valla que rodea la cancha de futbol con la esperanza de poder esconderme antes de que me atrapen. No sé a dónde voy, pero no puedo estar en ese maldito edificio ni un segundo más. Caminaré hasta mi casa si tengo que hacerlo.
—Mónica.
Me detengo en seco, lista para echarme a correr, pero cuando me doy la vuelta veo a Brandon. Va en dirección opuesta, hacia la escuela.
Se acomoda la mochila sobre el hombro. Se ve como alguien que podría ser un estudiante, con su chamarra de cross-country de la prepa de Sunnybrook. Trae la cara rasurada, con un pequeño corte en el cuello.
—¿A dónde vas?
—No sé —respondo—. ¿Me vas a delatar?
La boca de Brandon se curva en una sonrisa a medias.
—No sería muy inteligente de mi parte. —Señala con la mano hacia la escuela—. ¿Estás segura de que quieres perderte la ceremonia?
—No puedo... —digo, y respiro profundo—. Simplemente no puedo.
Brandon está a mi lado, con su mano en mi espalda baja, tan suavemente que apenas me toca.
—Los de seguridad te van a ver si te quedas aquí. Ven.
Dejo que me guíe hacia el área de maestros en el estacionamiento. Su Jeep está estacionado al final de la fila, junto a las canchas de tenis. Brandon quita los seguros de su auto y me abre la puerta del pasajero. Entro y cierro, aunque estamos lejos de la escuela y nadie puede verme.
Mientras me seco los ojos, escucho su voz junto a mí. Está en el asiento del conductor y acaba de cerrar la puerta también.
—Puedes quedarte aquí todo el tiempo que necesites, aunque no deberías desaparecerte todo el día. —Odio estar llorando frente a él. Brandon me toma de la mano—. Oye. Vas a estar bien.
Entrelaza sus dedos con los míos. O quizás yo inicié todo, no lo sé, pero mis labios terminan en los suyos y de pronto él me corresponde el beso. Aunque estamos en lo más lejano del estacionamiento y nadie puede vernos, es una estupidez...
Brandon pone una mano sobre mi hombro y me aleja suavemente.
—Esto es muy mala idea.
—Ya sé. —Me paso un dedo bajo el ojo y una mancha de rímel se despega de mi piel—. Lo sé. Perdón.
—Hay tantas razones por las que esto ya no puede pasar, especialmente...
—Ahora que tienes novia. Entiendo.
—No quiero ser ese chico —afirma.
Asiento.
—No tienes que explicarme.
Brandon suspira y recarga la cabeza en el respaldo de su asiento.
—¿Puedo preguntarte algo?
—¿Hay quien responde que no a esa pregunta?
—¿Qué te hizo hacerlo? —pregunta—. Lo que hiciste. Conmigo.
No sé qué espera que le diga. Estoy segura de que no quiere escuchar la verdad: que tener sexo con él fue como ser alguien más. Pero no logro pronunciar las palabras. «Eres sexy y mi novio me cortó y tú estabas ahí».
—Estaba triste —al escucharme, Brandon se lleva las manos a la cabeza—. Perdón —le digo de nuevo—. ¿Por qué lo hiciste tú?
—Porque me gustabas. —Brandon se ríe—. Y me dije que te veías mayor y te portabas como alguien mayor, así que no estaba tan mal.
—Pero ahora sí crees que estuvo mal.
—No lo sé. Solo creo que me usaste para evadir tus problemas.
Siento un nudo en la garganta. Tiene razón: sabía que lo que estábamos haciendo estaba mal, y no me importó porque estaba lista para prenderle fuego a mi vida perfecta e irme de ahí mientras todo estaba en llamas.
—Vuelve a la ceremonia —le digo—. Esperaré a que empiecen a regresar a los salones para volver a la escuela.
Por un momento parece que quiere quedarse. Ni siquiera estoy del todo segura de querer que se quede, pero siento que el corazón se me apachurra cuando toma la manija de la puerta.
Brandon se baja del Jeep y me mira.
—Lo que acaba de pasar... No voy a fingir que fue tu culpa o que no me gustó. Pero no puede volver a pasar.
No quiero quedarme a pensar en lo que pasó en este auto durante el verano, pero no puedo volver todavía. Así que solo reclino el asiento y miro el cielo sobre la escuela hasta que veo los globos rosas flotando; son cinco, uno por cada chica.