CAPÍTULO 42
Los Esposos Lunares resultaban más espectrales que nunca aquella noche, tres almas en pena que se asomaban entre los nubarrones para contemplar cómo el Zhaohua del Regente Imperial se abría camino entre la tormenta. El cielo era de un morado intenso, quebrado de vez en cuando por la ramificación de un relámpago; y la lluvia, tan densa que los sirvientes de Zhao Shuren habían abierto, sobre el castillo de popa, unos grandes parasoles de papel encerado para mantenerlo a cubierto.
Hacía cinco horas que se habían marchado de Leizu, pero Marjannah apenas se había movido en ese tiempo. Con los brazos apretados contra el pecho, presenciaba la carrera incesante de las nubes bajo uno de los parasoles, demasiado agitada para quedarse en su camarote. Tanto Zhao Shuren como su tía habían dado por hecho que era la revelación sobre el paradero de Raisha lo que la había alterado tanto, de modo que no había tenido que hablarles de aquella voz que había regresado a su cabeza, venenosa como la lengua de una serpiente y punzante como el aguijón de un escorpión.
Así que nuestra pequeña está en manos de la Casa Real de Cameroth. —La sultana apretó los dientes con tanta fuerza que los sintió rechinar. Evidentemente, aquel ser sabía a qué estaba dándole vueltas; le había sido imposible dejar de hacerlo desde que abandonaron Leizu—. Si el Priorato de la Razón no manejara al rey como a una marioneta, la situación sería muy diferente, pero ya sabes lo que hacen allí con las criaturas sobrenaturales. Me pregunto qué pensará tu pobre niña si descubre, por culpa de sus indagaciones, que su esencia no resulta tan mundana como creía.
Un trueno se propagó a su alrededor, aunque no bastó para acallar el retumbar de su corazón. Marjannah sintió cómo se le enfriaban las manos, aferradas a la borda. Quién sabe, puede que incluso se alegre de averiguarlo… Te sorprendería saber lo desesperada que está por parecerse a ti, incluso en las cosas que más odias de ti misma.
«Raisha nunca tendrá que pasar por esto. Aunque sea lo último que haga…». A menos que poseas la capacidad de retroceder en el tiempo, querida, no hay mucho que puedas hacer al respecto. Sabes perfectamente que, cuando tu hija nació, algo más nació dentro de ella, algo que me pertenece a mí como su sangre, su carne y sus huesos te pertenecen a ti…
Pero el alarido silencioso de Marjannah, el «¡márchate de una vez!» que resonó dentro de su cabeza, ahogó la voz del yinn. Durante unos segundos no se atrevió a respirar, temiendo que solo estuviese burlándose de ella, hasta que se dio cuenta de que lo había logrado: había reunido la fuerza necesaria para apartarlo de sí.
Sin dejar de jadear, se quedó mirando cómo la lluvia zarandeaba los remos de la aeronave, impermeabilizados gracias al heli, antes de dirigirse al castillo de popa. Su primer impulso fue refugiarse en su camarote, deseosa de derrumbarse en la cama durante el resto del trayecto, pero el temor a que la voz regresara si no tenía nada con lo que distraerse le hizo cambiar de idea y, tras un instante de vacilación, continuó por el pasillo en el que estaba la puerta de Zhao Shuren.
Una pareja de eunucos permanecía de pie a ambos lados. Cuando la vieron doblar la esquina, se arrodillaron murmurando un «majestad» y, tras decirles que deseaba hablar con el regente, uno se incorporó para conducirla adentro.
—Marjannah —la saludó Zhao Shuren, envuelto en una bata de seda roja. Aquella estancia era del mismo tamaño que la suya, pero parecía más pequeña por la cantidad de estanterías cargadas de porcelanas y estatuillas—. ¿Necesitas que te ayudemos con algo?
—No te preocupes, es solo que no podía…, no me apetecía estar sola —respondió la sultana, obligándose a sonreír—. Esta tormenta pondría los pelos de punta a cualquiera.
«Aunque no tanto como lo que tengo dentro, si supierais lo que es». Casi le extrañaba que no notaran nada raro en ella; aún sentía el corazón atenazado por la angustia.
—Si estás ocupado, puedo regresar más tarde. No quiero molestarte en medio de…
—No me molestas en absoluto —sonrió Zhao Shuren, y señaló una mesa cuadrada arrimada a la pared—. Siéntate para que te sirva un té; estaba a punto de tomar una taza.
Marjannah se instaló entonces en una de las sillas de respaldo alto, mirando con curiosidad los montones de libros que el regente había colocado sobre la mesa.
—Estaba leyendo unos antiguos informes que encontré anoche en el registro —dijo este. Las cubiertas de seda dorada delataban su procedencia; solo los manuscritos de los emperadores se encuadernaban así—. Sobre lo que estuvimos hablando anoche —continuó mientras servía el té—, lo ocurrido con el clan de los Li después de que se diese a conocer lo que el Hierro les hizo.
—No sé casi nada de esa pobre gente. —El aroma de la flor de montaña le pareció balsámico, dulce pero con una nota de amargura; la sultana notó cómo se relajaba solo con olerlo—. La muchacha de Cabo Armisticio, desde luego, era una Seda. Tal vez sus ancestros pertenecían a tu clan antes de que Unalara…
—Dudo que la maldición de los férricos se transmita del mismo modo que la afinidad con el heli de cada familia. Claro que la alternativa, si esos ancestros no existen —Zhao Shuren vaciló—, es que la chica sea una de las antiguas sirvientas de la emperatriz.
—Lo cual significaría que, pese a aparentar unos veinte años, tiene casi ochenta.
Mientras se humedecía los labios con el té, Marjannah pensó en una conversación que había mantenido con Lubna sobre los tratados helianos de la Biblioteca Real. La mujer le había explicado que, según algunos estudiosos, había mestizos que poseían sin saberlo la afinidad con el heli de un antepasado remoto y esta se manifestaba en el momento más inesperado por un trauma, un acontecimiento violento… «Pero es imposible que fuera yo quien despertó aquello dentro de ella. Su madame creía que era algo habitual en los Seda…, lo cual quiere decir que le sucede a menudo».
—El nombre de esa chica era Xuan. —Tras dejar la taza sobre la mesa, la sultana se estiró para coger el libro que Zhao Shuren estaba leyendo—. ¿Sabes si la mencionan aquí?
—Creo que no, pero es un nombre bastante común en las islas del sur.
—Como el del secuestrador de Raisha. —Al separar las tapas del libro, una única hoja de papel de arroz, doblada sobre sí misma como un abanico y cubierta de escritura heliana, se desplegó ante los ojos de Marjannah—. Me aseguró que se llamaba Sheng, aunque después añadió que había muchos Shengs. Bueno —dijo mientras cerraba el libro—, al menos ya sé a quién quiero muerto.
Lo devolvió a la mesa, en uno de los escasos huecos que quedaban, y no pudo evitar preguntarse cuántas tareas pendientes tendría Zhao Shuren en su escritorio de la Ciudad Celestial, estando tan abarrotada una mesa diminuta de su aeronave privada.
—Este trabajo nuestro no nos da ni un segundo de respiro, ¿verdad?
—Desde el fallecimiento del anterior emperador, no he sabido qué es eso —suspiró él—. A menudo pienso que, si aquellos que envidian nuestro poder conocieran el precio que hemos pagado, darían gracias a sus dioses por tener una vida corriente.
«También se siente más solo de lo que querría admitir», pensó Marjannah mientras lo observaba con atención. Los años lo habían vuelto aún más atractivo, pero la melancolía que ahora había en su mirada no estaba ahí cuando lo conoció.
—¿No tienes a nadie que lo haga más soportable, aunque solo sea por unas horas? La belleza de las damas de la Ciudad Celestial es legendaria y tú mismo comentaste anoche que las concubinas del difunto emperador se han quedado sin compañía.
—Técnicamente, le siguen perteneciendo —le recordó Zhao Shuren—. No dejarán de hacerlo ni siquiera después de morir, cuando se reúnan con él en las Colinas de Jade.
—Pero hay muchas más mujeres en la corte. Me cuesta creer que ninguna te haya…
—Flores cuyo perfume no dura más que una noche en el recuerdo. —El regente la miró entonces a los ojos—. Pero en ti no he podido dejar de pensar en los últimos diez años.
Su mano se había deslizado sobre la mesa hasta rozar sus dedos. Cuando la soberana no los retiró, Zhao Shuren ascendió por su muñeca, suavemente, hasta su brazo.
—Eres la única mujer cuya alma me ha hechizado tanto como su cuerpo. —Ya no había nada ceremonioso en él, pese a lo poético de sus palabras; Marjannah no recordaba haberle oído hablar con tanta sinceridad—. Pensé muchas veces en visitarte, pero…
—Estabas demasiado ocupado gobernando un imperio —concluyó por él— mientras ese crío al que habéis sentado en el trono no hacía más que entretenerse con sus libélulas.
—Y tú estabas demasiado ocupada casándote cada día —sonrió el regente—. Habría sido complicado encontrar un momento para estar contigo entre un esposo y el siguiente.
Aquello hizo que la sonrisa que le había contagiado a Marjannah abandonara sus labios. «De modo que eso es lo único que se cuenta sobre mí. Nada sobre lo que he estado haciendo por Aramat, nada sobre mis sacrificios. Más allá de mis fronteras, sigo siendo una tirana».
—¿No vas a preguntarme qué pretendo conseguir con eso?
—No. —Los dedos de Zhao Shuren acariciaban ahora sus largas uñas, relucientes por el esmalte dorado—. Sé que tendrás tus motivos para hacerlo, por incomprensible que pueda resultarles a tus súbditos. Eres demasiado inteligente para obrar así por un capricho.
—Maldito seas, Zhao… —Ella se soltó de su mano para cubrirse la cara, ahogando un gemido entre sus dedos—. ¿Por qué tienes que ser siempre tan encantador?
—Si lo fuera, mis modales no me permitirían decir ciertas cosas. Por ejemplo, que no hago más que pensar en las ganas que tengo de besarte desde que cruzaste esa puerta.
Mientras seguía con los ojos tapados, Marjannah captó el susurro de su bata cuando se puso en pie, el ruido de sus pasos sobre la alfombra y el de su respiración al arrodillarse a su lado. Sus manos apartaron delicadamente las de ella, aunque no las dejó de sujetar; se limitó a contemplarla durante unos segundos, con aquellos ojos tan negros que recordaban a mares inexplorados, hasta que Marjannah lo atrajo hacia sí.
El consuelo que le hizo sentir el roce de sus labios, por suave que fuera al principio, le resultó casi primitivo, animal. Tenía el regusto de la flor de montaña y el calor de un té recién hecho, y cuando los dedos de Zhao Shuren ascendieron por sus brazos, haciendo cascabelear sus pulseras, Marjannah deseó que no dejara de tocarla nunca, que no tuviera que sentirse más como un monstruo. Pero, al cabo de unos minutos, él se apartó lo imprescindible para coger aliento y se quedaron mirándose en la media luz del camarote, separados por la distancia de un beso.
Aunque sus manos siguieran agarrándola, había una petición muda en sus ojos que desarmó a Marjannah. «Esto es lo que se siente cuando no te tienen miedo —comprendió, y después se dijo—: ¿Es lo que Khaseem sintió conmigo esa primera noche?».
—Espero que no pretendas desnudarme como en Cabo Armisticio, esa vez que usaste tu heli para deshacerme la ropa —le susurró—. Porque no me he traído nada más.
—Tampoco creo que lo vayas a necesitar —contestó él, y diciendo esto la tomó en brazos, arrancándole un pequeño grito seguido por una carcajada, para llevarla a la cama.
Era bastante más estrecha que la del Palacio del Esplendor Primaveral, pero estaba tan cubierta de cojines que, cuando se dejaron caer sobre el colchón, unos cuantos rodaron por la alfombra. La cadencia del Zhaohua parecía impulsarlos en la misma dirección, empujando al uno contra el otro con cada aleteo de los remos, con cada sacudida.
—Me temo que no dispondremos de tanto tiempo como entonces —susurró el regente mientras echaba hacia atrás su larga trenza—. Llegaremos pronto a la Ciudad Celestial…
—Pero llegaremos de noche —contestó Marjannah, desatándole la bata—, y la noche está plagada de oportunidades. —«Y de terrores», no pudo evitar pensar, aunque prefirió no decirlo—. Puede ser un preámbulo de lo que vendrá después, cuando estemos en tierra.
La sonrisa que se dibujó en su rostro casi hizo que le temblaran las piernas. Cuando acabó de quitarle la bata, él la envió al otro lado del camarote con una descuidada rúbrica, aunque se detuvo al advertir su expresión. Marjannah se había quedado mirando la cicatriz de su pecho, un círculo de piel arrugada debajo de la clavícula izquierda, y cuando la rozó con las puntas de los dedos, el escalofrío que sintió propagarse por el cuerpo de Zhao Shuren le pareció lo más íntimo que habían compartido.
«No es la posibilidad de que regrese lo que atemoriza a mi país: es el convencimiento de que nunca se marchó». Al acordarse de lo que él le había respondido a Cordelia la noche anterior, cuando se negaba a creer que el Hierro estuviera detrás de esos ataques, se sintió como si le hubieran echado encima un jarro de agua helada. Daba igual que Zhao Shuren se encontrara sobre ella y sus labios la reclamaran con una sed cada vez mayor; lo único en lo que podía pensar era en lo que diría la princesa si supiera lo que se disponía a hacer.
Ni siquiera los diminutos círculos luminosos que había empezado a dibujarle (en la parte trasera de una rodilla, detrás del lóbulo de una oreja, entre las clavículas) le producían el mismo cosquilleo de antaño. Algo, definitivamente, acababa de romperse en su interior.
—Marjannah. —Hasta que Zhao Shuren le habló, no notó lo paralizada que se había quedado. La sombra de preocupación que percibió en su rostro la hizo sentirse aún peor—. Perdóname, he sido un desconsiderado. No había pensado que con lo de tu hija…
—No es…, no es por eso —contestó Marjannah—. Sé dónde está, ya te lo he dicho.
«En el mismo país que ha puesto precio a la cabeza de su princesa. De mi Cordelia».
—¿Entonces? —inquirió el regente. Sus manos seguían sobre su cuerpo, pero los círculos de heli eran más débiles—. ¿Prefieres que lo dejemos?
—No —se apresuró a decir ella, agarrándole de las muñecas. «Si lo dejamos, volveré a quedarme sola y él regresará a por mí»—. No te preocupes, no pasa nada. Solo necesito…
—Algo que yo no puedo darte, al menos hoy. Puede que tu cuerpo esté en esta cama, pero tu alma está en otro lugar. Y ya sabes que no deseo de ti lo uno sin lo otro.
Mientras decía esto, Zhao Shuren trazó una nueva rúbrica con el dedo y, cuando su apariencia cambió para adoptar la de Cordelia, la sultana sintió cómo se le inundaban los ojos. Tenía el mismo cabello cobrizo, la misma piel cubierta de constelaciones, los mismos iris del azul del hielo, de los inviernos en Astolagh.
—Zhao, lo siento mucho… —La voz se le quebró—. Por la Diosa, soy una imbécil.
—Vamos, ven aquí —susurró el regente, y después de recuperar su aspecto, se dejó caer a su lado mientras la atraía hacia sí—. No pasa nada porque a la víbora del desierto se le escapen unas cuantas lágrimas. Con toda esta lluvia, nadie se dará cuenta.
Cuando la rodeó con los brazos, ella se acurrucó contra su pecho desnudo y, para su sorpresa, el alivio que le proporcionó aquel contacto tan simple fue mucho mayor que el que solían brindarle los labios de Aouda, cuando la llamaba tras un día agotador, o las caricias de cualquier otra persona en cuyo cuerpo hubiera intentado esconder su soledad.
—¿Crees que es estúpido por mi parte esperar que tras todos estos años…?
—Claro que no —respondió Zhao Shuren, y la besó en la frente—. He visto cómo la mirabas anoche durante la cena, pero también cómo te miraba ella. No importaba lo que estuvieras haciendo: sus ojos no podían apartarse de ti. Era como un magnetismo.
—Por mucho tiempo que haya pasado, Cordelia continúa siendo la única persona de la que he estado enamorada. Dejarla atrás fue como arrancarme una parte de mi cuerpo…
Nunca había hablado de aquello con nadie, ni siquiera con el propio Aldashir. Ponerlo en palabras lo hacía casi tan peligroso como el conjuro más destructivo de las demiurgas.
—No esperaba volver a verla jamás, pero cuando apareció en Sairayat…
—¿Y cuál es el problema? —Zhao Shuren se apartó un poco para mirarla, después de retirar unos mechones que le caían por la cara—. Si las dos sentís lo mismo, ¿por qué…?
—Le hice algo espantoso, Zhao, antes de separarnos. Algo por lo que sé que no me ha perdonado y que su sentido del honor le impedirá olvidar mientras viva. —La sultana cerró los ojos, con los dedos enredados en la trenza de él—. Daría lo mismo que Cordelia lo desease tanto como yo: eso arrancó de cuajo todo lo que nos unía. Además de que…
—Es de Cameroth —concluyó Zhao Shuren, y suspiró—. Eso sí que lo complicará.
Hasta entonces, Marjannah no se había planteado cómo le contaría a Cordelia lo de Raisha, y la certeza de que aquello solo las separaría más le hizo tragar saliva. «No puedo pedirle que me lleve hasta allí, ahora que la han desterrado. Quizás no vuelva a verla nunca».
—¿Crees que se avecina una guerra? —murmuró tras un minuto de silencio.
—No lo sé —confesó él— y no soporto no saberlo. Si Cameroth se niega a devolverte a Raisha, no habrá diplomacia capaz de solucionar un conflicto así. Supongo que Delphinstone intervendrá, como de costumbre, pero el rey Reginald es terco como una mula y nunca dará su brazo a torcer.
—¿Y vosotros? —Marjannah elevó los ojos hacia él—. ¿Si estallara una guerra…?
—Hasta que no reúna al consejo, no puedo saber en qué lado estará Helial. —Y tras sujetar su barbilla, Zhao Shuren la besó en los labios—. Pero yo siempre estaré en el tuyo.
La sinceridad con la que volvió a decir aquello conmovió a Marjannah, pero no le dio tiempo a responderle. En ese momento, sonaron unos golpes en la puerta, haciéndole girar la cabeza mientras el regente, frunciendo el ceño, se apoyaba en un codo.
—Me parece recordar, Yan, que te dije que no te necesitaría.
—Shuren, soy yo —se oyó al otro lado, y cuando la puerta se abrió, fue su tía quien entró en la estancia. Llevaba la misma ropa que en Leizu, aunque se había desprendido de los ornamentos del pelo—. Me imaginé que estaríais aquí, majestad —saludó a Marjannah—, al no hallaros en vuestro camarote ni en cubierta.
—Honorable tía… —dijo Zhao Shuren mientras la sultana, tan incrédula como él, se cubría con un par de cojines—. No me parece que este sea el momento más adecuado para…
—Ah, dejad de hacer como que esto os escandaliza. No debe de haber ni una sola persona en esta aeronave que no lo haya visto venir. —Y tras cerrar la puerta, dio unos pasos hacia la cama—. Siento ser yo quien os interrumpa, pero acaba de pasar algo.
Cuando la lámpara colocada sobre la mesa iluminó su rostro, Marjannah reparó en lo pálida que estaba y se incorporó también. Zhao Shuren alzó una ceja.
—Si te refieres a la tormenta, no creo que haya nada de lo que preocuparse. El Zhaohua ha sobrevivido a medio centenar de tifones; lo de esta noche no será nada.
—Esto no tiene que ver con nosotros, sobrino. Mientras seguíais aquí, he recibido un mensaje del Honorable Yao instándonos a regresar. —Ni siquiera habría sido necesario que dijera nada más; Marjannah supo de qué se trataba en cuanto percibió su miedo—. Han vuelto otra vez, Shuren, y están atacando la Ciudad Celestial.