Cinco años antes

Agosto

Jen nunca quería estar arriba. Esa posición era para las chicas pequeñas como Juliana, o para las que eran tan flaquitas como una ramita, como Susan, con sus músculos tonificados por los años en el tenis. Jen, que creció como un girasol el verano previo al segundo año de secundaria, sabía que estaría relegada por siempre a ser base. Aceptaba su posición como uno de los gajes de ser una chica alta. Los saltos voladores simplemente eran algo que nunca podría hacer, así como usar tacones o salir con un chico de menos de un metro ochenta.

Su hermana, que ya casi terminaba la primaria, estaba viviendo su propio estirón. Mónica ya había tenido varias crisis respecto a su nuevo cuerpo. Era más alta que todas las chicas en su clase de ballet y el niño que se sentaba atrás de ella en matemáticas pidió que lo cambiaran de lugar porque la cabeza de ella le tapaba el pizarrón.

Jen a veces quería darle una zarandeada a Mónica. «¡Los chicos pronto entrarán a la pubertad! ¡Hay peores cosas en la vida que ser alta!». Su mamá siempre le decía a Jen que se relajara. Mónica apenas tenía once años y Jen también había estado insoportable a esa edad.

Lo que daría Jen por volver a tener once años.

—¡Cinco, seis, siete, ocho! —Allie, que se negaba a que sus chicas la llamaran «entrenadora», canturreó los números. Jen acunó las manos y las puso sobre las de su compañera, con las rodillas flexionadas para poder levantar a Juliana.

Las manos de Juliana apenas parecían tocar los hombros de Jen al subir. Las demás ponían todo su peso en los hombros de las bases, haciéndolas doblarse ante el peso. Pero Juliana, que apenas medía un metro con cincuenta, tenía una extraña mezcla de agilidad y un físico atlético. Las otras chicas solo tenían una de las dos, si tenían suerte. Las más troncas quedaban a los lados durante las acrobacias, sacudiendo los pompones y, de hecho, echando porras.

Jen sabía que ella era más atlética que ágil. De niña quería ser gimnasta, pero le faltaban la concentración y la disciplina de las demás chicas que entrenaban en el gimnasio de Jessie seis días a la semana. Ella jugaba softbol y basquet en la secundaria; fue idea de Juliana audicionar para el equipo de porristas durante el verano previo a la preparatoria.

Jen se sintió agradecida por la fuerza de sus brazos al lanzar a Juliana en un perfecto salto de piernas abiertas. Juliana cayó sobre los brazos estirados de las chicas, con las piernas juntas y los pies en punta.

—¡Muy bien, Ruiz! —exclamó Allie, aplaudiendo—. Tómense cinco minutos y lo repetiremos desde el principio.

Jen echó una mirada al rostro de Susan mientras las chicas abandonaban sus puestos para irse a sus grupitos. Susan se dividió la coleta en dos y le dio un tirón para apretarla sin despegar los ojos del suelo. Sin duda sentía el dolor de que Allie no hubiese alabado su trabajo. Susan estaba programada para ser así, para creer que si no era la mejor, era un fracaso.

Jen se preguntaba qué tanto tenía que ver la señora Berry con eso. La mamá de Susan siempre estaba ahí al final de la práctica, preguntando cómo estabas, ofreciendo llevar a todas a casa, con una sonrisa que hacía que Jen se preguntara si en secreto sería una psicópata.

—¿Qué pasa, J-Ray? —Juliana le dio un golpecito al chongo de Jen.

Jen se llevó una mano al cuello, desorientada por el apodo que Juliana le acababa de poner ese verano.

—Nada.

La mirada de Juliana pasó de largo a Jen, tan rápido como se había posado en ella. Jen se dio la vuelta para ver qué estaba mirando su amiga. O, más bien, a quién: Carly Amato, quien había sido transferida a Sunnybrook al final del año anterior.

Juliana le dio un apretón a Jen en el brazo.

—Ahora vuelvo.

Jen pensó en la feria del condado, hacía apenas un par de semanas. Estaba esperando en la fila para el baño mientras Susan y Juliana se servían más refresco. Quien quiera que estuviera en el baño se estaba tardando horas; justo cuando Jen estaba por rendirse y buscar un baño en otra parte, dos chicas salieron torpemente, sosteniéndose una a la otra para bajar los escalones. Una de ellas la miró fijamente a los ojos.

—Hola. —Carly arrastró la palabra y su amiga soltó unas risitas. Jen fingió una sonrisa.

Carly no tenía los ojos rojos como si estuviera borracha o drogada, pero sus pupilas eran dos agujeros negros y sus gruesas pestañas subían y bajaban frenéticamente.

Las chicas se fueron, tambaleándose. Jen las observó tomarse del brazo y pasar junto a una pareja que iba empujando una carriola doble. El padre lanzó una mirada por encima del hombro, haciendo un gesto de desaprobación con la cabeza hacia Carly y su amiga.

Terminaron en un camión de helados hablando con dos chicos. Uno era alto y flaco, con los hombros bronceados y cabello café, grueso y ondulado, sostenido detrás de sus orejas. El otro era más bajo, más musculoso, rubio, y sus ojos estaban escondidos tras unos Ray-Ban.

Carly se rio por algo que dijo el chico rubio, estirándose para darle un empujoncito juguetón. Jen se preguntó cómo podían portarse tan despreocupadas con chicos que acababan de conocer. Pensó en la expresión en los ojos de Carly. La forma en la que se había tallado la nariz.

No se lo contó a nadie pero, al ver a Juliana corriendo hacia Carly, deseó haberlo hecho.

Susan apareció junto a Jen, aplastando la botella vacía de agua como si fuera una pelota antiestrés.

—¿Desde cuándo Juliana y Carly son mejores amigas? —preguntó Jen.

Susan dejó de aplastar su botella de agua.

—Probablemente desde el campamento de porristas. ¿Por qué? ¿Estás celosa o algo?

Jen sabía que Susan lo decía de broma, pero aun así sintió que algo le aplastaba el pecho. El verano anterior había sido el primero en que ella, Juliana y Susan habían estado separadas. Susan pasó dos semanas en USA Cheer, tomando un curso de preparación para el examen de admisión a la universidad, mientras que Jen pasó gran parte de sus días cuidando a sus hermanitos por diez dólares la hora para que su mamá pudiera volver a trabajar de tiempo completo ahora que Petey estaba en el kínder.

Susan y Jen miraron a Juliana y a Carly. Juliana dijo algo que hizo que Carly se echara a reír a carcajadas. Jen sintió que la intranquilidad iba llenándola, seguida del impulso de jalar de Jules para separarla de Carly.

—No confío en ella —confesó Jen. Lo que realmente quería decir era: «Carly me aterra», pero Susan ni siquiera parecía estar escuchándola. Los engranes de su cerebro quizás estaban girando alrededor de la tarea que tenía que hacer al llegar a casa, organizando mentalmente sus carpetas con las pestañas de colores que tanto le emocionaban, lo que provocaba las burlas de Jen y Juliana.

—Por favor, Allie. —La falsa voz de bebé de Carly recorrió el gimnasio—. ¡Déjanos mostrarte!

—¿Mostrarle qué? —Jen ya estaba al otro lado del tatami, frente a Juliana, Carly y unas cuantas chicas de último año que tenían rodeada a Allie.

—Un salto en posición de cisne. —La mirada de Carly se plantó en Jen como si nunca antes la hubiera visto—. Nuestra líder de grupo en el campamento nos enseñó cómo hacerlo.

—Pues qué irresponsable de su parte —dijo Allie—. Son ilegales en la preparatoria.

Un coro surgió del resto de las chicas: «Déjanos intentarlo», «No lo haremos en la competencia», «¡Vamos, Allie, por favooor!». Allie, temiendo un motín, levantó las manos.

—Quizás podamos intentarlo después de repasar la rutina.

—¡Sííí! —Carly se aferró a Juliana, dando saltitos—. Juju es muy buena en eso.

«¿Juju? ¿Qué demonios?». Jen intentó encontrarse con la mirada de Juliana, pero las otras chicas ya la estaban rodeando.

—Pero ¿qué es un salto en posición de cisne? —preguntó una de las mayores.

—Se los voy a enseñar —dijo Carly—. Hay videos en YouTube.

Allie suspiró, derrotada, y se apartó para que las chicas se acomodaran en la colchoneta. Carly se acomodó a la cabeza del grupo, sosteniendo su teléfono para que todas pudieran ver el video que había puesto.

Las porristas en el video formaban una canasta. Al final de la fila, una chica se subía a los hombros de dos de las bases. Lanzándose en un mortal al frente, se clavaba al estilo Superman y caía sobre los brazos estirados de las demás.

—Pero qué peligroso. —El murmullo de Allie se escuchó entre los comentarios de: «Mierda, qué locura».

Juliana tenía una sonrisa de oreja a oreja, sentada con las piernas cruzadas sobre el tatami con su hombro tocando el de Carly. Jen se imaginó a Juliana volando por los aires como si no pesara nada y se le hizo un nudo en el estómago. Pensó en Susan parada a sus espaldas, viviendo en un mundo sin saltos de canasta ni en posición de cisne, pero lleno de solicitudes para Brown y Stanford.

Jen pensó en sus amigas que se alejaban de ella y en cómo sentía que se estaban acercando a toda velocidad a la orilla de un lugar de donde no podría recuperarlas.