Despierto bocabajo en mi cama, todavía con la ropa que usé para la fiesta de Kelsey. Mi teléfono me dice que es casi mediodía. Bajo las escaleras y cada paso me retumba en la cabeza. Me quiero morir.
Mi hermano está en el sofá de la sala, viendo una película de Los Vengadores. Una explosión en la pantalla hace que las punzadas en mi cabeza se aceleren.
—¿Dónde están todos? —pregunto.
—Papá está en el campo de tiro y mamá está en su obra.
Una nueva oleada de pánico me recorre. Mis padres nos dejaron solos a Petey y a mí, obviamente. Es domingo por la mañana y no somos niñitos. No saben lo que pasó anoche. Quizás Ginny tenía razón y debí despertar a Tom para contarle todo.
—Dijeron que tenías resaca y no debía despertarte, pero que si te levantabas, te dijera que no pongas un pie fuera de esta casa —avisa Petey.
—Entendido. —Me masajeo la sien.
Voy a la cocina y entrecierro los ojos ante la luz que se cuela por la ventana sobre el fregadero. Agua. Necesito rehidratarme, quizás hasta obligarme a comer algo para tomarme un Tylenol.
El sonido de una puerta de carro cerrándose me petrifica. Quizás es Tom que ya volvió del campo de tiro. Me asomo por la ventana, pero la entrada está vacía.
Escucho cómo alguien toca en la puerta que lleva de la cocina al garage. Tom debió haber dejado la puerta del garage abierta cuando se fue.
Controlo el impulso de vomitar. Voy en silencio hasta la puerta y la abro apenas un poco. Brandon me mira y siento cómo el estómago se me va a los pies.
—Solo quiero hablar —dice.
Me lo imagino en la puerta trasera de Susan Berry.
—Vete antes de que llame a mi padrastro —digo—. ¿Te mencioné que es policía?
—¿Y qué le vas a decir? —Hay pánico en su voz—. Estás equivocada en todo lo que crees.
Pienso en mi hermano, echado en el sofá. En Mango acurrucado a sus pies, incapaz de escuchar el llamado en la puerta por el volumen de la película.
Me acomodo de manera que Brandon no pueda verme y busco en mi teléfono hasta que encuentro la grabadora y presiono el botón de iniciar. Me guardo el celular en el bolsillo de la pijama y salgo al garage, cerrando la puerta.
—¿Qué quieres, Brandon? —Me da asco pronunciar su nombre, pero necesito demostrar que es él en la grabación.
—Lamento lo de anoche. Estuvo fuera de lugar. —Tiene los ojos rojos, y la piel que los rodea está parda y brillosa—. Pero tenemos que hablar sobre por qué te interesan tanto Carly Amato y Allie.
—Tú sabes por qué me interesan. —Pienso en las cámaras de seguridad que Tom nunca consiguió. ¿Alguien vio a Brandon llegar hasta aquí? ¿Importaría si me saca a rastras y me mete en su carro? Mi hermano no escuchará los gritos por la película y, si los escucha, no tengo idea de lo que Brandon le haría.
—Mónica, lo que sea que estés pensando, estás equivocada.
—¿Entonces no engañaste a Allie con Juliana Ruiz?
Su reacción al escuchar ese nombre es toda la confirmación que necesito. Hace un gesto de pesar y su expresión se endurece. Noto un ligerísimo movimiento en su quijada. Casi pierdo el equilibrio. Tengo razón... El arete, el arete de Carly...
—La conocí por Carly —explica—. Fue una estupidez de mi parte. Terminó rápido.
—La noche en que la mataron, ¿verdad? Alguien te vio afuera de la casa de Susan.
Brandon abre la boca ligeramente. Estoy temblando mucho. Sus ojos bajan hasta mi bolsillo, pues se me olvidó sacar la mano. Veo cómo su rostro cambia al comprender.
—¿Estás grabando esto?
Da un paso hacia mí al mismo tiempo que se abre la puerta de la cocina.
Me doy la vuelta; Petey está en la entrada. Pasa la mirada de Brandon a mí.
—¿Quién es ese?
—Nadie. Entra a la cocina, Petey.
Jalo a Brandon del brazo, escuchando los latidos de mi corazón en mi oído.
—Sabe que estuviste aquí. Sabe cómo eres. No eres un asesino de niños, Brandon. Por favor, solo vete y fingiré que nunca viniste.
Los ojos de Brandon pasan de mí a mi hermano, que no se ha movido.
—Por favor —repito en voz baja—. No lo pensaste bien. Es solo un niño. Y si me llevas, él podrá delatarte con la policía. No te saldrás con la tuya.
Una gota de sudor nace en el labio de Brandon. Lo tengo. No es un asesino de niños.
Cuando siento cómo la tensión abandona su cuerpo, le doy un rodillazo en los testículos y le grito a Petey que corra.
—¡Vete directo a la casa de Ginny! Es la cuarenta y ocho. Llama a la policía desde ahí.
Brandon grita y se dobla de dolor. Luego se incorpora mientras yo voy con tropiezos hacia la mesa de carpintería de Tom y me agarra del hombro.
Está adolorido, lo puedo escuchar en lo pesado de su respiración. Probablemente podría defenderme, pero necesito darle tiempo a mi hermano para huir. Lucho contra Brandon sin quitar la vista de la puerta abierta del garage; en cuanto veo a Petey corriendo por la calle, giro y le doy un codazo a Brandon en la cara.
Cuando comienzo a huir, el dolor estalla en la parte de atrás de mi cabeza. Me tiene agarrada de la coleta; grito mientras él me da un tirón para detenerme. Me cubre la boca con una mano. Lo muerdo con todas mis fuerzas. Cuando retrocede, tomo el bat de beisbol de Petey que está junto a la mesa de carpintería. Uso una mano para mantenerlo apuntado directo a Brandon.
—Si te mueves, te aplasto la cabeza. Levanta las manos.
Brandon obedece. La mano en la que lo mordí está enrojecida, con gotas de sangre formándose en donde mis dientes se enterraron en su carne. Pienso en el perro de Susan Berry, intentando detener a Brandon para que no la asfixiara. Aprieto el puño sobre el bat.
—Siéntate ahí. —Señalo con la cabeza hacia el estante donde ponemos los zapatos sucios. Brandon lo hace.
—De acuerdo —digo—. Dijiste que querías hablar. Habla.
Hace un gesto por el dolor en la ingle, la mano o por ambos.
—No sé qué debo decir.
—¿Por qué las mataste? —pregunto—. ¿Juliana amenazó con decirle a Allie?
Brandon cierra los ojos, mascullando: «Ay Dios, ay Dios, ay Dios, ay Dios». Probablemente pensó que este momento nunca llegaría.
Le doy un golpe en la rodilla con el bat, gritando sobre sus gemidos y sus «ay Dios».
—¡¿Por qué las mataste, Brandon?!
—No era solo porque Allie se enterara. Yo tenía veintidós y Juliana quince —dice—. Si se lo contaba a alguien, podría haber terminado en la cárcel. Deberías saberlo.
La malicia que se esconde en su voz hace que me den ganas de golpearlo de nuevo con el bat, más fuerte.
—¿Qué pasó esa noche?
—Le dije a Juliana que teníamos que parar, la mañana después de que Allie encontró el arete en mi camioneta. Juliana estaba muy, muy enojada; pensaba que iba a dejar a Allie por ella. No entendía que yo no podía estar con una chica de quince. —Brandon traga saliva—. Me pidió que fuera a casa de Susan para hablar. Estuvimos en mi camioneta. Al principio todo iba bien, pero, cuando le repetí que no iba a dejar a Allie, comenzó a llorar y a gritar que iba a decirle. Se salió y azotó la puerta.
—Y tú la seguiste hasta la casa.
Brandon cierra los ojos. Las lágrimas le recorren la cara hasta los labios.
—No me abría la puerta principal. Cuando dijo que iba a llamar a la policía, me aterré. Trepé la cerca y vi la puerta de atrás; ella me vio, la abrió y comenzó a gritarme. Cuando la seguí al interior de la casa se puso como loca. Me dio miedo que Susan nos escuchara, así que le cubrí la boca. Ella me mordió y cuando se zafó, se estrelló con el espejo. Le estaba sangrando la cabeza y se lanzó contra mí con un pedazo de vidrio... y entré en pánico.
—Y, en vez de buscar ayuda para Juliana, las mataste a ella y a Susan.
—Susan escuchó. Bajó las escaleras por el ruido. Se echó a correr hacia la planta alta de nuevo cuando vio todo, así que la seguí y la agarré. —Brandon ahoga un sollozo—. No iba con planes de lastimar a nadie. Solo se salió de control.
—¡Me das asco! —grito—. Todo fue mentira conmigo, ¿verdad? Fingiste que acostarte conmigo era mala idea por mi edad, pero en realidad eres un maldito pedófilo...
Se lanza contra mí y estrella su puño contra mi boca antes de que pueda levantar el bat. Intento defenderme, pero él presiona mi garganta con su brazo y me inmoviliza contra la pared. Cuando se estira para tomar el bat, lo aviento lo más lejos que puedo en mi posición. El bat golpetea en el suelo, pero Brandon no intenta recogerlo: tiene los ojos puestos en mí. Yo le sostengo la mirada a un animal acorralado.
—¿Esto le hiciste a ella? —digo, con la voz ahogada.
Frente a mis ojos bailan unos puntos negros. Luego, gritos. Sus gritos. Me suelta y se va de espaldas. Me doblo por la cintura, con las manos en la garganta, intentando procesar lo que está pasando.
Ginny está sobre Brandon, con el bat en las manos. Está tranquila y sus manos no tiemblan al tomarlo por el cuello. Brandon está tirado de espaldas, sin moverse.
—¿Dónde está mi hermano? —Mi voz se escucha descompuesta; tengo los labios hinchados y la boca me sabe a sangre—. ¿Dónde está Petey?
—Está en mi casa. Llamamos al novecientos once y a Tom.
Paso la vista de Ginny a Brandon. Solo estamos los tres. Aún no escucho sirenas. Brandon me mira desde el suelo, con sangre corriéndole por la sien. Me doy cuenta de que Ginny lo golpeó en la cabeza con el bat.
Brandon parpadea rápidamente. Necesita una ambulancia; tiene un traumatismo cerebral o algo peor. Vuelvo a mirar a Ginny.
—Dame el bat.
—Mónica.
—Por favor.
Ginny me lo entrega y a Brandon se le ponen los ojos en blanco. Al fin perdió el conocimiento, quizás por el dolor o quizás por verme frente a él con el bat. Debió ver en mi cara lo mucho que deseo matarlo. Nunca había querido nada con más ganas en mi vida. Solo se requerirían un par de movimientos.
Mis dedos tiemblan en el mango del bat. Miro a Ginny. Hay tranquilidad en su rostro.
—Si lo haces, diré lo que tú quieras.
Ella les diría a todos que fue en defensa propia. Que no tuve más opción que matar a Brandon.
—Quiero hacerlo. —Una lágrima escapa de mi ojo—. Quiero hacerlo con todo mi corazón.
—Lo sé —dice Ginny.
Las ideas me dan vueltas en la cabeza hasta detenerse en lo que me dijo mi madre anoche en el auto. «Hasta en tus peores momentos, yo te amo más que a la vida». Me seguiría amando aunque matara a Brandon en este mismo momento. Sé que Tom también lo haría y quizás hasta Petey.
Pero los Ruiz, los Berry, todas las personas a las que les destruyó la vida, también se merecen la oportunidad de ver a Brandon de frente. Si se las quito, no podré perdonármelo.
Los ojos de Brandon se abren de nuevo. Lo miro fijamente mientras le doy una patada en el estómago. Lo pateo y lo sigo pateando hasta que me quedo sin aliento, hasta que el brillo de las sirenas se aparece en la calle, hasta que ya no puedo sentir el pie y Ginny tiene que jalarme para que me aleje de su cuerpo inmóvil.